Короткий рассказ
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Voluntad de poder

Voluntad de poder

No me he presentado. Soy el inspector C.J. Mi currículo me avala para tratar esta investigación, saboreo explorar mentes pervertidas, cuando “El”, apodo de mi superior, me marca por teléfono a la 1:29 horas. Me encuentro en la cocina. Tiene tres días que me ausento en la oficina y dejo toda la casa con las cortinas cerradas.Preparo mi cena o desayuno para irme a descansar. Cuando me notifican de un nuevo caso, El aparca su carro frente al edificio, conoce mi dificultad para dormir y si ve un foco encendido en mi habitación no hay escapatoria. Ni siquiera puedo mantener una luz para alejarlas los moscos o a las cucarachas.

A la 1:30 dudo de si levantar o no el auricular. Estos últimos días tengo miedo a la muerte. Todos vamos a morir Enfrentarme tantas veces al fin de la vida de alguien más me ha transtornado.

¿Contesto o no contesto? Me quedan dos segundos para decidirme. Tengo miedo. Pavor. Sudor frío… Un segundo y el tiempo se detiene. Medio segundo. Una catástrofe humana para resolver otra catástrofe humana. No. No contesto. Una milésima de segundo antes de que esa llamada se olvide en el buzón.

No. No contesto.

-Bueno

-Bueno ¿C.J.?

- ¿Quién habla? –Hago un espacio entre la ventana y el vidrio. Veo un Ford T estacionado con las luces apagadas. Hay una silueta humana en una posición inmóvil. Como si estuviera sentada, justo detrás del volante.

-Yo El. No me engañas. Ya sabes para que te marco

-Ahora ¿Quién muere?

-Ese es el problema.

- ¿Para qué investigar si ya está muerto? No importa la razón. Está muerto. No se puede revivir. Su familia lo entierra y descanse en paz. Para qué perseguimos las pistas. Dios se apiada de su pobre alma y adiós.

-Este no es cualquier caso, es distinto a todos los demás. Aquí hay una muerte única. Ven a la escena del crimen, te impresionarás. Es un misterio.

Cuelgo la bocina. Advierto y recuerdo porque lo apodamos El. Crea expectativas como si toda muerte fuera distinta y no una muerte en sí, cómo todas. Contacta a los detectives adecuados para cada caso. Nos tiene estudiados. Posee el arte del análisis corpóreo, sabe que nos hace sentir mal con una simple mirada, su psicología es avanzada; los crímenes que lo apasionan los cede al otro. De allí su apodo. Cuando nos induce, él se desplaza a otro.

Ya no me puedo esconder. Enciendo la luz. Me delato. Ignoro el elevador y desciendo por las escaleras. Mi maletín lleno de instrumentos para la ocasión los dejo en el closet. Lo dejo intacto. Inmóvil. El otro se percata de mi falta de inclinación por un trabajo olvidado.

Escalón tras escalón. Los recorro con paciencia, resignación, alterando el camino como si cien escalones más doscientos pasos se multiplicaran por un millón.

A las 2:00 me acerco a su automóvil. Jalo la manija de la puerta del pasajero oscuro. Desatiendo el gesto del saludo. Él procura desdeñar mi actitud, sin embargo, no para de fumar y la poca claridad del ambiente proviene de la ceniza incandescente en la punta de su puro.

La tensión del carro se siente en el rechinar de los frenos, en el silencio que evocamos como protocolo de dos mentes distintas, una melodía llena de vacíos.

Pisa el freno con ímpetu y la fuerza me impulsa hasta el tablero. El caucho de las llantas y el alquitrán de la carretera se friccionan y el humo nos invade.

- ¿Aquí es? - Dice El.

- ¿Aquí es qué?

-El enfrentamiento con la muerte. La escena del crimen.

-Aquí no hay nada, - añado- sólo muerte. ¿Para qué entramos? Muerta ya está y muerta estará. Vámonos.

Salgo del carro. Me doy la vuelta y lo dejo a mis espaldas. Me cede la voluntad. Me hace creer que tengo la voz y el ritmo de las circunstancias.

Ya no quiero embonar los pedazos de un fin. Para mí no hay recompensa. ¿Dónde estoy yo? ¿Qué satisfacción obtengo?

No. No. No. Y. No. Esa familia necesita descanso

- ¿Vienes o no? –dice El- Es en el segundo piso, departamento 29.

