hitto- Carla Angelo

Como es tradición en su pueblo, Charleen debe contraer matrimonio al cumplir los dieciocho años, sin embargo, no piensa aceptar esta obligación sin antes haber vivido una gran aventura y escrito en libros sobre ella. Es así que convence a un guerrero errante para acompañarla a la nación de Ithia, con el pretexto de buscar un tesoro perdido en un hundido barco pirata, omitiendo decirle sus verdaderos motivos para viajar. Por su parte él tampoco es honesto con ella, ocultándole su verdadero origen, lo que Charleen encontrará al llegar a Ithia e involucrándola en una posible guerra que significaría la extinción de los humanos en el continente de Savi, la cual se desatará si ambos siguen siendo las fichas de un juego iniciado incluso antes de su nacimiento.


Fantastik Epik 13 yaşın altındaki çocuklar için değil.

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La monotonía de Helianto

"Cincuenta y ocho, cincuenta y nueve..." contaba mentalmente mientras movía las piernas a toda velocidad. "Sesenta, sesenta y uno..." se ayudaba con los brazos, sorteando los osados rayos de sol que se filtraban dejando una estela luminosa. El agua estaba tan fría esa mañana, que no pensaba atravesar aquellos reflejos que ocasionaban un cambio de temperatura casi imperceptible.

"Sesenta y dos, sesenta y tres..." sus pulmones ardían, no aguantaría más; no más del límite que debía reservar para realizar el camino de vuelta. Palpó el fondo arenoso, buscando desesperadamente con las manos, no quería salir para iniciar de nuevo.

Una bancada de peces de colores pasaron junto a ella y la rodearon, creando un torbellino que la envolvió unos segundos antes de reducir su tamaño y dibujar una espiral en el suelo. Esa fue la señal que le indicó la ubicación de un nuevo libro. Aquellas criaturas púrpuras, cambiaban su color a un azul metalizado y se comportaban de forma curiosa cuando sentían magia cerca.

"Setenta..." su límite ya había pasado, debía volver, pero su terquedad se lo impedía. Sólo un poco más... siguió palpando y entre la suave textura de algas y granos de arena, sintió algo duro y plano.

Apartó la arena con rapidez, develando un pequeño libro. Sonrió bajo el agua y volvió hacia la playa con su nuevo tesoro.

Las burbujas de agua se escapaban, en cualquier momento su cuerpo reaccionaría ordenándole a su nariz respirar en un lugar donde no era posible para un ser humano filtrar el oxígeno. Debía apurarse.

Veía la luz del sol como si estuviese a través de un espejo rugoso. Se acercaba, demasiado lento... ya pasaría, no aguantaría más y se ahogaría. No se rindió. Continuó batallando y finalmente dio una gran bocanada de aire al llegar a la superficie.

Tosiendo, se ayudó con una mano mientras con la otra aferraba el libro que había rescatado de aquel hundido navío. Hacía más de trescientos años que aquel barco enterrado en el mar, con la colección más grande libros que se hubiese asomado por Helianto, reposaba en esas aguas tranquilas. Charleen se dedicaba a rescatarlos, semejante tesoro no podía mantenerse abandonado en las profundidades marinas. Nadie más la ayudaba, la gente de su monótono pueblo no le veía el sentido, o simplemente querían ahorrarse los problemas. Para Charleen, representaba la única cosa emociónate que podía realizar en el día, y de paso huía de las labores de la granja.

— ¡Maldita sea Emmet! ¿¡Por qué lo abriste!? —En cuanto sus pequeños pies tocaron la costa, le gritó furiosa a su amigo.

El joven General reaccionó soltando torpemente el libro que Charleen había rescatado antes.

—Lo siento, quería ver de qué trataba. —Se dispensó.

La muchacha lanzó el libro que tenía entre manos y fue por el otro, para comprobar el daño.

— ¡Debes abrirlos cuando estén secos! Si los abres mojados las páginas se rompen —explicó mirando con sufrimiento como, efectivamente, las primeras hojas de libro se encontraban rasgadas—. ¡Demonios! No toques mis cosas.

