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Un hombre solitario descubre con inesperada sorpresa que pagar por servicios sexuales puede ser el mejor vicio que existe... O al menos eso es lo que cree.


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Prostitutas

Mañana.

Un día más hacia la oficina. Estaciono mi coche en uno de los pocos espacios que quedan. No es tarde, pero hoy llego después de lo que acostumbro y ya ocuparon los mejores lugares.

Abro la puerta y apenas si puedo bajar por culpa del carro de a lado y mi enorme auto. Pero era necesario sacar un auto así de la agencia. No tengo familia, pero uno nunca sabe cuándo puede ser necesario subir a cuatro o cinco amigos… O quizás a… «¡Rayos! Me olvidé de subir a la nube el último ajuste que hice del diseño. ¡Mierda! Estuve trabajando como cinco horas en esos últimos detalles… Espero que el jefe me dé una oportunidad de subirlo al rato.»

El punto es que no podía no comprar un auto así, todos mis colegas tienen carros de esa calidad. Además necesitaba un carro grande como yo, ja ja.

Mediodía.

Ya han pasado las primeras cinco horas en mi trabajo, es decir en la oficina, puesto que creo trabajo más fuera de ella que aquí adentro. Todo lo que ha sucedido fue escuchar un sermón aburrido de casi una hora del jefe de piso, el trabajo rutinario de checar protocolos de los programas; la comparación con los nuevos y esas cosas tediosas tardaron una… casi dos horas. Estar visitando colegas para preguntar o enviar sobres y documentos. Sería más fácil si lo hiciéramos digitalmente pero la política de la empresa es que haya un contacto más personal entre colegas; que supuestamente eso mejora el compañerismo y nuestra eficiencia como equipo. Habré perdido media hora en eso. Quince minutos en el baño. Ahora tomo un café y entre charlas y risas cortas habrán pasado otros quince minutos. Diez minutos más en los que el jefe me rechazaba para darme la oportunidad de subir los últimos detalles del diseño del programa. Y media hora cuando vino directamente a mi lugar a explicarme el por qué no era necesario lanzar el producto a revisión sin mis ajustes finales. «¡Qué pérdida de tiempo!» Y en quién sabe qué se fue lo demás.

Tarde.

Salgo a las cuatro de la oficina. Manejo a casa. No estoy muy lejos pero el tráfico hace que casi pasen cuarenta minutos sólo de recorrido.

Por fin llego y enciendo la televisión mientras me hago algo para comer. Me encanta la comida. Soy buen cocinero y me gusta cocinar, por eso tengo una cocina amplia y llena de especias, productos y utensilios.

Aunque seguido como afuera con algunos colegas, prefiero cuando hay ocasión de cocinar por mí mismo. En esos restaurantes contratan a cualquier pinche como chef.

Cuando termino mis croquetas de solomillo Ferrerton con una entrada de crema borracha para degorrillos en almíbar me acuesto un rato en mi cama-sofá y me quedo profundamente dormido. Una siesta intranquila en la que odio estar pero de la que también odio despertar.

Voy a mi estudio para continuar el trabajo. Como dije, creo trabajo más en casa que en la oficina. Veo mi computadora en reposo pero encendida, sin duda me molesta y me hace sentir mal. Cinco horas de un gran trabajo en vano.

Ahora recuerdo: terminé el trabajo y me sentía exhausto, me levanté sólo por un vaso con agua. Tenía pensado regresar inmediatamente para subirlo, yo mismo desactivé la opción de subir automáticamente para sorprender al jefe hasta que estuviera completamente listo. Luego me distrajeron las vainas de oropel que tiene la pintura en mi sala de estar. A la luz de las lámparas incandescentes centellaban y le daban una apariencia femenina. Como si en la pintura apareciera una mujer de senos hermosos. Pero sólo era el paisaje de siempre.

Noche.

–… Entonces vamos ir a festejar. ¿Nos acompañas o no, Damblar? –Se escuchaba la voz de Jeinar desde la bocina del teléfono.

Esto sí era bastante nuevo. No el que me invitaran. Ya antes lo habían hecho. Claro que ante mi constante negativa, poco a poco lo fueron dejando de hacer. Tampoco me parecía tan extraño que lo volvieran a hacer y que en verdad pareciese legítimo su entusiasmo para que los acompañara. Lo que realmente me estaba llamando la atención era que yo esta vez sí tenía cierto interés. Algo en mí me acicateaba para que los acompañara.

Viernes.

Me levanté temprano –ahora sí– y de mala gana como cualquier otro día.

Les dije que no iría con ellos, y sin embargo había dejado en casa el auto… «¡Nah! Sólo era porque estaba harto del tráfico de ida y vuelta.»

Ese día, pese a todo, el ánimo de todos era de mucho desahogo, se sentía una agradable calma en el ambiente. El único que permanecía agitado y encolerizado era el jefe.

De hecho las horas se pasaron más rápido de lo normal y hasta se sintió que fuimos más eficientes en el trabajo ese día. Inclusive me despedí de la recepcionista con un sincero “que tenga una excelente tarde” acompañado de una tímida y espontánea sacudida del brazo, a lo que contestó con una torpe e incómoda mirada de asco.

Todavía en la salida me interceptaron mis colegas para preguntarme si estaba seguro que no iba con ellos. Pero permanecí seguro con mi negación.

Nunca había sido inteligente para convivir en grupo en esas reuniones. Mi único tema era hablar sobre programación, cocina y alguno que otro chiste pasado de moda. Las primeras veces creí que eran oportunas y geniales mis intervenciones, pero más entrados en el calor y la autenticidad del carácter que produce el alcohol, me di cuenta que todos me veían como un imbécil perdedor cuando hacía eso. Entonces me sentía perdido y aburrido al estar sentado prácticamente solo porque no hablaba con nadie. Pero les servía como conductor designado. Además siempre me han respetado profesionalmente.

Fuera de esa vida tumultuosa y juerguista sí tengo un estatus importante.

Estaba a punto de tomar el camión cuando los vi pasar en el carro de Jeinar. Un auto camioneta muy grande. Iban cinco ahí dentro. El semáforo los hizo detenerse. Creo que ninguno se había percatado de mí.

Llegué y toqué en el cristal de la puerta trasera con una llave. Me miraron sorprendidos. Bajaron la ventanilla y con una inusitada frescura les dije que se recorrieran para que entrara.

No sé qué súbita sensación me hizo cometer esa locura.

En el Bar.

Cupimos a regañadientes en el auto. Verán, en ese enorme carro hubieran cabido seis personas “normales” sin ningún inconveniente. El problema es que mi talla (medir 1.88m y pesar más de 120 kilos), y la de algunos de mis colegas, hacen complicado lo que no “debería” serlo.

Y quién sabe si era esa carga que les hice pasar o lo aburrido que, como ya dije, solía ser en estas ocasiones; lo cierto era que, como lo había previsto, todos me ignoraban y estaba empezando a fastidiarme entre el olor a cigarro, chatarra y la espuria charla que hasta ese momento había.

En algún lugar había escuchado hace muy poco la estúpida frase de que si quieres que algo cambie tienes que hacer algo diferente. Les diré algo: no hay nada más idiota que esas frases motivacionales cursis de mierda.

