Salpicadura nocturna
(c) 2021 W. E. Reyes
Una colorida van corría a toda velocidad por las calles del barrio chino. Las sirenas de la policía sonaban cerca de ellos.
We're not gonna take it Oh no, we ain't gonna take it We're not gonna take it anymore... —se escuchaba en el radio.
—Che, amplificala che, que buen rock.
—¡Wena weón! Ya le doy...
We've got the right to choose it There ain't no way we'll lose it This is our life, this is our song...
—¡Vivan los yunites estates!
—¡Que buen golpe que dimos!, ja, ja,ja. Salud por eso.
—¡Salud compadre!, este tequila está de poca madre mi cuate.
La camioneta derrapó en una esquina. El sonido agudo de los neumáticos presagió que se soltaría una de las tapas de las ruedas delanteras, que salió disparada hacia la acera.
—¡Hey mi helmano! No’ jue de lujo con el trabajo.
—¡Sí, chamo, el viejo tenía cincuenta mil en efectivo en las cajas registradoras!
—¡Órale mi güey!, ¡y doscientos mil en la caja fuerte, cabrones!
—Ahora me alcanzará para sus buenas chelas. ¡yipi ka yei moderfucker! ja, ja, ja.
—¡Cuarteto de boludos, dejen de decir pavadas! La yuta nos pisa los talones, che. Ya no se me da conducir, no se me da, che. —El conductor llevaba el vehículo a cien millas por hora.
La puerta trasera de la camioneta se abrió y una ametralladora de pie comenzó a disparar.
—¡No mamen cerdos!. ¡¡¡Coman sus vitaminas de plomo!!!
Algunas patrullas recibieron la descarga de la metralla y quedaron inutilizadas.
—¡Che que cagada! ¡Qué cagada!, ¿¡Es una mancha de aceite… viste!?
—¡Que coño. Pasa por encima no seas mama huevos!
—¡No! ¿¡Quééé!?
—¡Aaaah...!
—Ugh...
—¿¡Jefe, Malloy!?… qué agradable sorpresa —dijo García con voz traposa, pelos parados y gafas a medio poner, cuya mejilla izquierda tenía la marca de su reloj pulsera—, son sólo… las hum... —miró el reloj, sacudió la muñeca y golpeó el cristal con sus dedos—, ¿tres de la mañana?
La botella de whisky, casi vacía, sobre su despacho y el cenicero lleno de colillas de cigarrillos, Lucy sin filtro, complementaban la escena. Levantó la cabeza, un destello en el espejo de la habitación llamó su atención por un instante. «¿Tan mal me veo por las mañanas?, luzco más flaco ¿o qué…?»
Un fuerte palmetazo sobre el escritorio interrumpió su pensamiento.
—Veo detective que aún sigue viviendo como la nobleza…
—A menos que me quiera matar de un susto, vaya al punto —dijo con un hilo de saliva colgando—, me pilló en medio de mi fermentación... y hable un poco más despacio… quiere —dijo y se empinó lo que quedaba en la botella. Sacó un pitillo doblado y se lo puso en la boca. Se tanteaba los bolsillos de su sucia gabardina tratando de encontrar el encendedor—. ¿Tiene fuego, jefe?
Malloy le acercó una cerilla y se lo encendió.
—Sabe usted... ¿que fumar ya no se lleva? Deja la ropa y las cortinas pasadas a nicotina. Estamos en pleno siglo veintiuno, debería probar el cigarro electrónico… "vapeo" creo que le llaman y además nadie usa sombrero —tomó el fedora negro que colgaba de una botella vacía y se lo puso, le bajó hasta las cejas—. ¡Uf!, me queda grande ¿qué talla tiene?, ¿siete?... Además no puede estar fermentando, para eso debería haber tomado vino o cerveza… A mí me parece que se está secando como una momia. El oficial ayudante no pudo contener una carcajada.
—La talla de mi cubre cocos no es algo que le importe ¿verdad? Y... es siete y medio.
—¡Guau! Con razón.
—¿Con razón qué?¿Va a seguir?, mire que a usted para darle el abrazo de año nuevo hay que empezar en noche buena —contestó mascando el cigarrillo.
—¡No sea impertinente! —dijo el oficial Lewis.