—En teoría no son tuyos —dijo con un brillo de hilaridad. Charleen se preocupaba por esos libros más que de su propia vida. Él ya se había acostumbrado a que le gritase por acercarse siquiera a ellos.

—Ley del mar, si lo encuentras es tuyo, desde que los rescato del fondo son míos. —Abrió su bolsa blanca bordada con piedras e hilos de colores y guardó los hallazgos del día.

— ¿Cómo aguantas la respiración tanto tiempo? Te hará mal. —Emmet se levantó y sacudió la arena de su uniforme militar—. Ya tienes muchos, más de los que podrás leer en toda tu vida, deja el resto, es peligroso.

—No es peligroso, es emocionante —musitó—. Y para ser un soldado que ha visto el mundo y peleado en guerras peligrosas, eres muy aburrido.

—Prudente en realidad. No hay que ponerse en riesgo sin necesidad —habló con calma y Charleen volcó los ojos con cinismo, ella no lo comprendía, de poder vivir una vida llena de aventuras, él elegía volver a su aburrido pueblo natal para ayudar a su familia con su granja—. ¿Cómo es que la tinta no se borra? —Antes de escuchar, por centésima vez, los reproches de la joven, cambió el tema.

—Tinta mágica supongo. Con tantos años bajo el mar debería estar borrada, pero se mantiene como nueva. Ya te dije, estos libros no son normales, creo que pertenecen a una cultura desconocida. —Hizo un gesto de misterio con las manos.

Ese tema le emocionaba. Esos libros contenían historias que jamás había escuchado, leyendas, que más que mitos, sonaban a la historia real de algún lejano pueblo; y hechizos efectivos que hasta ella podía realizar.

—Aparte de los humanos y los alquimistas, no hay más razas, todas se extinguieron—aseveró intentado mostrase seguro—. Te ayudo. —Notando que Charleen ya se colgaba la pesada bolsa del hombro, se ofreció para ayudarla, seguro de que recibiría un prepotente "No" por respuesta; y así fue.

—No, puedo sola, me creo perfectamente capaz de cargar mis pertenencias. —Aferró la bolsa y una idea maliciosa cruzó por su mente. Emmet se preocupaba en demasía por ella, poniéndose nervioso por cada paso que ella daba ¿Qué tal si la creía en un grave peligro? Sin duda sería divertido ver al apuesto y musculoso General con una cara de pánico—. Rayos, hice caer mi pulsera, voy por ella.

—Si quieres yo voy, ya estuviste mucho bajo el agua. —La detuvo con amabilidad.

—No gracias, yo iré, sé exactamente dónde la pude dejar caer. —Le aseguró con un falso tono de dulzura.

Se zambulló en el mar y dobló buceando hacia el gran muro. Aquella muralla hecha de piedra, se elevaba desde la costa hasta perderse en el horizonte, emergiendo a una increíble altura, evitando que barcos hostiles se aproximasen a esas costas y manteniendo en el pasado a Helianto protegida de la guerra. Charleen había encontrado en muchas de sus expediciones submarinas el punto débil de la muralla escarbando un hueco bajo ella, por el cual, podía salir hacia las costas vecinas, hostiles hasta hacía tres años atrás.

Pasó por el agujero. En pocos momentos, Emmet estaría desquiciado buscándola, esperando encontrarla con vida, para propiciarle todas las técnicas de resucitación que se le ocurriesen.

Ya se acercaba a la superficie, el sol se veía, pero una gran sombra se metió en medio. Sintió un fuerte agarre y aquella fuerza la jaló bruscamente al exterior, sin darle tiempo a batallar. Era su fin, estaba segura, había caído en la garras de un draga, una feroz criatura que se alimentaba de cuanto ser vivo se atravesase en su camino. No quería ver, su trágico final no sería un espectáculo digno para quedar en sus últimas memorias.

— ¡Maldito Emmet! ¡Moriré por tu culpa! si no me incentivaras a jugarte bromas esto no pasaría —protestó, quería que sus últimas palabras fuesen una injuria contra el joven.

— ¿Qué? —Escuchó una voz masculina.

