El mundo cambió después de que, repentinamente, fuertes terremotos azotasen la tierra. Poco después de los terremotos, llegaron las erupciones. Los volcanes inactivos entraron en erupción, junto con algunos volcanes que aparecieron, provocando grandes y catastróficas desgracias sin darle tiempo a ningún animal para reaccionar y huir a un lugar seguro. Aunque no había un lugar seguro en el mundo. La lava comenzó a salir a borbotones, llenando el paisaje de ríos de lava y oscureciendo el cielo. Se incomunicaron todos los pueblos y las ciudades del mundo. Nadie sabía si otros países, o si quiera otro pueblo, estaban teniendo aquellos problemas. Ninguna familia sabía si algún familiar de otra ciudad estaba bien. Todo era un caos, y empeoró con la falta de recursos básicos producidos por los incendios y la lluvia ácida.
En medio de toda aquella desesperación, al borde de la extinción de todo rastro de vida multicelular de la tierra, los volcanes volvieron a dormir, dándole un descanso a todos los animales del mundo. Sin embargo, los problemas no terminaron con los volcanes. Las erupciones simultaneas provocaron grandes estragos en la geografía del mundo y en todos los ecosistemas. La mayoría de los bosques estaban quemados, los mares y océanos eran demasiado ácidos como para albergar una gran diversidad de vida y los animales luchaban por los escasos recursos. Los humanos tuvieron muchos problemas para establecerse en aquellos lugares y controlar los recursos. Pero lo consiguieron. Se fundaron nuevas ciudades y se tomaron distintos tipos de gobierno.
Una de las ciudades mejor asentadas en el nuevo mundo fue Shaist, sin embargo, todas estaban destinadas a desaparecer conforme fuese creciendo o a mantenerse en una escasa población. Por suerte para los ciudadanos de Shaist, encontraron una extraña estructura, un hoyo en el suelo, que llevaba a un espacio gigantesco, ocupado por un gran bosque, el cual tenía un rio de agua cristalina y potable. A este lo llamaron El Paraíso. Los gobernantes de Shaist decidieron mandar un pequeño grupo de colonos para que investigasen el lugar y construyesen un puesto para extraer recursos para la ciudad, Sogho. También intentaron agrandar el hoyo para que pudiesen entrar más de un camión, pero eran incapaces de perforar sus paredes. Desde afuera, intentaron crear nuevas aberturas, pero no encontraban el hoyo. Al ver que no había forma de modificar El Paraíso, y que cada vez le encontraban menos sentido a su existencia, decidieron ignorar aquel suceso y continuar con la extracción de recursos. Muchos lo tomaron como un regalo de los dioses y no hicieron muchas preguntas.
Después de muy poco tiempo, terminó convirtiéndose en una gran ciudad que apoyaba a Shaist.
Ambas ciudades crecieron rápidamente gracias a la cooperación. Llamaron la atención de los supervivientes del apocalipsis y las consecuencias de este, por lo que fueron hasta las ciudades, aumentando así rápidamente su población.
Para que fuese más fácil el traslado de recursos, bienes, servicios y personas; se construyó una carretera que las conectase. El pequeño trayecto entre Shaist y Sogho era de tan solo unos quince minutos en coche. Ambas ciudades eran prosperas y seguras en el mundo postapocalíptico en el que muchos tuvieron que nacer. Por aquel pequeño trayecto transitaban miles de personas a diario para ir a trabajar, de compras o solo para ir a la otra ciudad a hacer turismo. Tampoco era como si pudiesen ir a otras partes del mundo, no era seguro. Aunque algunos que buscaban ver el nuevo mundo tenían la opción de unirse los proyectos para formar nuevas colonias, pero no todas conseguían prosperar como Sogho. Muchas terminaban sucumbiendo por el clima o por los animales que no pensaban permitir que les robasen el territorio. Aun así, se consiguieron formar varias colonias bastante lejos de Shaist.
