mrocha-ruiz Mónica Rocha Ruiz

Una serie de eventos cambian el rumbo de la vida de Juan Antonio, quien de la mano de una misteriosa mujer, irá descubriendo los secretos guardados por su linaje desde hace 500 años. De la decisión de aceptar o no su destino depende la salvación del pueblo de sus antepasados.


Fantastik tarihi fantezi 13 yaşın altındaki çocuklar için değil.

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Despertar

Todo fue tan repentino, Juan Antonio conducía ensimismado en sus pensamientos, apenas caía la noche, pero la oscuridad se hacía cada vez más densa, a lo lejos alcanzaba a vislumbrar algunas luces que se perdían en la distancia, deseaba tanto llegar a casa y darse un baño caliente, no era normal en esas latitudes, pero el frío calaba hasta los huesos, el frente frío número 26 había hecho caer la temperatura, así que encendió la calefacción de su camioneta, sintonizó una estación radial con buena música y se dispuso a tener un buen viaje de regreso; conducía por la carretera México–Toluca, había participado como conferencista en el XI Simposio de Arqueología en la Universidad Autónoma del Estado de México; su puesto como investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia, le daba la oportunidad de trabajar en lo que tanto le apasionaba, las culturas prehispánicas; desde niño había sentido una total fascinación por ellas, era común que sus padres lo encontraran absorto hojeando libros del México Prehispánico o de arqueología en la casa de su abuelo, sus padres siempre dijeron que era porque lo llamaba la sangre de sus antepasados; así que no fue extraño cuando se matriculó en la carrera de arqueología en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, ni sus múltiples premios a la excelencia académica, los que le permitieron que, aún sin haberse graduado consiguiera formar parte de la plantilla de investigadores del Instituto Nacional de Antropología e Historia, y que ahora, a sus 27 años, estuviera a la cabeza de importantes proyectos, como las excavaciones en el Templo Mayor en la ciudad de México y el proyecto Tlalocan en Teotihuacan.

Ese martes, muy de mañana, condujo hacia Toluca para su conferencia, al terminar visitó la zona arqueológica de Calixtlahuaca acompañado de algunos colegas y profesores de la universidad. Ya de regreso a casa, mientras conducía por el tramo La Marquesa–Toluca, hacía una planeación mental del día siguiente, nada fuera de lo común, regularmente su día a día era trabajar en las zonas de las excavaciones en Teotihuacan o en el Templo Mayor y visitar las bodegas del Museo Nacional de Antropología o del Museo del Templo Mayor, en donde se almacenaban los hallazgos que se hacían; la noche espesaba y el cansancio calaba, cuando de pronto a su izquierda, en las alturas, apareció un enorme ser alado, sus ojos rojos brillaban en el fondo de su silueta oscura, en tanto que la luz de la luna permitía apreciar 2 pequeñas protuberancias sobre la cabeza y un pico perfectamente curvo, el extraño ser lanzó un agudo silbido al tiempo que levantó las alas para dejarse caer en picada contra la camioneta de Juan Antonio, fue imposible poder controlar el vehículo, dando un volantazo invadió el carril contrario, golpeando de lleno un carro compacto que iba pasando.

Ahora todas las ideas se agolpaban en su cabeza, detenido en los separos de la policía estatal, le estaba resultando muy difícil asimilar lo sucedido, más difícil aún fue cuando le fue notificado el deceso del otro conductor, se sentía abrumado, no podía hilar sus ideas, ¿cómo era posible que por su causa alguien hubiera perdido la vida? no lo comprendía. Fue necesario llamarle a su abuelo, el señor don Pedro Velázquez, para que lo ayudara a contactar a los abogados para que lo orientaran en la difícil situación en la que se encontraba.

Se necesitaron varias horas para que lograran que quedara libre, bajo la acusación de homicidio imprudencial, no se utilizó el argumento de la extraña visión que tuvo, pero los resultados negativos en las pruebas de alcoholemia y antidoping ayudaron a acelerar la liberación.

