annbennu Elsa Felce

"(...) "Son todo opuesto." Pensó "Esmeralda era todo luz y calor. Era vida. Era el sol. Dael es oscura y retraída. Está moldeada por la guerra. Es como una brillante luna llena." (...)" En el que Ikki comparte un 14 de febrero algo distinto a los demás. [Portada y título atenidos a cambios] Saint Seiya. Ikki de Fénix × OC.


Фанфикшн Аниме/Манга Всех возростов.

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Короткий рассказ
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Capítulo único

El 14 de febrero era, a ojos de Ikki, la celebración más innecesaria del planeta. Se consideraba de ese pequeño porcentaje de la población que se atenía a opinar el día como la celebración del mercadeo y las estupideces, porque para regalar globos y peluches estúpidamente grandes, flores y chocolates, habían otros 364 días al año. Esperar hasta el cuadragésimo quinto día como el idóneo para hacer todos los presentes y declaraciones de amor que no se hacían antes o después, era una tontería.


Por suerte, en el Santuario no se celebraba san valentín. Las amazonas y aprendices de caballeros tenían mejores cosas que hacer que andar por todo el lugar repartiendo cartas y chocolates. Eso sin contar que las amazonas eran amazonas, no mujeres ni chicas enamoradas. Eran compañeros de guerra. No inferiores, ni superiores. Iguales. Sobre las melissae, era otra historia. Esas mujeres habían hecho su voto de castidad y aunque se les permitía sentir amor, jamás podrían exteriorizarlo, y menos a un hombre; porque era una violación a las reglas. Y seguro que nadie quería hacer enojar a Artemis.


Ikki se irritaba más de lo normal en san valentín, pero en las tierras sagradas de Athena, era distinto. Allí no existían fechas festivas, ni días feriados. A menos que salieras por tu propia cuenta a Rodorio para pasearte por las estrechas calles y quizá terminar por la madrugada bebiendo en un acogedor bar, no ibas a conseguir nada de festividades, porque todos se enfocaban en entrenar y volverse fuertes, para conseguir sus propias armaduras.


El fénix descansaba en el templo de Aries, siendo reparado por Mü; cuando Ikki reparó en el lejano eco de la música escandalosa que ya se le hacía conocida, pero jamás imaginó que aquel estruendo fuera permitido por algún caballero dorado custodio.


… bueno, en realidad, no le sorprendería si se tratara del templo de Leo. Ahora imagínense su sorpresa cuando, tras haber pasado unas cuantas casas, notó que de hecho, el sonido provenía de la casa de Libra.


No fue difícil llegar hasta ahí. Mü le hacía mantenimiento a algunas armaduras y Aldebarán simplemente se hizo a un lado con su afable sonrisa de enorme bonachón. Saga y Kanon no estaban. Death Mask tenía el ceño fruncido, seguro había perdido a Dael de vista otra vez; y tras una corta charla quejándose de los aprendices de ahora, que eran unos holgazanes escurridizos, lo dejó continuar su camino. Aioria lo miró con una sonrisa cómplice cuando entendió su cometido y se hizo a un lado, pidiendo que fuera gentil. Shaka meditaba. Y, finalmente, cuando llegó a su destino, no tuvo que pedir permiso ni perdón porque Dohko no se encontraba.


En la zona residencial, la música retumbaba contra las paredes de piedra causando un eco casi insoportable. Daba la impresión que el templo se sacudía y escombros se precipitaban desde el techo, como si el rock pudiera hacer que se derrumbara en cualquier momento. Todo el alboroto provenía de la cocina, donde Dael había hecho su escondite poco disimulado, y un montón de cacerolas, cucharones y moldes sucios estaban esparcidos por las encimeras. Ikki torció los labios en una mueca disgustada por el desastre. Un par de pasos lo guiaron hasta los amplificadores con nivel ensordecedor de volumen, logrando apagarlos antes de perder el sentido de la audición por la cercanía.


La atención de Dael se volcó completamente en él, después de estar centrada en la cacerola con una mezcla batida en su interior. Ahora que lo notaba, todas estaban manchadas de un color… chocolate.


No podía ser de otro modo. Dael era la única que hacía y deshacía en el templo de Dohko sin temor a los dioses. Y si no estaba de humor, se escurría en el templo de Aioria como si fuera su propia casa. Death Mask se había cansado de reprimirla por eso, y de buscarla por cada templo cuando desaparecía misteriosamente de Cancer. Pero las mañas eran mañas, y las de ella eran unas que difícilmente podrían cambiarse.