Los habitantes de Shaist y sus colonias vivían relativamente bien, como si hubiesen vuelto a antaño, antes de que empezasen las catástrofes naturales que llevaron a la sexta gran extinción, que llevaron a la humanidad al borde de la extinción. Durante aquel gran periodo de paz y prosperidad, nacieron muchas personas.
Nadie allí quería pensar si quiera en que las catástrofes no habían terminado, pero era así. Tan solo estaban en un pequeño instante de paz. Antes de lo pensado, los volcanes volvieron a erupcionar, llenando los campos de lava y fuego, el cielo se volvió a oscurecer y el agua volvió a ser ácida. Perdieron el contacto los unos de los otros, solo podían intentar mantenerse con vida los de cada ciudad, sin poder pensar en sus familiares en las otras ciudades, sin poder pensar en compartir sus recursos para salvar vidas en otras ciudades.
Estuvieron cinco años sin poder comunicarse, sin poder salir de los grandes bloques donde vivían por las cenizas, la lluvia ácida y el peligro constante de las bombas que expulsaban los volcanes. Todo parecía perdido, llevaban años sin ver el sol, la comida se estaba acabando, los conflictos entre los ciudadanos por las epidemias constantes acentuadas por culpa de la falta de agua y sol; sin embargo, un día como cualquier otro, todo empezó a cesar. Los volcanes volvieron a dormir y aquella vez parecía que iba a durar bastante más. Aunque nunca se sabía, por lo que todos tuvieron en mente obtener recursos y formas de mantenerlos sin necesidad de salir de sus edificios.
Al finalizar las catástrofes, rápidamente, todas las ciudades volvieron a buscar comunicarse y conectarse. La única ciudad con la que no pudieron volver a comunicarse fue Sogho, pero no tenían tiempo para preocuparse por ellos cuando debían reconstruir sus propias ciudades.
Un día, de buenas a primeras, Shaist recibió noticias de El Paraíso. Algunas personas de la colonia de Sogho salieron de El Paraíso y se instalaron cerca de la boca de este, fundando la villa de Dasoar.
La comunicación entre la villa y las ciudades era escasa y escueta, y no solo porque los caminos estuviesen prácticamente destruidos y que apenas pudiesen mantener una carretera libre y limpia, sino porque los de la villa eran una secta bastante cerrada. Por sus caminos estrechos, escarpados, con peligro de desprendimiento por su geografía y porque se trataba de una secta cerrada; muy poca gente intentaba comerciar o hacer turismo. Algunos decidían ir para pasar unas vacaciones, visitar la villa, conocer sus costumbres, escuchar relatos de lo que pasó en El Paraíso aquellos años, visitar los bosques cercanos a El Paraíso para ver sus plantas y animales exóticos… Los villanos eran gente muy agradable y amable, ellos siempre estaban dispuestos a ayudar a cualquiera que lo necesitase, pero no eran capaces de hablar sobre lo ocurrido dentro de El Paraíso. Ninguno tenía muy claro por qué no contactan con el resto de las ciudades.
La mayoría de las personas iban allí para hacer turismo, pero un grupo de personas querían entrar en El Paraíso. Algunos querían averiguar qué pasó, otros solo querían explorar y otros solo quería conocer a sus padres.
Para llegar a Dasoar, solo había dos formas: caminando varios kilómetros bajo el sol abrasador o usando el único “autobús”, el cual tan solo realizaba aquella ruta una vez al día. La parada donde recogerían a la gente se encontraba a las afueras de la ciudad, en medio de lo que antes era la autopista hacia Sogho. Este autobús solo pasaba a primera hora de la mañana y no era un autobús muy grande. Por lo que, el que quería tomarlo, debía levantarse temprano para poder obtener un sitio.
