Sentado
allí, viendo directo al infinito y oscuro cielo, él se dio cuenta de lo
insignificante que realmente todo era, sus problemas, sus sueños, sus
ilusiones, su vida, su inevitable muerte. Todo eso no importaba, ni un poco.
Desde pequeño, todos sus ideales, su breve estadía en la ciudad de las luces,
su larga estadía en la ciudad de los altos, su sueño de ser un luchador
profesional, su transición del comunismo al anarquismo, su aceptación de que
ambos no iban a ser aplicados nunca y aunque así lo fuera, nunca iban a
funcionar de la manera que el lo esperaba, sus amigos electrónicos, sus
diversos amores y pasiones. No significaban nada, no iban a trascender en lo
largo y amplio del cosmos. Él, entendía, que su primer amor, su ultimo amor, su
verdadero amor y el gran amor de su vida, todos con el paso del tiempo iban a
desvanecerse igual que él. El sabor a tabaco de mala calidad, los guantes que
usaba para que el olor no quedara en sus manos, el sudadero de superhéroe que
usaba porque había particularmente demasiado frío esa noche en su pueblo. Nada
de eso importaba, ni iba a importar. Él lloró por tantos años perdidos, el
maldijo a los cuatro vientos, por supuesto, en su mente. No quería despertar a
nadie, eran las 12:34 de la noche, él se lamentó por todos los años perdidos, él
deseo con todo su corazón que pudiera tener una segunda oportunidad, que el
pudiera ser alguien mas o algo mas de lo que el realmente era, de lo que el
creía que era. Él no se sentía más deprimido, él se sentía vacío y se sentía
culpable por sentirse así. Se lamentó mientras las lagrimas caían de sus ojos
por no haber aprovechado el tiempo hace tanto y por no haber muerto en aquel quirófano
hace tan poco. Él no quería dinero, el no quería una mansión en Beverly Hills,
o tal vez sí. El quería ser feliz… Pero él sabia que no era tan fácil serlo. Él
sabia que eran estupideces pensar que la gente pobre era más feliz y que la
gente rica vivía sin menos preocupaciones. Que todas las excusas que el pudiera
poner al porque no era feliz no eran mas que excusas. Él estaba convencido de
que ninguna pastilla que le balanceara la química cerebral iba a hacerlo feliz,
y aunque una pastilla lo hiciera feliz, él se negaba rotundamente a tomarla. Él
se negaba a pensar que la felicidad venía de algo que podías comprar en una
farmacia con un doctor bailando afuera y que ese pobre doctor bailando afuera
era un estudiante intentando pagar su universidad o un hombre, que como el, tomo
malas decisiones en la vida y por ellas, ahora la mejor carta que podía jugar,
era esa de vestirse en un traje de doctor y bailar cual simio bajo el sol incandescente
de el medio día mientras unos adolescentes que pasaban por dicha farmacia le gritaban
obscenidades y hacían gestos con las manos, como si fuera decisión de el estar
ahí en primer lugar. Él, con todo el dolor y la desdicha de su alma deseo que
nadie más sintiera dolor, que nadie más sintiera humillación, que todo el mundo
fuera feliz, él deseo que la vida fuera un poco más fácil, y que te diera por
lo menos un par de segundas oportunidades. Él sabía que no iba a pasar nunca,
pero lo deseó bastante. Dios mío, lo deseo tan fuerte… Pero supo que no iba a
pasar. Viendo las estrellas, intentando localizar el cinturón de orión que
tanto le hacia sentir en casa, supo que miles de millones de almas atormentadas
antes de él habían deseado lo mismo que él deseaba. Desde el vikingo que tenía
que dejar a su familia para buscar comida, hasta el esclavo que fue arrebatado
de su libertad para construir una pirámide en Egipto. Desde el inmigrante que
abandonó su vida para buscar un futuro en otro país, hasta el africano
encadenado en un barco, siendo llevado al viejo nuevo continente, para servir al
que mejor pudiera pagarle a su captor. Desde la señorita con el corazón
destrozado por su primer amor, hasta el padre escondiendo la carta del banco
diciendo que iban a quitarle la casa, mientras abrazaba a sus hijos asegurándoles
que todo iba a estar bien. Todos deseaban lo mismo que él. Pero él, más que
cualquier otra cosa, deseaba que nadie más tuviera que desearlo. Así que apago
su reproductor de música, tiró la colilla de su cigarrillo a la casa del
vecino, entró a su habitación y tras unos veinte minutos de batallar contra Windows
y su necesidad de una verificación de producto, se sentó a escribir algo, lo
que sea que pudiera escribir con el desastre de mente que había tenido últimamente.
“Viví otro día, cerote, tal vez mañana las cosas sean diferentes.” Se dijo a si
mismo, mientras guardaba su revolver en su caja fuerte, que en realidad solo
era un casillero antiguo, de sus días en el colegio con un candado barato. Tomó
tres pastillas para dormir y un gran sorbo de agua de su botella negra con una
calavera, él durmió y soñó con leones en la playa, con un puro cubano y una
cerveza corona. Él soñó con su amada y sus rizos negros. Él fue feliz, aunque
sea por un rato
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