Hay tres homicidios en primera plana y cinco cadáveres que todavía no fueron encontrados, que están desaparecidos y cuya existencia la policía parece no relacionar con los que se encuentran en la morgue. Hay también varios sospechosos en custodia, según palabras de un uniformado que dio una conferencia en la televisión.
Y hay un asesino real, con planes predecibles que nadie parece entender; un criminal que anda suelto por las calles de la ciudad, que se sienta en Starbucks y bebe su frappé sin ninguna preocupación mientras revisa las noticias en una laptop a la que le queda poca vida útil.
Patético.
Dejo escapar un suspiro cansino mientras cambio de página web. Entro a Facebook, inicio sesión e ingreso a los grupos de artistas locales a los que pertenezco. Muchos de los miembros son niños de doce años que juegan a ser dibujantes de caricaturas, otros son hippies que venden sus artesanías en ferias; están los que creen que arrojar pintura sobre el lienzo es arte. Y están los artistas reales, claro. Pero esos son pocos, desafortunadamente.
Reviso perfiles al azar. Me llama la atención un fotógrafo amateur. Sus imágenes no tienen la iluminación correcta y parece que siempre usa la misma lente o que hace todo con su teléfono. Otra basura con delirios de grandeza.
Anoto el nombre: Cristian Maldonado. En el perfil sale la dirección de su estudio fotográfico.
Abro Google Maps, veo cómo llegar hasta allí con el transporte público y sonrío. Apago la laptop y la guardo en mi mochila. En una mano sostengo el frappé casi vacío. En la otra mi billetera.
Me levanto.
Pronto habrá otro artista mediocre y sin talento fuera de la ciudad. Menos competencia barata para mí.
En serio, ¿cómo es que la policía todavía no se ha dado cuenta de la relación entre mis víctimas?
Nathalia Tórtora