Álvaro, el integrante más joven del grupo de exploración de El Paraíso y el médico, se levantó temprano, arregló rápidamente y se aseguró de tener todo lo necesario en la mochila con todo lo que iba a necesitar para la expedición. Luego, fue a la parada de autobús acompañado por sus tíos: Julen Báez y Lara Falcon. Ellos lo cuidaron desde que era apenas un recién nacido. Cuando pensaba en su padre, se le venía a la mente la imagen de su tío ayudándole pacientemente con sus deberes de geología. Cuando pensaba en su madre, se le venía a la mente la imagen de su tía tallando la madera mientras tarareaba cualquier canción que estuviesen emitiendo en la radio.
Ellos eran sus padres, y él lo sabía, pero quería conocer a sus padres biológicos, quería saber porqué lo abandonaron. Aunque muy en el fondo, sabía que no era una buena idea. Sabía que no tenía la necesidad de conocerlos, pero algo en su interior le decía que conocerlos le iba a cambiar la vida para siempre.
Los tres esperaron al autobús algo nerviosos. Revisaron una y otra vez que lo tuviese todo para su viaje.
—Recuerda que no hace falta que lo hagas —le dijo Julen.
—Lo sé, se cuáles son mis límites. Cuando sea demasiado difícil o lleguemos a una situación de no retorno, volveré sin dudarlo.
—No te hagas demasiadas ilusiones, mi hermano es una persona un poco… romántico… inocente… insensible… —dijo Lara, rebuscando en la mochila de Álvaro para comprobar que lo tenía todo, y metiéndole un par de botellas de agua extra que había conseguido sin que se diesen cuenta. No quería tener que discutir de donde las había sacado—. Algunas veces puede ser tan estúpido como para decir lo que piensa sin ningún tipo de filtro. No lo tomes a pecho. Es más, ignóralo. Ignóralo todo lo que puedas y más.
—No es que no quiera estar contigo en este momento tan importante de tu vida, pero… me tengo que ir a trabajar —dijo Julen, nervioso porque debía irse a trabajar. No tenía la posibilidad de pedir ni si quiera un día libre, ni quería hacerlo. Le debía demasiado a los ciudadanos de Shaist como para dejar de lado sus obligaciones cuando más lo necesitaban.
—Lo siento, pequeño, yo también tengo que marcharme —dijo Laura, triste por tener que abandonar a su único hijo.
—No pasa nada, de todas formas, nos teníamos que despedir en algún momento. Mejor ahora con tiempo, que luego, teniendo un montón de gente esperando a que terminemos nuestra despedida emotiva que poco les importa.
Los tíos abrazan a su sobrino y, luego, se marcharon, dejando solo a Álvaro entre las ruinas de la autopista. Oculto del sol por unos escombros que le ofrecían protección.
Después de horas sentado sobre una incómoda piedra, al lado del poste que tan solo tenía una placa donde ponía: “Bus”; y un pequeño papel con la hora a la que llegaría el autobús, llegó la hora a la que debía llegar, y allí no había nadie, ni si quiera el autobús. Pasó media hora, y seguía sin haber rastro de algún alma. Al pasar las dos horas, Álvaro aceptó que no iba a llegar y que debía de emprender su viaje hacia Dasoar.
Anduvo bajo el abrasador sol durante horas por la maltrecha autopista, acompañado del canto de los pájaros y del sonido del viento. Por lo menos, el viento aliviaba un poco el calor. Pero seguía siendo un camino agotador, el cual lo hacía sudar a chorros, y no tenía una gran cantidad de agua, a pesar de haber encontrado las botellas extra que le había escondido Lara en el equipaje. No estaba preparado para un camino como aquel, en un día tan soleado. Él se aterró al pensar que podría morir deshidratado en medio de la nada, sin conocer a sus padres y preocupando a sus padres.
Fue un camino bastante largo y solitario, pero, poco después del mediodía, Álvaro llegó agotado a Dasoar. Nunca había estado en aquel lugar del cual venía su madre. Tampoco había visto algún tipo de edificio distinto a los gigantescos bloques de hierro, hormigón y cristal en los que creció. Estos nuevos edificios eran pequeñas cabañas de madera tanto procesada como virgen. Estas estaban rodeadas por jardines con plantas y hortalizas ordenadas y bien cuidadas. Estas casas estaban unidas por caminos elevados de piedras.