Pasaba del mediodía del miércoles cuando, Juan Antonio, salió de los separos acompañado de su abuelo, -esto es algo que cargaré sobre mis hombros por el resto de mi vida- dijo Juan Antonio con una voz que más bien pareció para sí mismo, -hijo has quedado marcado con sangre, pero al igual que todos los que están detrás de ti, saldrás victorioso- contestó el abuelo, Juan Antonio quedó confundido con sus palabras, pero prefirió callar, suspiró al tiempo que ambos subían apesadumbrados al pequeño Tsuru blanco de Don Pedro y se perdieron entre las calles de la ciudad de México.

Su abuelo lo acompañó el resto de la tarde, en su condominio de Jardines del Sur en Xochimilco, era un lugar acogedor y limpio, pero un tanto desordenado por la inmensa cantidad de libros y cajas de reportes que se encontraban diseminadas por distintos lugares de la pieza.

Juan Antonio se dejó caer pesadamente en uno de los sillones tapizados en piel negra, con la cara hundida entre las manos, seguía sin poder dar crédito al vuelco que había dado su vida en solo 24 horas, por más que Don Pedro buscaba palabras que lo confortaran estas nunca llegaron, hubiera querido también quedarse esa noche para hacerle compañía, pero Juan Antonio preferiría quedarse solo para asimilar de una vez por todas lo que había pasado, así que llegada la noche el abuelo se retiró dejándolo solo, con su culpa a cuestas. Juan Antonio no había probado bocado en todo el día, así que después de tomar un largo baño tibio, se envolvió en una suave bata, fue a la cocina, untó con queso crema un par de rebanadas de pan de ajo, se sirvió una copa de vino y se dispuso a hacer un recuento mental del suceso y así, en la soledad, desanduvo el camino, paso a paso, para poder dar orden a la mar de ideas que pasaban por su cabeza; las horas pasaron entre sus pensamientos y la oscuridad de su departamento, casi sin darse cuenta comenzó a dormitar sentado en un cómodo sillón reclinable y, sucedió de nuevo, aquellos mismos terribles ojos rojos volvieron a aparecer, inmóviles lo veían sin verlo desde un rincón, Juan Antonio no daba crédito a lo que veía, apenas atinó a lanzar un leve gemido de sorpresa, se levantó de golpe, dando tumbos y traspiés llegó hasta el apagador y encendió las luces, un leve sudor frío recorría su frente mientras miraba a su alrededor sin encontrar nada, solo sombras y silencio, -¡Dios mío, me estoy volviendo loco!- pensó, mientras jalaba una bocanada de aire y trataba de normalizar su respiración; eran las 3:30 de la mañana.

La luz del nuevo día lo encontró vencido por el sueño y mal acostado en el sillón, había logrado dormir apenas 2 horas, se sentía aturdido, le pesaba la muerte que había causado y lo confundían las visiones que estaba experimentando. Decidió que la mejor terapia para lo que le sucedía era el trabajo, además necesitaba afrontar las preguntas de sus compañeros de una vez por todas, así que se apuró a tomar un breve baño y beber una taza de café, en lo que esperaba que llegara un UBER para llevarlo al museo.

A pesar de haber repasado mentalmente la charla que tendría con su equipo respecto a los lamentables hechos, sentía que no sería fácil encararlos, así que se sintió profundamente aliviado cuando, al llegar a la explanada principal del museo, se encontró con solo uno de ellos, Henry Owen, el estadounidense del equipo, un joven rubio y de ojos azules de apenas 23 años, que muy al estilo de Indiana Jones acostumbraba usar siempre un sombrero tipo fedora y una cazadora color caqui, Henry, al ver a Juan Antonio se adelantó para darle un emotivo abrazo y decirle que contaba con el apoyo incondicional de todos, -no vinieron porque no se imaginaron que regresarías tan pronto al trabajo, profesor- le dijo, al tiempo que se levantaba la cazadora por el cuello para tratar de protegerse del aguacero que de pronto inició; ambos se apresuraron a entrar por la puerta principal, una vez adentro se sacudieron la lluvia y se dirigieron hacia una de las bodegas, en la que se daba resguardo a los últimos hallazgos de las excavaciones del templo mayor. De pronto sonó el teléfono de Henry, -hello?- contestó él al tiempo que con la otra mano se quitaba el fedora y se rascaba la cabeza, pasados unos segundos extendió el aparato para entregarlo a Juan Antonio, -es para tí profesor- le dijo, Juan Antonio lo tomó y lo acercó a su oreja al tiempo que contestaba, -buenos días, diga-, una delicada voz femenina respondió al saludo en náhuatl, -Mah cualli tonalli-, -cualli tonalli- contestó él, el náhuatl no le era una lengua desconocida, -ya está despertando, ha llegado el momento, es necesario que se vaya preparando- se apresuró a decir la mujer al otro lado de la línea, ahora en español, -¿quién es usted?, ¿de qué habla?- apenas alcanzó a decirlo cuando se cortó la llamada.

