u16143310641614331064 JC Domínguez

Un sacerdote recibe una carta. Han descubierto su amorío. Ahora todo deberá arder en llamas.


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FE DE CENIZA


El cielo se manchó de ceniza. Se manchó por una torre de humo que se tambaleaba debajo. Se manchó con una torre de humo que nacía de la iglesia de San Sebastián. ¿Cómo pudo prenderse en fuego la piedra que por más de cien años vio pasar peregrinos caminar al cerro por un milagro? ¿Cómo es posible que la tierra se consuma en llamas, si sólo es tierra? No se quema lo muerto. Es una pérdida de tiempo quemar lo ya consumido, por eso la tierra no arde; pero este pedazo de iglesia ardía como si la hubieran hecho de troncos, de hojas y aceite animal. Olía a incienso, a tela chamuscada, a vino agrio, y todas las personas afuera lloraban viendo que el templo ardía sin que pudiera ser apagado ni por el diluvio.

Pero ¿por qué comenzó a quemarse todo aquello?

El padre Esteban esperó a que todos los feligreses salieran del templo luego de la misa de la tarde. Vio cómo el sacristán repasaba el piso con un trapeador. El polvo regresaba al ser sacudido y aquella lucha inmortal le pareció interminable al padre Esteban, por eso, mejor fue a sentarse en la silla más grande del altar y miró sin poner atención, esperando la soledad.

Cuando sólo su alma paseó entre las butacas, buscó en una y ahí encontró un pequeño papel doblado con delicadeza, así como sólo se doblan las cartas de amor y los testamentos, y en ella tres frases estampadas con prisa.

“Todo acabó, Esteban.

Lo ha descubierto.

Siempre te amaré”.

El sacerdote las leyó como pasara los ojos sobre cuchillos, y las lágrimas le supieron a sangre y el corazón se le acalambró. El fuego le comenzó en el pecho. Se le enraizó en la garganta y, como un bicho, le caminó hasta la cabeza, en donde le susurró que todo debía quemarse, porque, así como la carne es el templo del espíritu, el templo es el cuerpo del Padre. Habría que demostrarle a Dios cuánto dolía, cuánto era lo que costaba seguirlo, todo lo que exigía de él la salvación. Buscó desesperadamente cualquier fuego; una vela, un candil, un cerillo, un cigarro; pero sólo tenía esas llamas por dentro, y él se sentía girar y caer y rebotar en todas partes, como en una travesía histérica buscando la muerte con prisa, porque duele andar y andar. Pero Dios de casualidad miró a Esteban esa tarde y, al parecer, le pareció mala idea que su amado templo cayera en manos enemigas; y el castigo para Esteban fue no encontrar fuego alguno y escuchar una frase en su delirante cabeza: “Si tanto quieres quemarme, fuego entonces has de ser”. Entonces se le convirtieron las manos en lumbre. Esteban, ciego y desorientado, bailó torpe y estúpido mientras lloraba y gritaba como un perro desollado, y en su caminar tocó las butacas, la pila, el confesionario, el altar y las paredes de piedra, esas que no deberían arder como troncos huecos. Y así comenzó aquel espectáculo amarillo y rojo de donde nació una torre negra de humo que dejó machado el cielo.

Esteban murió dentro de la gran fogata que los feligreses vieron en su peregrinar. Él quiso quemar hasta los huesos aquello que tantos años fue su casa, siendo su propio cuerpo quien detonó el fuego, pero decisión de Dios quien lo hizo durar.

15 Kasım 2022 00:37 0 Rapor Yerleştirmek Hikayeyi takip edin
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JC Domínguez Escritor de género fantástico, de narrativa corta y novela. Nacido en el norte de México (Cuatro Ciénegas, Coahuila), 1991. Lic. en Letras Españolas.

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