La villa estaba rodeada por una baja valla de madera, en la cual estaba apoyado un hombre joven, no mucho más alto que él, vestido con ropa blanca holgada. A pesar de no verse muy bien, este hombre no dudó en acercarse a Álvaro y darle un abrazo cariñoso que duró demasiado para el gusto de Álvaro. Esta acción incomodó a Álvaro, el cual solo se quedó completamente quieto, esperando que se apartase. Este hombre también estaba sudado y apestaba tanto como él.
Al separarse, el hombre le dio dos besos (uno en cada mejilla).
—Siento mucho que no te haya avisado. Ha sido mi error, por eso he pasado todo el tiempo aquí, bajo el sol, para compartir tu sufrimiento —dijo el hombre—. Ven, te acompañaré al cuarto, el que te asignamos para que puedas descansar —el hombre se giró y empezó a andar por los caminos de piedra hacia las cabañas—. ¿Ya has comido? ¿Quieres que vaya a la cocina a pedirte algo?
—Sí, por favor.
Caminaron por los caminos de piedra, entre las casas y los jardines, atravesando toda la villa. Álvaro pudo ver como otros villanos regaban los árboles frutales, pequeños riachuelos correr a los lados del camino, niños jugando con globos llenos de agua y pistolas y a gente relajándose cerca de fuentes y piscinas decorativas con algunas plantas exóticas y peces que no era capaz de reconocer.
Álvaro se sorprendió por el derroche de agua, pero no quiso molestarlos o decir algo que los molestase, así que tan solo se calló y siguió al hombre en silencio hasta llegar a una pequeña cabaña. El hombre abrió la puerta y entró, seguido por Álvaro. Este miró a todos lados y se sorprendió al ver un gran y luminoso espacio con las paredes pintadas con varios tipos de obras, un sofá, una televisión y una gigantesca cama llena de almohadas. A un lado se encontraba el cuarto de baño, el cual tenía paredes de cristal.
Álvaro se rio al ver la habitación, imaginándose para que tipo de turistas era.
—Esta es una de nuestras cabañas para los turistas. En esta época del año no tenemos muchos turistas, por lo que he conseguido que te la asignen después de mi error. La cama es grande y super blandita. Tienes una bañera con hidromasaje, unas bombas de baño que te dejan fresco y con un delicioso olor a flores, y unas vistas espectaculares a las montañas.
—La bañera es grande…
—No te preocupes por el uso de agua. Nosotros la sacamos directamente de La Boca de los Dioses. Estos proveen agua fresca, limpia e ilimitada.
Esto no acabó de convencer a Álvaro.
—En serio, no te preocupes. Si no la usas tú, la usaremos igual para otra cosa. Tú solo relájate y tomate un agradable baño. Seguramente sea el único que hayas tomado en tu vida. Cree me, con los chorros es lo mejor que te va a pasar en tu vida.
—Bueno… —dijo Álvaro pensativo, mirando la bañera. Él nunca se había tomado un baño caliente y siempre había tenido aquel pequeño sueño, pero el agua era un recurso muy valioso y debía ser usada adecuadamente. Eso era algo que Álvaro comprendía, pero en aquel lugar, tenían agua de sobra—. ¿Por qué no? —preguntó con una sonrisa en la cara.
—Esa es la actitud. Bueno, ahora vuelvo con un bocata. Aunque creo que voy a tardar lo suficiente como para que puedas darte un largo y relajante baño. ¿Alguna restricción dietética?
—Por alguna razón, las verduras y el pescado en general me dan arcadas incontrolables y puedo terminar vomitando. Y si le pones demasiadas especias, me pasa lo mismo.
—Qué raro —dijo el hombre pensativo—, eres el octavo que conozco con esa especie de condición. Bueno, vuelvo en un rato.
