sara-padilla-1999 Sara Padilla

¿Qué sucede después de la muerte? No podemos movernos y nos quedamos en los ataúdes escuchando lo que pasa arriba.


Kısa Hikaye Tüm halka açık.

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Donde el tiempo no se puede contar

Ese mito de que los cadáveres se descomponen mientras están en la tumba es una mentira; nuestro cuerpo queda intacto bajo tierra, sólo que cuando se saca de ella se convierte en huesos o polvo y es así como todos piensan que nos deshacemos aquí abajo. Sacar al muerto de la tumba significa matarlo para siempre.

Lo malo de estar vivo en muerte es que uno no se puede mover: siempre estamos con las manos en el pecho o a los costados, como le haya parecido mejor al tanatopractor. Algunos cadáveres quedan en posiciones sumamente incómodas si a los cargadores se les cayó el féretro. Tenemos la mirada en un punto fijo todos los días y todas las noches, que aquí son lo mismo.

A pesar de lo aburrido que pudiese parecer, hay una cosa que nos encanta y ayuda a matar el tiempo, aunque aquí el tiempo no se cuenta porque ya está más muerto que nosotros mismos, y eso es escuchar. De manera casi continua llegan vivos a hablar con las lápidas de sus familiares, amigos o amantes entre llantos y disculpas; mientras que los enemigos hablan entre escupidas, pisotones y risotadas. A mí nadie me había visitado porque en vida pasé del dulce aroma de infante, al olor de la virilidad en mis años de enamorado, hasta la pestilencia metálica y sucia de viejo bebedor. Fue entonces cuando mi aliento ahuyentó lo suficiente a mi ángel guardián para terminar aquí, con olor a muerto, luego de un asalto.

Durante no sé cuánto tiempo ocurrió algo fastidioso para todos: un mayordomo de esos que le hacen a todo y viven en castillos, falleció y fue enterrado a algunos metros de mi tumba.

—¡Alabado sea el señor! Me he librado de cuidar a ese malcriado niño —decía con alegría el mayordomo—. No hubiese podido seguir con él colgado a mis espaldas, jalando mis cabellos y dejándome sordo con sus gritos. ¡Y yo sin poder decir nada porque es el niño de la casa!

Se adaptó bien a los demás cadáveres. Juntos atendimos las visitas de los vivos y nos quejamos de lo monótono de nuestras posiciones. Fueron buenos momentos hasta que oímos los llantos de una mujer que se rasguñaba el pecho, aullando por la pérdida de un hijo; escuchamos la tierra abrirse y luego de un par de, lo que sea, el niño llamó a su mayordomo:

-—¡José!, mamá y papá han dicho que estas aquí. ¡Quiero agua o moriré de sed! ¡Enciende la luz que no veo nada! José, José, José, José, José, José…

—Cálmese, chamaco —dijo uno de los cadáveres—, aquí nada de eso existe. ¡Apláquese!

Pero el niño sólo berreó diciendo José esto, José aquello, con una voz tan chillona que hacía difícil escuchar lo que pasaba arriba. Luego de un rato el mayordomo, quizá víctima de la locura que se le vino encima, también comenzó a gritar. Era un grito tan agudo que bien podría confundirse con el de una mujer aterrada, pero fue tan continuo que pareció no tener fin; y no lo tuvo hasta después de no sé cuánto tiempo cuando los padres del niño vinieron a sacarlos a ambos con la intención de volverlos a enterrar en el jardín de su castillo ya bien acondicionado para ser el panteón familiar. Fue así como niño y mayordomo murieron para siempre, y nosotros nos alegramos por nuestro descanso eterno que había sido interrumpido.

Volvimos a escuchar las visitas rutinarias, los secretos de familia, cómo se conocían algunos vivos que iban de luto y se enamoraban, llantos desgarradores, perros removiendo la tierra con sus patas, niños jugando entre las tumbas y jóvenes cazando fantasmas. Nadie hasta entonces me había visitado a mí hasta que apareció una pareja. Lancé un grito de dolor cuando reconocí la voz de la señora: era a la que había amado antes de volverme un borracho que ahogaba las penas económicas. Oí la voz del acompañante, traté de recordar cómo la conocía.

—La cartera o la vida —dijo la voz del hombre en mi cabeza, para después dar el tiro de gracia.

Ya antes me había quedado sin mujer, y en ese momento me quitaron también la cartera y mi vida, que en realidad no valían nada.

-—Tranquila, mi amor —le dijo el asaltante a mi mujer—, seguro que quien mató a este hombre no tendrá perdón de Dios. Ahora vamos a casa, que han sido muchas mis noches fuera del país y ya extraño tu cama.

Luego de escuchar esas palabras lancé maldiciones y gritos aún más desesperados que los del mayordomo, ininterrumpidos hasta ahora, en que los berrinches del niño se recuerdan como caricias de ángel y todos los cadáveres rezan por ser sacados y convertirse en polvo porque saben que, a mí de aquí, nadie me va a sacar.


Sara Beatriz Padilla Núñez


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04 Mayıs 2021 15:37 1 Rapor Yerleştirmek Hikayeyi takip edin
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Son

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Sara Padilla Escritora Mexicana 🌿🌹 Redes sociales: @sarapadilla1999

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IM Isael Martínez
Felicidades Sara, tanto este como "El altísimo" me han encantado. Me llamo Isael y escribo desde Cuba. Como has puesto tu correo electrónico, te escribiré para, si te apetece, compartir historias (también escribo). Saludos y continúa escribiendo.
June 13, 2021, 19:36
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