—¡A que bien!, defienda a su jefe... oficial cara de lechuza —dijo con una chueca mueca de sonrisa en su rostro.
El oficial hizo el ademán de darle un puñetazo, pero Malloy lo contuvo.
—Lewis tranquilo, este hombre, todavía esta aún medio ebrio, pero es el único que nos puede ayudar ahora.
—¿¡Ah, sí!?, ¡veo que tiene un problema que sus chicos no pueden resolver! —exclamó. El que la policía reconociera que no era capaz de dilucidar un caso, lo ponía de buen humor como también abría la posibilidad de llenar sus escuálidos bolsillos—. ¿De qué se trata?
Las pupilas de Malloy se dilataron y su semblante palideció.
—No lo puedo describir tiene que verlo —García levantó una ceja, chupó lo que quedaba de su pitillo barato hasta que se quemó los dedos. Enfundó su revólver .38 special en la pistolera y se ciñó el sombrero—. ¿Cuándo cambiará ese vejestorio, por una glock?
—Por muy buena que sea una pistola a veces se traban, me gustan las cosas viejas… y confiables. ¿Vamos?... o me seguirá tocando las pelotas.
La luz de la lámpara iluminó las tres figuras que bajaban por las escaleras del edificio de departamentos.
Siempre me queda tan lejos la licorería, y para colmo esta mugre de portátil se me está desarmando. Lo que me queda de la historia lo voy a escribir a mano, a no ser que por un milagro reviva este trasto de porquería. Sí, deme de ese vodka barato. ¿Qué me dice?, no veinte dólares es mucho deme el de diez. ¿No le dije que quería algo barato?, a lo mejor esta sordo el anciano este. Sí, buenas noches para usted también. Menos mal que dejé de fumar, así me alcanza para trago adicional.
El jefe no mentía, en la escena lo que quedaba de una camioneta tipo van se encontraba cortada en diagonal. Como también sus ocupantes.
—¿Qué crea que sea esto García, una especie de ácido negro?
—No sé, pero no lo creo jefe... pienso, según lo que veo, que es mucho peor...
—¿Mucho más que la peli esa del bicho espacial que tenía ácido por sangre y que corroía el acero o cualquier cosa?
—No es eso... el ácido sería algo, mostraría los cuerpos… quiero decir la porción que queda de estos infelices, derretido o comido, ¿comprende? Están cortados como si fuera una cuchilla gigante... Si se fija por la velocidad del vehículo, se hundió más la parte delantera y el corte se produjo proporcional a la velocidad. Por eso nos quedamos con una tajada de camioneta como si fuera un pastel…
—Un macabro pastel, de este sabor no me gustan… Perdí el apetito —dijo Malloy sacando un emparedado de su bolsillo y arrojándolo luego a un bote de basura.
—¿¡Usted!? Usted perdió el apetito —rió el detective— No le haría daño hacer dieta a lo mejor baja media libra. Y deje de mirar dentro del cubo... ya botó esa asquerosidad llena de grasa.
—¿Ha olido su ropa? Huele a perro mojado y además con ese hedor a nicotina impregnado... Usted parece un pitillo húmedo a medio encender de un metro noventa.
— Además tenía envuelto el sandwich en plástico y papel, debió botar el plástico en el cubo no reciclable, el papel donde dice papel y el resto donde dice orgánico. Creo que el colesterol le colonizó el cerebro.
—¿Ah sí detective?... Veo que echa más humo que el Titanic, para mi que tiene más responsabilidad que yo en la calentura global...
—Calentamiento global... de acuerdo... paz, sigamos con el caso además quedó esa extraña mancha negra detrás...
—¡La mancha voraz! —dijo el jefe mientras sacaba un lollipop para chuparlo.
—Ha visto muchas películas clase B, Malloy. Es más el corte es tan perfecto sin rasgaduras que parece hecho por láser.
—Me da la impresión que hay una afectación de la realidad subyacente a este evento, las partículas desaparecen, es una anomalía... tal vez interdimensional de tipo cuántico… es como un agujero negro, pero tiene un extraño comportamiento de masa…
Al investigador se le estaba derritiendo el cerebro con tanta información, proveniente de esa joven mujer de ojos de mar azul profundo, cabellera rubia y carnosos labios carmesí. Se perdía en sus dientes, como si aquellos hubiesen sabido que a él le gustaban blancos como las nieves del Himalaya. Se enamoró de inmediato.