El hombre lo abandonó. Álvaro no tardó en cerrar las cortinas, encender las luces y buscar cualquier tipo de cámara por aquella habitación. Aquella secta, y en concreto aquel hombre, no le daban una buena sensación. Cuando corroboró que estaba completamente solo, se metió de cabeza a la bañera a tomarse un relajante baño. Llenó la bañera hasta que rebosó y calentó tanto el agua que las paredes de cristal se empañaron. Todo era humedad. Por un pequeño instante, se sintió mal por derrochar tanta agua. En la ciudad se racionaba tanto que tan solo se podía duchar una vez al mes.
Estuvo horas en remojo, y con el agradable chorro dándole en la espalda, antes de salir. Una vez limpio, con la piel con olor a flores y usando ropa limpia, Álvaro no pudo ignorar más el hambre. Quería ir inmediatamente a buscar al hombre, pero debía resistir sus impulsos. Así que antes de salir, se deshizo de su pestilente ropa para que toda la cabaña no apestase y tuviese que ventilar la habitación a saber cuánto tiempo, con el peligro de que el hombre o algún otro villano pudiesen verlo.
Por impulso, Álvaro usó el agua usada de la bañera para limpiar su pestilente ropa y la dejó colgada sobre la bañera.
Al salir de su habitación para ir a buscar a cualquier persona que le dijese donde encontrar comida, se encontró con el hombre.
—No está permitido comer en las cabañas. Así que acompáñame a la cocina.
—Mientras me des comida, me sirve.
Ambos fueron hasta una gran cabaña de troncos de madera que se encontraba en el centro de la villa. Delante de esta, había una plaza con una fuente que los niños usaban para jugar. Al ver esto, Álvaro se puso tenso por el derroche de agua, y sintió un poco de ira. En la ciudad siempre tenían que racionar hasta la gota de agua más pequeña, pero ellos podían derrocharla. Pero pudo dejarlo ir rápidamente.
Una vez dentro, Álvaro se encontró con tres mesas gigantescas. En la mesa más cercana a la puerta, se encontraba un plato con un bocadillo enrollado con papel de aluminio, un vaso con agua y una jarra llena de agua potable fresca. Ver aquella jarra de agua hizo que a Álvaro le entrasen ganas de llorar. En las ciudades, el agua era considerada un medicamento. Solo se la permitiría tomar más de dos vasos de agua al día cuando un médico se lo recetase. Y estos no recetaban agua ni para tomarse una pastilla.
—Bueno, te dejo comiendo en paz. Si necesitas algo, la cocina está por ahí, la puerta de la derecha. Ahí están mis padres cocinando. Se pasarán toda la tarde preparando la cena. Si tienes más hambre, solo entra y pide que te den para probar lo que sea que estén haciendo.
—¡Gracias!
Una vez solo, Álvaro se sentó en el banco y, temblando por la emoción y el miedo, con sumo cuidado para que no se cayese ni una sola gota, se sirvió un vaso de refrescante agua fría. Una vez volvió a dejar la jarra en la mesa, Álvaro tomó un pequeño sorbo de agua. En la escuela le enseñaron que el agua era incolora, inolora e insípida; pero él siempre le había notado un sabor desagradable a la escasa agua que tomaba. Él siempre había pensado que el agua era considerada un medicamento por su sabor, tan malo como el de los demás medicamentos. Sin embargo, esa agua tenía un sabor increíble. Se terminó el vaso entero en un abrir y cerrar de ojos y, antes de darse cuenta, la jarra estaba vacía.
Después de tomarse una jarra entera de agua, por primera vez en toda su vida, sintió que estaba lleno y necesitaba orinar con urgencia. Álvaro se levantó y buscó desesperado un baño. No quería volver a su cabaña, porque no llegaba. Por suerte, cerca de la cocina había un pequeño aseo.
Al volver a la mesa, Álvaro se encontró con la jarra llena otra vez. Tuvo que contenerse para no volver a bebérsela entera.
