israelchernandez Israel C. Hernández

Frederick Bennett pasó la mayor parte de su vida encerrado en un manicomio, guardando un resentimiento a su padre. Elisa Parker buscó un lugar donde sentirse a salvo, huyendo de los horrores de su pasado. Cuando ambos se encuentran parecía ser el inicio de algo bueno, algo mejor, sin embargo la tragedia tras un embarazo demuestra que horrores más grandes están por avecinarse. Inspirada en la trama de Silent Hill, Adentrarse al abismo crea su propia identidad, demostrando que los miedos reprimidos pueden causar grandes problemas y mucha violencia.


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Más allá de un sueño I

‹‹En el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo, espero que mi alma arda lentamente en el infierno.›› Frederick Bennett no tenía nada que deberle a nadie. Recientemente había salido del hospital psiquiátrico de San Isidro, el lugar donde había pasado toda su vida desde que era un niño; y lo anterior a su vida era una amalgama de sueños rotos y esperanzas perdidas.

Su madre había sido una buena persona, según le habían contado, según los pocos recuerdos que aún mantenía y quería llevarse a la tumba en el momento de su muerte. Pero según le dijeron también, había abandonado a su padre. Sin embargo el hombre que colocó su semilla en ella tampoco era un gran señor, no lo visitó jamás y había olvidado su rostro poco a poco. Sus noches de larga peregrinación en el camino de los sueños se habían convertido en interminables pesadillas sin remedio alguno que daban vueltas en su mente. Su padre lo abandonó en un hoyo sin esperanza, con la única compañía de la eterna locura. Los pocos recuerdos de su pasado, si es que en realidad eran recuerdos y no delirios para no perder la cordura, se limitaban a su increíble imaginación, sus largas conversaciones con las criaturas que imaginaba, los dibujos que hacía por toda la casa, y la mirada de miedo y rechazo de un padre que no lo reconocía.

Lo único que tenía Frederick era su pintura. Tenía un don que aprovechó para no consumirse en el hospital. Pero todos sus cuadros, aquellos que dibujó antes de salir, se encontraban en aquella residencia a la que juró no volver jamás. En muchas ocasiones otros compañeros le habían recomendado leer la Biblia, y aunque lo hizo, solo encontró en ella letras sin sentido. No tenía fe. La única forma que tenía para vivir en la realidad era pintar lo que sus pensamientos le permitían.

Tenía en muchas ocasiones el presentimiento de que alguien o algo lo observaba. Y eso lo hacía pensar en regresar, pero juró que no habría de volver. Ni adentro ni afuera lo esperaba nadie. Y aun así había algo dentro de sí, que lo hacía sentirse que le debía algo al mundo.

Tenía planes de vivir apartado del resto de personas, pues consideraba a la soledad su única amiga. No le gustaban las grandes multitudes. No le gustaban los pensamientos idiotas, o la gente que fingía ser más fuerte de lo que era. Los que compraban la falsa apariencia con pocas monedas de oro eran los peores. Se convirtió en una persona fatalista que no conocía el cariño. Lo más cercano que había experimentado de eso fue hacía algún tiempo, cuando tenía cerca de quince años.

―Te prometo que será algo que te gustará ―la enfermera que le prometió dicha mentira era una vieja que vio en él un objeto de adoración sexual, quizá producto de la soledad y la necesidad carnal.

Tan joven y confuso. La mejor y peor de sus noches. Y la vieja solo tomó el pene en crecimiento entre sus carnosos y secos labios mal maquillados, con aliento terrible y nauseabundo. Si Frederick hablaba, el tratamiento condicionante del día siguiente podría ser una pesadilla tan horrida incluso para el más inhumano de los conductistas.

Se convirtieron en ratas de laboratorio que solo respondían ante la comida cuando bajaban una tonta palanca. Muchos de sus compañeros se deshumanizaron hasta la verdadera locura, si es que antes no habían sucumbido ante ella. Los histéricos y psicóticos fueron los que habían recibido el peor trato. Lo diagnosticaron con esquizofrenia paranoide. No sabía porque había logrado salir, bajo que méritos encontró un escape de aquella tumba.