Pero algo nefasto es que de pronto hasta las decimos nosotros mimos. ¡Y lo peor! A veces hasta las aplicamos en nosotros mismos.

Así que pedí una cerveza más, pero así como me la sirvieron en el tarro, así mismo se fue a mi esófago. Pedí otra y otra más y repetí el acto.

Todos me miraban asombrados mientras hacía eso. Y dejé de estar solo y sin tener compañía con quién platicar.

Ya no lo volví a hacer por esa tarde: todas las demás cervezas las tomaba tranquilamente, pero con eso bastó para tener mucha más atención y que me dejaran participar más.

Cuando llegó la noche estaba lo suficientemente ebrio para hacerme creer a mí mismo que nunca había estado tan ebrio.

Esta vez no sería el conductor designado, por fortuna. Este día había sido importante en donde nunca creí llegar a tener algo importante qué hacer.

Pero para irnos nos separamos y nosotros pedimos un chofer particular, mientras que Jeinar se fue con Riscot y Lui.

Se suponía que había sido todo por hoy, yo iba dormido y sintiendo vértigo, mareo y ganas de vomitar durante todo el camino. Pero a Nermian se le ocurrió que todavía podíamos hacer otra locura. Desvió al chofer y pasamos por aquella avenida tan famosa donde jovencitas hermosas dan placer a cambio de algo que a mí me sobraba: ¡dinero!

No voy a perder mucho tiempo en explicarlo… Casi todos mis colegas iban de viaje con sus familias en vacaciones, tenían hábitos poco asequibles como apostar en casinos, comer siempre fuera de casa y en restaurantes caros y malos, comprar compulsivamente muebles, accesorios, equipos digitales de todo tipo; ropa, etc. Ser fanáticos de equipos deportivos masivos y perdedores.

Yo, en cambio, aunque nunca podía quedar mal cuando salía, la verdad es que salía poco. Había invertido mucho dinero en mi casa; quizás tenía esa manía y necesidad de estar a la par en cuanto a vehículo, ropa y cualquier otra cosa vinculada al trabajo, pero fuera de ello casi no gastaba. Ganaba 100,000 Krinos mensualmente y gastaría al día 20 para mi vida rutinaria. Pagaba mis impuestos y servicios con 25,000 de ellos y los demás gastos eran aquellas excepciones en que salía con ellos, mis colegas. No había nadie más con quien pudiera salir, y cada vez era más esporádico que lo hiciera. Prácticamente no tenía ningún otro “hobby” fuera de mi trabajo, cocinar y comer. Así que si algo tenía, en ahorros y porque lo ganaba, era dinero. Mucho, mucho dinero.

Avenida Acacia.

Una vez allí, a Fordi se le ocurrió preguntarle a una de las chicas por el costo de su servicio. Ella era sumamente hermosa, tendría 19 años (me gusta creer que todas son legales) y unos labios rosados que brillaban y que seguramente prometían oler a cereza. Una tez pálida pero muy apetecible, ojos marrones y delineados en negro. Cabello largo y decolorado hasta casi parecer naranja. ¡Pero era una preciosura la niña!

No escuchaba ni entendía bien qué decían, apenas entendí que dijo llamarse Valarie y que tenía 22 años.

De pronto ya estaba arriba con nosotros en el carro. Iba entre Fordi y Nermian.

Al principio me sentí avergonzado y sólo me volteé hacia el otro lado para no verlos. Avergonzado porque iba hasta la madre y porque creí que a una niña tan bonita le daría pudor estar ante hombres feos, alcoholizados y probablemente morbosos.

Pero sólo escuchaba risas y su delicada y hermosa voz pidiendo cosas más indecentes de las que yo he dicho en mi vida. Decidí verlos y escuché que ella les preguntaba que por qué estaba ahí abandonado y no me unía.

Ellos le tocaban los muslos y el abdomen pero muy modestamente, como si les fuera a hacer daño su deliciosa piel entallada en su atuendo gris.

Ignoré por completo las burlas y el sarcasmo que me dirigían mis colegas. Y como si sus brazos desnudos fueran un imán, coloqué mis gigantescas manos en ellos. Tal vez no eran tan grandes mis manos, pero en sus brazos delgados y suaves parecían ser enormes.

Prácticamente se las arrebaté a mis colegas, porque en un instante Valarie estaba al lado mío.

Yo no podía dejar de mirarla.

–Muy bien, grandote, ¿entonces qué me vas a dar mientras los acompañó? –Seguramente por cómo hablaba y por lo gustosa que parecía de estar ahí, no se refería específicamente a dinero, pero en mi cerebro sólo podía ser factible esa respuesta. ¿Qué otra cosa podía necesitar o querer de mí un ángel tan bello?

Saqué un billete de 100 y se lo di sin más. Ella apenas si vio el billete, se acercó a besarme intensamente y me arrebató tan sutilmente el billete que ni cuenta me di cuando ya no lo tenía. En su lugar estaba apretando su nalga.

Un poco antes de dejarla, ella casi suplicaba por irse con nosotros, decía que quería que le hiciéramos gang bang, que nos la mamaría a los tres, que llamaría a dos amigas para que viéramos cómo se besaban entre ellas antes de que nos las chingaramos.

Yo ya ni sentía el efecto del alcohol, lo único que sentí el resto de la noche fueron mis labios exquisitamente adoloridos y el aroma tan penetrante y empalagoso que Valarie había dejado en mi camisa.

Llevaba quince años trabajando ahí, prácticamente había sido mi único trabajo. Había visto a muchas personas pasar, despedirse, llegar; nos habíamos cambiado varias veces de sitio. La empresa había tenido éxitos y rupturas. Pasamos por crisis y épocas de bonanza. Había visto jefes de piso descender y ascender, cometer los más tontos errores y tener aciertos inadvertidos. Conocía en persona al dueño y a sus hijos; a tres de sus doce esposas (ex esposas ahora). Había conocido una de sus propiedades y hasta cenado junto a su madrastra. Y en todo ese tiempo jamás había pasado que terminara en una noche de “copas” con los colegas besándome con una prostituta.

Como he dicho, no acostumbraba salir con ellos, pero estoy seguro que también era la primera vez que se atrevían a subir a un auto a una “callejera”, como ellos tendían a llamarlas.

El factor que desencadeno todo fui yo.

Me invitaron desde mucho antes, si hubiera dicho que sí desde el comienzo alguno de ellos hubiera llevado también su carro. Pero como dije que no, y cabían bien en uno…

Todavía cuando Fordi me volvió a invitar saliendo de la oficina llevaba las llaves de su auto como para que me fuera con él. Pero al negarme había optado por dárselas a su esposa que trabajaba cerca para que se llevara el auto.

Ellos nunca hubieran subido a una prostituta a uno de sus carros. Creo que ni yo que no tengo familia lo hubiera hecho. Pero íbamos en un auto rentado con un chofer desconocido y tan “profesional” que ni volteo a ver lo que hacíamos por el retrovisor.

En el cuarto.