Desenvolvió el bocadillo y se encontró con un corte de ternera de dos dedos de grosor con una salsa anaranjada por encima. Álvaro se quedó boquiabierto al encontrarse un cacho de ternera de dos dedos. Para conseguir tanta carne necesitaban demasiada agua y comida que podían usar para alimentar a los ciudadanos. A ningún gobernante se le ocurriría gastar todos esos recursos en conseguir carne. O por lo menos tanta. Como mucho, una vez al año, comían pollo, el único animal que se podían permitir mantener para mantener un balance nutricional, y conseguir huevos.
Sin dudarlo, le dio un bocado. Al sentir la sangre escurrirse del filete, como se deshacía en la boca, el pan crujiente y calentito, y la salsita tan deliciosa; se puso a llorar de la felicidad por lo delicioso que estaba.
Se terminó el bocadillo y dejó el plato limpio antes de darse cuenta. Luego, sintiéndose lleno y agotado, quiso marcharse a dormir, pero antes, debía llevar el plato a la cocina. Sintió que era lo mínimo que debía hacer después de que le hiciesen un bocadillo tan rico.
En la cocina estaban como locos yendo de un lado a otro mientras se gritaban unos a otros y se quitaban el sudor con lo primero que encontraban. Álvaro dejó el plato sobre la primera superficie plana que encontró y se marchó a su cabaña a estrenar su cama.
Álvaro se echó una siesta como dios manda. Se acostó a dormir y cuando se despertó no sabía ni qué año era. Con la boca pastosa, más cansado que cuando se acostó, adormilado y con hambre, Álvaro miró la hora y se dio cuenta que era hora de cenar. Se arregló un poco la ropa y el pelo y se marchó al Gran Comedor. Esta vez, la cabaña estaba repleta de gente vestida con ropa blanca y holgada. Entre toda la marabunta de gente charlando y sentándose para comer, un grupo destacó sobre el resto, más que nada por no llevar la ropa que llevaban el resto. Ellos estaban sentados en el final de la larga mesa con un pequeño hueco en la esquina para que se sentase Álvaro. Sin dudarlo, se sentó junto con sus compañeros de expedición.
—Hola. Álvaro Báez, ¿no? —preguntó Javi, el padre de Álvaro, un hombre de mediana edad que se conservaban bastante bien para su edad.
—Sí, buenas noches.
Álvaro se decepcionó un poco, no solo porque su propio padre no lo reconociese, sino que no se parecían en nada. Sus tíos siempre le dijeron que él no se parecía a su padre, que debía parecerse a su madre, pero no se esperaba aquello. Las facciones de Javi eran marcadas, su cabello era inexistente, su tez era pálida, sus ojos eran claros, era alto y su constitución era grande. Todo lo contrario que Álvaro, cuyo aspecto era común: piel bronceada, cabello oscuro, ojos marrones...
—Se que nunca nos habíamos visto, así que, ahora que estamos todos juntos, vamos a presentaros. Yo soy Javi Falcon, doctor en geología, un escalador profesional y el jefe de la expedición a El Paraíso. Mi objetivo principal es encontrar a mi amada Amina, pero el gobierno no autorizaría y financiaría una expedición a El Paraíso por algo así, así que nuestro objetivo principal es averiguar qué ha ocurrido en Sogho y preparar una bajada para el Segundo Escalón. Ella es mi ayudante, Maialen.
—Hola, encantada de conoceros, soy Maialen Bermejo, una de las alumnas del profesor Falcon, su ayudante después de graduarme en geología y una gran admiradora de su trabajo —dijo una mujer joven y hermosa, era delgada, alta y fuerte, sus dedos eran largos, su tez (como todos allí excepto Javi) era morena, su cabello era largo y claro con las raíces oscuras. Ella estaba sentada al lado de Javi y en frente que Álvaro.
—Alex Cañadas —se apresuró a presentarse el hombre al lado de Álvaro. Él era de mediana edad, con algunas arrugas cerca de sus ojos, una constitución fuerte y con una cabellera oscura y frondosa bien cuidada recogida en una coleta—, escalador con veinte años de experiencia. Mis razones son tan poco nobles que parecen estúpidas, pero mi sueño siempre ha sido probar mis habilidades de escalada en las paredes de las montañas del Segundo Escalón de El Paraíso.
