Recuerdo muy bien
la primera vez que
me dije "serás para mí".
Bebíamos café en un lugar
cercano a Coyoacán,
aunque en distintas mesas
y con distintas personas.
Tenías frente a ti a alguien
que venía haciendo una gran escena
desde antes de sentarse.
Aproveché mi buen sentido
y mi aburrimiento creciente,
para escuchar tan grande pleito;
después, vi que tu cita había huido,
dejando atrás el café pendiente.
Tus suspiros de alivio
por el fin de la pelea intensa
parecieron de pronto mezclarse
con desolación de saberte vacío,
al menos, por ese instante.
Yo bebí el último trago de
aquel café del día, del diario,
y como vi que no te fuiste
decidí ordenar otro, y
esperar más tiempo.
Como estabas distraído
y la cafetería era un caos,
me permití observarte con calma
sin que nadie lo notara.
¡Eras infinitamente bello!
Tu cabello, lacio y un poco largo,
pasaba juguetón por detrás
de tus orejas, algo enrojecidas
por el clima invernal.
Tus ojos verde oscuro,
permanecían clavados con fuerza
en tu teléfono, donde mirabas
alguna de tus redes sociales.
A veces, eso parecía levantar tu ánimo
y sacarte una sonrisa, pero pronto
volvías a la realidad de lo que había pasado,
y la ocultabas de nuevo con disimulo.
Tus manos guardaban huella
de algún felino juguetón,
mientras que tu fijación oral
hablaba de tu deleite por fumar.
Pronto tus movimientos me dieron la razón,
pues terminaste de un gran trago
lo que quedaba de tu bebida,
y dejaste el lugar después de pagar.
Hice lo mismo y me levanté,
pues algo me llamaba a seguir
aquellos pasos tuyos.
Me dije "serás para mí",
y salí a buscar la manera
de hacer esas palabras, un hecho.
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