Tras el gélido páramo de Kyrie, mas allá de las remotas montañas de Eleis y de los confines de Dainom. Allí donde se encuentran los Reinos del Este, entre las desembocaduras de los dos grandes ríos, Sir y Marili.
Allí escondido, bajo las mismísimas profundidades de La Mina, el libro que durante siglos se había custodiado y protegido de la amenaza de la bestia, un alma inmunda que vaga por los lejanos y ardientes bosques de Elfinis. La criatura llena de odio y rabia, sin entrañas, creada con el único fin de destruir todo cuanto resplandecía miseramente.
Su nombre es El Telikos, forjado por los propios Aphocros, los tres mas altos y los cuatro medianos, descendientes del único y original haz que atravesó la existencia desde el comienzo de nuestra era.
Dos grandes reinos, sumidos en una tristeza y desolación inconmensurables. El reino de Verita, de los paramos de Kyrie, y el reino de Asdril, de las montañas de Eleis. Dos reinos que durante las ultimas dos lunas de Itzijor habían permanecido unidos, en una paz y armonía digna de ser escrita por los mas talentosos Zafires. Una tranquilidad que ninguno de aquellos cuyos años no superara los 2000, la habría experimentado jamas, pues se trataba de El Equilibrio, ejemplificado como el mas fino, hermoso y sedoso hilo que yacía firme y rígido, sin perturbación alguna.
Mas todo cuanto conocían, cuanto habían experimentado y vivido, acabaría. El frió, la nieve, el granizo y las estalactitas que formaban los reinos de Verita, cuyos altos muros sobrepasaban la mirada de los mortales, cuyo castillo y torre se alzaban ante la mirada de las estrellas, se habían convertido en áridos desiertos de fuego y lava, sumergidos en la sombra.
Los vientos vivos y furiosos, los grandes arboles Dellanai de Asdril, que estremecían la tierra misma con el drenaje de su sabia, todo cuanto brotaba color y luz se había destruido, todo cuanto parecía vida, había muerto, sumido en la oscuridad.
Así, los Cuatro de Ildrasil, los cuatro últimos jinetes, descendientes directos de la misma causa que puso en movimiento el haz de luz que atravesaba la existencia, que le insuflo la vida a todo cuanto existía, surgieron, renaciendo de las dos lagrimas relucientes y brillantes que salieron del ojo azul de Mirai, reina hermosa y soberana legitima de todo cuanto existía.
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