Antes de dormir sólo hay algo que gira y gira en mi cabeza. La busqué por todas partes en internet. Con un nombre tan común es difícil dar con ella si es que es su verdadero nombre.

Pero ese olor empalagoso no se le va a quitar nunca a esa camisa. Y así la guardé en el armario. Para que todo se apestara a Valarie.

A veces lo insoportable se vuelve el mejor vicio.

Lunes.

El fin de semana fue el fastidio rutinario más ameno que recuerde jamás. Fue tan aburrido y tedioso como suele ser; pero esta vez mi mente podía jugar con un deleitoso recuerdo. Esta vez esas tareas absurdas y vanas fueron engañadas por la infidelidad de mi mente ansiosa y excitada por Valarie.

¡Y lo mejor de todo, es que no le debía cuentas a nadie!

Seguro que nadie lo vería bien, ni mi familia que vivía a islas de distancia, ni mi portera, ni el cajero, ni el vecino…

Que el tipo de la basura me tildaría de imbécil por darle 100 a una chica que apenas estuvo quince minutos cuando mucho (no tengo la más mínima idea por cuánto tiempo nos besamos). «¡Que esto y aquello… Y la verga!»

No tenía que preocuparme por lo que pensaran mis hijos o mi esposa o mi novia. Porque no tenía nada de eso.

Por primera vez en mi vida me sentí libre y contento de sentirme así.

Hoy me levanté temprano y de buenas; tuve que bañarme en loción para contrarrestar el olor de Valarie que se había esparcido a toda mi ropa. Quizás no fuera tan evidente pero a mí me parecía que sí.

En la oficina todo fue normal y poco a poco fui perdiendo el ánimo y dejé de pensar en Valarie.

Mis colegas actuaban como si nada hubiese sucedido. Quizás ellos sí tenían motivos para sentirse humillados o culpables.

Pero yo no y eso me regresó por un breve momento algo de la dicha de estar solo.

Llegué a casa y me sentí abrumado. Hacía calor y no tenía ganas de preparar algo complicado. Era de las pocas veces que no sentía esa especie de agrado por cocinar.

Terminé pidiendo unas hamburguesas a domicilio.

Me dormí y cuando desperté sentí un júbilo extremo.

«En este momento no hay gran trabajo qué hacer; no para mañana.» Y no tenía la menor intención de que las cosas regresaran a la normalidad y que lo que sucedió el viernes fuera sólo motivo para una disparatada anécdota en la próxima reunión de tragos.

Abrí mi computadora y busqué.

Seleccioné a la más cara creyendo que garantizaba algo más verídico y mejor. La contacté. Me contestó de inmediato, como si me estuviera esperando. Le dije que en un hotel. Me preguntó en cuál. Le dije que en un Heylemton Magnus ejecutivo. Me dijo que me relajara y seleccionó uno menos costoso (un hotel de paso) ella. Me enseñó fotos de sus interiores y le dije que estaba bien.

La sangre inundó cada rincón de mi cuerpo. Era la excitación más grande que había sentido.

Había pensado ir en transporte público, pero estaba tan ansioso que saqué el auto del garaje. «¿Qué estoy haciendo?»

Dejé el coche afuera en la calle. Era una zona residencial y no estorbaba a nadie ni era peligroso dejarlo ahí. Y si le pasaba algo, ¡total! Me compraba otro.

Llegué en autobús al hotel. Me bajé dos cuadras después para que no sospecharan. Iba vestido como si tuviera una cita de trabajo. Mis manos y mi cara sudaban pero trataba de aparentar total control y calma… Evidentemente no era así: un letrero de “voy con una puta” colgado a mi cuello hubiera sido menos llamativo.

Me dieron la habitación 313. Subí y esperé como si ella ya supiera. Recordé que no era así y le mandé una foto de la llave. Me respondió con un “ya voy para allá” seguido de cuatro besos. En mi puta vida imaginé algo tan seductor. Pedí el vino más caro que tuvieran, me mandaron una porquería en una cubeta y dos vasos (que pretendían ser copas) muy corrientes de cristal.

Me serví dos y me los tomé de fondo, luego opté por tomar directo de la botella.

Cuando llegó, yo ya me sentía ligeramente ebrio y todo pasó como si fuera un sueño. Pero lo suficientemente real para disfrutarlo a tope. No recordaba su nombre y se lo pregunté. Era demasiado complicado para mí. Pero después de lo que sucedió fue imposible olvidarse de ‘Gabriela’.

No tenía un cuerpo tan hermoso como el de Valarie. Ella usaba implantes en senos y nalgas, era alta y de cabello negro, pintado también. Pero me la chupó sin condón y pese a mis inseguridades consiguió que me quitara toda la ropa y que se lo hiciera en múltiples posiciones. Verán, no soy tan gordo pero mi cuerpo es de esos que no tienen forma; pero en ese momento casi ni me importó. Sentía como si realmente ella me deseara. Ambos sabíamos que no era así, pero creo que esta vida se basa en creerse lo mejor posible las mentiras.

Por ejemplo, yo sólo había estado sexualmente con una chica y apenas había besado antes de Valarie a cuatro chicas… Bueno, cinco si contamos el beso de piquito que mi madre y otra señora (la madre de la chica) me hicieron darle a una niña de 11 cuando yo tenía 12.

Aquella que fue mi novia se llamaba Ronya, tenía 23 años pero parecía de 32. Ella sí era gorda –más que yo–, chaparra y apenas si podía mantener un poco abiertas las piernas. Creo que me venía más por ganas de venirme que porque realmente me excitara estar con ella. Digamos que hice de todo para tratar de que se creyera la mentira de que me gustaba estar con ella. Pero aun así la pendeja nunca hizo el intento de creerlo. Aunque eso al final me convino más a mí. ¡Qué fastidio hubiera sido estar más tiempo con ella!

Teniendo un cuerpo tan horrendo y sus mejillas infladas y grotescas no entiendo cómo podía tener tanto orgullo y ser tan pinche mamona.

Cuando me vine encima de Gabriela (porque ella me lo pidió) finalmente entendí el significado de complacencia.

Y todo había sido una hermosa y turbulenta mentira. Al final de cuentas todo ese amor y cariño por esa gorda de Ronya había sido también una mentira, pero esa era asquerosa y aborrecible.

Mes patrio.

Durante todo este mes ya me había tirado a 12 prostitutas diferentes y había repetido con tres. Debo de confesar que las primeras seis fueron casi en una sola semana, y todo fue muy similar a lo que acaeció con Gabriela. Daniela, María, Angélica, Patricia y Laura eran sus nombres de trabajo. Cosa que me hizo sospechar que Valarie usaba su nombre real. De hecho la seguí buscando pero no la encontré.

Con las otras seis ya intenté cosas nuevas: a Rebeca me la cogí en mi casa, a Fabiola y Sofía me las cogí en una misma habitación al mismo tiempo; mientras me chingaba a una, la otra estaba sentada en su cara gimiendo y besándome. Con Carmen tuve sexo anal la segunda vez…

Juguetes, lencería especial; cada vez me iba volviendo más creativo y me sentía más a gusto haciéndoselos.