—Encantada de conoceros, yo soy Nieves Sobrino, doctorada en bióloga. Mi objetivo es catalogar las diversas criaturas, algunas conocidas, otras desconocidas, del Segundo Escalón —dijo una mujer joven, sentada al lado de Javi. Su cabello era corto y sus ojos claros.
—Yo soy Catalina Chacón, escaladora —dijo tímidamente una mujer joven que estaba sentada al lado de Nieves, sin levantar la mirada de su plato. Ella era notablemente alta y de constitución fuerte. Su cabello estaba recogido en unas largas trenzas francesas.
—Felipe Riquelme, graduado en biología y ayudante de la doctora Nieves —dijo un hombre joven, sin nada resaltable en él, sentado al lado de Catalina.
—Encantado de conoceros, soy Orlando Blasco —dijo otro hombre aparentemente joven, sentado en frente de Nieves. Él tenía un tono de piel que llamaba la atención tanto o más que la de Javi. También se le veía poco cabello por la cabeza, pero no se podría saber con exactitud porque llevaba una gorra puesta. Él también tenía ojos claros—, doctorado en historia antigua y laico de la Iglesia Profunda. Antes del segundo apocalipsis, hubo una serie de experiencias místicas relacionadas con los ángeles que varios presbíteros fueron a investigar. No supimos nada de ellos después del segundo apocalipsis, al igual que de Sogho.
—¿Qué es un ángel? —preguntó Alex, curiosos. Todos en la mesa estaban igual que él. Orlando sabía perfectamente que los habitantes de Shaist venían de una cultura donde no estaba la figura de su dios, por lo que aquella pregunta le sería un poco difícil de responder. Sobre todo, porque no había un solo tipo de ángel.
—Digamos que es un ser creado por Dios para proteger y guiar a los humanos por el camino del bien —Orlando intentó explicarles de forma simple a todos en la mesa sin entrar demasiado en lo que hicieron y cuáles son sus deberes—. Hay varios tipos que cumplen distintas funciones para proteger y guiar a la humanidad. Todos ellos tienen alas.
—Algunos más que otros —comentó una mujer joven sentada al lado de Orlando.
—Estefanía, no entremos en esos temas, por favor —le dijo Orlando, algo inquieto por lo que pudiese decir su acompañante y suplicándole con la mirada que no dijese nada más.
—Como ya ha dicho, Orlando, un viejo conocido, me llamo Estefanía Climent. Soy escaladora semiprofesional y me gustaría, como nuestro compañero Alex, probar mis habilidades de escalada en las paredes de las montañas de El Paraíso una vez que volvamos a asentarnos allí. Aunque yo, además, quiero ver las iglesias de su interior. Aquí afuera es un poco difícil mantener estructuras imponentes, por lo que no hay mucho que visitar y admirar —dijo una mujer joven, de cabello corto y verde. Ella vestía con una camiseta de manga corta, al contrario que el resto que iban lo más descubiertos que pudiesen por el calor. Del cuello y las mangas sobresalían algunos tatuajes.
Al observarlos detenidamente, Álvaro pudo observar un ligero parentesco entre Alex, Maialen, Catalina, Estefanía y él.
—¡Hola, buenas!
Álvaro escuchó una voz extraña que no supo cómo describir. Era como la voz de un niño, chillona y vibrando. Al girarse, Álvaro vio horrorizado a un escarabajo de medio metro volando hacia ellos. El desagrado se plasmó en la cara de todos en la punta de la mesa al ver al escarabajo. Todos excepto Javi, quien se levantó y, feliz, dijo:
—Él será quien nos guíe por El Paraíso, Ptex, el hijo de Amina.
Todos en la mesa se sorprendieron al saber que la mujer que Javi amaba había tenido un hijo escarabajo. Por su parte, Álvaro se horrorizó al saber que su madre había engendrado un ser tan grotesco.
