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Dicen que no hay insomnio que aguante dos pajazos, pero la cuarentena cambió esa regla universal. ¿Cuantos putos días ya habrán pasado? No sé qué día, ni qué fecha es hoy.

Son las 3:39 am, estoy sentado en mi escritorio al lado de mi cama, en completa oscuridad frente a mi computadora. No hago nada, solo estoy en Facebook bajando el scroll del mouse, viendo a la pantalla fijamente esperando que aparezca un meme o video divertido.

¿Es muy temprano o muy tarde para desayunar? Como sea, voy a bajar a la cocina a prepararme unas tostadas, agarrar una manzana o la primera mierda que se me cruce.

Hay cuatro interruptores de luz desde mi cuarto hasta la cocina. Los enciendo todos por el puto miedo a bajar al primer piso a esta hora, pasé toda noche viendo un millón de videos de Dross y tengo un montón de mierda en la cabeza.

Mientras recorro el trayecto a la cocina medito un poco. Las noches que he dormido temprano he tenido pesadillas, me ha dado parálisis del sueño y más que nada, esos extraños sueños lúcidos. Siempre empiezan cuando estoy acostado boca abajo, las manos y las piernas se me entumecen y siento como esa luz azul muy brillante me obliga a abrir los ojos. Termina con un empujón en el pecho y esa terrorífica sensación inversa de sumergirte en un estanque de agua helada. Te hundes, pero hacia arriba.

Llego a la cocina y todas las luces ya están encendidas. Solo hay manzanas, de esas un poco amarillentas pero súper jugosas. Me encantan, pero esto es señal de que debemos hacer compras.

No sé nadar… bueno, una vez tomé un curso de natación, pero dejé de asistir cuando un pedazo de mierda apareció flotando a mitad de la piscina. Tomé el curso para superar mi miedo al sumergirme en el agua. Cuando era pequeño casi muero ahogado y desde entonces no he superado el terror que me genera no tener nada en donde apoyarme cuando estoy flotando en el agua. Desesperación, pánico y estrés, eso es lo que me genera la incertidumbre de alejarme de la orilla de la piscina.

Regreso a mi habitación y apago cada uno de los interruptores de luz, uno a uno. Corro un poco entre interruptores, para que la oscuridad no me alcance. Me detengo un segundo en el último, la he cagado. No encendí las luces de mi habitación, al apagar el último interruptor estaré en completa oscuridad. Debo correr lo más rápido que pueda para que nada me chupe el alma en la mitad del camino.

Apago el interruptor, corro lo más rápido que puedo, pateo la puerta y acciono el interruptor de mi habitación.

Mierda, me encuentro conmigo mismo sentado en mi escritorio. Cruzamos miradas y las manos se me entumecen, las piernas también, la luz me golpea en los ojos y el empujón llega una vez más.