maryahwell Maryah Well-Autora

Los mares de Valterra están llenos de leyendas, pero solo una de ellas es la más temida por todos los marineros que no navegan con buenas intenciones: los piratas. Los navegantes saben que, si ven llegar al galeón con la bandera negra con dos espadas cruzadas, no tendrán oportunidad de escapar. Para una chica que no ha salido de su país, Draulen, navegar para llegar a otra tierra es una gran aventura que no le gustaría perderse por nada del mundo. Por eso mismo, Safira Stainfield no se lo pensó dos veces cuando su hermana le pidió que la acompañara. Lo que ninguna de ellas podía saber, es que aquel nuevo y excitante viaje las llevaría a conocer su verdadero destino y su auténtica naturaleza. Embárcate con las chicas en una emocionante historia de amor, piratas y seres sobrenaturales que te sorprenderá.


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Capítulo 1

1 de junio de 1850.

Casa del conde de Draulen.

En mi habitación.


Mi vida no es que sea una aventura constante ni un reguero de piropos por donde mis pies dejan sus huellas, pero que el hombre que se hace llamar mi padre le dé a elegir al hijo de un duque entre mi hermana (dos años menor) y yo, me parece que es el colmo de la desfachatez y un alarde innecesario de la belleza de una (mi hermana, claramente) y la falta de ella de la otra (una servidora).

No me estoy quejando de lo que me ha tocado, al contrario, en ocasiones se agradece el poder ser invisible con tanta gente aburrida alrededor y de tantas miradas, algunas más que indiscretas para considerarlas educadas.

En los años que tengo de vida (22 para ser exactos) creo que solo destaqué un día: el de mi nacimiento, y solo porque fui la novedad del momento, la primogénita del Conde y la Condesa de Draulen.

Por lo que mi madre solía contarme mientras mecía a mi hermana, todo el país vino a la celebración para darles sus más sinceras felicitaciones por la llegada del nuevo miembro de la familia.

¿Por qué será que esta sociedad aún sigue creyendo que tener una piel blanca, ojos y cabellos claros y, además, sumarle un cuerpo de sílfide, hará más feliz a un hombre? ¿Creen que las que tenemos el cabello, los ojos y la piel un poco más tostadas no podemos darles lo mismo que las otras? Está comprobado que la sociedad aristocrática aún tiene mucho que aprender sobre las nuevas tendencias de moda de otros países.

Espero con ansias el día en que los hombres se den cuenta de que cualquier mujer, sin importar el aspecto que tenga por fuera, puede hacerle feliz si ella se lo propone, sobre todo si está enamorada hasta las entrañas.

Creo que hasta aquí ha llegado mi parrafada de esta noche, mi querido diario. Eres el único que conoce todos mis secretos.

Safira dejó la pluma sobre el escritorio de madera de roble, cerró el cuaderno forrado en cuero para guardarlo en el cajón y se levantó de la silla para encaminarse hacia la cama con dosel preparada para acostarse. Se tapó con la fina sábana de seda y se quedó mirando al techo durante unos minutos (o puede que fueran segundos) hasta que se durmió.

***

La habitación estaba en silencio y en penumbras cuando la joven se despertó llevándose la mano al pecho para intentar volver a respirar con normalidad. Un dolor agudo y punzante se había instalado en ella, angustiándola por no saber lo que le estaba ocurriendo. Nunca había tenido ese sentimiento tan opresivo que no la dejaba tomar aire con profundidad. Tenía la necesidad de llenar sus pulmones hasta su máxima capacidad, pero su aparato respiratorio no ponía de su parte para ayudarla con su cometido.

“¿Qué me está pasando?”, se preguntó mientras movía la boca como un pez fuera del agua.

Se levantó con dificultad de la cama y llegó a duras penas hasta la palangana dispuesta encima de un mueble situado en una esquina de la habitación. Se agarró con fuerza al borde del mueble, metió una mano en el agua fría y se echó un poco en la cara. La extraña sensación de angustia y vacío se esfumó al sentir el líquido transparente mojándole el rostro y el cuello. No entendía por qué, pero el agua siempre le había curado las malas sensaciones, los pésimos sentimientos y, alguna vez, hasta las heridas. No entendía cómo ese insignificante, pero a la vez vital líquido la hacía encontrarse mejor en todos los sentidos.

La joven se irguió en toda su altura cuando se hubo recuperado, se encaminó hacia la ventana para descorrer las cortinas y contempló la luna creciente durante unos minutos. No sabía la hora exacta, ya que no tenía reloj en su alcoba, sin embargo, y teniendo en cuenta que las calles ya estaban desiertas, podía suponer que aún quedaban bastantes horas para el amanecer y que la ciudad cobrara vida.