Javi, Orlando, Alex y Nieves se hundieron en una conversación para planear como abordar la bajada. Estefanía intentó entablar algún tipo de conversación con Catalina y Felipe, pero ella solo respondía con frases cortas y sonrisas y él intentaba enterarse de la conversación de Nieves. También intentó hablar con Ptex, pero este tan solo comía. Por lo que, tan solo se puso a contarle a Catalina como eran las construcciones del viejo mundo. Catalina, fascinada, soltaba de vez en cuando mmh, sí, aja… para que continuase.
—Me he enterado que no te han avisado de que no haya autobús —comentó Maialen, llamando la atención de Álvaro, quien se había quedado absorto mirando a Ptex. Al verla, ella se había inclinado un poco sobre la mesa para que se viese mejor su escote—. Nosotros llevamos como una semana aquí por eso. Ha debido ser una larga caminata.
—Bastante —murmuró Álvaro, un poco incomodo.
—También me he enterado que se ha tratado de un pequeño error humano y que, como compensación por la caminata, te han dado una cabaña para los turistas.
—Sí…
—Las cabañas para turistas son mucho mejor que lo que nos han dado. Nosotros estamos en un albergue en literas estrechas y algo duras. Además, los lavabos son compartidos. No como en las cabañas para turistas, con camas grandes y esponjosas. ¿Qué te parece si dormimos juntos esta noche?
—Bueno… Vale.
—¡Coño! —exclamó Alex, sorprendido—. Yo te ofrezco un chupa-chupa a cambio de un baño.
Álvaro miró con la boca abierta a Alex. A continuación, se puso completamente rojo. El resto de los comensales no pudo ver mucho tiempo la cara de Álvaro antes de que se la cubra con las manos y empiece a reír.
—Pensaba que solo quería dormir —dijo Álvaro, cuando pudo recuperarse.
Sus acompañantes estallaron en risas por la inocencia de Álvaro.
—Entonces… —comenzó a decir Alex.
—Si quieres, después de cenar puedes usar la bañera. Yo me iré a dar un paseo. Pero ten cuidado con los ventanales, hay un hombre un poco raro.
—¿Ah, sí…? —preguntó Alex—. A ver si tenemos que hablar de algo él y yo.
—Ya me enteraré yo de quien es —dijo Maialen—. Por el momento me quedaré a dormir esta noche contigo, tengo experiencia con pervertidos.
—Yo también —respondieron a la vez Alex y Álvaro. Ellos se miraron sorprendidos.
—Hay pervertidos en todas partes, tengo experiencia en espantarlos —aclaró Alex.
—Yo también —dijeron Maialen y Álvaro a la vez. Esta vez, estallaron en risas por la tontería de haber respondido a la vez otra vez.
De la cocina salieron varias personas de la secta con grandes fuentes llenas de diversos tipos de carne cocinado en una barbacoa. También sirvieron algunas verduras como acompañamiento. Ninguno en aquella esquina de la mesa tocó las verduras, ya que era algo extraño y exótico aquella cantidad de carne de distintos animales.
—Estaba harta de la cecina de pollo —dijo Maialen con lágrimas en los ojos mientras devoraba su primer chorizo.
Durante toda la cena, los tres estuvieron contándose experiencias que habían tenido en sus vidas, lo que les gustaba, lo que le temían, contándose anécdotas de su vida (aunque Álvaro, al ser el de menor edad, no tenía muchas)… y respondiendo sin querer “Yo también” a la vez. A continuación, estallaban en risas descontroladas.
Una vez terminaron de cenar, cada uno se fue por su lado. Como Álvaro le había dicho, le cedió la bañera a Alex. Mientras este disfrutaba del derroche del agua, Álvaro se fue a pasear con Maialen. Continuaron con las bromas del “Yo también” provocando que, quien pasase por su lado o los escuchase, los mirasen extrañados y se alejasen.
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