El agarre se soltó, abrió un ojo y con éste vio a hacia el frente. No era un draga, tampoco era Emmet. Abrió ambos ojos con sorpresa. Era un hombre joven. Su físico era más imponente y trabajado que el de su amigo General y poseía una altura envidiable. Un guerrero sin duda, la pregunta era ¿De qué bando? Pequeños ejércitos enemigos rezagados rondaban por esos lugares. Antes de verlo a los ojos, se fijó en el color del uniforme: negro, algo gastado, pero la tela se notaba fina y resistente. Nunca había visto un uniforme de soldado con ese diseño: el pantalón holgado en la parte baja, y solo un chaleco abierto, dejando al descubierto los marcados pectorales del joven hombre.

Sus ojos se desorbitaron al ver la espada enorme que llevaba consigo, con ella podría cortarle el cuello como a una barra de mantequilla. Tragó saliva y subió la vista. El joven la observaba con una penetrante mirada, ocasionada por sus fríos ojos negros.

—Yo...—balbuceó, sin salir de la sorpresa—. Bien, ¡¿vas a matarme o qué?! ¿Por qué me sacaste? —Si iba a morir sería de pie; se levantó y lo confrontó. Él le seguía dedicando su gélido gesto. Le desclavó la mirada y dio media vuelta, ignorándola.

—No eres comestible, tienes menos curvas que una vara, pensé que eras un pez —respondió caminando hacia el bosque.

Charleen bajó la mirada hacia su cuerpo ¿A qué santo venía el comentario sobre su físico? ¿Qué acaso ese sujeto se alimentaba de voluptuosas mujeres? Frunció la boca, era delgada, pero tenía un par de pechos que muchas chicas de pueblo envidiaban.

—Qué idiota —rezongó; el joven se dio la vuelta.

Charleen era valiente, pero no estúpida. Ese guerreo no cambiaba su impasible gesto, parecía que su rostro había sido congelado en aquella inexpresiva mueca. Seguro la mataría por su insolente insulto. A tropezones corrió a meterse al agua y nadando lo más rápido que pudo, cruzó por el hueco hacia el otro lado. Ese guerrero seguro no pasaría por aquel estrecho lugar. No estaba segura de si era perseguida, mas no pensaba averiguarlo.

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— ¡Charleen! pensé que te habías ahogado. —Emmet nadó hacia ella. Llevaba un buen rato buscándola.

— ¡Un guerrero! Está acá, está cerca. —Tomando aliento le advirtió. Emmet era el General del ejército de Fiso. Era su deber el mantener la paz en esa zona.

— ¿Un guerrero? ¿En el mar? —Se desorientó.

— ¡No! ¡Al otro lado del muro, cerca al bosque! —No había tiempo de explicaciones, a pie, era relativamente fácil llegar hacia el pueblo—. Esta vez no miento, lo vi, pero no lleva uniforme rojo como el tuyo.

Emmet frunció el entrecejo. La miró serio. Conocía tan bien a Charleen, que le era sencillo distinguir cuando ella mentía y cuando hablaba con la verdad.

— ¿De qué color era? ¿Iba solo?

—Supongo que sí iba solo, no vi a nadie más, pero su ejército puede estar cerca. Su uniforme era negro.

Aquel dato tranquilizó al General y le causó curiosidad al mismo tiempo.

— ¿Cómo era? ¿Tenía marcas en los brazos?

— ¿Marcas?

—Sí, como tatuajes.

—No lo sé. —Pensó algo angustiada, sabía que ejércitos solitarios asaltaban pueblos pequeños como el de ella, para robar alimento, agua y jóvenes mujeres—. No vi sus brazos, pero era más grande que tú, intensos ojos negros, cabello castaño oscuro...

—Su apariencia física no me es relevante. —Sonrió—. Puede que a ti te haya parecido apuesto, pero yo no tengo esas preferencias. —Se burló.

Charleen gruñó ¿Por qué nunca nadie la tomaba en serio?

— ¡No estoy diciendo que haya sido apuesto! ¡Por qué rayos los hombres piensan que es lo único en lo que nos interesamos las mujeres!

