Nacidos del polvo, enmarcados en el liderazgo y presionados a la perfección de ser proveedores. Esos son los hombres. No pueden llorar, deben ser fuertes. No pueden dudar, eso los hace parecer débiles. No deben ser pequeños, siempre altos para marcar masculinidad. No pueden cuidarse la piel, o son cobardes, solo gimnasio para tener el cuerpo esculpido. Al igual que nosotras sufren. La sociedad no sólo pesa, mide y asigna valor a las mujeres, lo hace con todo aquel que pise la tierra.

Me hizo tanto daño que me es imposible hablar de ello sin llorar, me hirió tanto que mi corazón ya no es capaz de verlo con buenos ojos. "Si alguna vez te hice daño, debes superarlo, porque yo me perdono a mi mismo y lo olvido" eso dijo. Nisiquiera tuvo la empatia necesaria para pedirme perdón por lo que me había hecho. El solo le pedía perdón al viento.

Nisiquiera era capaz de amarse a sí misma, y quería decirme a quien debía de amar yo y como debía hacerlo. Los seres humanos somos extraños, somos capaces de ver el error de otros, pero nunca el nuestro por simple orgullo. ¿Acaso el orgullo nos hará inmortales?¿Porque lo hacemos si nos hace daño? Ella era orgullosa porque creía que pasar por alto sus errores y no afrontarlos le daría más felicidad, lo creía tanto, que fue capaz de sacrificar su amor por sí misma.

El no creía que pudiese existir una divinidad más allá de las nubes blancas que sus ojos alcanzaban a ver en el celeste cielo, pero creía en la muerte. La muerte era lo único justo en lo humano, le llegaba a ricos y pobres, no escogía entre joven o anciano, mucho menos entre las razas que pudiesen haber. Creía en la muerte porque era la que hacía ser especial a la vida misma, era quien hacía de la vida "la única oportunidad de ser feliz". Eso creía, quizás estaba en lo cierto, o quizás no.

Sus mechones castaños eran la combinación perfecta para sus ojos marrones llenos de amor y paciencia, era simplemente perfecto a mis ojos. Lastimosamente no todos tenían mis ojos. Para los demás el paraíso eran el dinero y la belleza física, para mi el paraíso era su corazón puro que me decía cada mañana cuanto me amaba. "Yo solo te digo la verdad, sabes que no me aguanto nada" solían decir, pero ellos no entendían que entre decir la verdad y hablar sin pensar había una gran diferencia.

Me enamore de el cuando lo vi bailando debajo de las luces blancas, su cuerpo se movia como si no pesará, sus manos acompañaban su danza con delicadeza; entonces me miró, y caí. Eramos opuestos, en el momento en el que entablamos nuestra primera conversación lo note; el era filoso, astuto y engañoso, yo era suave, tranquila y honesta; Estábamos condenados. Era inexplicable nuestra atracción, así de inexplicable fue nuestra separación. Dolió pero fue lo correcto, eramos presos de la mentira.