Ella abrió la boca con la intención de decirle algo; quizá algo ofensivo. Pero no dijo nada, y volvió a concentrarse en su labor.


— ¿Se puede saber qué estás haciendo? —La voz de Ikki resonó fuerte y clara en la sala. Se cruzó de brazos y apoyó la cadera contra una de las encimeras, observando fijamente la espalda de Dael y el movimiento frenético de sus hombros al mezclar lo que había en la cacerola entre sus brazos.


Ella era pequeña. Probablemente no llegara al metro sesenta y cinco siquiera, pero tenía piernas fuertes, y se notaba por la forma de sus músculos. Su cabello era azabache aclarado por el sol griego que bronceaba su blanca piel por los largos y arduos entrenamientos en el coliseo; sus ojos probablemente el azul más claro y limpio que existiera en el planeta. Normalmente vestía un body negro y una corta túnica blanca, sostenida por un cinturón de cuero en la cintura; y largas botas con medias aún más altas cubriendo sus piernas. Pero no llevaba puesta su ropa de entrenamiento, sino ropas de civil, igual que Ikki.


No era una melissae, pero tampoco una amazona. Era algo más complicado que simplemente ser aprendiz de Death Mask de Cancer, pero nunca se hablaba de eso en el Santuario.


—Es san valentín. —Su simple respuesta estaba sobre entendida, pero a Ikki no le pareció suficiente.


— ¿Y?


Dael se enderezó y lo miró por sobre el hombro. El caballero del Fénix estaba ahí de brazos cruzados con los fuertes músculos tensos bajo su piel exquisitamente morena por el sol, una ceja alzada en un arco casi perfecto. Su cabello negro azulado despeinado como de costumbre, aunque había dejado de llevar mechones alborotados sobre la frente y ahora los peinaba hacia atrás, dejando a la vista una cicatriz en el entrecejo que bajaba por el puente de su nariz. La marca distraía un poco la atención, pero siempre terminaba capturada por sus ojos azul mar, en su marea de tempestuosas sensaciones que terminaban por marearla si no apartaba la mirada lo suficientemente rápido.


Él siempre fue así, grande y poderoso, orgulloso y auto-suficiente. Misterioso. Solitario. A veces triste. Era la oscuridad en su mirada lo que hizo que Dael se le acercara y decidiera no alejarse, a pesar de las discusiones y peleas. Eventualmente, Ikki se fastidió de intentar alejarla. “Si no puedes contra ellos, úneteles”; le había explicado a Shun alguna vez.


—Dudo que comprendas la complejidad de regalar algo en san valentín. ¿O sí? —A pesar de todo, sus encuentros se basaban en comentarios ácidos, sarcásticos. Continuo humor negro que sonaba como si se estuvieran atacando cuando en realidad era su particular manera de divertirse. Ikki estaba marcado por un pasado oscuro y doloroso que jamás había exteriorizado, igual que ella; pero no era necesario contarse sus penas y lamentarse por ello. Ambos eran fuertes.


— ¿Regalar? —Ikki volvió a su habitual ceño fruncido, paseando la mirada por la desastroza encimera con cacerolas sucias e ingredientes regados. Se despegó de donde estaba y caminó hasta estar muy cerca de la espalda de Dael, quien había vuelto a batir mezcla chocolatosa. No tuvo que esforzarse demasiado por mirar sobre ella, ya que la coronilla de su cabeza quedaba justo por debajo de su mentón.


— ¿A quién piensas envenenar?


Dael se alegraba de ser tan baja, y que tuviera algo en lo que estar concentrada, además de la cercanía de Ikki. A veces tenía que recordarse que seguramente él la veía como una amazona más, un compañero de guerra. Con la única diferencia de que ella no tenía una máscara que ocultara sus mejillas sonrojadas por calor y cansancio, y la mirada fiera con la que analizaba a sus enemigos en batallas. Se había ganado el respeto de Ikki, que la viera como una igual, a base de entrenamientos y peleas con el caballero. No se arrepentía. Pero tampoco dejaba de ser una chica que se sentía desnuda y frágil frente al mar abrasador que era la mirada del Fénix. ¿Estaba eso mal?