—Era broma, sé que a ti te interesan otras cosas. —Siguió riendo de esa forma encantadora que derretía a todas las jóvenes del pueblo, menos a Charleen—. Tranquila, son aliados. Algunos guerreros visitan pueblos apartados como éste para asegurarse que no hayan sido tomados por enemigos.

—Nunca vi soldados de uniforme negro. —Consideró la joven, sintiéndose más relajada. Durante las épocas de guerra, Emmet le había dado permiso de participar en el entrenamiento militar de los soldados de Fiso, la ciudad más cercana. Representantes de ejércitos aliados se reunían en esos cuarteles, luciendo uniformes de diseño similar, pero de colores diferentes: azul, rojo y blanco. Mas no recordaba a nadie con uniforme negro.

—Es que son soldados especiales. No des vueltas al asunto, ve a casa a cambiarte. Mañana es un gran día, seguro tienes que probarte tu vestido. —Le dio una palmadita en la cabeza, enfureciéndola de nuevo. Emmet continuó el camino hacia el bosque y Charleen hacia su casa.

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Caminó por la avenida empedrada, respondiendo con la cabeza a los saludos amables de la gente. Al ser un pueblo tan pequeño, todos se conocían. Miró hacia las casas y pequeños comercios de la plaza central mientras seguía su camino. Nadie podía negar la belleza de aquel pueblo. Hacia el oeste, crecía un verde bosque, uno de los pocos que quedaban en el mundo; hacia el este, interminables campos de girasoles se expandían. Y hacia el sur, se encontraba el mar, bordeado por una hermosa playa de arenas blancas y cuyas costas serenas, eran ideales para pescar. El sol parecía relucir siempre con intensidad, abrasando la tierra, haciendo de ese poblado, uno de los lugares habitables más calurosos. La única diversión de aquellos habitantes eran las fiestas. Navidad se celebraba, y una vez al año, el baile de presentación a la sociedad, cuando jóvenes en edad "apropiada para casarse" eran elegidas por un pretendiente.

El problema de Helianto según Charleen: la monotonía. La vida en ese lugar era aburrida y rutinaria. La gente despertaba, trabajaba, regresaba a sus hogares, dormía y todo volvía a comenzar. Le daba escalofríos pensar que esa podía ser su vida. Sobrevivir, no vivir, morir sin un legado, siendo recordada únicamente por sus hijos, y después... ser tierra olvidada.

Ser absorbida por la monotonía, era incompatible con su mayor sueño, el deseo que su corazón anhelaba con tanto fervor que podía sentirlo, palparlo, saboréalo con profundo dolor puesto que aún no se había aproximado a su meta siquiera. Quería viajar, conocer el mundo, vivir emocionantes aventuras y luego escribir sobre ellas. Cosa que al morir, sus libros se convirtiesen en clásicos universales y ella fuese una inspiración y la heroína de jóvenes, que como ella, vivían el día a día presas del lugar donde les había tocado nacer.

Necesitaba vivencias para redactar dichas historias. ¿Cómo podía escribir sobre experiencias que jamás había tenido? Todo lo que escribía terminaba por ser quemado en una hoguera, puesto que le parecía un burdo reciclaje de cosas que ya había leído en sus libros.

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El guerrero cerró los ojos. En medio del sendero del bosque, sintió una fuerte presencia. Aquellas criaturas de las sombras eran silenciosas, ágiles, atacaban sin ser percibidas; para cualquier ser humano, no para él. Podía sentirlas a metros de distancia, cómo asechaban, percibiendo el alimento con cada poro de su dura y rasposa piel negra.

La criatura estaba cerca, a menos de seis metros. Ésta en particular era grande, casi de su tamaño. Sus garras inyectadas de veneno eran letales para cualquier ser vivo, por fuerte y entrenado que éste fuera; y el único ojo que se colocaba de forma vertical sobre su frente, podía ver el aura de los seres en la más completa oscuridad.

El guerrero se alistó. Su pequeña trampa había funcionado. De espaldas a él lo sintió. Él draga saltó con las patas delanteras colocadas en la mejor posición para inyectar de veneno y luego desgarrar la carne en busca de su vital alimento.