Como era de esperarse mi rendimiento bajó en el trabajo y perdí peso. Además de que ya casi había gastado una octava parte de lo que había costado toda mi casa. Pero nada era malo. De todas maneras mi jefe ni notaba que ya no trabajaba como antes. A lo mucho un comentario irónico de “¡qué energías tiene hoy Yrokej!”. Y como dije, aún tenía mucho dinero.

Pese a eso, no todo fue excelso. Una chica me había robado mi cartera y tuve que volver a tramitar varias credenciales. Otra me había dejado plantado. Había veces que parecía que llegaban bastante drogadas; una de ellas se quedó profundamente dormida mientras lo hacíamos; me fui sin recuperar el dinero que le había dado (exigían su pago antes de cualquier cosa). Una más se vomitó en el baño del hotel y tuve que pagar y soportar los reclamos de los inútiles encargados.

Mes de pascua.

Por ese motivo tuve que comenzar a sopesar este cambio drástico en mi vida.

Mi personalidad fue lo que más rápido cambió y fue lo más evidente.

Me sentía como rebelde adolescente; ignoraba a mi jefe, dejaba plantados a mis colegas o no les llevaba las notas a tiempo (claro que las que consideraba que no eran urgentes), ya no saludaba ni me despedía de mis colegas femeninas, a menos que ellas lo hicieran. Mientras trabajaba me quedaba pasmado en algunos instantes pensando cómo penetré la noche anterior a María (era a quien más “visitaba”).

No voy a negar que sentí una especie de intenso enamoramiento por muchas de ellas. Ya no me gustaba llamarles putas ni prostitutas. Era atento con ellas y paciente si tardaban. Las acariciaba y besaba con bastante cariño para empezar cada acto y antes y después de llegar con ellas.

Les mandaba mensajes para preguntarles si llegaron bien después de una noche.

Pero aun así prefería buscar “amigas” nuevas, supongo es lo más natural en nosotros. Poco a poco dejé de ver María, a Gabriela y a Rebeca.

Entonces eso de sopesar, fue también una mentira. La verdad es que nunca iba a dejar de hacerlo, simple y sencillamente porque me encantaba hacerlo.

Mes de muertos.

Desde mediados del mes anterior ya era más cuidadoso en cuanto a llevar un listado de gastos donde lo primordial eran ellas. Empecé a administrar mejor el dinero y fui más consciente de qué días podía darme el lujo de verlas o no. No porque empezara a tener problemas financieros, solamente como precaución para evitar uno. Comencé también una dieta y a hacer rutinas de ejercicio en un gimnasio cercano a mi trabajo.

No hace falta decir que no me volví un galán ni me marqué, ni mi cuerpo dejo de estar flácido ni dejó de ser amorfo, pero el objetivo era sentir que hacía algo. Y como siempre, ellas me animaban: “te estás volviendo un cuero”. “Ya casi llegas a tu peso, amor”. “Me encanta como se te están marcando los músculos de los brazos”… El cuerpo evoluciona muy lento, y aunque pudieran existir cambios, eran demasiado pequeños para que se notaran. Yo sabía que ellas lo decían por decir, o porque era parte de su servicio o porque siendo lisonjeras les daría una propina y/o las trataría mejor. No importaba. No importaba la razón. Lo único que importaba era esta vida y todo este gozo que había estado ahí siempre, pero que no conocía y no me había atrevido antes a darme la oportunidad de conocerlo.

Durante mi vida he contratado tantos servicios tan diversos y comprado tantas cosas… Pero nada se compara con el servicio que la mayoría de ellas me brindaba. En este mundo digitalizado que vanagloria los sistemas informáticos pero que a la vez, paradójicamente, busca una intimidad humana al tratar de acercarse a uno, debo decir que nada las supera a ellas.

A diferencia de esa innovación absurda y pretenciosa que intentan ofrecer la mayoría de las empresas, de esa cuestionable creación de necesidades, de darle frescura a los objetos; ellas ofrecen el servicio más vital: ¡sexo!

Nada puede contra ese primitivo acto impasible. ¡Y es cierto! De alguna manera eso que es tan natural debe tener un freno “artificioso”.

Como mencioné, prefería buscar chicas nuevas cada vez, por mucho que disfrutara el sexo con una, por más enamorado que terminara después de habérmelas cogido una y otra vez, seguía buscando. No buscaba una mejor o a alguien especial, simplemente tenía esa curiosidad viril que incita a seguir y seguir cogiendo mujeres diversas. Es el vicio primigenio, la madre de todos los vicios. Y es el mejor vicio; el más plausible y el único que no te deja amodorrado y fatigado. El único que no te hace sentir que las cosas pierden sentido, o que si sí, de todas maneras te imprime esa sensación de verdadero y puro deleite. De que no importa que tan jodido este el mundo, tu vida, tu cuerpo, tu espíritu… Eso es inevitablemente fructífero. Y siempre lo será. La vida del hombre no tiene otro sentido. Cada macho en cada especie viene programado así. Quien cree que no, es porque nunca lo ha hecho. ¡No hay más! El hombre se reduce a esos parámetros y cuando alguien teclea los comandos pertinentes para ejecutar una concurrencia que tenga un determinado arreglo, entonces el hombre es feliz y dichoso. Se creará un bucle y el hombre cumplirá su objetivo. Todo queda en orden.

El freno artificioso es el condón. ¿El condón es un engaño consentido? ¿O Es una barrera que engaña a dios y que hace más llevadera la vida a los hombres, y también a las mujeres?

¿Es sólo una barrera para organismos unicelulares y flagelados?

Si existe un dios, el muy hijo de puta no creo que sea engañado por nosotros al usar un condón. Aún yo que tengo tanto dinero no podría embarazar a doce esposas como mi jefe y tener la dicha de verlos nacer y cuidarlos durante los años en que lo necesiten.

Era demasiado para mí seguir pensando en eso. Todo lo que sé es que amo coger y seguir cogiendo mujeres, y no necesito saber nada más.

Es día de muertos justo hoy y hablar de vida no es muy sano ni coherente que digamos.

Mes familiar.

Se acercan los días de tradiciones familiares. En la oficina no tenemos más que un par de días libres. Yo llevo tres años consecutivos que no visito a mis padres, ni a mis primos ni a los tíos. Podría pedir mis vacaciones ahora, pero la verdad no tengo ganas de verlos, prefiero cogerme a Miriam.

Año nuevo.

¿Cómo esta historia podría terminar mal?

Todo el año que siguió continuó el placer y la dicha. Aquellos que creen que la lubricidad crea patologías a largo plazo se equivocan rotundamente. Si bien hubo momentos de curiosidad y probar nuevas posiciones, utilizar ciertos juguetes, estar en diferentes lugares, o ver hasta donde podían llegar entre dos de ellas; lo cierto es que nunca pasó de ahí. Y no necesitaba esa “novedad” para excitarme o venirme con ellas. De cualquier manera lo disfrutaba al máximo. En periodos de mucho estrés hubo ocasiones en que se presentaron problemas eyaculatorios, estimulantes o de distracción durante el acto, pero fue esporádico y no acarrearon mayores problemas. En algún momento me salió una especie de salpullido en la entrepierna pero tampoco eso tuvo mayores complicaciones, bastó con pedirle a mi médico una receta: a los tres días se había mitigado y a los seis ya no había ningún rastro.

