Creo en su justa medida
que todo puede cambiar,
de un segundo a otro,
para bien o para mal.
I
Atrás en el tiempo, cuando la sociedad que conocemos no existe, mucho menos el hombre común de hoy…
Eurasia, se le hace llamar al lugar al que nos referimos.
Se desconoce la procedencia de este ser tan peculiar vestido con hojas a modo de pantalones y con el torso totalmente descubierto, su sombrero; un tejido de malezas y ramas delgadas crean un cono que cubre infructuosamente sus enmarañados cabellos similares a enredaderas secas que rodean su cabeza hasta la mitad de su espalda. Aun siendo tan pequeño, no más alto que un caniche, impresiona la forma en que sortea piedras, alcanza de un salto ramas muy altas y ni hablar de la delicadeza de su agilidad al trepar los árboles de copa en copa casi caminando sobre el viento. Sus ojos de una agudeza felina tapan gran parte de su rostro dejando casi sin espacio a su nariz y boca, que en conjunto no se puede distinguir cual es cual. De la misma forma que se transporta por los árboles, su habilidad de caza era inigualable, sus brazos largos y huesudos atrapan aves y ratones de un zarpazo casi sin opción de escape, la ferocidad al devorar su presa contrasta con su mirada atenta y pasiva mientras desgarra y mastica su comida, ensangrentando por completo su rostro. Rápidamente su presa desaparece dejando pocos vestigios de lo que segundos atrás fue un ser vivo. Tal vez, su raza terminó siendo lo que conocemos como un Aye Aye. Se hace llamar Krht.
El día transcurría rápido entre cacería y saltos, su energía era casi ilimitada, pero en algún momento de su agitada agenda volvía a las orillas del río, cerca de lo que él llamaba hogar: un hoyo en la tierra, oscuro y helado como la boca de un muerto momificado y seco. Solo cabe su cuerpo dentro de este “hogar”, acurrucado abrazando sus piernas. Eligió ese lugar en particular porque desde ahí logra atisbar una roca de forma circular erosionada por el tiempo que se encuentra cerca del río, y que es lo suficientemente grande como para pesar toneladas.
¿Qué es lo que pasa por su cabeza? Les cuento que no es más que una figura a modo de recuerdo, no como un tótem ni escrituras, es la viva imagen de la luna, para él es un recuerdo al igual que una foto de tu esposa e hijos riendo después de un día en el parque. Acurrucado en aquél agujero casi sin perderla de vista, pasa las últimas horas antes de que anochezca. Sus ojos gigantes fijos en lo más agobiante de los recuerdos, Solo son ellos en aquel momento.
Las últimas luces del sol se apagan tras el horizonte como una vela agonizante con su llama a punto de extinguirse, titilando lentamente. Él sabe lo que significa, en lo más profundo de su interior aparece una energía que lo hace salir del hoyo en el que vive, de un salto como si alguien lo arrojara al aire con todas sus fuerzas, se lanza en carrera hasta el río y de un ágil brinco sube hasta la piedra redondeada sentándose sobre ella.
«Espera… espera… espera… espera» piensa Krht mientras no despega sus ojos de la montaña en el oriente.
Simplemente le resta esperar, sólo reaccionando para pestañar a causa de la lívida brisa nocturna que golpea sus ojos con un silbido frío parecido al último suspiro de un moribundo. No quiere perder ningún detalle de lo que se avecina.
La espera no es larga, aunque él lucha y gruñe contra los minutos angustiantes sobre la piedra, hasta que el manto de estrellas queda totalmente al descubierto, solo las mira un segundo para pensar en por qué nunca se separan; algo debe unirlas; por qué nunca se caen; están abrazadas entre sí. Baja su mirada lentamente casi volviendo en sí, pero su amada está apareciendo tras la montaña, sus ojos se abren tanto que casi genera una mueca de dolor.
—Ahí estás amada mía, ahí estás luna mía —dice con una voz crujiente y áspera haciéndolo sonar como un anciano, su rostro genera un atisbo de sonrisa dejando al descubierto una línea de dientes pequeños y amarillentos gastados por el roer de huesos.
—¡Ahí estás! —ahora gritando estridentemente en un sonido agudo que penetra a fondo en los oídos de todos alrededor, haciendo volar aves aterrorizadas desde las copas de los árboles. El golpeteo en masa de sus alas no hace más que acentuar el horror que sintieron al escuchar aquella aberración hecha palabras. Unos segundos después, todo sonido se apaga y vuelve la tranquilidad de la noche.
