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LA PUERTA ABIERTA

Hace tiempo me despedí de una vida con mis padres. Claro está que cada tanto vuelvo a ese barrio que permanece inalterable hasta en el más mínimo detalle. Hace no más de dos años ocurrieron un par de sucesos realmente extraños, al menos para mí, en la casa de al lado que permanecía en ese entonces vacía hacía mucho tiempo.

En una ocasión, tomando un café en el balcón que se ubica por encima y apenas a unos metros del patio desolado de esa pequeña casa, llegué a percibir un sonido distorsionado desde allí. Alerté a mi hermano, que hizo un esfuerzo por escucharlo, pero su sorprendida mirada hacia mí denunciaba la decepción de no oír absolutamente nada. Pude observar que una radio realmente antigua se posaba sobre una ventana que permanecía abierta. Ahora estaba claro: el sonido debía haber sido emitido por ella, pero,¿cómo? ¿Alguien la había hecho funcionar? ¿pueden unas baterías, si es que funcionaba de esa manera, durar tanto tiempo? ¿quién encendió la radio?

Por otro lado, lo más desconcertante fue que Facundo tampoco distinguió la radio. Esto me horrorizó y precipitó a mi hermano a preocuparse por mi estado general. Respiré hondo, ya que al volver a mirar hacia abajo ningún aparato de antaño se veía, convenciendo con una sonrisa a aquel pobre diablo de que me encontraba bien, que probablemente era hora de asumir que mi visión no era la de antes.

Sin embargo, la curiosidad le ganó la batalla al temor y tenía que saber más. Un domingo posterior cuando me proponía regresar a mi casa después de almorzar con la familia unas pastas deliciosas, como era costumbre, me detuve frente a la casa del anciano desparecido, José Berardi. Las ventanas fueron surcadas por la municipalidad para impedir que cualquiera pueda meterse en el lugar y apropiárselo. La puerta mostraba una madera podrida detrás de una reja exterior impasable. Recuerdo que un impulso me llevó hasta ella y un presentimiento hizo que acercara una oreja esperando sentir o escuchar algo. El terror expresado en un salto hacia atrás me devolvió la conciencia luego de percibir una especie de rasguño muy leve del otro lado.

Regresé a mi casa turbado, ido, sin poder pensar en otra cosa. Lo inverosímil se presentaba ante mí, respondía a mi deseo de saber. Quería olvidarlo todo, pero lo paranormal, lo desconocido, siempre me atrajo de una manera extraordinaria. A su vez podía sentir que ese anciano, que esa casa, escondían escalofriantes secretos que debía ser develados; verdades ocultas en algún rincón de ese patio cuadrado y horrible.

Al otro día me comuniqué con la única persona de mi círculo que había tenido, junto conmigo, una vivencia espeluznante con el viejo: mi primo Mario, a quien hacía mucho tiempo no veía, ya que durante algunos años estuvo viviendo en Europa. Como pude, le relaté lo que escuché y lo que ví. En los primeros minutos esa llamada Mario encaró el tema con burla, con una risa nerviosa, como no queriendo asumir el trasfondo perverso de todo esto. Yo nunca reí e inmediatamente entendió que mis intenciones eran excavar el pasado, remover y encontrar explicaciones de como Berardi se esfumó sin ser visto, sin que nadie supiera absolutamente nada más sobre él.

Lo comprometí a la tarea de ingresar en esa casa supuestamente abandonada expresándole que sentía que había algo oculto, y que nuestro descubrimiento resolvería enigmas que el barrio había olvidado. No dejé pasar la ocasión para dibujarle en su memoria el día que nos burlamos reiteradas veces de aquel, que en un segundo salía la vereda y con un rasguño hería a Mario, mientras volvía a esconderse en su refugio impenetrable después de insultarnos con palabras desconocidas para nosotros. Hoy, de adulto, esas palabras para mí siguen sin tener significado. Recuerdo inalterables los ojos de Berardi cuando nos atacó. Su expresión desnudaba un alma desgarrada y vieja, un alma que había vivenciado mucho más que cualquier ser humano. Sus ojos estaban llenos de un negro tan oscuro que en este mismo momento de hacer memoria me trasladan a una oscuridad horriblemente profunda.