En una ocasión no llegó la misma chica que aparecía en el anuncio, igual le pagué y tuvimos sexo, pero días después me molestó mucho eso. La segunda vez que pasó, no le pagué y no la dejé entrar, le llamé a otra. Me molestaba mucho que eso pasara, pero por fortuna la primera vez que sucedió ya había estado con muchas chicas como para que eso me disuadiera, luego pasó más seguido de lo que hubiera creído o deseado, pero ya no las aceptaba; denunciaba las páginas entre otros pervertidos como yo y, además, me volví más cuidadoso para eso.

Tampoco hubo el trágico final en el cual una de ellas pusiera algo en alguna bebida para que yo quedara dormido y poder robarme o estafarme. Aunque había leído y escuchado de anécdotas creíbles y plausibles de que eso llegaba a suceder y que incluso algún cliente había fallecido por tal causa, la verdad es que en mi experiencia depende mucho del cliente y del desenvolvimiento que ellos tienen con las “chicas”.

Ahora también considero un poco molesto y denigrante decirles chicas. Son mujeres. Mujeres hermosas que dan un exquisito servicio como pocos servidores públicos o privados –sean del género que sean– pueden dar.

En alguna junta informal de trabajo se nos permitió a los trabajadores llevar a integrantes de nuestras familias. Casi todos llevaron a sus esposas (los que tenían, aunque casi todos tenían) y algunos hasta a sus hijos pequeños o adolescentes. Yo no llevé a nadie.

Aunque no puedo negar que en ese lugar también había mujeres elegantes y cultas, la mayoría eran unas petulantes ridículas ataviadas amargamente con vestidos y joyas costosas.

Hablaban sobre la trivial y aparente liberación femenina, sobre su amplio bagaje cultural que más bien era un resumen malhecho y con graves errores y omisiones de los folletos turísticos que cualquiera puede tomar de una llana agencia de viajes; de la supuestamente grande importancia sobre los valores familiares pero que más bien se referían, sin saberlo, a la mojigatez de estar casados con un imbécil al que no aman pero sobre el que ejercen un fuerte poder manipulante.

La charla fue tan enfadosa que desee haber “invitado” a Norma y Liliana para que me acompañaran. Me deleité con la elucubración de tenerlas, una a cada lado. Que fueran con vestidos de tonos oscuros orlados con algo brillante, entallados para recargar melifluamente sus gloriosos cuerpos y tacones altos (ya que ellas sí sabían caminar con ellos). En primera Liliana tenía la gracia que en su vida ninguna de estas anticuadas y presuntuosas señoras podría alcanzar, y Norma hablaba tan distinguidamente y tenía un timbre tan delicado que fácilmente uno podría notar la diferencia entre ser una mujer elegante (como ella) con una vieja opulenta (como estas esposas amargadas). Aparte yo, a diferencia de estos tontos, podría darle procaces besos a cada una en cualquier momento.

Hubiera sido tan bello. Estas personas vacías y aburridas alrededor de mí mientras me besaba con Liliana y luego con Norma.

–¿Damblar, qué opinas tú?

–¿Qué?… ¿De qué?

–¡De la hija mayor de Tuhy! –dijo en tono bajo y muy burlesco el colega que estaba a mi derecha, su nombre era Bumbir.

–Sí, verdad que sí se viste como… Ya sabes, una pirujita –comentó de forma imprudente y con una risita estúpida su esposa.

La sangre me llegó a la cabeza. Tenía que sonreír ligeramente para comunicar mi no aprobación pero tampoco ser descortés con quienes me acompañaban en la mesa. Pero ese Damblar había dejado de tomar parte en mis actitudes.

Ellos ya no me veían, mi cara seria y sin aspavientos de amistad los habían hecho voltearse y cuchichear entre ellos. Aún podía dejarlo así, pero Damblar ya no se contentaba con darle su lugar a los demás.

No después de todas las mujeres bellas con las que me había acostado, no después de que te dicen que se vinieron contigo o que estaban gozándolo, que eres un gran hombre y que contigo irían a cualquier hotel o lugar para coger. No cuando una te dice que confía en ti.

Entonces alcé el tono para que no hubiera duda de que les hablaba a ellos dos.

–¡Piruja! Piruja es alguien que a cambio de una obsesiva compulsión entrega su cuerpo para que otro ser funesto haga lo que quiera con él. La piruja no lo disfruta pero lo hace porque no puede evitar vivir sin eso que aquel ser funesto le provee. Cuando la piruja es muy piruja no sólo entrega su cuerpo sino el resto, llámese vida o alma, o la mierda que una piruja todavía posea –mi voz se entrecortaba pero nunca perdió la intensidad. El resto de la mesa me veía también.

Continúe:

–Los diminutivos se utilizan con un sinfín de significados, pero en este caso venía sobrecargado de un componente denigrante que bien puede enfatizar el poco valor de la ya muy piruja. Por eso, querida señora, usted sí es una gran pirujita. Y no, no creo que esa hermosa niña pueda serlo jamás –Varias mesas alrededor ya volteaban inquietos y sobresaltados. Me levanté y salí a tomar aire.

Había estado mal, había estado muy mal lo que hice. Me recargué en el parapeto del balcón. Mis manos sudaban copiosamente y mi corazón latía como si fuera a salírseme. Temí por mi trabajo. Ya antes había sospechado que los de la empresa sabían sobre mi delicioso vicio, pero no tenían ni pruebas, y con mi comportamiento abierto y arrollador ya era imposible que se atrevieran a encararme, pero ahora era diferente. Irracionalmente temía. Temía que me despidieran y me sentí muy pusilánime y cobarde por ello.

Observé el cielo y las pocas estrellas que ya se divisaban. El aire fresco y la noche tibia me relajaron y el miedo fue ahuyentándose poco a poco.

Luego me di cuenta que lo que en verdad temía era no seguir costeando mi vicio. Sólo eso.

No era poca cosa, pero aún si eso sucedía, tenía dinero para pagar una veintena de chicas más sin preocuparme. Además todo lo que ya había pasado nadie podía arrebatármelo.

Respiré hondo y vi que también había baños afuera. Así que me dirigí a ellos. Tomé otro fuerte respiro, me enjuagué la cara y las manos y salí de allí. En el pasillo que llevaba a los baños me encontré a un colega que no había visto ese día: no estaba en mi mesa.

–¿Damblar, todo bien? ¿Qué pasó allá? ¿Quieres hablar al respecto? ¿Tienes problemas?

–No –le sonreí tranquilamente y me largué dejando su mano al aire y sin contestación.

Regresé a mi mesa.

Bumbir y su esposa no volvieron a voltear a verme ni me volvieron a dirigir la palabra. No les di el gustó de no despedirse de mí, me levanté antes de que alguien se pusiera de pie y me despedí de los demás sin pudor.

No, eso tampoco terminó mi idilio multitudinario. Bumbir dejó de hablarme y le comentó a los colegas más allegados a él y al jefe exageraciones de cómo los insulté a él y a su esposa. Pero el jefe lo odiaba y a mí me tenía demasiado miedo para reclamarme por eso.