La luna aparece a paso lento y cuidadoso como si quisiera pasar la noche tras la montaña temiendo que algo amenazante la espera, su fulgor es inmenso haciendo de la noche día, Krht irradia felicidad delirante, totalmente nervioso, temblores musculares involuntarios viajan por su cuerpo haciendo de él una masa gelatinosa de huesos y piel. Su boca entreabierta muestra que algo brotará de su garganta, su mandíbula tirita en espasmos deformando su rostro en una mueca terrorífica y dolorosa, hasta que finalmente su diminuto pecho se infla dejando en evidencia piel desnuda marcada por costillas y cicatrices. Tomó aire para liberar lo que todas las noches redime con ansias.
—¡VEN HASTA MI! —grita estirando los brazos hacia la luna en un gesto de abrazo esperando que sus dedos logren tocarla, esta vez el sonido fue magnificado por el silencio abrumador que había dejado su grito anterior, lo cual no fue impedimento para asustar a otras criaturas que estaban mucho más lejos que las aterrorizadas aves.
Sus brazos esperaban pacientes la respuesta de la luna, nunca hubo respuesta, aun así esperaban. Se movían en conjunto con la luna como un baile a la distancia, un vals que los mantenía separados dejando entre ellos solo desolación y desesperanza. Sus brazos temblaban de cansancio y solo cayeron hasta la mañana siguiente golpeando sus muslos en un sonido de derrota.
Cayeron juntos con una lágrima.
II
Krht despierta dentro de su agujero sin saber cómo llegó ahí, sus brazos dolían como todas las mañanas, creyó haber dormido por horas aunque siempre era el mismo tiempo; solo un par de minutos eran suficientes para llenarlo de energía. Brinca de su hogar en la tierra y comienza su día, de vuelta a saltar por los árboles, atrapando aves, roedores o lo que caiga en sus manos, sus dientes rechinan al masticar sus presas manchándolo de sangre como si fuera un ritual matutino.
Trepado en una rama terminando su primera comida del día, se queda fijamente mirando a dos animales en la copa de un árbol en frente de él, similares a unos loros pero del triple de tamaño con piel escamosa brillante, de un gris grafito con algunos (si así puede llamarse) pelos saliendo de entre la separación de las escamas de su lomo, sus garras son extremadamente grandes para el resto de su cuerpo. Ambas aves se acicalaban con su pico jugueteando y abriendo sus alas que eran inútiles para el vuelo, esto lo entendió Krht al verlas saltar por las ramas y usando el gancho de sus alas para asirse al tronco del árbol como las garras de un murciélago. Treparon repetidas veces gimiendo y emitiendo extraños sonidos agudos, sonidos que tocaron o quebraron algo dentro de Krht.
«No quiero mirar… juntos… mis manos con sangre… miro… juntos… ¡JUEGAN!... no quiero mirar… solo… ¿Por qué hacen ese sonido?... juntos… se quieren… mis manos… ¡ya no quiero mirar!... ¡¿POR QUÉ HACEN ESE SONIDO!?... ¡YA NO QUIERO MIRAR!... ¡CÁLLENSE!»
Fue una fracción de segundo en que se despertó lo peor dentro de Krht, encendiendo un sentimiento que nunca había aparecido, se sintió impotente frente a aquel rubor en su piel y el frío en su espalda que erizaba aquellos pelos ramosos y sucios. Calculador, frío, repleto de ira, fijó sus ojos en aquella pareja de escamosos y velludos seres, esperó a que se descuidaran entre sus sonidos y acicalamientos para saltar sobre ellos tan rápidamente que el mismo se sorprendió al verse tan cerca de ellos en un par de segundos. Lo siguiente es simplemente una imagen que no se logra describir sin sentir un escalofrío en todo el cuerpo: ambas aves fueron tomadas del cuello fuertemente haciendo crujir sus vértebras, Krht estaba fuera de sí, apretaba tan fuerte como podía, incluso con mucha más fuerza de la normal, pero la ira que explotó en su interior lo encegueció, su respiración era rápida y fuerte como la de una ardilla asustada, se mordía el labio inferior generando que sus ojos sobresaltados reaccionaran en un gesto de dolor y locura. Con su mano derecha apretó aún más fuerte levantando a una de las aves, acto seguido, la azotó fuertemente sobre el tronco en la que se apoyaban quebrando sus piernas, lo demás terminó de romperse en la caída golpeando sobre las ramas antes de llegar al suelo haciendo un sonido ahogado, casi mudo. La observó mientras caía, alzó la mirada y vio que en su mano izquierda aun tenia apresado la otra ave la cual trató de zafarse de las manos de Krht, pero el intento fue en vano, antes de que lograra siquiera moverse Krht abrió su boca mostrando dientes envueltos en furia, mordiéndola y despedazando su carne sin misericordia, en el rostro, cuello, hombros, mordía y escupía sangre piel y huesos, hasta que sintió que ya no había vida en aquel ser escamoso. Solo se detuvo cuando el ave soltó su último aliento largo y seco entre gorgoteos de sangre. Krht liberó el cuerpo inerte y al verlo caer desde el árbol se dio cuenta de que la primera ave aún estaba viva y trataba de escapar arrastrando su cuerpo con la única ala que no se había quebrado durante la caída, enterraba el gancho en el suelo y jalaba de él dejando atrás un camino de sangre, la cual brotaba de todo su cuerpo. Krht bajó y la miró por unos minutos mientras se arrastraba y gemía de dolor, aun no entendía por qué había actuado así, por qué lo había hecho, solo actuó dejándose llevar por la ira, el ave agonizó por más de 20 minutos, se arrastró lo suficiente como para llegar al río cerca de la piedra redondeada, asió su gancho en la arena bajo el agua y sus músculos se soltaron dejando su cuerpo sin vida, tiñendo el agua de un color carmesí.
