Cuando el entrenador le dijo de empezar el calentamiento, Antonio pensó que aquella era la ocasión que estaba esperando desde que era un niño. Diez minutos de partido le bastaron para cambiar su vida con una magia como las que solía hacer en las calles de su barrio. Le llegó un balón largo que domó con el talón derecho. Siguió el control con la cabeza para luego amortiguar la pelota con la punta del pie izquierdo. Con un rápido cambio de ritmo pasó entre dos defensas rivales y disparó a portería.
Al oír el rugido animal de la gente, de su gente, siguió la carrera hacia la grada donde se encontraban los hinchas del equipo de su ciudad natal. Entre la multitud reconoció a su madre y con el poco aliento que le quedaba en los pulmones, gritó:
“¡Ahora ya nos podemos comprar una casa, mamá!”
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