—Señorita la única masa que me gusta es la de la pizza con pepperoni… ¿usted es?...
—Gretha Sponer, soy doctora… en física, no las que pinchan con agujas —rió. El misterio que emanaba del detective, su aire desgarbado, duro, pero con necesidad de cuidado hicieron brillar sus ojos al mirarle.
—Ella es una invitada del MIT, que estaba en dando una conferencia en la ciudad, la llamé por la situación, necesitabamos de la perspectiva científica...
—Un gusto conocerla, pero yo no entiendo —fijó su vista en el jefe— de partículas demasiado… —levantó su sombrero con el dedo— particulares. No tengo como explicar que una mancha…
—Anomalía —acotó Sponer.
—Okay, lo que sea esta cosa... pueda cortar algo o a alguien así.
—¡No sólo eso, cualquier cosa que cae dentro desaparece!
—No creo ser un gran aporte en el aspecto ¿cómo dijo?, ¿tántrico…?
—Cuántico —dijo ella.
—Como sea, creo que lo único que gané al venir aquí es conocer a una mujer… como usted… tan… —observó su cuerpo de reloj de arena de arriba a abajo— tan física.
—Y que lo diga —le guiñó un ojo Sponer.
García se acercó a los ocupantes de la camioneta. Examinó a cada uno de ellos, miró las huellas de neumáticos y observó la cantidad de billetes botados en el asfalto.
—Eran cinco maleantes: un argentino, que era el conductor, un chileno que planificó el golpe, un mexicano encargado de la metralleta, un venezolano de demoliciones y un puertorriqueño que se encargó de intimidar al judío Zuckerborg dueño de la tienda minimercado “El rey del descuento”. Robaron alrededor de doscientos a doscientos cincuenta mil dólares.
—¡Guau!, ¿pero cómo lo sabe si no le he dicho aún…?
—Detrás de la oreja del conductor un tatuaje que dice: “el 10”. El encargado del plan tenía varios papeles con esquemas de la tienda, en el bolsillo de la camisa, y un celular, con inscripciones “la weá”. Este de acá está escuchando —puso el móvil del boricua en alta voz—: “A ella le gusta la gasolina…” En lo que le queda de la mitad de este tipo la gorra tiene la bandera de Venezuela, su mano tiene restos de explosivos y polvo de ladrillo; y el último cortado a la altura de la pelvis, tiene una botella de tequila en el bolsillo trasero… además quedó con la mano puesta en el gatillo de la ametralladora.
»El único que podía tener tanto efectivo cuatro bloques más atrás según el frenado, las huellas y velocidad y además por la pista de la bolsa con el logotipo de la tienda. Era Zuckerborg, quién además era prestamista… Antes que me pregunte que como lo sé… Solo crea lo que le digo. Lo sé.
Meses atrás el detective había empeñado su revólver para poder comprar licor y cigarrillos en aquella tienda.
—Pero ¿como sabe la cantidad de efectivo y quién fue el que intimidó a…?
—Veo que aún le funciona la maceta, a pesar de sus triglicéridos elevados —levantó una ceja—, lo demás era obvio… Por la denominación de los billetes, su distribución en el pavimento y además tiene un anillo de oro con incrustaciones de diamantes y zafiros, y la inscripción interna dice Matt Zuckerborg…
—Eso no implica que…
—Se tomó una selfie con él, mire —le mostró el celular con la cara del tendero arrugada por la pistola del maleante, mientras hacía el signo de la victoria con la otra mano—. Son muy idiotas estos tipos… eran quise decir —Se encogió de hombros —. Por el volumen de las bolsas que salen en la foto calculé el resto de la cantidad robada.
—¡Notable cómo siempre!... pero, pero ¡no!… no es por eso que lo traje. Eso se lo dejaremos a los investigadores científicos y a la pesquisa policial de costumbre... Hay algo más raro aún. Mire las orillas de la mancha.
—Es verdad hay un patrón muy raro, en vez de ser una chorreada, más bien parece... una salpicadura. Además ¿qué es eso pegado acá en la orilla? ¿¡Una cabeza humana…!?
—¡Cuidado detective! —gritó la doctora y empujó a García hacia un lado, cayendo este al piso.