«Maté sin comer, maté sin comer, maté sin comer, maté…»
Krht miraba sus manos ensangrentadas como si hubiera puesto sobre ellas unos guantes rojos, aun no lograba saber qué había pasado. Miraba aquel manto carmesí en el agua, luego sus manos y aun así no lograba descifrar en su interior qué había pasado, pero sintió miedo por primera vez en su vida y creyó por un momento que en sus profundidades existía un ser maligno que tomaba el control haciendo que perdiera el juicio. El sol estaba alumbrando directamente sobre su cabeza como un testigo y juez de lo ocurrido. Krht aún atónito miraba los cuerpos, reaccionó solo para tomarlos sobre su hombro. Ya fríos al tacto, los depositó en el agua, vio paciente como flotaban con la corriente hasta que desaparecieron. Pero aquella ira no lo abandonó del todo.
Cerró los ojos esperando la calma la cual nunca llegó, su pulso aumentó drásticamente y sintió que algo lo miraba, alguien lo observaba juzgándolo así que alzó la mirada y la fijó directamente al sol. Lo vio allá arriba sonriente y burlesco irradiando esa luz enceguecedora haciéndole doler la vista, bajando la mirada cerró los ojos y fue una sorpresa que en aquél privado mundo oscuro tras sus párpados apareciera la luna, se sintió calmo por unos segundos contemplando aquella imagen que tan feliz lo hacía sentir, pero muy lentamente desapareció en la oscuridad como el color de una flor a punto de marchitar. Abrió los ojos y caminó hasta su hogar, dio un brinco y entró a aquel hoyo en la tierra, abrazó sus piernas y volvió su mirada hacia la piedra erosionada en el río.
La miraba fijamente, quieta y sin luz, rodeada de agua cristalina que danzaba con ella sin cansancio.
«Qué haces aquí… tú no eres luna… qué haces… ¿qué haces aquí?... el sol… ¿el sol?... él fue… ¿él fue?... allá arriba… él está con ella… ¡NO!... ella es mía… tú no eres ella… ¿el sol?... ¡EL SOL!»
Ya casi anochecía cuando se alejó de sus pensamientos y gritando con un sonido gutural lleno de ira salió de su hoyo y apuntó al sol con un tembloroso pero inequívoco dedo acusador, respirando fuerte y dejando escapar saliva por los dientes entre cada exhalación. Su pecho ardía, su estómago ácido lo emborrachaba y el frío en su espalda lo recorría de pies a cabeza. Impotencia, rabia, desesperanza, desconfianza… no había palabras para describir lo que Krht sentía.
—¡TÚ LA ALEJAS DE MI! —Gritó frenético— ¡NUNCA TE ACERQUES A MÍ LUNA! —gritó aún más fuerte mientras el sol se escondía estirando su cuerpo en el horizonte danzante, era como verlo escapar tras una capa de vapor. Krht creyó oírlo reír.
Giró en redondo y corrió hacia la piedra erosionada, subió a ella y esperó a que su amada apareciera tras las montañas. Aquella noche ocurrió lo mismo de todas las noches, él estiró sus brazos y le pidió que viniera hacia él, pero ella como siempre no respondió. Las noches y los días pasaron como siempre; Krht en las noches esperaba a la luna y durante el día gritaba al sol con toda la rabia contenida por estar más cerca de ella.
Una tarde inesperadamente todo cambió durante la vigía del sol.