— ¿Envenenar? —Dijo con tono ligeramente ofendido después de unos segundos—. La única persona que me gustaría envenenar está justo en este lugar. Me temo que has descubierto mi plan, así que ya no caerás en él. Una total desgracia —alzó el mentón para ver a Ikki desde abajo, aunque sólo logró atisbar una parte de su perfil—. Debe ser tu día de suerte, tendré que pensar en algo distinto para asesinarte.


Ikki resopló. Puso los ojos en blanco, y se alejó de Dael. Una mueca volvió a su rostro al fijarse, nuevamente, en la encimera desordenada.


—El Viejo Maestro se molestará si sabe el desastre que hiciste en su templo.


—Lo dudo. Está al tanto de cada vez que vengo a la casa de Libra.


La respuesta no le sorprendió. Dohko y Dael parecían compartir una afinidad especial, como dos personas que se reencuentran después de mucho tiempo. Nada de las tonterías de las almas gemelas, ellos de verdad parecían conocerse desde hace tanto que el asunto escapaba del entendimiento de la mayoría de los caballeros. Y era algo que Ikki continuamente se preguntaba. ¿Quién era Dael? Fuera de la aprendiz de Cancer, fuera de la chica pequeña de cabello negro y ojos azul-blanquecino. ¿Quién era?


—Entonces, ¿eres tan egoísta que no te importan las molestias que le puedas causar a los demás? No sabía eso de ti —Dael se tensó por el comentario. Ikki, por su parte, continuó en lo suyo, untando el índice en una de las cacerolas que tenía mayor cantidad de sobras de la mezcla que tanto afanaba a la muchacha—. Dejando eso de lado, ¿a quién tengo que dar mis condolencias?


—Nadie en especial. —Ella entonces se movió hasta la encimera de la que tomó uno de los moldes que había preparado con antelación. Suponiendo que ya había terminado de batir y que por fin tendría toda su atención, Ikki sonrió imperceptiblemente.


Esperó a que ella terminara de llenar los moldes con el chocolate líquido, saboreando un poco más de la mezcla sobrante en la cacerola. Se relamió los labios. No era muy aficionado por los dulces, pero el chocolate de Dael estaba perfecto. No tenía exceso de azúcar, y se deshacía suavemente en la boca, como si fuera una nube.


—Bueno, resulta que esto no es realmente venenoso. —Su comentario rompió el tenso silencio. Dael se estaba moviendo ligeramente para guardar el molde en el congelador, cuando desvió la mirada a un Ikki apoyado con un codo en la encimera y relamiéndose una mancha del chocolate líquido de los labios. Un escalofrío le recorrió la columna vertebral, ¿por qué debía ser siempre tan provocativo?


Eventualmente había llegado a pensar que lo hacía a propósito, que había llegado a sentir los latidos acelerados que le provocaba o entendía que si se sonrojaba a veces con facilidad no era por su piel blanca y el calor, sino porque sentir la mirada azul mar de Ikki sobre ella siempre le volvía las piernas de gelatina. En silencio agradeció a los dioses, que el Fénix le permitiera acercarse después de todos sus intentos. Y ganar su reconocimiento y respeto era un plus que siempre le satisfacería, porque él no consideraba a cualquiera tan fuerte como para reconocerlo como un buen oponente.


—Que asco, Ikki. —Escupió ella, dejando el molde entre el frío del congelador. El susodicho se enderezó y alzó las cejas, levemente herido por el comentario aunque antes le hubiera hecho un cumplido. Muy a su manera, claro está.


— ¿Quizá la verdadera molestia aquí sea yo? —Quiso pensar, pero sus cuerdas vocales lo traicionaron y terminó insultándose mentalmente por haber dicho tal cosa en voz alta.


A veces pasaba, y se preguntaba si eso era porque se sentía casi tan cómodo como lo sentía con Esmeralda, cuando Dael andaba revoloteando inquieta alrededor. Aunque ella nunca podría compararse a su dulce Esmeralda.


Dael se movió hasta el refrigerador y sacó un envase enorme lleno de chocolates de distintos tamaños. Lo destapó y lo dejó junto a Ikki, tomando uno para ella misma.


—No me mal entiendas. Pero si querías algunos, solo debiste decirlo. —Ahora ella estaba a su lado. Apiló un par de cacerolas, y se impulsó con los brazos para sentarse en el borde de la encimera, a la diestra de Ikki.