Con Mario quisimos recabar alguna información de Berardi, su familia y el final de su vida terrenal pero el resultado fue grotesco y desconcertante: nadie en cinco cuadras a la redonda de ese tranquilo barrio del sur de Rosario quería mencionarlo ni hablar del tema. Pero cuando recurrimos al registro de personas de la ciudad, con el nombre completo del anciano y su dirección, entendimos que entrar a su casa implicaría correr un enorme riesgo. José Berardi había nacido en 1910, lo que significa que cuando realizamos tales averiguaciones debía tener 100 años, edad que prácticamente nadie alcanza y era menos probable que él los alcanzara con la pésima alimentación que llevaba y sus evidentes problemas físicos.

Sacando otras cuentas llegamos a la horrible conclusión que al momento del ataque a Mario debía tener más de noventa años, cifra que en absoluto mostraba más allá de los inconvenientes antes mencionados. El registro arrojaba que era esposo y padre, pero estas personas jamás circularon ante nuestra mirada. Incluso el barrio entero tenía la certidumbre estar absolutamente solo en el mundo. ¿Qué había ocurrido con su familia? ¿Dónde estaba Berardi ahora? Nadie había reportado su muerte y no había a quien acudir para que nos notificara de su estado o paradero actual.

Además del incidente con mi querido primo, sabíamos por otros vecinos que era poseedor de una personalidad agresiva en ocasiones y que pocas veces se podía comprender lo que decía. ¿Podía existir la posibilidad de que aquel pudiera continuar viviendo en la oscuridad de su casa? ¿cómo? ¿había alguna posibilidad de que esa desconocida familia fuese víctima de Berardi y que estuviera oculta en ese sombrío patio?

Fuimos a disipar todas estas dudas con tanto miedo como premura. ¿Cómo se prepara uno cuando no sabe que enfrenta? ¿con que nos armamos para combatir lo desconocido? Teníamos un deseo enorme de entrar y salir del lugar, entendiendo que no era más que un hogar abandonado corroído por el tiempo, que los hechos que me tocaron presenciar no fueron más que producto de mi imaginación atormentada. Pero no fue así.

Dos linternas, un cuchillo para cada uno, dos palas y nuestros celulares sirvieron para aprovisionarnos. La madrugada de aquel lunes nos regalaba un cielo estrellado y un silencio que te perforaba el cuerpo. Ingresamos al patio cayendo muy despacio sobre el barro que tapaba las flores marchitas que quedaban en ese patio. Un escenario de total oscuridad. Apenas distinguíamos la mirada del otro. Las luces de las linternas nos encandilaron, pero nos tranquilizaron rápidamente.

Ahí estábamos, paralizados ante la sensación de sorpresas inminentes, de una noche que cambiaría nuestras vidas, si lográbamos conservarlas. Respiramos hondo y nos hicimos de nuestro alrededor. Todo estaba en su lugar, o eso parecía. Todos los objetos allí afuera, vistos en otros momentos con la ayuda del sol, continuaban durmiendo con sus superficies llenas de polvo. La tranquilidad desapareció demasiado pronto: esa inexplicable puerta ubicada en la pared lateral de ese patio, paralelo al garage de la casa de mi madre, estaba apenas abierta...

De repente ya no había cielo sobre nuestras cabezas. La pared que nos permitiría escapar por donde vinimos se volvió inalcanzable, duplicando su altura. Contuvimos los gritos de terror tapando nuestras bocas, mientras los objetos, antes inertes en la soledad del patio, mutaron su forma. La heladera estaba limpia como nunca y su puerta abierta nos devolvía la imagen de una enorme cantidad de comida apilada y podrida. La silla, antes caída y llena de polvo, encontró simetría y en ella alguien que no queríamos ver se había sentado. Una radio muy chica transmitía un partido de fútbol de otra época. Y aunque parezca mentira, en la otra punta de la casa, recto a nosotros, se encontraba sentado en un sillón precario Berardi, a quien pudimos ver gracias a una tenue luz amarilla en la esquina superior izquierda. Jadeaba expectante con una fuerza brutal, con ira contenida; de un segundo a otro un brazo casi esquelético se estiraba lento para hacer morir la luz bendita.

02 Mayıs 2020 00:08 1 Rapor Yerleştirmek Hikayeyi takip edin
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José Mazzaro José Mazzaro
Hola Nahuel, necesito comunicarme con vos, escribime al facebook. Gabriel Mazzaro.
November 10, 2020, 02:22
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