―El hombre lo ha conseguido. No tenemos más que hacer ―había escuchado alguna vez a uno de los doctores cuando estaba preparando sus objetos para nunca regresar.

Una vida solitaria sin tener que preocuparse de nadie más que de sí mismo. El único contacto que pudo hacer con el exterior fue con un hombre de apellido Locke. Le compró sus primeros cuadros y le consiguió un empleo de tiempo completo en su relojería. ¿Por qué? Así era su vida, parecía carecer de lógica, rodeada de circunstancias de poca importancia. Empezó a vivir en una pequeña habitación en la parte alta de la tienda del señor Locke mientras buscaba mantenerse lejos de todos y de todo.

Hasta el momento Frederick no tenía información alguna del paradero de su padre. No le importaba saberlo. Y así surcó una marea de realidad que se alejaba de aquel hospital que había conocido, la única realidad que le había parecido posible. El sentimiento era semejante a una bocanada de aire seco y putrefacto que se instalaba hasta los pulmones.

‹‹Y aun así estoy solo.›› Solo alguien cuya vida fuese marcada por los llantos de la soledad podría comprender su situación. Pero todos tenían a alguien, alguien con quien estar y vivir. Tal vez incluso su padre también se encontraba en la misma situación. Tal vez su madre tuviera un amante. Y lo único que tenía Frederick era dinero para una noche pasajera si es que la deseaba, pero no quería malgastar lo que tenía de esa forma, no en esos momentos aunque su desesperación fuese mucha. Sería para cuando pueda encontrarse en completa soledad y tuviera la oportunidad para encontrar alguna forma de cariño.

A veces, cuando se sentía en una melancólica tristeza, leía la historia de Lewis Carroll: Alicia en el país de las maravillas. Muchas veces pensaba que él era un ser que había escapado de ese extraño mundo. No pertenecía al mundo terrenal de los humanos. No pertenecía a ningún mundo más al que los hombres solían temer.

Observaba sus pinturas y veía extrañas criaturas: Como la de un dragón dorado y cuerpo emplumado, o la de una masa que por alguna razón parecía tener vida. Pero de todas ellas, la que más miedo y soledad mostraba era la de un humanoide de piel blanca atrapado en un capullo entre raíces y ramas. Y aquellas que eran las más extrañas al final eran compradas por el señor Locke.

El señor Locke trabajaba para un hombre muy adinerado por lo que Frederick se había enterado. A él le enviaba todas las pinturas de criaturas extrañas y raros símbolos que procedían de la imaginación de un hombre que parecía había perdido la mente. Lo que le extrañaba era que las otras no eran compradas por él, y eran las que se vendían más baratas a personas ajenas a él. Frederick no conocía mucho de trazos, había oído hablar de Goya, Picasso, Dalí, pero nunca estudió, mejoró a como pensó que podía, pero no tuvo la intención de competir con los más grandes, solo deseaba expresarse.

No le gustaba la idea de salir de la habitación donde se encontraba seguro. No quería ver los rostros hipócritas de la gente que caminaba por las calles de la insipiente ciudad. Durante las noches pintaba las imágenes que llegaban a su mente; a veces tomaba una cerveza o fumaba un cigarro mientras continuaba. En una ocasión el señor Locke lo encontró en el suelo de su habitación, con las botellas de alcohol en el suelo. Frederick nunca recordó que era lo que había pintado, con una noche bastó para terminarlo; y cuando despertó descubrió que Locke lo vendió a su jefe. El dinero lo gastó después en música para buscar otra forma de relajarse.

Muchas veces antes de dormir soñaba con su madre, si es que la mujer que aparecía en sus sueños era en realidad su madre, Helen. Ella siempre se veía asustada en sus sueños, como si la muerte estuviese llamando a la puerta todo el tiempo. ¿Por qué se había ido? ‹‹Se fue por ti››, eran las palabras que su padre le había repetido todo el tiempo antes de haber ido al hospital psiquiátrico. Cerraba los ojos con dureza, y no se permitía abrirlos hasta el día siguiente, tapándose los oídos y repitiendo que era eso una mentira.