Sin embargo, él los miró y negó con la cabeza.


—Creo que deberías dárselos a alguien que aprecie más el chocolate que yo.


Va bene. —Eso era italiano. Se le había pegado la mala costumbre (gracias Death Mask) de musitar cosas en italiano cuando algo le bajaba el ánimo. E Ikki entendió rápidamente que había sido su culpa, porque él negó el dulce que ella había preparado con tanto esmero. Aunque Dael no lo demostrara, y se inclinara delante de él hacia su izquierda para tomar otro chocolate entre sus dedos.


Ese era otro asunto. Ella comía cantidades enormes de dulces, ¿sería por capricho? No estaba seguro, pero casi siempre cuando no estaba entrenando, tenía entre sus manos galletas, chocolates, caramelos, gomitas, cualquier cosa dulce que pudiera encontrar. Sólo verla lo empalagaba y le daba ganas de vomitar.


—No has respondido mi pregunta. —Volvió a romper el silencio, y ahí tan cerca cuando Dael lo miró, sintió que la escrutaba hasta lo más profundo y descubría todos sus secretos.


Tenía la mandíbula tensa y los labios en una fina línea, el entrecejo fruncido como de costumbre. Sus pómulos sobresalían y su barbilla era cuadrada, dándole ese aspecto anguloso a su rostro moreno de piel lisa, exceptuando aquella cicatriz, esa marca que Dael no podía evitar querer acariciar. Volvió a perderse en el mar tempestuoso de su mirada, dejándose abrasar, ¿cómo era posible que un mar pudiera quemarte?


— ¿Pregunta? —Cuando habló se escuchó a duras penas, y no sabía si era porque estaba demasiado concentrada en el atractivo masculino de Ikki, o porque de verdad habló muy bajo.


Él señaló los chocolates con la mirada, liberándola por un momento de la tensión.


—Que no tengan veneno no significa que te los vayas a comer todos tú sola. —La verdad, sí la creía capaz, pero ella había hablado antes de regalar... lo que suponía que le iba a dar chocolates a alguien, ¿no? Seguramente Aioria. O Death Mask. O Hyoga.


Algo dentro de él se removió cuando su nombre no figuró en la lista.


—No sé —Dael parpadeó varias veces seguidas, como si repentinamente fuera consiente de eso—. Solo los hago por tradición.


— ¿Tradición? —Ikki alzó una ceja. Dael no pudo evitar mirarlo quizá por más tiempo del necesario, pero es que tenía demasiado poder hipnótico sobre ella. Todo de él, incluso su voz, era como una droga para la aprendiz de Cancer.


—Mis padres —logró decir, tras largos segundos de tenso silencio—, siempre hacían chocolates en san valentín. Aunque no los regaláramos a nadie, terminábamos por comerlos mientras veíamos las maratones de tontas películas románticas en la televisión.


Los cortos momentos donde ninguno hablaba eran tensos. Tensos no por incomodidad, o rivalidad. Era algo más. Dael lo atribuía a su más que obvia atracción por el caballero, pero él se veía más relajado. Tranquilo. Como si el hecho de estar con ella le trajera cierta paz, que no conseguía con casi nadie exceptuando a sus hermanos (porque Shiryu, Hyoga y Seiya también formaban parte de la lista, de una u otra forma). Prueba de eso era que no estaba a la defensiva, como se encontraba con el resto de la humanidad. Y Dael aprendió a darse cuenta, porque Ikki siempre estuvo a la defensiva cuando empezaron a conocerse. Milagrosamente, dejó que ella atravesara sus murallas. Y empezaba a preguntarse si esa era la razón por la que el silencio era tan espeso, como expectante. Era como si ambos estuvieran esperando que el contrario hiciera algo, pero, ¿qué?


Ikki desvió la mirada a su izquierda, donde una ventana al otro lado de la sala permitía la entrada de luz solar que le daba claridad al ambiente.


—Supongo que eso es lo que hacen las familias. —Se notaba ligeramente nostálgico. Desde antes que pudiera siquiera recordar, su hermano y él habían vivido en el orfanato, privados de cualquier “tradición” familiar o ya de plano cualquier sentido de familiaridad más que el que Shun y él podrían proporcionarse mutuamente.