Con un demonio se le acabó la tinta al bolígrafo. Tiene que haber algún otro lápiz por aquí. Bien, acá en el cajón del velador encontré un par de lápices grafito. ¡Que diablos!, me sirven igual. Si espero unas horas más, y tengo algo de suerte, la bazofia electrónica que tengo por máquina de escribir se enfriará y encenderá de nuevo para poder terminar el escrito.
No puedo seguir durmiendo, esta puntada que siento. ¿Qué será? No es el corazón, es más abajo y a la derecha… De seguro debe ser el puto hígado. Ahí en la esquina se ríen de mí los demonios. Malditas botellas, las reconozco todas: la de vodka fue el lunes; la de whisky el martes; el miércoles no me sentía bien y tomé esas tres de cerveza; el jueves esas tres de vino cabernet sauvignon; y el viernes bebí solo café y agua, pero hoy estoy con dolores y me tiembla la mano derecha. Soy un puto alcohólico, no sé cómo voy a terminar la historia y la editorial tiene que publicarla en la revista la próxima quincena.
Debo esforzarme, sin el dinero no podré sobrevivir otra semana, necesito hacer algo. Tengo sueño… ¡Puto teléfono!, ¿quién llama a esta ahora? Hola, son las tres y media de la mañana espero que tenga un buen motivo para llamarme… Oh... eres tú, Rose, es una llamada inesperada. ¿Llamaste a esta hora porque la preocupación no te deja dormir?... Oh, sí bueno, se trata de Ellen… Mira no sé si pueda. Sí, sé que es nuestra hija, sí... trataré. Okay, Rose no te sulfures te dije que haré todo lo posible. También estoy complicado y aunque no me creas sigo haciendo esto por ustedes, bueno, está bien, no llores por favor no por mí, esas lágrimas no las merezco. Lo haré no te preocupes, voy a colgar ahora, adiós mi am… ¡Clonc! Tengo que terminar esto como sea.
—Ja… Ja mein leibe —gemía Gretha montada a horcajadas sobre García. El suave vaivén de sus caderas, de su pubis, y de un entrenado piso pélvico lo masajeaba dulcemente. Aquel monte de venus lo llevaba, en cada movimiento rítmico, a la cima. Hasta que un orgasmo que casi le hace estallar la cabeza, dejó al detective sin aliento. Ya no podía más, esta era la décima vez aquella noche.
Ella estaba muy feliz, se recostó al lado de él, la rubia cabellera cubría unos pechos con forma de gajos de uva, exquisitos como el vino moscatel. Ella encendió un cigarrillo, arrojó un poco de humo sobre su oreja.
—Ja, te gustó, ¿verdad?, ¿qué te pareció mi eficiencia? —rió hablando con un seco acento alemán—. Nos paseamos por diez posiciones del Kamasutra —lo miró con una ceja levantada—, fue en extremo gratificante —dijo y se resbaló, de forma felina, hacia un lado de la cama para incorporarse y quedar por completo desnuda frente a él.
—Sí, fue casi una fantasía ¿creo?, tú aparentas alrededor de veintisiete años.
—Veinticinco —susurró ella, mirándolo con los ojos entornados y relamiendo su lengua.
—Hum, sí. Yo un poco más de cincuenta. Este… rendimiento, no es posible para alguien de mi edad, además te ves más alta de lo que recuerdo y sé que eres bella, pero tus proporciones son como un dibujo de Leonardo. Recuerdo tu perfecto inglés, sin embargo hablas con un acento demasiado marcado. ¿Además cómo llegamos aquí?, esto no tiene sentido… a no ser que…
—¡Sea un sueño, mi amor! —exclamó ella, y le arrojó una sábana sobre la cabeza.
—¡Detective!, ¡¿detective, se encuentra bien?! —exclamaba Malloy, al ver que de a poco aquél abría los ojos.
—Estoy un poco mareado —se tomó la cabeza con las manos y se ajustó el cuello hasta que un sonoro pop, le indicó que estaba en su lugar—, pero me siento mejor ahora...
—¿No sabe qué con ese movimiento se podría romper el cuello?
—Lo he hecho por años… y por más que lo intento todavía no muero —sonrió.
