Había una vez, en un pueblo pequeño donde todo mundo se conocía; era una tarde soleada y desolada, cuando me senté al lado de la ventana del autobús; e inicié a sentirme incomoda, sentía una incómoda sombra observándome.
Inmediatamente me percaté de esto decidí bajar en la siguiente estación, donde noté que perseguían; caminé algunas calles bajo los rayos del sol y me di cuenta de que aún me perseguían.
- ¡Waoooo! Pero que persistencia. -Dije mentalmente.
Camine más rápido de lo normal, asustada, pero la sombra seguía ahí y cada vez los pasos se hacían más fuertes.
El miedo me invadía al punto de no querer mira hacia atrás. Aceleré mi paso hasta llegar a mi casa, entre sumamente agitada e inmediatamente me dirigí hacia donde estaba mi madre.
Le conté lo sucedido a mi madre y su expresión fue un tanto desorientada; en ese entonces me había dado cuenta de que la sombra todavía seguía ahí.
- ¡Ahí, ahí esta! – Dije.
Mi madre extrañada miraba hacia donde me encontraba apuntando, pero ella no entendía a que me refería, y luego, se percató de que era mi sombra.
- Hija, me has asustado, mira ahí. –Dijo yendo por un cartón para tapar la luz del sol que entraba por el gran ventanal de su chiquero, al que hacía llamar por habitación.
Inmediatamente mi madre tapo los hermosos rayos del sol que atravesaban mi venta la sombra desaparecido de la nada.
- Ahhhhh… -Dije completamente avergonzada por el drama que había hecho.
- No pasa nada querida -Procedió a decir mi tan paciente madre.
Gracias a Dios, resulto que todo fue obra de la paranoia.
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