Le encantaba y fascinaba estar despierta a esas horas de la madrugada, contemplando en total y completo silencio el cielo estrellado. No podía imaginarse que existiera algo más hermoso, placentero y misterioso que los puntos de luz blanca que se extendían todas las noches por el oscuro e infinito cielo.

Los ojos empezaban a pesarle por el sueño, así que regresó a la cama dejando que la luz de la luna iluminara su camino y se acostó con una gran sonrisa en su boca.

Cuando la mañana llegó, los rayos del sol despertaron a Safira antes de que Dilaila, su doncella, entrara en la habitación para ayudarla a vestirla, peinarla y llevar sus baúles al carruaje que las esperaba para llevarlas al puerto.

Estaban a punto de hacer su primer viaje en barco y pisarían otras tierras distintas a las de Draulen, el lugar que la había visto nacer y crecer.

Estaba a pocos pasos de ver, conocer y aprender sobre las costumbres, la moda…, de otro lugar del mundo.

Safira estaba emocionada y tenía el presentimiento de que ese viaje hacia Ebaritea, para conocer a su futuro cuñado, iba a cambiarle la vida.

La chica salió de su habitación detrás de los empleados que cargaban con sus baúles hacia el carruaje y bajó la escalera dispuesta a desayunar lo más rápido que su garganta pudiera tragar para subir al carro lo más temprano posible y embarcar rumbo hacia Ebaritea.

—Señorita, ¿está emocionada por el viaje? —le preguntó Dilaila mientras la seguía hasta la puerta del comedor.

—Mucho. Supongo que tú también, ¿verdad?

—Sí, señorita. Espero no marearme con el movimiento del barco.

Safira se paró en seco con la mano en el pomo de la puerta del comedor, giró la cabeza para mirar a su doncella y dijo:

—No había pensado en ello. Yo tampoco lo sé. En los barcos del lago no me mareo, pero claro, allí el agua está en calma, serena.

—¿Qué haremos si esos movimientos no nos sientan bien? No creo que nos guste estar enfermas cuando deseamos no perdernos nada del viaje —se lamentó la muchacha con pena.

—No tengo idea. Seguro que algún marinero nos puede dar algún consejo al respecto.

La emoción de ambas regresó a ellas con fuerza y Safira abrió la puerta del comedor para desayunar, sin embargo, la estancia estaba vacía de alimentos y de personas. “¿Dónde están?”, se preguntó saliendo al recibidor.

—¡Safira, date prisa o llegaremos tarde al puerto! —le gritó una voz femenina desde la puerta de entrada.

La aludida salió a todo correr llamando a su doncella y se encontró con el hermoso rostro de su hermana menor y el semblante agrio de su padre. Éste no parecía tan contento como su hija menor, ya que su ceño estaba fruncido cuando su primogénita apareció con la falda del vestido azul remangada para poder mover las piernas con mayor libertad.

—¿A dónde creéis que vais vosotras dos? —inquirió el conde a su hija y su empleada.

—A Ebaritea con vosotros —contestó Safira dejando caer la falda y poniendo un pie en la escalerilla del carruaje.

—¿Y quién ha dicho que podéis venir?

—Yo, padre. No quiero estar sola cuando empiece con los preparativos de la boda. Mi hermana me ayudará, porque yo no tengo idea de cómo hacerlo. Y, por supuesto, no podemos viajar sin nuestra doncella para que nos ayude a arreglarnos y, sobre todo, para acompañarnos cuando tengamos que ir de compras o de paseo —contestó Esmeralda dedicándole una sonrisa inocente y encantadora, a la que sabía, su padre no podía negarse.

—De acuerdo, vosotras ganáis, pero tenéis que comportaros como es debido. No quiero ninguna queja —le advirtió a su hija mayor con un dedo índice amenazador delante de su rostro indignado.

—Yo siempre me comporto, padre. Y Dilaila, también. Sube ya o el barco zarpará sin nosotros.

El conde suspiró, subió al carruaje y golpeó el techo cuando se hubo sentado al lado de su hija menor. Estaba convencido de que se arrepentiría de llevarlas con él, pero no podía negarle nada a su querida hija pequeña.

***

El carruaje fue rápido por las calles llenas de baches que hacían saltar a sus ocupantes. En el interior todos estaban en silencio después de la reprimenda del conde por el volumen de sus voces mientras conversaban por el pronto viaje que estaban a punto de emprender.

El estómago de Safira rugió hambriento y se disculpó ante el ceño fruncido de su padre.