—Estuvo inconsciente por un buen rato, lo siento tuve que empujarlo y se pegó en la cabeza. Debiera descansar. —dijo su admiradora que lo miraba compungida, con perlas de preocupación en sus ojos.
—Nada que no se arregle con un par de aspirinas. Estoy bien —dijo con una sonrisa oblicua. Puso un Lucy en su boca. Sacó su encendedor metálico zappo, que encendió en un rápido movimiento frotándolo sobre su pierna, y prendió su cigarrillo dándole una larga fumada.
—Le salvó la vida, García. Sospechamos que de algún avión cayó otra cantidad de esa argamasa negra, que venía bajando justo sobre usted, mire dio sobre ese hidrante, que desapareció en el acto.
—Danke, mein geliebter fräulein… danke —recitó de manera automática el detective.
—No entiendo mucho el alemán, pero esa frase sí —se sonrojó ella, cuyas mejillas parecían cerezas sobre la nieve.
El detective siguió con el examen de esa oscura lechada. Observó que aparte de la cabeza había un par de manos y pies pegados a los bordes de ella.
—¿Intentaron despegar los órganos incrustados en esta cosa?
—No se puede, pero no a lo mejor por lo que usted cree. Inténtelo —dijo, Malloy.
El investigador se acercó a uno de los pies, al tratar de tocarlo su mano pasó a través de él como si fuera neblina.
—Estoy a punto de darme por vencido. Parece que estuviéramos en un capítulo de la Dimensión Desconocida.
—Tu ru ru ru tu ru ru ru —tarareó Gretha—, tampoco tengo respuestas, sólo más preguntas.
—Hay muchas cosas que no me cuadran, señorita, el otro día leí en alguna parte algo que no entiendo mucho, lo encontré en Duckglee, acerca de qué es posible, “en un cincuenta por ciento, que la realidad sea una mera simulación”. ¿Supongo que es algo así como estar dentro de un juego de video?, ¿cree usted que eso sea posible?
—Es una de tantas teorías, como los universos múltiples o los mundos paralelos.
—¿Y sí fuera otra cosa? —una saeta, cliché, de pensamiento fugaz atravesó la mente del sabueso—, ¡jefe, tome mi llave, vaya a mi apartamento. Debajo del escritorio hay una botella verde, dese prisa y tráigala acá!
—¡Acaba de recibir un fuerte golpe en la cabeza, está con resaca y, de seguro, me pide más licor!, ¿¡se volvió loco!?
—Por favor Malloy, tengo una corazonada al respecto, ¿cuándo me ha fallado alguna?
—Nunca… eso es cierto, pero… hombre vamos ¡esto no es ciencia ficción!
—¿Jefe?
A regañadientes y murmurando maldiciones Malloy, subió a una patrulla, y fue a conseguir el encargo.
Oh, por Dios, llevo tan sólo un par de días con esto. Al menos ya no tengo las punzadas en la barriga. No sé si estoy despierto. Me cuesta tanto seguir, necesito un trago, pero ya se me agotó el dinero y el crédito. Creo que escucho voces… ¿de dónde viene ese olor a cigarrillo?
—¿¡Y esto me encargó!? ¡Realmente es el colmo, está jodido, es absenta al 89%! ¡Y además tiene una calavera en la etiqueta!
—Es como el tercer lollipop que se hecha a la boca Malloy, parece que tiene una fijación oral.
—¿Y usted de seguro no?, ¿verdad?
—Sí creo... que sí —afirmó concentrado en los pechos y trasero de Sponer—. Doctora, ¿qué puede pasar si no resolvemos lo de esta salpicadura? —acotó el detective.
—Eventualmente podría provocar un cataclismo de la realidad, si no es aislada o neutralizada. En el caso que permanezca estable. Cualquier cosa, incluyendo personas podrían ser arrojadas dentro y nadie sabría que les pasó. Parece una singularidad... La cual es una anomalía espaciotemporal en donde el horizonte de sucesos...
El detective agitó sus manos frente a ella, levantó el sombrero y se rascó la cabeza.
—¿En español, sería...?
—No se sabe que pasa dentro, puede ocurrir cualquier cosa, sólo sabemos lo que pasa afuera.
