Una ventana, tras su cristal podía divisar el suelo azul de la que esperaba fuera la última habitación y sospechaba que estaba repleta de dicho color, sin embargo, una vez decidió que se quería meter lo hizo sin reparo, pero esta vez las emociones que colonizaron cada uno de los rincones de su alma eran melancólicas, dolorosas, primas de la soledad.
Quiso matarse, no habían instrumentos a mano para dicha tarea, las estancias estaban completamente vacías, las sensaciones que vivía también lo estaban, alentadas por nada más que haber cruzado mil umbrales para introducirse en ellas como si de un agujero de gusano se tratara, una dimensión te lleva a otra.
Naranja, así era el punto que veía desde el suelo en el techo de la habitación azul, tenía que cerrar delicadamente el ojo izquierdo para poder fijar su vista en él, era diminuto, empero, sabía que había de romper la frontera entre su persona y el siguiente entorno. El "cómo" no aterrizaba propiamente en su pensamiento, aunque pronto lo descubrió, corrió hasta el primer aposento, arrancó la puerta, por más amor o ternura que tuviera que remover en sí mismo, era necesario, pasar nuevamente por la bruma de la tristeza y el deseo de muerte de la azul.
Alcanzó a reventar la parte superior de la estancia azul, caían sobre él los escombros pero podía absorber con cada poro de su piel la euforia y felicidad experimentadas por el poder del paraíso naranja. Utilizó la puerta como rampa entre un nivel y otro. Corrió con ímpetu sobre ella, llegando a duras penas antes de que resbalara el objeto alejándose de el y quedando atrapada en la dimensión azul para la eternidad.
Esa alegría, parecía impostada a la par que verdadera, natural, gloriosa, deseaba experimentarla por el resto de sus días, aunque poco a poco comenzó a surgir un ligero malestar en su cabeza, aumentaba por segundos hasta transformarse en insoportable, su objetivo era arrancarla de su cuerpo, ahora no era una bendición, era locura.
El magenta que dejaba contemplarse a través de una apertura en el muro de forma triangular emanaba ira, desesperación, pero también deseo, quería obsesionarse con dicha conjunción cromática, sus pulmones adherían el pigmento a sus bronquios, tosió con fuerza, se ahogaba, se apresuró a entrar, tropezó, se desmayó.
Recuperó la consciencia, recordaba su viaje, el verde de su nuevo lugar le acogía, a su lado unas escaleras, las subió, una azotea donde el horizonte era rosa, el cielo blanco, los árboles grises, el agua negra, los animales de neón, y una voz le prometía que quedaba menos para llegar a su destino, ahora ansiaba vivir.
Saltó desde lo alto, caía a enorme velocidad, percibía como el sedimento se aproximaba a su rostro y el firmamento le abandonaba a su espalda. Impactó, invicto en la batalla contra la física y la gravedad, se incorporó, corrió hacia el frente, nada ni nadie podía detenerle, sus pies iniciaron el despegue, ahora volaba, era libre.
Las aves le acompañaban y otras entorpecían su marcha aérea, el sol le cegaba pero insistía en aproximarse a él como si su de su dios se tratara. Traspasó la capa máxima que separaba al astro rey del hábitat que le rodeaba, rompió la cúpula, todo se hizo añicos, permanecía en la oscuridad, asustado, el terror brotaba de sus vísceras para recordarle que había excedido los límites existentes, ya no había voz que derramara sobre él la inspiración necesaria para dar otro paso sin rendición alguna, sin concebir la posibilidad de dejarse devorar por los latidos del corazón, el cual tenía por misión recordarle con ello que uno tras otro quedaba menos tiempo.
Un rayo del brillo flameante que la estrella central emitía cegó el ojo más próximo a la ubicación de donde emergió, era la señal que aguardaba, era su oportunidad, tapó antes el ojo restante para no proseguir el sendero a ciegas. La realidad concluía ahí concretamente. La marea tras ese confín estaba brava pero una barca tenía la orden de recogerle para ayudarle a atravesar el océano que se extendía ante su incrédula y única pupila. Accedió al vehículo acuático que jamás había pilotado, lo que desconocía era la habilidad que el propio medio de transporte tenía para navegar de forma automática y en una única dirección, la establecida por el destino.
Criaturas merodeaban con curiosidad, los seres que se escondían en la profundidad poderosa de aquellos mares, los que albergaban peligro y belleza a partes iguales. Con la mano rozó las aguas que conformaban el espectáculo que cortaba en dos con su navío, llevó las yemas de sus dedos al ojo perdido, lo recuperó, sanó, ahora poseía la videncia al completo. Por breves instantes invadió su cuerpo la voluntad de abandonarse a la bravura del mundo acuático, dejar la barca que prosiga su aventura pero pasar a formar parte de las demás almas moradoras de la vastedad oceánica. Lo cierto es que jamás obedeció a dicha inspiración repleta de peligro sino que le pudo la curiosidad de conocer el final de su travesía.
A lo lejos una caverna, el pavor le alejaba del anhelo de introducirse en ella, no había otra opción, estaba estrictamente condenado a ello, gritos, risas, llantos, consuelos, cantos, poemas, leyendas, muerte, vida, pinturas decoraban las rocosas superficies que la configuraban, ciencia, supervivencia, caza, desasosiego, destrucción, creación, religión, ateísmo, todo, nada.
Una vez vencido todo ello el arcoíris explotaba en gotas de colores cuya labor era entrelazarse hasta pintar totalmente las alturas hasta el nivel óptimo para que una vez el sol penetre se divida en infinitas láminas de cristales conformadas por el color que les corresponda según el lugar del cielo por el que se adentren.
El cristal hermano de todos los demás se clavó en su pecho hasta lograr plenamente arrebatarle su tan preciada barca y sumergirle en el abismo pleno. Monstruos, sombras, penurias, todos se abrían paso entre los corales fluorescentes que cubrían el fondo como si de una bonita alfombra se tratase. Con la planta de sus pies rozó el final, contuvo la respiración, poco a poco el oxígeno era más preciado, más escaso, un privilegio que ya ni siquiera podía permitirse, un capricho de lujo, no contaba con él.
Empezó a dormirse, perdía la consciencia, pisoteó todas las experiencias acontecidas previamente, las revivió, concibió todo como un mal augurio o una divagación como otra cualquiera, la representación del delirio o de la pérdida del ser, la pérdida de uno mismo, suficiente para guardar luto, el valor desperdiciado en algo desprovisto de un objetivo al que dirigirse, vagando sin rumbo como esta narración, el contraste entre haberse esforzado a cambio de nada, de haber luchado sin recompensa alguna, y dejarse llevar alcanzando el mayor de los éxitos, estaba solo, abrazado por todo este compendio de ideas inverosímiles para lo que le quedaba por vivir.
¿Había merecido la pena?
Nunca lo sabremos, tal vez hubiera sido preferible que hubiera permanecido inerte donde despertó, en el origen de todo, pero ya saben, el afán por explorar, el descubrir, en eso consiste todo, la finalidad total del viaje no es donde vas a parar sino el camino que has de recorrer hasta alcanzar la última baldosa de la vía.
Con esto damas y caballeros, no se espera la comprensión lectora de los acontecimientos que se han sucedido unos tras de otros, sino simplemente que hayan gozado del viaje desde el inicio hasta el....
FINAL.
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