Toda búsqueda es en realidad un retorno hacia uno mismo.
El mayor peligro del hombre no es la muerte, es la desidia. Tome, quien así lo quiera, este consejo, pues la suerte no sonríe a todos ni mucho menos regocija a quienes no hacen por cambiar su destino.
Ahí estaba él, el viajero, el buscador de objetos imposibles, frente a frente a su búsqueda que robó tantos años de su vida. El tiempo pareció detenerse. Él estaba solo, eso no importaba por el momento. La muerte le sonreía y él esquivaba su mirada.
Sus ojos contemplaban, exclusivamente, el objeto quimérico, antinatural y primigenio capaz de conceder cualquier deseo.
La búsqueda había terminado.
Por fin lo tenía en sus manos. Era suyo, de nadie más.
Fue la desidia lo que postergó el viaje; ir a la búsqueda de ese objeto fantástico que apareció en sus sueños… y pesadillas.
Sus deseos ahora se harían realidad. Sin embargo, el vacío que creyó llenaría ese objeto, ese tesoro prometido, seguía inmutable.
¿Un sueño?
¿Ha perseguido humo y espejos como le advirtió su abuelo?
¿El sacrificio valió la pena?
Él buscaba oro y terminó bañado en sangre. Lo dio todo solo para hallar esa quimera que le concediera gloria y riqueza.
El vacío seguí ahí, nada, ni todo el oro del mundo, podría llenar el hueco en su corazón. Entonces un ruido estrepitoso, como de mil explosiones, lo asustó. El objeto resplandeció como si fuese el mismo sol, cobró vida.
“Pide y se te dará”, pareció decir una voz venida del más allá. El buscador estaba a punto de pedir su deseo, pero un pensamiento en su mente lo interrumpió. El pensamiento de un hombre solitario anhelando el regreso a su hogar. El objeto comprendió su deseo y se dispuso a cumplir. No obstante, no le concedió fortuna material alguna. En su lugar le concedió lo que realmente necesitaba, le concedió conocimiento… conocimiento de su propia ignorancia.
El buscador dejó el objeto en el mismo lugar que lo encontró. Él retornaría a su hogar. El regreso al lugar donde nunca debió partir. Quedó claro que el objeto milenario no le pertenecía. Era para alguien más. Para alguien digno. Un hombre capaz de darle el uso adecuado.
Abandonar el lugar sería lo más pertinente.
Han pasado años, décadas, tal vez siglos, después de esa aventura.
Dicen los doctos que quien no conoce la historia estará condenado a repetirla. Un nuevo explorador retomará la búsqueda ignorando lo sucedido. Solo queda preguntarnos, ¿tendrá éxito donde su predecesor fracasó?
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