Era duro. Dael sintió una punzada de tristeza al comprender su punto; ella no fue criada en un orfanato pero sí privada de sus padres desde muy niña. Lo único que tenía que podía llamar familia era Death Mask y en ocasiones, Aioria. Pero con ellos no podía compartir sus más viejas costumbres.


—Supongo. Hace años que hago esto sola —su mirada se desvió a la ventana por igual, aunque duró muy poco. Eventualmente, miró el perfil de Ikki. No podía dejar de admirarlo, estaba deslumbrada con él—. Dime, ¿qué es lo que aún te duele?


No podía evitar preguntarlo. Los ojos azul mar se fijaron en los suyos de cielo, más tempestuosos que de costumbre. Dael no sabía demasiado de Ikki pero sabía lo suficiente, y era común que le hiciera esa pregunta, aunque jamás obtuviera una respuesta. Él no consideraba correcto contárselo, al menos no tan pronto. Esmeralda era su secreto más preciado, su tesoro, y hablar de ella era como dejarla salir. Como si su corazón fuera una jaula y contar su historia abriera las puertas que le dieran libertad al pájaro que recelosamente custodiaba. ¿Cómo sería capaz de dejarla ir así? El mundo aún no tenía que saberlo.


—No se puede cambiar el pasado, Ikki. Pero puedes mejorar el futuro.


Dael aún no tenía que saberlo.


—Tu optimismo me enferma. —Fue su única respuesta, volviendo la vista a través del cristal. Aunque ella no contra atacó, solo mantuvo una pequeña sonrisa, inclinándose a su derecha para alcanzar otro chocolate.


— ¿Por qué eres así? —Ladeó la cabeza, mientras tomaba un trozo de chocolate entre sus labios—: Rabioso y esquivo.


—Quién sabe.


Dael sabía que no obtendría mucho más. Ikki se mantenía sumido observando las afueras del templo, las puntas de las montañas a lo lejos y mayormente, el cielo. El coliseo sólo se vislumbraba si te acercabas al cristal, porque estaba un poco más abajo, más o menos a nivel del templo de Virgo. Dejó caer los hombros y movió la cabeza como un ventilador, mirando todo el desastre que había causado en la cocina y más tarde tendría que limpiar. Como era su costumbre, ante el silencio (que ahora era apacible, porque no se estaban mirando), habló para sí misma:


—Debería envolver algunos… —viendo de reojo el envase con los chocolates listos, terminando de engullir el que estaba en su mano. Cuando Ikki volteó, ella se estaba chupando los dedos.


Se detuvo a recorrer su rostro con la mirada, permitiéndose por primera vez detallar sus redondeados pómulos rojizos, los ojos claros transparentosos y sus labios rosados. El cabello azabache le enmarcaba la cara en un flequillo que caía rodeando su ojo derecho, y el lado izquierdo siempre sostenido por un prendedor de plata (un regalo de Aioria, por su cumpleaños). Se tardó el suficiente tiempo. Era la primera vez que la apreciaba con lentitud, tomándose todo el tiempo del mundo. Como si fueran los únicos dos sobre el planeta…


Las mejillas de Dael se arrebolaron, como cada vez que se le acercaba. Siempre supo bien que era por su presencia, pero prefería ignorarlo. Aún no estaba listo para pasar a lo siguiente, después de Esmeralda. Había vida después de ella. Desde luego, pero él se sentía como un cascarón vacío. Como una muñeca matrioska que había perdido el resto de sus piezas.


— ¿A cuántos piensas regalar? —Alzó una ceja, genuinamente curioso. No podía ir por ahí repartiendo chocolates si no quería ser regañada, el Santuario no celebraba fiestas ajenas a la cultura griega. Por no decir que no celebraba ninguna fecha en realidad.


—Death Mask, Aioria, Hyoga, Shiryu, Seiya, Shun, el Patriarca, Athena-sama… —continuó enumerando, pero Ikki dejó de prestarle atención.


— ¿Athena y el Patriarca? —Una seca risa se le escapó—. ¿Y esperas no recibir reprimendas? Tu sí que eres optimista.


—Ya hemos hablado de eso.


Dael se inclinó para tomar otro chocolate y sostenerlo entre sus labios mientras los veía, y pensaba. ¿Cuántos iba a regalar a cada persona? Debían ser suficientes porque pretendía repartir a muchos y no quería que fuera una repartición injusta y por supuesto, deseaba quedarse con algunos para comerlos mientras veía alguna película asquerosamente cursi y escuchaba las quejas de Death Mask por su holgazanería en el fondo. O mejor, la vería en el templo de Leo y así podría burlarse de la trama inverosímil con Aioria.