—Ya escuchó —García procedió a beber un par de tragos del licor —. ¡Uf!, parece que ya veo verde o al menos veo una hermosa hada —dijo mirando a la científica—... Por si no nos vemos más: hasta la vista baby — finalizó y aún con la botella en la mano se arrojó dentro del líquido negro.
—¡¡¡No!!! —exclamó Malloy.
Gretha estiró sus manos tratando de retenerlo. «Tal vez funcione... Es un genio o es un completo idiota», pensó.
Malditas voces de donde vienen. ¡Puaj!, y ese asqueroso olor a tabaco. ¿Qué es eso?... una botella de absenta al lado del manuscrito, no me hará mal un par de tragos supongo. Oh, que delicia, con esta graduación mejor tendré cuidado, lo beberé de a poco y pausado.
—Veo que no es muy ordenado, se parece bastante a mí. Le estoy hablando. Acaso está ciego. Hay un problema con su cuento.
Apartó lentamente los labios de la botella y una mueca de incredulidad se formó en ellos. Aquella figura, que le parecía familiar, se recortaba a la luz de la lámpara de mesa.
—¿Quién es, por dónde entró?
Le costaba distinguir la forma de su interlocutor, su mente enceguecida por las fumarolas del recuerdo produjeron esa niebla de etanol mental que se apoderó de su cerebro por un momento... una vez más. Comenzó a distinguir, el sombrero fedora negro, la gabardina sucia color verde olivo, la camisa blanca, la corbata muy delgada negra con puntos naranja y los zapatos de cuero italianos color caqui… «¡No puede ser!, ¿será él?… Oh, no... pantalón cobalto… tiene que ser él, lo que me faltaba».
—Ahora si me ve bien, ¿verdad? Lo sentí en mis entrañas. No lo tenía claro, pero hace un rato comprendí que cuando Malloy fue a consultarme por el caso, el reflejo que vi en el espejo no era el mio... era suyo. Y mi corazonada es que usted debe ser el autor y yo soy uno de sus personajes. Soy García el investigador privado —dijo acercándose a la luz.
«Es el maldito absenta, de seguro es eso, pero… pero nunca he comprado ese licor… entonces, ¡debe ser verdad!»
—No se cómo, pero sí, es usted detective, ese mal gusto en el vestir no lo tiene otro de mis personajes. ¿Qué problema hay con el cuento, por qué, no entiendo?
—Sí ya veo, parece que el manuscrito lo está terminando con una pluma fuente… ¿o me equivoco?
—¡Es cierto!, ¿cómo lo supo?
—Porque hay manchas de tinta por todos lados y acá hay una sobre las hojas.
—¿¡Qué!?, ¡no puede ser!, en esta parte, parece que introducía a un personaje y su acción, pero no recuerdo qué personaje, su nombre o qué hacía. Hay una salpicadura de tinta muy grande.
—¿No recuerda que ocurrió?
—Se me habían roto los lápices grafito y no tenía sacapuntas, encontré mi vieja pluma y tinta. Estaba rellenando la pluma y de repente… sí de repente salió un chorro, porque no me acordaba bien cómo hacerlo, luego creo que empecé a ver elefantes de colores…
—Es urgente solucionar esto, es un peligro esa salpicadura nocturna, hay personajes y cosas que van desapareciendo dentro de ella y el hecho que esté yo aquí, significa que la realidad, cómo dijo Sponer puede colapsar por esta anomalía.
—Sponer es bella ¿verdad García?, ¿lo pasó bien con el sueño que cree para usted?
El detective con su cara enrojecida miró hacia arriba y meditó un instante, procedió a sacar un cigarro de su bolsillo.
—¡No!, no más tabaco, por favor, ese olor me repugna.¡Además lo tengo decidido este escrito irá a la papelera!, tengo poco tiempo y debo escribir una nueva historia… y a mano antes de mandarla a teclear a algún lugar. Estoy atrasado, así que sí no le molesta esfúmese... o váyase por el agujero de conejo de donde salió…
—Sí lo hace, no podré resolver el caso y Sponer desaparecerá…
—Me vale verga —dijo mirando la botella de absenta—, mientras tenga inspiración puedo hacer de todo —se echó un buen trago encima—. Lárguese de una buena vez, la mayoría de mis personajes son perdedores como usted, me da lo mismo, tal vez decida borrarlo en el futuro o mandarlo al quinto infierno.