Juan Antonio se quedó callado, entre pensativo y sorprendido, no supo qué decir a un asombrado Henry que, inquieto, le preguntaba qué pasaba. Terminada la labor en el museo se dirigieron a Teotihuacan, lugar en donde se desarrollaba el proyecto Tlalocan; tomaron la autopista, Henry conducía, apenas dejaron atrás la mancha urbana, Juan Antonio se relajó y se dejó hipnotizar por el paisaje que se perdía detrás de ellos, se sentía un poco más relajado, a pesar de los estridentes gritos de su compañero al ritmo de una canción de AC/DC. Una hora y media después, ya se encontraban en el lugar, la hermosa e imponente Ciudad de los Dioses, una de las causas por las que Juan Antonio se había decidido a estudiar arqueología, tomó una profunda bocanada de aire, casi queriendo que la maravillosa suntuosidad de aquel lugar llenara cada espacio de su ser, se sintió renovado.

Ya los esperaba el resto del equipo: los arqueólogos mexicanos Samuel González y Susana Melchor, y la arqueóloga griega Juno Gazzopolis, quienes después de los debidos saludos y muestras de solidaridad para con Juan Antonio encabezaron la visita hacia el interior de la pirámide de Quetzalcoatl, localizada al sur de la Calzada de los Muertos, el eje central de la Ciudad de los Dioses. A pocos metros de la entrada se encontraba un túnel perfectamente redondeado, por el que debieron bajar unos 15 metros a través de una escalera de metal, tan largo era el descenso que en ocasiones, el equipo bromeaba diciendo que bajaban al inframundo; una vez llegando al fondo, frente a ellos se abrió un túnel de unos 100 metros de largo y cuya bóveda brillaba en la oscuridad, gracias al polvo de magnetita y pirita, maravillando a todo aquel que tenía la fortuna de visitar aquel lugar. Según las investigaciones realizadas en aquel túnel, se determinó que fue sellado por los antiguos guardianes con toneladas de piedras y tierra tratando de proteger así el interior y su misterioso contenido de intrusos, al ser descubierto se pensaba que pudiera ser el cementerio de los antiguos gobernantes mexicas.

El fondo del túnel, no era el final del camino, pero no se podía avanzar más, -hasta aquí hemos llegado, nos falta aún atravesar 3 paredes más, según nuestros cálculos, esperamos encontrar una gran cámara funeraria al otro lado, tal vez el gran sepulcro de algún gobernante y su familia- les dijo Juno, -en este sector llevamos rescatadas más de 40 piezas, la mayoría de barro con incrustaciones de jade y oro- dijo Juno tomando en la mano un jarrón con vetas color verde, -encontramos además una fosa fúnebre….- hizo una pausa mientras colocaba el jarrón en una de las cajas de embalaje, -.....lo inusual de esta fosa es que contiene solamente huesos de diversos animales- comentó Susana, al tiempo que algunos trabajadores, que hacían labores de limpieza, regresaban por el túnel para salir a la superficie acompañados de Samuel quien debía supervisar que todo lo extraído fuera debidamente etiquetado y empaquetado para ser enviado a los museos, quedando en el interior solo los 4 arqueólogos.