—Perdóname, hermana. Se me ha olvidado darte esto —le dijo Esmeralda sacando una servilleta enrollada.

Se la entregó a su hermana con una sonrisa en sus labios y se quedó expectante, observándola con atención para no perderse ni un movimiento de su rostro cuando descubriera lo que había dentro del trozo de tela.

La joven desenrolló la servilleta y sus ojos castaños se abrieron de par en par ante la sorpresa. Unas hogazas de pan con jamón curado aparecieron delante de ella con asombrosa jugosidad.

Safira alzó la mirada para ver a su querida hermana y le dedicó una enorme sonrisa de agradecimiento. Se echó a un lado en el asiento para dejar la comida entre ella y su doncella, y empezó a comer preguntándole a Dilaila si quería. Ambas desayunaron durante el trayecto hasta el puerto bajo la mirada censuradora del conde.

Las cabezas de las jóvenes se asomaron por la ventana del carruaje cuando se paró y sus bocas se abrieron al ver el enorme barco que se alzaba delante de ellas.

—Por los dioses, es grandísimo y seguro que muy pesado. ¿Cómo puede flotar en el agua, señorita? —preguntó Dilaila sin apartar los ojos del galeón.

—No tengo ni la más remota idea. Nunca he leído nada al respecto —respondió Safira acercándose un poco más a la ventana, apoyada en la espalda de la doncella.

—Señoritas, bajemos —ordenó el conde saliendo del carruaje.

Los cuatro se encaminaron hacia el imponente barco y cruzaron una pasarela de madera para llegar hasta la cubierta.

—Esperad aquí —dijo el hombre dirigiéndose hacia un joven que estaba detrás del timón.

—¿Crees que ese es el capitán? —interrogó Esmeralda a su hermana.

—Es posible, aunque me parece un poco joven para tener esa responsabilidad.

El conde caminó de regreso hacia ellas y las guio hasta los camarotes que ocuparían durante el viaje.

—Padre, ¿cuánto dura el trayecto? —quiso saber Safira mientras bajaban las escaleras para llegar a los aposentos.

—Una semana con el viento a favor, señorita —respondió el marinero que los acompañaba para enseñarles el camino.

—Fantástico. ¿Qué podemos hacer si nos mareamos?

—Las manzanas son buenas para mitigar las náuseas, pero cada persona es distinta y cada uno tiene su manera para superar el mareo. Este es el camarote de las señoritas Stainfield y su doncella —dijo el marinero abriendo la puerta—. Y, el de al lado, es para el conde. Si necesitan algo solo tienen que pedírselo a cualquier marinero. Espero que tengan muy buena estancia con nosotros.

—Estoy convencida de que estaremos encantadas. Gracias por su amabilidad —respondió Safira dejando a su padre con la palabra en la boca.

El marinero les hizo una leve reverencia y se alejó por las escaleras que habían bajado unos instantes antes.

—No creo que tardemos mucho en zarpar, así que dejad vuestras cosas en el camarote y vendré enseguida para acompañaros a la cubierta y ver cómo nos alejamos del puerto —les propuso el conde antes de desaparecer en el interior de su habitación.

Pocos minutos después, el padre de las señoritas Stainfield llamó a la puerta y las guio hasta la proa del galeón. Los marineros parecían bailar una coreografía pulcramente practicada mientras iban, volvían, enrollaban y desenrollaban cuerdas y velas. El enorme barco comenzó a moverse y alejarse poco a poco del amarre hasta que encaró el horizonte para poner rumbo hacia Ebaritea.

Las chicas no podían dejar de sonreír al sentir la brisa en sus rostros calientes por el sol. Los mechones de pelo que la doncella les había dejado fuera del recogido se mecían al ritmo del viento que los azotaba con más intensidad cuando la velocidad del barco se aceleró.

—Esto es lo más hermoso y maravilloso que he visto en toda mi vida —Dilaila rompió el silencio de las chicas con la voz más suave que había oído salir de su garganta.

—Si zarpar le parece hermoso, espere a ver la puesta de sol. Se quedará sin palabras —habló el marinero que les había llevado hasta los camarotes.

—Vamos a dar un paseo por cubierta para que lo veáis todo y no os perdáis —dijo el conde agarrando a su hija menor del codo y llevándola lejos de su primogénita y de su empleada—. Hija, creo que no ha sido muy buena idea traerlas. Estoy seguro de que me van a volver loco y espero que no fastidien tu compromiso —susurró mientras caminaba hacia la popa.

