Era martes por la tarde y estaba lloviendo, mis botas amarillas favoritas parecían presas chorreando agua, pero no tenía frío.
-Es tarde, mi madre debe estar esperándome para cenar- pensé
Escuché el tren a lo lejos y me dirigí a él, pero mientras tanto, empecé a jugar con los grandes charcos que me acompañaban a mí y a mi soledad, pues curiosamente el barrio por el que caminaba, estaba desierto.
Volteé a ver la luna que me bañaba con su luz gris radiante.
-¿Por qué te lo llevaste?- le grité
Seguí caminando derrotada, de repente, a mi lado izquierdo capté un movimiento y lo ví, tan guapo como la última vez; mismos lentes que escondían sus ojos azules tan penetrantes.
No dudé ni un segundo, corrí a alcanzarlo y me solté a llorar en su pecho.
-¿Por qué te fuiste y me dejaste?- le grité, pero no obtuve respuesta, solo me miraba, tan serio como nunca, bajé la mirada e intenté alejarme y sin dejar de mirarme, me sostuvo la mano y se acercó a mí lentamente para luego marcar un beso en mi frente mojada por la lluvia.
Ahora me sonreía, se estaba alejando.
-¿Volverás?- le grité desesperada
Pero él solo se fue con la luna.
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