Cuando las letras me abandonaron, o cuando yo las abandoné, llovía; mas luego las ramas que refresqué con rocío no eran más que retazos hermosos, imperfectos, belleza caduca de lo que fue creado sólo para lucir y perecer, sin embargo, aquellos pétalos secos, llenos de artificial color, fueron a unirse, pegarse a las hojas naturales y recogidas por la mano que sostuvo a la muerte. Acumuladas, aplastadas página contra página, perpetuando el dolor, aquel mismo dolor que hoy me impide escribir.
Estos pesos, este estancamiento, se agita, irrumpe dentro de las paredes que lo contienen, amenazando con romper y castigar todo a su paso, castigar aquella maldad que surgió de la nada, que atacó sin aviso, que resquebrajó todo aquel indicio de cordura y autopreservación.
¿Será que tenga que irse el dolor?
¿Será que deba tragar el olvido?
No he nacido para escribir, pero moriré si no lo hago.
Ojalá encuentre alguna respuesta o que la vida deje una ventana abierta.
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