Estaba perdida en sus pensamientos, así como Ikki estaba perdido en sus facciones. De repente detallarla lo había hecho apreciarla. Era hermosa. Era hermosa y pequeña y muy fuerte. Todo lo contrario a Esmeralda, que era alta, de extremidades largas y estilizadas; y delicada como una flor. Una flor que curó todas sus heridas en los interminables años en la isla de la Reina Muerte. “Son todo opuesto.” Pensó “Esmeralda era todo luz y calor. Era vida. Era el sol. Dael es oscura y retraída. Está moldeada por la guerra. Es como una brillante luna llena.


Nunca fue muy fanático de los dulces, de hecho siempre que podía los evitaba (no es que hubiera sido muy difícil para el tipo de vida que llevó). Pero de repente ese pequeño pedazo de chocolate que quedaba entre los labios de Dael era muy provocativo. Y se había privado lo suficiente de cosas durante toda su vida que no veía razón por la cual tomar lo que quería estuviera mal.


Se separó de la encimera y se acomodó más cerca de la aprendiz de Cancer, lo más cerca posible, en el espacio libre entre sus piernas. Lo envolvió una especie de calidez y sentimiento de familiaridad como si ahí fuera donde perteneciera, cerca de ella, muy cerca, entre sus brazos. De repente el lazo compartido entre Dael y Dohko se veía como una cosa de nada comparado con la forma en la que se sentía en ese instante, como si su propio lazo fuera mucho más fuerte. Por un momento, dudó de su excepticidad sobre las almas gemelas, ¿era así como se sentiría?


Dael se había descocentrado y ahora lo miraba, fijamente, con los ojos muy abiertos, tensa y nerviosa como un animal apunto de escapar de su depredador más grande. Aún sentada sobre la encimera, Ikki era tan grande que sus rostros estaban a la misma altura, ¿o sería que ella era muy pequeña?


Ikki se acercó hasta que sus alientos se volvieron uno y entonces mordió un trozo sobresaliente del chocolate que tenía entre los labios. Sus bocas se rozaron, y se sintió como un corrientazo que les recorrió la columna vertebral. La tomó de la cintura, estrecha hasta el punto en que sus manos la rodeaban perfectamente. Y tuvo la sensación de que, tras muchos años, luchas y muertes, por fin estaba de vuelta en casa.


—Este chocolate —habló Ikki, tras comer el trozo robado de los labios de ella. Estaban tan cerca que el concepto de espacio personal había perdido todo su sentido—, me gusta. —Sonrió ladinamente, relamiéndose los labios para limpiar los rastros que pudieran hacer quedado en ellos.


Dael estaba sonrojada y temblorosa bajo sus manos, y por un momento ella agradeció estar sentada sobre la encimera porque de no ser así, probablemente habría caído desmayada y eso hubiera sido lo más vergonzoso en la vida. Acunó el rostro de Ikki entre sus suaves manos, la piel del santo sorprendiéndola por su suavidad, lo tersa y lisa que era. Sus pulgares acariciaron las mejillas levemente y luego, correspondiendo al propio Ikki, sonrió de vuelta, aunque fuera torcida y temblorosa por los nervios.


—Feliz san valentín, Ikki. —Susurró en un aliento, apoyando la frente contra la de él y cerrando los ojos. Si continuaba mirando ese abrasador mar, se carbonizaría, no quedaría nada de ella para el mundo.


Podría abandonarse a Ikki sin temor a nada, pero quizá para él aún era demasiado pronto. Sin embargo, esperaría. Se tragaría el “te quiero” que danzaba en su boca, y esperaría.


—Feliz san valentín, Dael.


Ya habían pasado más de 200 años para que sus almas se reencontraran, así que un poco más no le haría daño alguno.


¿No?

13 января 2020 г. 0:05 0 Отчет Добавить Подписаться
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Об авторе

Elsa Felce Elsa, pero no la reina de Arrendelle. 1997 • leo; ascendente libra. bilingüe; intento de editora en aprendizaje; intento de escritora por hobbie; multifandom af. » Llegas al corazón de los demás si arrancas pedazos del tuyo.

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