En realidad no hubo nada nuevo. Yo pronto superé el suceso.

Sí sentía culpa porque quizás esa noche también insulté a gente que no tenía nada que ver. Generalicé a las esposas de mis colegas por haberme tocado una mesa donde todas parecían estar en un mal momento y frustradas. Tuhy también era un idiota que siempre dejaba apestando el baño y cada que comía dejaba muy sucia la mesa del comedor o de los restaurantes. Nunca daba las gracias a los meseros o a cualquier otro ayudante y era muy prepotente cuando pagaba. Y quizás no valía la pena esa sensación de vergüenza por haber defendido a alguien que seguramente él amaba. Pero, por otro lado, qué culpa tenía su hija. Y aunque quizás no la defendí ni le produje un bien a ella –es más, ella ni se enteró de lo que acaeció– creo que al menos Bumbir y su esposa lo pensarán dos veces antes de secretearse con alguien sobre lo “pirujita” que les parece esa bonita niña.

Al final de cuentas mis especulaciones no valen nada. Y quizás me equivoque en todas, pero para mí algo sí valió mucho la pena: me sentí bien conmigo mismo por decir lo que en verdad pensaba. Porque me enfurece que rebajen a las mujeres que tantos placeres me han dado y que se metan con alguien que no les ha hecho nada. Que la ignorancia y la estupidez de las personas les dé la oportunidad de que ellos sí puedan decir tantas pendejadas y que incluso socialmente nos veamos presionados para contestar “cortésmente” a sus auto felaciones mentales. Las personas que siguen encerradas en esa burbuja en que yo estaba muy probablemente no tienen opción y su vida se limitará siempre a eso. Pero para mí el mundo se había roto. Rompí una cortina que envolvía lo que yo conocía de él. Entonces había aparecido voluptuoso y glorioso ese mismo mundo pero más amplio y hermoso.

Vi más y sentí más.

Y como he venido diciendo no deja de ser una mentira. Todo lo que conocemos y conoceremos será siempre una mentira. El mundo no era la burbuja aburrida e intacta que yo conocía ni tampoco ese este vasto orbe de placeres y mujeres preciosas. El mundo real no es nunca el mundo que nosotros creemos conocer.

Quizás lo único real es lo que queremos conocer de él. Detenernos en ese instante en el que somos felices… O quizás no… Quizás lo real es aquello inesperado que nos arranca esa felicidad.

María.

Todo empezó en la noche de gracias, apenas unos días después del festejo de año nuevo (otro año nuevo más). Ese día “nadie trabajaba” y yo estaba más que listo y dispuesto a gozar de una de mis hermosas acompañantes. Busqué en mi agenda para ver con quien se me antojaba más estar. Buscaba en la letra M… “María”. Hacía mucho que no la veía y con ella había mucha confianza. Sí, eso necesitaba: platicar con alguien antes y después de hacerlo.

A María era de las pocas que le llegaba a mandar mensajes no sólo para acordar la cita, sino por otras razones: sólo para mandarle saludos o alguna cosa ingeniosa (según yo) que se me ocurría. Como sea, ella respondía todo. Me trataba muy bien y era muy amable y cariñosa. Hasta me decía “osito”. Era alegre y bastante desenvuelta y natural en la cama. Me prendía en unos cuantos segundos. Tenía aires de un encanto pueril y una dulzura cándida en los ojos.

De inmediato le mandé mensaje. Era temprano y no dudaba que contestaría y nos veríamos ese día.

Pero pasaron dos horas enteras y nunca respondió. Si hubiera sido otra chica con la que no tuviera mucha empatía o no conociera más que por una salida, fácilmente lo hubiera dejado y le hubiera escrito o llamado a otra. Pero en verdad tenía ganas de María y me parecía sumamente raro que no respondiera. Chequé el mensaje que le mandé: ella no lo había visto y se había mandado correctamente. Me fije que la última fecha que había estado conectada había sido hace dos semanas. ¡Era mucho tiempo! Ella se conectaba diario. Pero por fortuna tenía el celular real de ella. La tercera vez que nos vimos me dijo que me iba a dar un trato VIP a mí, pero que para acordarse de quién era yo, me daría su número particular. Ese día me enteré sin muchas sorpresas que la mayoría de ellas usan otro teléfono para hacer su trabajo: ése trabajo.

María me pidió de manera atenta que no le fuera a dar mal uso. Que no le diera ese número a nadie más y que jamás llamara. Sólo mensajes en línea y de texto. Le dije que nunca haría eso. Me dijo que ella “confiaba en mí” y que por eso me lo daba.

Lo más correcto quizás hubiera sido poner el verdadero nombre de María para agendar ese número, pero nunca se lo pregunté. No quería que sintiera que me estaba entrometiendo demasiado. Así que agendé se número como ‘María’ y el otro –el que tenían todos los clientes de ella– como ‘María Sexo’. Sí, a veces no soy muy ingenioso.

De hecho, la conversación con ese número era breve:

“yo: Hola, cariño

María: Hola, osito!! Cómo stás, corazón?

Yo: Bien. Sólo quería desearte buenas noches y recordarte que era yo por lo que me dijiste de tu trato especial.

María: :O

Dos minutos después.

María: Listo mi amor!! Ya estás agregado!!

Yo: Eres un ángel, preciosa.

María: Lo sé amor! Y te voy a tratar como ángel y voy a ser las diabluras que tú me pidas osito!! <3 <3 <3 <3

Lo dejé en visto. Pero me estaba muriendo de ganas de responder un sinfín de cosas. ¡Había estado inmensamente excitado!

Era todo.

Me fijé y tenía la misma fecha. Dos semanas sin conectarse. Me preocupé.

Le escribí esperando que hubiera un error y me contestara… Pero no sucedió.

Comencé a buscarla en la red esperando encontrar una red social. Pero no daba con ella. «¡Si tan sólo supiera su nombre real!».

Me puse a pensar. A María la había encontrado en un sitio que funcionaba como una especie de burdel en línea. De hecho, el primer número para contactarla fue el de un intermediario. Pero la misma noche que estuve con ella, ella me dio su número personal de trabajo (el que yo había agendado después como “María Sexo”).

Pregunté por ella en el sitio de internet. Otro intermediario me dijo que María no estaba disponible ahora (sin embargo su foto promocional seguía apareciendo) y me recomendó estúpidamente una docena de chicas más.

Insistí en saber sobre María. El tipo se comenzó a poner ansioso y me dijo prepotentemente que no podía brindarme información personal sobre las chicas.

«¡Maldito pedazo de asno! Yo la conozco más que tú, lo único que quiero saber es si sabes algo de ella, malnacido de mierda», pensé.

“Sólo quiero saber si sabes algo de ella”, escribí.

Me ignoró, no volvió a responder.

Entre la desazón y el enfado, empecé a escribirle a otras de las chicas que también trabajaban o se anunciaban ahí. Sólo tenía el teléfono de tres más.

Tania me dejó en visto; nunca la había conocido en persona, pero su teléfono me pasó otra chica para un día hacer un trío con ella; fue casualidad que también la encontrara en esa casa de citas virtual.