—Yo creo que ha sido una gran idea que ellas nos acompañen, además, Safira puede conocer a gente influyente y, tal vez, conocer a su futuro marido entre esas personas. ¿No es eso lo que quieres? Tus dos hijas casadas y con el futuro asegurado —la voz de Esmeralda estaba cargada con un poco de resentimiento.

No quería casarse con el hijo del duque, pero su padre se lo había pedido como la última esperanza para que, el día de mañana, su hermano pequeño heredara el título sin deudas. Al parecer, el conde tenía un serio problema para dejar el dinero en sus bolsillos y no en las partidas clandestinas de sus “amigos”, donde no ganaba ni una moneda, aunque quisiera.

Ahora le tocaba a ella hacer crecer su fortuna casándose con un hombre al que no conocía y del que, por supuesto, no estaba enamorada.

El conde se quedó callado, mirando al suelo avergonzado por poner en aquella tesitura a su adorada hija, pero él no tenía la culpa de que el duque tuviera buen gusto para elegir a las mujeres. Hubiera preferido que escogiera a su primogénita, sin embargo, su cara agria durante las presentaciones no había ayudado nada. La chica parecía no querer agradar a ningún hombre que tuviera, aunque fuera mínima, una intención de cortejarla para después llevarla al altar.

—Padre, me quiero casar por amor, no por conveniencia de un hombre que no sabe llevar sus finanzas —le había contestado ella cuando le había pedido explicaciones después de rechazar al barón de Suez.

El conde había bufado sabiendo con certeza que ningún hombre se enamoraría de ella si no cambiaba su actitud, porque su aspecto, aunque no era el más horrendo de todos, era imposible que pudiera cambiarlo.

***

Safira y Dilaila se apoyaron en la barandilla de madera de la proa y se asomaron para ver cómo el agua salpicaba en el casco del barco. La chica estaba disfrutando de esa vista cuando vio que un delfín saltaba por delante de ellos y se les sumaba muchos más. Señaló el agua llamando a su doncella y sus sonrisas se agrandaron por la emoción y la sorpresa.

—Señorita, acabo de darme cuenta de que me encanta el mar y navegar —le confesó la muchacha con la voz agitada por la emoción.

—¿Sabes qué? Yo también he hecho ese descubrimiento. No tenía idea de que me gustara tanto el agua. Podríamos hallar la manera de permanecer en ella para siempre. Lejos de todo y todos —contestó bajando la voz para que su padre no la escuchara.

—Yo iría con usted, señorita. No puedo dejarla sola con tantos hombres alrededor.

—Tienes mucha razón, Dilaila. Alguien debe proteger mi honra, aunque seamos marineras.

La doncella asintió convencida de ello.

“No estaría nada mal vivir así, sin tener que aguantar las fiestas aburridas de la aristocracia”, se dijo convenciéndose cada vez más de tener que encontrar alguna manera que pudiera dejarla vivir en el mar. Su padre se opondría rotundamente a esa descabellada idea que rondaba por su cabeza, pero él no se enteraría de sus intenciones hasta que ya no tuviera más remedio que aceptar su decisión.


2 de junio de 1850.

Galeón “La Regencia”.

En mi camarote.


Mientras Esmeralda y Dilaila dormitan en sus camas, yo me he quedado despierta para contarte todo lo que ha pasado hoy y, puedo asegurarte que, aunque no es gran cosa, la aventura que estoy experimentando es mucho mejor de lo que me imaginaba.

Debo advertirte también de la sorpresa que he detectado en el rostro de mi señor padre al verme hablar y divertirme con los marineros. Como si creyera que no sé conversar con las personas.

Quitando ese inesperado rostro, me he dado cuenta de que me encanta estar en alta mar. Es lo más emocionante que estoy viviendo en todos los años que tengo de vida. Por esa razón, mi mente no deja de pensar en la manera de hacer realidad mi sueño: vivir para siempre en el mar.

Tengo que conseguirlo, aunque sea lo último que haga. Debo intentarlo o sé que me arrepentiré de no haberlo hecho cuando tuve la ocasión.

Como bien supondrás, mi querido diario, éste es un nuevo secreto que solo te revelo a ti, mi confidente más leal.

20 Şubat 2021 20:18 2 Rapor Yerleştirmek Hikayeyi takip edin
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Sonraki bölümü okuyun Capítulo 2

Yorum yap

İleti!
© Esel Queen © Esel Queen
Lo ame <3
May 05, 2021, 20:44

~

Okumaktan zevk alıyor musun?

Hey! Hala var 12 bu hikayede kalan bölümler.
Okumaya devam etmek için lütfen kaydolun veya giriş yapın. Bedava!