Los monstruos no habitan en lagos oscuros, ni en cuevas profundas, no tienen cuernos retorcidos ni garras afiladas. Los monstruos no esperan bajo las camas ni se esconden en los armarios, tampoco habitan en los bosques ni los desfiladeros.
Los monstruos caminan entre nosotros, nos saludan todos los días, se afeitan la barba y usan colonias de marca, llevan a sus hijos a la escuela y se despiden con un beso de sus esposas.
Los monstruos trabajan en oficinas, en supermercados, en bancos, pagan con tarjetas sus cenas en caros restaurantes y organizan fiestas infantiles.
Los monstruos tienen una gran inteligencia, son maestros del camuflaje y son capaces de elaborar los planes y las coartadas más perfectas.
Sin remordimientos dejan restos mutilados, cuerpos desgarrados tras de sí y su demencial paso; pero también dejan pistas para ser interpretadas, porque la escasa humanidad que les queda reclama a gritos desde su interior que desean ser atrapados.
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