No contesto a su súplica, no obstante, los dos entramos al edificio. Yo detrás de él. El toma el elevador y yo voy por las escaleras. Una vez que se cierran las puertas del ascensor, camino como tortuga. Una planta del pie, después la otra, juntándose cual bailarín en la cuerda floja, sin gracia, a punto de caer.

Cuento las plantas del pie que hay de distancia del elevador a las escaleras, veintisiete tenis. Veintinueve escalones para llegar a la segunda planta. El fuma su puro y se coloca unos guantes de látex para no dejar huella que altere el homicidio.

Me arroja otros guantes y los dejo caer. Lo miro a los ojos y ríe. Me quedo mudo. ¿De qué se ríe? ¿Cuál es la broma? ¿Soy su burla?

Inclino el cuerpo y recojo los guantes. Coloco el guante derecho, después el izquierdo. El protocolo así lo exige. Entro a la habitación del crimen. Tomo fotografías mentales. Cubro toda extremidad que pueda involucrarme, o involucrarnos, o alterar las cosas. Nos resta observar e hilar los cabos sueltos del ¿Crimen?

Digo que este departamento es el mío o que no ha estado habitado por mucho tiempo. No puede ser. Yo no mato a nadie. Hay muchas cosas iguales o que parecen tener el mismo orden.

El sigue fumando su gran puro interminable con calma. Me mira. Espera algún gesto que delate mi estado, piensa que me asombro ante el cadáver. Tiene una explicación para cualquier actitud.

-Esto sólo lo podemos ver tú y yo –dice El- No platiques con nadie. Nos hacemos famosos. Llegamos con el caso resuelto a los medios. Tenemos un día para resolver el crimen.

- ¿Por qué no? ¿A qué tememos? Planeamos un asesinato y comenzamos otra religión. –contesta CJ- No lo resolvemos y somos juzgados. Ya no quiero más problemas. ¿Por qué ocultar una muerte cualquiera? La gente tiene más temor a la muerte que al dolor. Es extraño que ellos teman a la muerte. La vida duele mucho más que la muerte. Cuando llega, el dolor termina. ¿Te das cuenta? La gente no lo evalúa como un hecho heroico, más bien, como inoportuno. ¿Por qué ocultar una muerte cualquiera, sin símbolos, sin imágenes?

-Esto sólo lo podemos ver tú y yo. –replica- Este crimen es nuestro. Es nuestro, nuestra investigación

-No mientas

El se queda mudo y contesta

-Si esto no lo resuelvo, resolvemos de manera clara somos cómplices. El suicidio lo descarto por ver cómo están distribuidas las partes de cuerpo. No soy bueno dibujando las palabras, los dibujos son muy pocos para expresar la inmensidad de esta obra de arte, por lo tanto, intenta inventar un nuevo vocabulario.

- Yo pienso que,-continua C.J.- interiormente, existe una considerable gama de imágenes y sentimientos que rara vez es demostrada en la vida cotidiana... Cuando estas regiones de imágenes y sentimientos se exteriorizan pueden adquirir formas perversas

-No es así. -dice El- CJ, creas un largo, prolongado y ordenado transtorno de los sentidos hasta llegar a obtener lo desconocido. Abre todas las puertas. Puedes atravesar cualquiera. –reniega El Otro.

No hay ni una sola gota de sangre en la sala, por inverosímil que se vea. La única pieza entera es el tronco del cuerpo; las extremidades están desprendidas: el asesino emplea mucho de su tiempo para lograrlo sin desgarrar los miembros. Son cortes pulcros, precisos, meticulosos. Los brazos están divididos en tres: manos brazos, antebrazos; y fémur y pantorrilla, están divididos por la rodilla y el píe por el tobillo; la cabeza desprendida.

La cabeza está de lado y con los ojos abiertos, como si fuera a despertar. Debajo está dibujado un cuadrado con las extremidades. Sigue el patrón brazo, fémur rodilla por dos lados; por los otros, pantorrilla, antebrazo, codo. El tronco en medio, con las manos sobre el abdomen.

La división indica, por un análisis muy vulgar, que no es un suicidio, sino un asesinato. Sin embargo ¿Cómo no levanta sospecha en los vecinos? Seguro la víctima sufre ¿Qué le han hecho a nuestra hermosa hermana? ¿Por qué nadie escucha los gritos? ¿Un asesinato? ¿Un suicidio? ¿Otra muerte que se anuncia? Imposible.