Natalia me respondió que no sabía nada de ella, que no la conocía. Le mandé fotos y dijo que le parecía conocida, pero no la ubicaba de dónde. Le di las gracias.

Verónica tardó mucho en responder:

“Yo: “cinco fotos de María” Conoces en persona a esta chica? Se hace llamar María.

Una hora y cuarenta y cinco minutos después de haber visto las fotos.

Verónica: La conozco.

Yo: Cómo se llama en realidad??? Lo sabes??? La conoces en persona en verdad????

Verónica: Se llama Hynuya. La he visto un par de veces en persona. No es mi amiga ni nada pero es una chica simpática.

Yo: Hynuya qué? No sabes su nombre completo??

Verónica: “Typing”… “lo borra”… “Typing de nuevo”… “lo borra”

Yo: Perdón, Verónica. Es sólo que estoy preocupado por ella. Quizás sea una exageración mía, pero… Tuve una amarga sensación y…

Verónica: Sí, sí le pasó algo. Mira. “me manda el link de una red social de Hynuya”.”

Al perecer su madre o algún otro familiar avisaba y lamentaba el deceso de Hynuya en su propia página.

¡Me quedé en shock!

Estaba a punto de oscurecer y les cancelé a todas las chicas a quienes les pregunté que si podían salir hoy.

Me senté. Me sentía turbado y devastado.

No había más detalles en el mensaje. ¿Qué pasó? ¿Cuándo pasó? ¿Cómo pasó? ¡¿Por qué puta madre pasó?!

Quise contactar a alguien de su familia. ¡¿Pero cómo?! ¿Además con qué cara me puedo plantar ante alguno de ellos? «Sí, buenas tardes, yo soy quien me cogía a su hija (sobrina, tía, novia, esposa) por dinero».

No sólo no podía saber más, sino que ni siquiera podía expresar a alguien lo que sentía en esos momentos… De hecho creo que no tenía ni derecho a abrigar emociones en tales circunstancias.

«María» «María».

 ◊

–¿Quieres que me quite la ropa o me la quitas tú?

–Yo te la quito, preciosa.

Y comencé a desvestirla mientras ella se movía con excitante cadencia mientras me tocaba. Yo estaba totalmente erecto.

Luego me abrió los pantalones y comenzó a chuparlo sin condón. Traía un ligero y medias negras. Continuó mientras se ponía en cuatro y dejaba que yo la nalgueara y pusiera mi mano entre sus piernas. Apenas si podía creer semejante escena. ¡Era tan hermoso!

Digo, por fortuna ese hotel no tenía espejos junto a la cama: lo que menos quería era verme a mí, yo sólo quería verla a ella.

Un día cogimos por una hora entera sin parar. Ambos estábamos empapados en sudor, cuando me vine fue cómo si un volcán estallara. Siempre pensé que ese día bien pudieron haber filmado esa escena para una película porno y hubiera sido un éxito. Lo hicimos como en seis posiciones distintas y en cada una hubo algo grandioso con lo que yo me deleitaba. Ya sea que estuviera sentada de espaldas mientras yo veía sus hermoso trasero que rebotaba con mi pelvis, o mientras estaba en cuatro y yo casi se la sacaba toda y la volvía a meter entera mientras colocaba mis manos en su espalda baja alternando con sus hombros; cuando yo estaba de pie y ella recostada en la esquina de la cama con las piernas bien alzadas, con los tacones en lo más alto, yo le besaba esas piernas perfectas y podía ver sus hermosa cara mientras chillaba y pedía más. Cuando estábamos de pie ella empujaba con toda su fuerza hacia atrás para que se la metiera hasta el fondo y yo la sostenía por la cintura con las dos manos sintiendo que así la poseía toda. Y bueno, nada me hacía más feliz que tocar sus pechos, besarlos y besar su boca mientras me venía dentro de ella (con el condón, claro).

Al principio nos metíamos juntos a la regadera, pero es curioso que allí es donde ellas mantienen más distancia que cuando estás cogiéndotelas. Entonces después opté porque se bañara sola, cuando salía yo le secaba el cabello y le compraba una crema para que se peinara. Era de las pocas que aceptaba mojarse el cabello (lo tenía corto).

–Tienes un chupetón ahí. ¿Te lo hizo un cliente hoy?

–Vete a la verga, me lo acabas de hacer tú–. Se volteó y me plantó un beso donde su lengua tuvo el rol principal.

¡Me encanta cuando las putas te dan besos de lengua!

La última vez estábamos cogiendo cuando le hablaron por celular y contestó, ya me había venido tres veces con ella en el rato que llevábamos. Al perecer ya se había terminado mi tiempo y alguien la estaba apresurando. Pero ella había perdido la noción del tiempo tanto como yo. De hecho ella también se vino esa vez. Me sentí perdido en ese momento, pero no solo; perdido con ella en la habitación de un hotel. Una extraña sensación de confabulación llegó a mí, justo como si ambos lo sintiéramos. Le dijo a quien le había hablado que ya se estaba vistiendo e iba para allá, pero en lugar de vestirse, comenzó a chupármela y acariciarme los testículos. Yo no quería que se fuera y me agradó mucho lo que hizo, porque mintió, pero no me mentía a mí, y de hecho, mintió para favorecerme más. Pero no quería que por mi culpa tuviera problemas. Yo estaba incomparablemente excitado pero le dije que estaba bien, que se fuera si tenía que irse.

Se levantó, se metió rapidísimo a la regadera y volvió a contestar diciendo que ya estaba bajando.

¡Quién diría que esa sería la última vez que podría verla!

Ese día quería decirle muchas cosas, había muchas preguntas en mi cabeza. ¿Había fingido el orgasmo? ¿Qué pensaba o en quién pensaba cuando terminó estando encima de mí? ¿Por qué mintió? ¿Por qué se levantó tan rápido cuando le dije que estaba bien? ¿Acaso esperaba mi indicación solamente? ¿Qué hubiera pasado si no le hubiera dicho nada? ¿Cómo se llamaba en realidad? Ese día tuve muchas ganas de saber su nombre real.

¿Y quién fue quien la llamó? ¿Su inesperada muerte estaba relacionada con el tipo que la llamó? Evidentemente no sería esa vez porque sucedió mucho antes de su muerte, pero sentía que quien le hablo esa noche era un tipo y de alguna manera estaba involucrado en que María ya no estuviera viva. «¡Maldito, hijo de puta!»

Muerte.

Estuve casi tres semanas sin pedir los servicios de alguna de ellas. Fue como una especie de luto personal.

En el trabajo me sentía asfixiado, había perdido toda motivación, gusto por las cosas y mi ánimo estaba por los suelos.

Pero una tarde de fin de semana, hastiado de todo, tomé el teléfono y le marqué a Daniela.

No quería a alguien nueva, quería platicar con alguien. Me extrañé de cómo contestó ella. No recordaba lo más mínimo quién era yo (era la tercera vez que la iba a ver y habían pasado cinco semanas desde la última vez).

Le dije que en mi casa. No tenía ganas y esperaba estar más abierto si podía conversar un poco con ella antes o después de hacerlo.

