El seco pastizal se quebraba en pequeños estallidos intimidando al pasivo silencio de la selva. Un destello de polvo era escupido en ásperas bocanadas. El sendero se habría entre la densa maleza en forma de espiralados remolinos, luego de unos minutos volvía la serena quietud. Era un vacío espectral, sofocante, la atmosfera emanaba la presencia de algo desconocido, maléfico.
Atónito, perdido y titilando de frío observaba el nocturno fenómeno, el miedo asfixiaba sus pocas reservas de optimismo.
Sentía la falta de oxigeno, una inmensa presión atormentaba sus parietales, sofocado levantó lentamente sus manos casi en cámara lenta tratando de contener su marchito cerebro. Sintió un pinchazo letal en sus oídos que taparon la audición con un estridente silbido. Trató de esgrimir un alarido pero su boca, su rostro se encogían y se desgarraban. Su piel agrietada se contraía dejando ver los perfiles de su osamenta, sentía sus órganos exprimirse y pegarse uno al otro; sus pupilas se endurecían tratando de salir de sus cavidades, su cuerpo se retorcía dolorosamente y la agonía masacraba sin piedad sus escasas endorfinas.
Casi vencido con la demencia como alma volvió en si, sus tímpanos quedaron en un suave eco y se desplomó desmayado al piso.
Luego de unas horas mientras el propio dolor lo anestesiaba observó a su alrededor, el sendero se alejaba de él, al darse cuenta que estaba en medio del siniestro camino rodó hacia un lado quedando boca arriba.
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