¿Cómo es que el otro no expresa alguna emoción?

El crimen no tiene solución.

No hay gotas de sangre. Cortes anatómicos perfectos. En la piel no hay moretón alguno o algo que denote violencia.

¿Intuición?: no lo creo

Él borra las pistas para confundirme. Sabe que desde hoy la muerte me es empática. Me vuelve loco. Me declara culpable. Soy culpable.

Sigue quieto y se burla de mí dolor.

- ¿Qué opinas? - Dice.

-No lo sé.

-Ya veo, se te aclarará la mente cuando estés allí –contesta El.

-Sí.

-Recuerda que soy El. Este crimen sólo lo vemos tú y yo, así que deja las tonterías y concéntrate...

-Oye- C.J. se dirige a El- ¿Cómo es posible que hemos llegado hasta esto? Por qué hurgar donde no nos corresponde.

-Este es nuestro crimen- contesta- Nadie lo sabe y es nuestro deber resolverlo. Debemos apurarnos que ya sale el Sol y la gente comienza a despertar y escucha nuestros movimientos. Cierra las cortinas y no enciendas la luz. Nos guiamos por el instinto y la cautela.

-Ok. Pero entonces cerramos los ojos e imaginamos que paseamos como locos asesinos, bailando en la oscuridad. –Suena el teléfono, El duda de si contestar o no, se asoma por la ventana y ve un Ford T estacionado, vacío.

-No lo sé. Andar por el lado oscuro de un crimen me desafía, me hace dudar de hasta qué punto soy un asesino en potencia. Descifro muchas formas de morir, pero nunca sin instrumentos y sin contener mi energía en el pensamiento.

-Respira. Inhala. Exhala. Adentro. Afuera. Decir. Hacer. Ambivalencia. Contradicciones: llenemos espacios vacíos.

-Retrocedemos en el tiempo. –dice C.J.- En la memoria podemos modificar el pasado y en el presente se realiza el futuro. Somos los asesinos. Entramos en el cuarto a oscuras.

-Somos los asesinos. –Contesta Él -Yo soy yo, tú eres yo, los dos somos asesinos.

-La mato, no hay otra salida, -dice C.J.- La amo, la quiero y espera un hijo mío. Es nuestro primer hijo. La amo en la eternidad: sin presente, pasado o futuro. Desafío a la muerte.

-Ella me espera a que llegue del trabajo, - Continua Él– se queda dormida en la sala. La vence el cansancio.

-Me dirijo a la recamara -prosigue C.J.- y tomo su almohada favorita, llena de pesadillas. La huelo. Disfruto el aroma de su mente, de sus cabellos desasidos.

-Huye. No te quedes. El ordena el asesinato. Huye. Huye.

-Regreso por el pasillo principal, hasta la sala. Sigue durmiendo y la beso en la frente, salada con olor a mar. Coloco la almohada como una corona de espinas y…

- ¡Asfíxiala!¡Asfíxiala! No lo pienses, ¡Asfíxiala! ¡Mátala! No te quiere ¡Mátala! ¡Por favor! ¡Mátala!

-Eso hago- replica C.J. con tono vibrante.

-Tú no la matas. –dice Él- Yo no la mato. Yo soy yo y tú eres yo. Ya no respira. Sin resistencia. Yo no la mato y está muerta. Ella se mata. Quiere morir. Se mata. No. No.

- ¿Por qué la mato? Yo la amo. Somos felices. -Agrega C.J.- ¿Por qué se mata a sí misma? Comienzo para marearme. Veo variaciones del tono negro. Cierro los ojos y es negro repugnante… Finalmente me convierto en el asesino de mi esposa.

- “Ahora eres Dios, dominaste tu mayor miedo con pulcritud”, “el” me quita el bisturí de la mano. Toma una foto. Salimos sin dejar pista.

21 апреля 2020 г. 23:06 0 Отчет Добавить Подписаться
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Об авторе

Orlando Zaldívar Cervantes Me gusta explorarlo todo, leer mucho, creo q en la oscuridad hay luz, así q no importa, me gusta escribir sobre todos los temas, y mis dos únicas pasiones en la vida son: tocar la guitarra y escribir

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