El nombre de su padre era Gregory. Era lo único que recordaba después de muchos tratamientos de electroshock directos a su hipocampo a través de vías neuronales. ‹‹¿Y si en realidad solo quería ocultarme algo todo el tiempo?›› Se preguntó por última vez antes de quedar dormido después de una larga noche de desvelos solitarios.

Dormía con tranquilidad hasta que el horrible grito de alguien lo despertaba todas las noches. No sabía si era el grito de un hombre o de una mujer; pero era como si algo naciese y al mismo tiempo muriese en el olvido de los recuerdos. Él callaba siempre sus sueños solo para bajar hasta la cocina a buscar un alimento que lo calmara para el resto de la mañana y no volvía a salir de su habitación. Parecía que a Locke no le incomodaba en lo más mínimo dicha conducta. Y entonces Frederick reflexionó que no conocía en lo más mínimo a Locke. Trabajar en una relojería o trabajar para alguien más no eran nada. Eran perfectos desconocidos en la misma tierra. En cierta ocasión descubrió una fotografía de Locke con una mujer y un bebé de pocos meses de nacido.

―Te tengo noticias, muchacho ―habló Locke un día de repente. ―Hablé con el dueño de una galería. Quiere vender tus cuadros en el lugar.

―¿Y yo cuanto ganaré? ―La idea no pudo interesarle menos a Frederick. Tal vez pudiera ahorrarlo para comprar una casa fuera de la ciudad en poco tiempo.

―Confórmate con saber que pagarán lo suficiente.

Era inevitable rechazarlo, Locke hizo el trato sin su consentimiento. Así que el día llegó. Hombres vestidos con trajes de gran elegancia y mujeres que aparentaban más juventud. Se sentía asqueado ante tal situación. Más solo que nunca. Se preguntó si alguno de sus padres había ido a la galería a ver su exposición, y después de pensarlo durante unos minutos comprendió que eso jamás pasaría.

Cerraba los ojos esperando caer dormido. Tomaba más copas de un vino ligero conforme pasaba el tiempo. Y siempre se sentía igual. Algunas de sus pinturas se habían ido, no las volvería a ver jamás. Se limitaba a sonreír cuando se cerraba un trato. ‹‹He caído muy bajo.››

Y agobiado entre la sólida estructura de gentío que lo rodeaba, caminó hasta apartarse del resto. Era una galería grande y de mucha elegancia. El lugar donde creyó que podría respirar un poco de aíre fresco, era un balcón casi abandonado. Únicamente se encontraba ahí una mujer ‹‹Otra igual que ellos.››

Tomó la cajetilla de cigarrillos para tomar uno y encenderlo. Esperaba que la noche terminara, y lo único que podía observar era la luna tan bella y tenebrosa en las alturas.

―¿Has pensado en saltar alguna vez?― le habló la mujer.

―Todos los días de mi vida― miró al vacío.

―La gente es tan estúpida y extraña. Vine esperando más. Cuando me enteré que la exposición sería sobre un paciente esquizofrénico me esperé algo que valiera la pena. Vaya decepción.

A Frederick no le molestaba aquello. Sus mejores obras no se encontraban con él; eran vendidas a un hombre que jamás había visto en toda su vida.

―También me siento decepcionado. Esperaba vender más y solo sonríen y se burlan como si conocieran de lo que están hablando. Ser esquizofrénico no es como las películas lo hacen ver.

Ella sonrío, pero Frederick notó que era una sonrisa de falsas sensaciones, de labios temblorosos y de ojos apagados. Había algo en la mirada de ella que era hipnótico. No lo había notado hasta ese momento. A pesar que era obvio que su gesto era una mueca forzada, él se había sentido atraído a ella. Era tan solitaria como él, o eso comprendía. Y en un minuto desapareció sin decir adiós, sin mencionar su nombre. Frederick no la podría olvidar.

25 ноября 2020 г. 0:52 0 Отчет Добавить Подписаться
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