García observó una carta, en el escritorio, con dibujos de corazones y de un oso, comenzó a leerla.
—“Para papá oso: papito quiero que sepas que eres el mejor padre que pude haber tenido, no quería…”
—¡Deje eso ya!, es privado.
El autor se acercó al detective, pero este lo alejó con la mano sobre la cara de aquél, quién seguía hablando con la boca arrugada por la presión, que con su mano, ejercía el investigador.
—“Decirte esto, pero mamá te recuerda que debes apoyarme económicamente con mis estudios…”
—¡Basta se lo ordeno!, deje de leer esa carta, no le incumbe a seres de ficción como usted o ¡lo hago desaparecer!
—Ahora entiendo su enojo, pero estoy aburrido de su dictadura: enviándome a precipicios sin fondo, para luego rescatarme; luchando con asesinos seriales, luego mofándose de mí ante el lector haciéndome quedar como un detective palurdo. Debe enfrentar sus debilidades...
—¡Cállese!, ¿¡qué puede saber usted!?, pedazo de papel entintado.
—Venza a sus demonios no deje que le dominen. ¿Es un hombre o un ratón!, ¿¡ah, dígame!?, cui cui cui —dijo juntando los labios y haciendo sobresalir sus incisivos—. Sí quisiera desaparecerme, me hubiese matado años atrás en sus estúpidos cuentos de inspiración endrogada. Me necesita. Usted es un imbécil y me hace ser su alter ego: perdedor, alcohólico, fumador, con amores fugaces y siempre sin dinero. Un payaso para divertir a su público. El gran perdedor es usted, ni siquiera pudo conservar a su hija…
—¡Cierre la boca, maldito insolente, de una buena vez!, voy a proceder a borrarlo de la historia, lo condenaré a muerte ahora mismo, ¡lo mataré!, ¡tengo que matarlo! —decía el escritor mientras gruesas lágrimas inundaban sus mejillas y corrían por su pecho en un torrente de dolor.
—¡No, si lo hago yo primero! —dijo desenfundando su .38 y apuntando a su creador.
—¡Que hace idiota!, sí me mata se acabará su vida… su mundo completo.
—¡No me importa!
—¡Soy el autor, pedazo de imbécil!
¡Bang!
Un fogonazo y el humo de la pólvora inundaron la habitación. Apareció una bandera con la palabra ¡bang!, del cañón de la pistola.
Otro disparo, salió una flor por bala.
El investigador siguió disparando hasta descargar todos los tiros que se convirtieron en ositos de gelatina que rebotaban en el cuerpo del escritor.
—¡Me tienen harto sus bromas estúpidas!, ¡le ahorcaré!
El detective empezó a presionar el cuello del autor, con sus manos, repetidamente. Cada vez que lo hacía, se inflaba la cabeza de aquél. Ya sin fuerzas, lo soltó. La cabeza se desinfló haciendo ruido al igual que un globo.
—¡Ve como no quiere morir usted, tampoco!, ¡no sea pusilánime!, ¡enfrente sus problemas!, y déjeme vivir, tengo derecho a ser feliz también; aunque sea a veces. ¿No cree?
El autor con la cabeza, ahora, desinflada de idioteces y penurias comprendió por fin. Descansó unos momentos. Se quedó mirando su sucio y desordenado cuarto. Las cartas que le enviaba su hija. La fotografía de su familia cuando estaban juntos.
—Lo siento García por lo que le dije, como siempre, tiene razón, pero no sé que más hacer. Mi memoria es un desastre, estoy perdido.
—Por fin recapacitó. Creo que le debo una disculpa también, debe ser muy duro ser real —dijo y hurgó en su gabardina por un cigarrillo.
—Detective, por favor, humo no...
—Okay —el detective guardó el cigarrillo en el bolsillo— Sí, resuelvo esto... ¿me promete no volver... siquiera a mencionar, hacerme recordar o sospechar que soy su juguete de tinta? —dijo mascullando.
—Prometido.
—Bien, veo que no revisa su correspondencia muy a menudo. Acá hay un paquete en el que se lee “fan cooler notebook part” parece que es un repuesto para laptop y por ser un ventilador me imagino que es para enfriarlo ¿quizás?, por lo tanto su portátil estaba sufriendo problemas de temperatura, debido a alguna falla con el ventilador. Haga memoria.