III
Después de haber comido volvió a su hogar, estaba acurrucado mirando la piedra en el río pensando en la razón de aquella furia que sintió muchos días atrás, miraba la piedra casi sin pestañear como si mantuviera una conversación con ella. Algo lo hizo levantar la mirada, apresándolo en unos segundos de incertidumbre en que todo lo sintió fuera de lugar, era la luna que aparecía tras la montaña en aquella tarde.
—¡¿Qué haces aquí!? —gritó Krht sorprendido de ver a la luna, ahí estaba tímida y casi invisible bajo un velo azul pastel
—¿Hoy vienes hacia mí? —dijo titubeante y sin convicción.
Pero no era así, el miedo tomó poder sobre él al ver que la luna se acercaba cada vez más al sol, no lo podía creer, eso era casi como una pesadilla, su miedo más profundo se hacía realidad frente a sus ojos —¡ALÉJATE! —Gritó con desesperación al sol— ¡ALÉJATE DE ELLA! —volvió a gritar con la voz casi rota. Pero el sol no lo escuchaba.
La desesperación fue apareciendo y casi sin aviso la furia brotó otra vez en él, gritando y rompiendo todo a su paso, Krht trataba de detener lo que acontecía en el cielo, pidió a las estrellas que aparecieran y detuvieran el avanzar de la luna, lanzó rocas al sol y algunas caían peligrosamente cerca de sus pies, maldijo todo y a todos, mordía sus brazos, rompió su sombrero en un ataque de nervios contra su cabello. Su mente desequilibrada no lograba encontrar alguna solución a lo que ocurría y que tanto dolor le provocaba. Miró al cielo nuevamente con la esperanza de que todo haya pasado o mejor aún que todo haya sido producto su imaginación, pero no fue así, estaban tan cerca que la luna había cambiado su velo por uno de color marfil oscuro.
«¿Por qué me hacen esto?... ¿qué he hecho?... deténganse… ya no quiero más… duele… duele aquí adentro… ya paren… no puedo más… ¿Quiénes?... ¿ellos en el río?… les odio… no fui yo… ¡no fui yo!»
Recordó a las aves que aparentemente sin razón alguna asesinó a sangre fría, también recordó la sensación al ahorcarlos, el desgarro de su piel, como disfrutó con el sonido de sus huesos al romperse contra las ramas, el último suspiro gorgoreante y aquella exhalación junto al río tras un camino de sangre y agonía. Quiso sacar esos recuerdos de su cabeza, pero no pudo, alzó la mirada y vio que la luna y el sol ya estaban unidos formando un solo ente. Aquella imagen destruyó la compostura de Krht el que gritó desesperadamente cayendo en llanto:
—Perdóname luna, yo no quise hacerlo, no fui yo —dijo casi sin emitir sonido, como si hablara consigo mismo—, detente… ¡DETENGANSE! —gritó, pero no hubo respuesta.
Envuelto en la oscuridad que formó la unión de su amada con el sol se rinde a la desesperación que toca lo más profundo y lóbrego de su ser, sintió romperse por dentro como si su piel fuera el sustento de una masa maleable sin forma. Miró al cielo una vez más con la esperanza ya destruida, un anillo oscuro tomó lugar a lo que una vez fue el sol y su amada, ya no soportaba más, de un segundo a otro, al igual su evento con las aves, apareció aquel ser despreciable y asesino que una vez tomó control de Krht, tomó dos ramas del suelo y súbitamente las enterró en sus ojos despedazando sus globos oculares dejando caer una combinación de sangre y un líquido gomoso entre las improvisadas estacas de madera y los párpados mientras gritaba de dolor con la voz quebrada y aguda desgarrando su alma y garganta. A ciegas arrastra su cuerpo como una lombriz retorciéndose hasta su hogar, sacó las ramas de sus cuencas sangrantes provocándole un dolor inconmensurable al sentir como la madera raspaba los huesos dentro de su cráneo. Supo que ese era su castigo por asesinar; creyó que la luna lo despreciaba por eso. Volvió a escuchar al sol, pero esta vez solo era risa burlesca.
Sumido en la oscuridad eterna de su mente, Krht nunca olvidó aquel episodio de ira contra las aves, esos amantes que tuvieron la mala suerte de estar en el momento y lugar equivocado. El remordimiento carcomía su cordura. Sollozante y maltrecho, escondido en un hoyo frío como la boca de un muerto, prisionero de sus recuerdos terminó sus días escuchando lo que siempre quiso oír de su amada, repitiéndose una y otra vez en su cabeza sin pausa ni descanso.
«Aquí estoy, vine por ti»
«Aquí estoy, vine por ti»
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