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okuma zamanı
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Ese año su casa se había convertido en un hospital. Francamente, siempre lo había sido. Su hija, nacida de un embarazo riesgoso, llegó al mundo con más órganos defectuosos que funcionales. La lista de sus padecimientos era tan larga que podía compararse con su antipatía y su vanidad. Lola siempre había deseado tener una hija por lo que tomó la primera oportunidad, sin importar que la ascendencia paterna no fuera la mejor. El único amor que existió la noche que su hija fue procreada fue el brindado por su enorme deseo por la maternidad. A la mañana siguiente, del padre sólo quedaron como testigos las sábanas y un tenue olor. Por otro lado, su madre, que siempre había gozado de una salud impecable, por fin había llegado a la tercera edad. Y con ella pareciera que llegaron todas las enfermedades que había logrado esquivar durante sus años maravillosos. Como obvio resultado de la vejez, sus huesos se debilitaron y se volvieron frágiles, tanto que parecían romperse puntuales cada dos meses. También la vista sufrió estragos, los lentes sólo le bastaban para reconocer objetos cotidianos y como apoyo a su oído, para reconocer personas. Aunque eso sí, el oído se le había mantenido bien sano para escuchar todos los chismes que podía. En la misma casa, además de ellas tres, vivían su hermano soltero y su hermana junto a su respectiva familia, quienes, cuando se enfermaban, también quedaban al cuidado de Lola. Ya nadie recordaba cómo ni cuándo se había vuelto la enfermera oficial de esa casa. La enfermera, la cocinera, la conserje, la cuidadora, la proveedora y todos los papeles que pudieran implicar la más mínima responsabilidad. En una casa de niños crecidos, Lola era la única madre para todos. A veces, en medio de todas las responsabilidades que caían sobre su espalda, Lola recordaba los momentos alegres que llegó a vivir en compañía de sus amigos de la facultad de economía, de la cual se había graduado algunos años atrás. Sin duda, en la escuela nunca le enseñaron que los economistas acababan cuidando de sus casas.

A primera hora de la madrugada, mientras todos dormían, la puerta de la casa se abrió. De ella salió una figura encorvada que emanaba cansancio de su cuerpo. Intentando hacer el menor ruido posible, se escabulló fuera y cerró con cuidado de no hacer el menor ruido. Lola atravesó la calle y caminó con los brazos cruzados, abrigándose del frío, hasta la esquina que era bien conocida por todas las personas que habitaban la colonia. Tocó el timbre escondido que había a un lado de la puerta de la casa del vendedor pensando en la cantidad de veces que lo había hecho cuando era más joven. Esperó unos momentos a que de la ventana de arriba se asomara ligeramente una cabeza conocida y volteara hacia ambos lados de la calle para confirmar que su cliente se hallaba sola. Unos segundos después la puerta se abrió de par en par y tras de ella se vislumbró una silueta. Solicitud, paga y entrega. No necesitaba más. Ninguna conversación sobre el tiempo que había pasado desde la última vez que visitó a aquel vendedor ni sobre sus gustos, que no habían cambiado en todos los años que pasaron. Caminó algunas calles más hasta llegar al parque que había detrás de su casa, se sentó en una banca y contempló el oscuro cielo de ciudad, coronado únicamente por las tres estrellas que forman el cinturón de Orión. En su mente, los primeros acordes de una canción de su juventud comenzaron a sonar. Antes de darse cuenta, ya estaba tarareado los versos, rompiendo el rígido silencio de la noche. Observó algunas nubes pasar lentamente y cerró los ojos. Hacía mucho tiempo que no podía darse un tiempo para ella misma. Ese sentimiento de huida se sentía tan similar a cuando en su juventud se perdía junto con sus amigos después de estar mucho tiempo estudiando. De entre sus ropas, sacó una pequeña botella de jugo de naranja, en la cual disolvió el terrón de azúcar que había comprado. Lo mezcló bien y comenzó a beberlo poco a poco. Con cada sorbo regresaba a ella el sabor de la vida que se le había escapado, de la ligereza de no tener responsabilidades, de sus viejos amigos y de sus viejos vicios. Con cada sorbo la banca dejó de tener forma y el cielo dejó de tener color. Todo su entorno se mezclaba y se volvía difuso. Lentamente, la tensión en sus hombros se disolvía y el tiempo giraba hacia atrás. Por unas horas, los ochentas volvieron a revivir.

A la mañana siguiente, Lola ya estaba de regreso en su cama. Había vuelto tan discreta como había salido. Aunque el oído de su madre seguía tan activo como cuando tenía 15.

- ¿A dónde fuiste anoche, hija? Oí que abriste la puerta y no regresaste hasta hace un rato.

- Fui al hospital, mamá. Me sentía un poco mal, pero no quise preocuparlos tan noche. Aunque no te preocupes. Me tomé una nueva medicina que ni te imaginas. ¡Hace milagros!

31 Mart 2022 05:44 0 Rapor Yerleştirmek Hikayeyi takip edin
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