Antes de que la criatura aterrizara, el guerreo lo atravesó con su espada, partiéndolo por la mitad. Gotas de oscura sangre tocaron el suelo antes que las grotescas entrañas del draga cayeran esparcidas sobre la tierra.

—Criatura repugnante —espetó limpiando el filo de la espada en la piel del draga descuartizado.

—Atraer dragas es peligroso, nunca sabes cuántos vendrán. —Escuchó la voz del General, de quien había notado su cercana presencia mucho antes incluso que a la criatura.

El guerrero envainó su espada ignorándolo por completo.

—Esta zona está libre. El ejército de Fiso se encarga de este lugar. —Continuó Emmet, hablándole con cortesía.

—Ya lo sé. No hago rondas, sólo estoy de paso —respondió, dirigiéndole la palabra por primera vez.

—Un aliado es bienvenido el tiempo que desee. Mañana es la fiesta del pueblo, estás invitado al banquete.

—No voy a quedarme, atravesaré el bosque hacia Fiso esta noche. Deberías tener cuidado de a quien invitas, tu gente puede hacer preguntas.

—La gente de acá es muy despistada, no notarían ninguna diferencia entre tú y yo. Para ellos los héroes de guerra, son héroes de guerra, no se les ocurre pensar su procedencia.

—La chiquilla de esta mañana parece haberse dado cuenta, seguramente ella fue quien te advirtió sobre mí. —Sacudió la tierra de su ligero equipaje y siguió el sendero.

—Charleen es algo diferente. —Sonrió—. La invitación sigue en pie —añadió retirándose, mientras el guerrero se alejaba por el camino contrario.

📷

— ¡Charleen! ¿Dónde estabas?—La tía Crista detuvo a su sobrina mientras ésta subía las escaleras con sigilo.

—En el arado, quitando las piedras como me ordenaste. —Mintió con descaro.

—Acabo de verlo, está lleno de rocas. —Puso ambas manos en la cadera y la miró con reprobación.

—Es que son demasiadas, no acabé, mañana continúo —dijo con desgana, subiendo nuevamente las escaleras.

—Seguro estuviste en la playa. Charleen, ya tienes diecisiete años, debes hacer algo productivo. Te la pasas nadando y leyendo libros, no eres de utilidad.

—No nado, rescato, en mi habitación tengo más libros que en la pobre biblioteca del pueblo. Deberían agradecerme, cuando me vaya les dejaré un enorme legado.

—Irte —rezongó—, entiéndelo Charleen, ya no eres una niña, debes pisar la realidad. No puedes fantasear todavía con los cuentos que lees.

— ¡No son cuentos!—la interrumpió, rabiando porque siempre menospreciaban sus sueños y sus libros—. ¡Son historias reales!, ¡y no me importa que tú te hayas conformado con una vida asquerosa y aburrida! ¡Yo no soy como todos en este miserable pueblo! ¡Yo no seré prisionera de este abominable lugar! —gritó, y recibió una cachetada como respuesta. Puso la mano sobre su mejilla. Lágrimas de ira nublaban su visión.

—Qué dirían tus padres si te oyeran hablar así. —La mujer le habló con indignación—. Este es mi hogar, que a ti no te agrade no te da derecho a menospreciarlo. Te crié como a mi hija, pero ya llegó la hora de que enfrentes responsabilidades. Te incluí entre las jóvenes casaderas —le avisó. Charleen no daba crédito a lo que escuchaba.

— ¡No puedes! ¡Quedamos en que nadie nunca me elegiría como esposa y meterme con esas bobas desesperadas era inútil!

—Tu tío y yo lo pensamos, eres bonita, alguien te elegirá, sino, estarás aquí haciendo el vago, sin oficio ni beneficio, leyendo cuentos y siendo una carga para todos. Tu vestido está en tu habitación. —Sentenció regresando a la cocina.

Charleen apretó los puños y sopló sus lágrimas. No podían hacerle eso, no podían obligarla. Ese era el principio del fin. Su sentencia a una condena de por vida.


Este es el primer libro de una saga de fantasía, espero que lo disfruten!! déjenme sus comentarios por favor

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6
Sonraki bölümü okuyun Stelaro

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