El pequeño niño utilizó todo el cobertor para cubrir su rostro de aquello tan atroz. Sus manos temblaban y su corazón resonaba como un tambor. Aquello que tantas noches le había depredado su tranquilo sueño se manifestó hoy. Pero esta noche quería algo más que solo acechar desde las esquinas de la habitación.
Bajo el cobertor, el lacerado niño rezo todas las plegarias que le había enseñado su madre. Pero eso no era suficiente para detener aquello tan monstruoso que emergía de entre las puertas su armario. Aquella cosa abrió la puerta con parsimonia mientras el niño rezaba con más brío. Una mano velluda y alargada se deslizó por la puerta entreabierta del armario en dirección al cobertor. Y allí el niño lo vio sonriendo con vigor. Su mandíbula toco su pecho por el pavor. Pero su objetivo no era el cobertor. Cerró el puño y lo llevó violento a la lámpara de la habitación, la destrozó en mil fragmentos. Aun en la lobreguez de la habitación reconoció aquellos ojos gélidos y aquella sonrisa atormentada. El corazón del niño brinco en su pecho. De un salto abandonó su cama, su habitación ahora era una penumbra interminable. Tenía que encontrar la puerta de su habitación, tenía que huir de aquella cosa, tenía que huir de su padre.
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