Ocho años pasaron de la última vez que nos vimos y allí estabas, sentado en el mismo lugar que te vi por primera vez.
Estabas allí muy tranquilo y a la espera de mi llegada. Apartado de la gente, en soledad y sobre la oscuridad.
Me acerco y nos sonreímos, nos tratamos como viejos amigos y comenzamos nuestro camino, nos pusimos al día sobre nuestras vidas.
Físicamente noté que has cambiado para bien. Esa imagen más madura, más adulta te sienta bien, inclusive mucho más atractiva para mí. Pero ya no eres la misma persona que conocí varios años atrás, esa inocencia, esa dulzura que un día supo enamorarme se había desvanecido.
El pecado y la experiencia se reflejan en tu ser, eres una persona amistosa pero distante, ya no eres cálido, no eres adorable, no tienes ese encanto, veo que eres uno más del montón.
Durante muchos años sentí que eras el amor de mi vida y nunca pude quitarte de mi cabeza, quizás continúes siéndolo hoy, pero finalmente me di cuenta que yo no fui el tuyo, tuviste otra historia mucho más fuerte y prolongada que la mía, que te marcó de la misma manera que tú me marcaste a mí. Pero no me siento mal, tampoco triste. Porque esa historia pertenece a tu yo actual, con el cuál yo no tengo correspondencia, y de la persona que yo estoy enamorado, es tu yo del pasado, el que te has escondido, te has guardado.
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