El joven de los trece mil títulos Hikayeyi takip edin

Las palabras, en cierto modo, faltan y sobran, a la vez. Es como una especie de rito espiritual. Una especie de balance cósmico en que, hasta lo verbal, parece llevar consigo un peso hereditario, un peso que va más allá de la simpleza de un significado, de una acción o una serie de acciones.

Es complicado. Es sencillo a la vez.

Es una cuestión de estarse y no hacerlo, de ser y no ser, de irse y quedarse al mismo tiempo.

Desdoblarse enteramente desde el preámbulo de una idea, desde la partícula inicial de un sentimiento, desde la lógica matemática de un argumento, desde la estratagema lúcida de una experiencia y encontrarse con la vasta conclusión. Pero no concluye tampoco y eso lo entendí demasiado tarde.

Él me lo hizo comprender cuando ya me siento viejo, cuando creí que ya mi vida no podía retomar un carril nuevo, cuando pensé que el silencio era la mejor resolución para los dos (para mi cuerpo y mi alma) porque ya no soportaba, tampoco, la idea de escribir cosas para nadie.

Ahora está él. Ahora está conmigo, sentado ante una mesa de caoba de verdad, rodeados de libros, rodeados –literalmente– de palabras, de ideas, de sueños, de otros mundos y colores, de otros mundos y otras gentes.

Es complicado y demasiado sencillo también. Pero no puedo evitarlo, él me ha hecho escribir otra vez.

Él me ha hecho enmudecer mi propio mutismo a punta de palabras, de ritmos, de historias, de versos, de rabias, de vidas, de muertes, de amores, de fracasos, de verdad.

Él me ha devuelto una vida que creí perdida, una vida que, por consuelo, esperaba acabase de un amanecer a otro: ya no más.