Habían pasado apenas unos 10 minutos desde que se quedaron solos revisando el lugar, cuando Juan Antonio, teniendo de nuevo la visión del ser alado de ojos rojos, exclamó apuntando hacia uno de los rincones oscuros de la cámara -allí está de nuevo, ¡díganme que lo ven!- y luego lanzó un alarido, las venas de su cabeza comenzaron a inflamarse, parecía que explotarían, agarrándose la cabeza, se dejó caer de rodillas, -¡necesito salir de aquí, necesito salir de aquí!- gritaba desesperado al tiempo que las luces se apagaron y quedaron en una espectral oscuridad, Juno sacó su linterna de emergencia y alumbró el lugar, al tiempo que Henry y Susana tomaban a Juan Antonio por los brazos y lo sacaban casi a rastras, corrieron por el largo túnel apenas iluminado con la tenue luz de emergencia, una vez al pie de la larga escalera de metal ataron a Juan Antonio con la línea de vida, treparon con rapidez y comenzaron a subirlo, ayudados por Samuel y los trabajadores que se encontraban aún afuera.

Ya en el exterior, habiendo pasado el susto, Juan Antonio se recuperaba bebiendo una botella de agua, sentado en la parte de atrás del Jeep de Henry acompañado de sus compañeros, quienes comentaban que quizás el exceso de gas metano, común en las excavaciones, aunado al estrés por el que estaba pasando fueron los causantes de la visión experimentada por Juan Antonio, pero él sabía que eso no era cierto, había algo más y ahora estaba decidido a descubrirlo.

La noche los alcanzó en el camino, la hermosa luna azul de ese enero alumbraba el camino y dibujaba infinitas sombras que se sucedían unas a otras al paso del Jeep por la carretera de regreso a casa, este año febrero le había cedido a enero su luna llena, era la segunda luna llena del mes.

Juan Antonio descendió del vehículo al llegar a su condominio y se despidió de Henry, quien se alejó subiendo el volumen de la música a la máxima potencia. Se quedó allí afuera, pensativo sobre cuál era el siguiente paso que habría que dar, ¿un psiquiatra tal vez?, la sola idea lo hizo hacer un movimiento negativo con la cabeza, al tiempo que contemplaba la luna, -es hermosa- pensó -con justa razón es considerada la diosa de la belleza en algunas culturas...va a continuar el frío- pensó al ver un anillo rojo alrededor del hermoso astro.

Entró a su condominio, subió las escaleras y entró a su departamento, estaba tan cansado que ni siquiera se quitó los zapatos, así tal cual se dejó caer en su cama y se quedó dormido.

El timbre del teléfono celular lo hizo abrir los ojos y levantarse de golpe de la cama; la abundante luz del sol que entraba por la ventana lo deslumbró, sufrió un leve mareo y volvió a caer de golpe, el teléfono dejó de sonar, ya había amanecido, ni siquiera se dio cuenta a qué hora se quedó dormido, la cabeza le palpitaba, tenía el cuerpo dolorido y tenía fiebre, se sentía mareado y con un sabor amargo en la boca. De nuevo volvió a sonar su teléfono, así tirado en la cama, tentaleó sobre el buró de madera, tomó el celular y se apuró a contestar poniendo la mano libre sobre los ojos, -¿qué pasa?- contestó con voz apagada, pensando que era alguien del equipo, -encienda la televisión- le dijo la misteriosa voz femenina que le había hablado el día anterior, -ponga el canal de las noticias-, -¿quién eres?, ¿por qué me hablas? necesito respuestas- exigió Jorge Antonio al tiempo que encendía la televisión con el control remoto, sintonizó el canal solicitado, daban la noticia de un misterioso asesinato ocurrido durante la noche en el bosque de Chapultepec, parecía que un enorme animal había sido visto, de súbito llegaron a su mente vagos recuerdos, se veía corriendo por el bosque con la agilidad que solo un felino podría tener, veía oscuridad, gritos, de nuevo aquella maléfica forma y finalmente nada, dejó caer el teléfono ante su propia confusión, -¡Dios mío!, ¿qué está pasando, me estaré volviendo loco?, ¿pero cómo?- tomó el teléfono rogando que su interlocutora no hubiera colgado. Presa aún de la desconcertante sorpresa preguntó de nuevo, -¿quién eres?-, -me llamo Luna Valeriano, necesito hablar con usted...yo sé lo que le está pasando-- contestó la extraña mujer, -¿qué es lo que me pasa?- preguntó Juan Antonio, -no puedo decirle nada más por teléfono-.

21 Mart 2021 05:06 0 Rapor Yerleştirmek Hikayeyi takip edin
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Sonraki bölümü okuyun La Primera Luna

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