—Pues sí, así es ¡Ya me acordé!
El autor partió corriendo a buscar un destornillador y reemplazó el componente fallido. Encendió su portátil.
—¡Qué bien!, por fin pasaré en limpio el manuscrito, podré terminar la historia.
—Ya creo entender, lo poco y nada que se veía, de las vestiduras, en las manos y pies del pobre personaje aplastado por la salpicadura. Debió ser el car…
—¡Bravo!, sí, era el cartero que trajo el repuesto, me lo dejó e iba de vuelta a la central. Me puse a cargar la tinta en esa parte que fue cuando ocurrió el accidente, supongo que el charco de tinta lo envolvió y llevó dentro de la historia. Luego se me olvidó quién era y pasó a ser un personaje destruido… por eso no recordaba haber recibido el paquete.
—¿Pero, cómo si el también era un personaje real?... ¿cómo fue arrastrado por la tinta?
—¿Licencia literaria? —dijo una voz en medio de la habitación.
— ¿Escuchó eso detective...?
—Parece que alucina, no he oído nada... Entonces al pobre tipo la salpicadura lo dejó hecho salpicón… ¿Que muerte, no?
—Horrible, pero se arreglará.
—¿¡Tampoco escuchó eso!?
—¿¡Qué!?, ¿otra vez?, no nada —observó la pálida tez del escritor —. Hum,¿delirium tremens...? Creo que debe dejar de beber —se quedó pensativo un rato— Tal vez esto, el que yo esté aquí, sea lo que la señorita Sponer quería decir con mundo paralelo y enlace cuántico.
—Es algo que tendrá que averiguar en el futuro, no le puedo hacer adelantos —se carcajeó el autor— ahora tiene que volver a su mundo.
—Yo tampoco hago adelantos —dijo la voz carcajeándose también, que retumbó en la habitación solo para el autor.
Al escritor le empezó a temblar la mano derecha. «Creo que debo terminar con esta adicción...», pensó.
—¡Salud! Por la vida entonces —dijeron a dúo y se sirvieron el último trago.
El detective se despidió y se introdujo por la mancha de vuelta a la historia otra vez. Apareció en la calle y la salpicadura se desvaneció, frente a los ojos de todos los presentes.
—¡Qué pasó, cuéntanos que pasó!, ¡qué viste al otro lado! —dijo Gretha.
—No sé… mi memoria está en blanco.
—La ciudad lo recompensará con cincuenta mil —dijo el jefe Malloy—. Tenía a su novia preocupada.
No recordaba que la doctora fuera su novia o haber hablado de algún monto si resolvía el caso. Por lo regular su tarifa era de cinco mil…, pero no pensaba corregir al jefe, por algo era el jefe —rió por dentro—. Ella por alguna razón, le parecía un poco más alta. Y él se sentía con los bríos de un joven de veinte.
—Ja, Ja mein leibe… nos quedan veinte posiciones más que intentar —susurró Gretha al oído de él mientras agarraba con fuerza su trasero.
«¿En qué momento había probado alguna?, sería bueno repasarlas todas para no olvidarlas», pensó sonriendo. Ya no sentía deseos de fumar.
Como por instinto miró al cielo. Sabía que le tenía que agradecer a alguien, pero no encontraba a quién.
***
—Ellen, hija, ¿quién era?
—Era el cartero con un sobre para ti... que dice Banco de Boston. Toma mamá. Pero era un tipo muy raro, tenía vendajes en el cuello y los brazos, además caminaba muy tieso, como si tuviese prótesis.
—Gracias hija. Te he dicho antes que no seas tan observadora, todos necesitamos trabajar incluso los discapacitados —Rose abrió el sobre—. Gracias, gracias... nuestra bebé podrá seguir sus estudios —murmuró para sí.
— ¿¡Quién diablos?!... escribió esos diálogos después del fin.
—Fui yo. ¿Supongo que dejaste de beber?
— Sí, pero porqué...
—¿Por qué escribí... eso?... Porque me gustan los finales felices. ¿Algún problema?
—No. Algo me dice que no debo tener conflictos contigo —dijo mientras se secaba el sudor de la frente con un pañuelo.
—Menos mal, sabes lo que te conviene...
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