Cuando llegó dijo que me recordaba y estaba muy animada, lo que no me agrado nada.

Empezamos a desvestirnos y a nos acostamos como cualquier otro día normal, pero después de unos pocos minutos yo ya no pude. Simplemente se había puesto flácido y no volvió a levantarse pese a todos los intentos de Daniela.

A cada momento decía que me había desconcentrado. Entonces le conté lo de María. Al momento que hablaba ella parecía muy atenta y hacía una cara seria, pero en cuanto hice una pausa porque no sabía más qué decir, ella se levantó y se preparaba para marcharse.

Le dije que no había terminado el tiempo. Me dijo que ella ofrecía sexo no terapias y se fue. No pude hacer nada más que dejarla ir.

Intenté platicar con alguna más por mensajes desde el celular, pero o me ignoraban o me decían simplemente «lo lamento, corazón, pero no puedo ayudarte con eso».

Estaba confundido. Ellas no sentían la menor inquietud de que una de las suyas pudiera haber sido asesinada o que hubiera sido víctima de un crimen o injusticia en que ellas mismas estaban en riesgo. A ninguna le interesaba.

No sentían empatía o quizás creían que mentía. Pero investigando, me di cuenta que las cifras de asesinatos a sexoservidoras no eran para menospreciarse. Y, pese a todo, ellas no se inmutaban.

Lentamente empezaba a pensar como un trastornado. Sentía que era el único que se daba cuenta de lo que sucedía y que a las más directamente involucradas les valía un carajo mi advertencia o mi frenesí.

Incluso llego a pasar por mi cabeza la ridícula idea de formar un movimiento para evitar que las sexoservidoras estuvieran tan inermes en la sociedad. Estaba enterado de gente que deja su trabajo y a su familia por luchar por los derechos o las demandas de otros ajenos social, cultural, laboral o políticamente a sus modos de vida.

Pero pensándolo más a fondo e investigando más al respecto, me di cuenta de que el patrón de las personas que hacían ese tipo de cosas estaba enteramente enfocado a lucrar con esos movimientos. Ninguno tenía trabajos estables o familias funcionales. Las personas normales no hacen eso. O tienen un agudo daño mental o son hipócritas que buscan dinero fácil y lavarle el cerebro a un montón de personas. Nadie tenía un verídico y sincero interés en ayudar a otros.

Y todo fue cómo una vorágine estrepitosa y violenta: la muerte de María me había arrastrado lentamente a más y más muertes. Todo parecía oscuro y desalentador. Las mentiras que tanto había elogiado estaban mostrando su verdadera cara; esa soledad macabra llena de avaricia, muerte y desinterés.

Abducción.

No podía culpar a esas mujeres por lo que estaba sintiendo. Habían pasado seis meses desde la muerte de María, todavía había intentado dos veces más para continuar esta vida, pero ya no pude, ya no fue lo mismo. La mentira puede ser hermosa y puede ser creíble, pero una vez que la destapas, ya no puedes fingir que sigues creyéndola. Es como despertar de un sueño hermoso, ya no puedes fingir que sigues soñando después. No se puede. Pero como digo, ninguna de ellas tenía la culpa de eso; ellas me regalaron una hermosa mentira, con ella pude colorear un mundo gris y aburrido. El problema era que ese mundo gris también era y siempre fue una mentira. Mi vida entera era una mentira. No había podido conocer algo más.

Me limite a tapar una mentira con otra hasta obtener una mentira lo suficientemente buena.

Pero ahora lo veo claramente, fue un error. Quizás debí construir una realidad. Pero no tuve la valentía para hacer eso. Nunca fui un hombre valiente.

Todo ha acabado, y sin embargo, tendré que seguir con mi trabajo y con mis colegas. Alejado de mis padres, sin conocer a una mujer que se interese en mí, y no en cuánto le puedo pagar. Tal vez sí construí una realidad y es esa porquería.

¡No! No porque lo haya hecho por tantos años y sea todo lo que queda es real. ¡Eso no lo hace real!

¡No lo hace real!

Me tumbe llorando al suelo. Estaba acabado.

◊◊◊

Experimento Ƥ22. Sus niveles de actividad mental son muy similares en: …Registrando una similitud del ciclo M2 de 99.76553332425709% con el registro del día 5,548 día. Ciclo D65 de 97.7326487234% con el día 5902. Ciclo F8 de 98.88343455563084% con el día 7003. Ciclo G88 con el día…

–¿Dónde estoy? ¿Quién eres tú? ¿Qué sucedió? ¡Estaba en mi casa! Hace frío. ¿Qué… Qué es esto? No puedo ver nada. Todo está oscuro y hace mucho frío.

–¿Es que tú eres…? ¿Acaso eres…? ¿Eres Dios?

Para alguien como tú, sí. De cualquier forma, sólo eres una más de mis creaciones.

–¿De qué hablas?

Has cumplido el objetivo, ya no eres necesario ni de utilidad. Serás reciclado.

–¿Reciclado? ¿Qué significa eso? ¡¿Por qué no puedo ver nada?!–.

Tus nervios ópticos fueron desconectados. Has creído estar viviendo una vida normal, pero no es así. Todo era una ilusión. O probablemente prefieras llamarlo “mentira”. Has sido una criatura creada con el fin de analizar y estudiar patrones específicos de comportamiento, así como para evaluar tus sensaciones y emociones. Fuiste creado con características definidas que correspondían al nivel de este ensayo.

Naciste de materia inerte y ahora volverás a ese estado.

–¡No, espera! ¡No puede ser real esto! Yo me llamo Damblar.

Rompiendo red de recuerdos artificiales.

–¡No! No sé cómo me llamo. No me llamo de ninguna manera. ¿Dónde estoy? ¿Quién soy? ¡¿Qué es esto?!

«Tan sólo concéntrate en lo que viviste. Todo el gozo que tuviste. Ignora todo lo demás»

Extrayendo memoria emocional y sensaciones de su existencia simulada.

–¡¿Qué sucede?! ¡Todo desaparece! ¡Es como si no hubiera vivido todo lo que viví!

Desconfigurando su lenguaje articulado.

–¡aaaaarɡh! aɲ aɲ ah ah ooooh ɵɵɵɵɵh ɑɑ–ɑɑɑɑɑ–ɑɑɑɑɑɑ…

Despojando su consciencia y apagando procesos vitales.

Primera fase del reciclaje ha sido exitosa. Almacenando…

Fernando continúa con otros cuerpos y otros sistemas nerviosos de diversas criaturas. Da la apariencia de un endriago de la muerte que succiona vidas y las acumula en un costal virtual en un oscuro hueco que encontró en algún lugar del espacio.

Aunque para él es una tarea inevitable que de hecho ya se ha vuelto verdaderamente una obsesión. Ahora tiene un cuerpo hecho de tejidos anexos y muchas herramientas metálicas y cibernéticas.

Ha previsto que habrá más fases y ha decidido nombrar a ésta como fase uno.

El juego ha dado inicio.

26 Temmuz 2017 15:06 0 Rapor Yerleştirmek Hikayeyi takip edin
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