Caminó apresurado marcando el tempo con los pies y se sentó. Sacó de su bolsillo un cigarro suelto y lo encendió. Acto seguido, como si lo conociera de toda la vida o la mayor parte de su vida, deslizó a su amigo otro cigarro machucado y descuidado con obvios signos de un andar apretujado y sin empaque que lo resguarde dentro de un bolsillo. Y es que en otros tiempos hubiesen compartido el humo para ser un poco más austeros con sus vicios. Pero éstos eran tiempos distintos. Los apretujones de manos, los cálidos abrazos y los afectuosos besos en las mejillas fueron reemplazados descarada pero necesariamente por un rústico choque de codos puntiagudos.
Una quinta parte de su cigarro se había transformado en cenizas y ambos sabían que era hora de ponerse al tanto. Todo esto era parte de un ritual que los habilitaba a tratar temas triviales y algún que otro asunto que resultase trascendental para la vida de dos pobres pibes.
Aquél, subió los pies a una pequeña banqueta maltratada y despintada por el paso del tiempo, miró y sonrió a Eudoro esperando una respuesta, una señal de partida o quizás aguardaba a que le develara el tema del día a tratar:
–¿Supiste de las nuevas noticias? –soltó Eudoro.
–Sí y me preocupa un poco. ¿A vos? –replicó con rapidez, su amigo.
–Para serte sincero, sí. Pero el confinamiento me invita a quebrantar las ordenanzas. ¿Me invita? Me obliga, mejor digo. De todas formas, algún día y espero que no sea pronto ya no estaremos más en esta vida terrenal.
–Eso es cierto y triste a la vez, trato de no pensar en eso.
–¿Cierto? Sí. ¿Triste?... puede serlo si y solo si lo volvemos un tabú. ¿Y qué mejor forma de relegar el tema si no es evitándolo hablar?
–Por supuesto, pero me inquieta no saber cuándo llegará ese día –dijo con serios gestos de preocupación.
–Lo paradójico es que nunca sabremos cuando nos ha de tocar la muerte por primera vez.
–Aunque trato, no logro entenderte Eudoro –exclamó antes de soltar un leve suspiro de resignación, mientras quebraba su muñeca para deshacerse de las cenizas de su cigarro.
–He pensado muchas veces y le he dado miles de vueltas al tema. Y aunque no creo estar seguro del todo, pienso que es imposible registrar en nuestras mentes el momento exacto en que el último destello de luz logre apagarse ante nuestros ojos.
–¿Y por qué crees eso?
–Pongámonos de acuerdo. Si vivo estoy, es debido a que la muerte aún no me ha alcanzado ¿no es así?
–Con total seguridad –contestó su amigo.
–Por tal, y en cuanto ella no esté, yo poseo el derecho a vivir y a pensar. ¿Cierto?
–Hasta aquí estamos de acuerdo, amigo mío.
–Bien, mientras yo piense y haga uso de la razón podré o no temerle a la muerte. Pero está claro que el día que ella logre rozarme, aunque fuese con la punta de un dedo yo dejaría de existir como tal ¿correcto?
–Dalo por hecho.
–Dejaría de existir, dejaría de pensar, dejaría de registrar. Ni los mayúsculos ni los minúsculos estímulos podrían afectarme.
–Cierto.
–Es por esto que no deberíamos temerle a la muerte y mucho menos podríamos ser conscientes y testigos de su presencia. Mientras ella permanezca incógnita para nosotros, estaremos aquí y ahora. El momento en que decida por capricho de quién sabe quién figurarse, no lo sabremos, porque ya no estaremos aquí.
–Lejos de despojarme del miedo o la incertidumbre, lograste perturbarme aún más –exclamó con algo de enfado–. A veces es mejor ignorar ciertas cosas. Se es más feliz –añadió.
–No te lo discuto. Cuanto más conocemos, más infeliz te vuelves en esta vida y proporcionalmente a la inversa, cuanto más ignoramos se hace más llevadero estar vivo. Y curiosamente, creo que de eso se trata esto… de elegir. ¿Vos que elegís? –indagó Eudoro con total descaro.
–Irme a dormir. Se ha hecho tarde y no son horas de andar por la calle. No tengo ningún justificativo que me evite tener problemas con la ley –respondió a modo de excusa.
Se levantó, revisó cuidadosamente sus bolsillos y tomó todo lo que le correspondía; las llaves, un encendedor y unas pocas monedas que no cumplían otra función que la de tronar en sus largos bolsillos al andar. Aunque no quisiera –impulsado por un acto de cortesía– Eudoro lo acompañó atravesando el patio delantero. Saludó y vió como su amigo se perdía en la neblina a un paso galopante. Por su parte, Eudoro consiguió arrebatarle una última pitada a ese maltratado cigarro. Arrojó no sin desgano la colilla, perdiéndola en el césped y encaró, a cumplir su solitaria y aguda reclusión.
–Aún no sé, con exactitud, cual fue el detonante de aquella charla. Sospecho que el silencio ensordecedor de una oscura noche disonante o quizás el miedo y la incertidumbre que acaparaba al mundo en esos días. ¿Acaso sería éste el punto de inflexión de una generación que históricamente no lograba quitar la mirada de su pobre reflejo? – resonaba en la cabeza de Eudoro una y otra vez, días más tardes de aquella charla con aquel amigo.
Спасибо за чтение!
Un relato realmente cautivador con su narración tan bien desarrollada y profundas palabras respecto a la muerte. Excelente a recomendar!!
¿Qué es la muerte? Ese es el tema principal de este magnífico cuento, relatado en una conversación entre amigos en la situación de hoy en día. Narración excelente, hay mucha filosofía y diálogos que parecen estar sacados del mismísimo Platón o Sócrates. ¡Recomendado!
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