carlavgonzalez Carla González

La historia nostálgica que escribo, cuando debería estar escribiendo historias serias


Мемуары 18+.

#avion #aviador
Короткий рассказ
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El vuelo del pequeño aviador

Desde aquí sentada frente al césped verde que sirve de falda al majestuoso volcán Pichincha, veo el cielo que por fin se despeja, para descubrir un manto de perfecto celeste. Es Domingo y es temprano. Aún no llega la bulla de las familias, ni los vendedores de comida con sus carreta cojas y oxidadas pasando sobre los caminos irregulares de cemento del parque La Carolina.

Un par de botellas de cerveza Club vacías adornan los carros que dejaron en el medio de la calle, yo supongo, los borrachos un poco más responsables la noche anterior. Asumo que a partir de las 8 ya vendrán a llevárselos. Al menos yo lo haría.

La señora de visera que corre todos los días no falla, la reconozco porque es la única que corre con falditas, siempre. Muestra sus piernas fuertes y tostadas del sol diciéndole al mundo que ella es una verdadera atleta.

El chico del perro poodle, no es tan constante como la corredora, pero es fácil reconocerlo. A él no le importa que, siendo musculoso, tenga que esperar que la miniatura de mascota que tiene (o que su novia le pide pasear) se demore en encontrar el árbol perfecto donde dejar sus excrementos.

Cuando el sueño me empieza a cerrar los ojos un pequeño pájaro se cuela, lo sigo de izquierda a derecha y tengo que enfocar mi mirada un poco más para ver que es en realidad un avión.Es pequeñito, supongo que está hecho de madera. Veo como hace una vuelta en U y se sumerge en la fila de árboles que parece interminable.

Me pierdo en el zigzagueo, y me dejo llevar por el vuelo repetitivo del pequeño.

Lo veo esquivar los árboles y me siento capaz de manejarlo con mis ojos. Hasta siento un hueco en el estómago cada vez que pierde altura y desciende rápidamente.

No le retiro mi mirada curiosa y me imagino planeando el aeroplano que alcanzo a ver que es rojo y blanco. Me veo como un aviador chiquito, con un gorro de cuero café inclusive más diminuto y gafas que hacen ver los ojos más grandes de lo que son, viendo desde arriba a todos como pequeñas hormigas.

Imagino que el avión le pertenece a un papá, que se levantó temprano y preparó todo para enseñarle a su hijo a volarlo. Imagino al mismo niño aburrido, inquieto, corriendo hacia la resbaladera de plástico o detrás de un perro juguetón.

O quizás es de un viejo que está solo, que quisiera tener nietos para mostrarles su avión perfectamente cuidado por años.

Recuerdo cómo mi padre me mostraba con orgullo los aviones de balsa de su infancia, de esos que le cabían las alas por un orificio en la mitad del cuerpo del avión. El de él tenía estrellas a los lados, y se lo compró con mucha nostalgia a un viejo que pasaba por la calle Chambers “desde que tengo memoria” me dijo hace años.

El primero que me compró lo volé y lo destruí en segundos, se estrelló contra las que eran baldosas rojas del patio trasero de mi casa, sin piedad. La balsa se rompió en dos, como asumo que el corazón de mi padre también lo hizo.

Lo buscamos, pero ya no volvimos a ver al vendedor de aviones.

Giro mi cabeza unos 30 grados casi hipnotizada por su vuelo, y me lo imagino pasar por los arcos de ladrillo naranja que puso mi abuelo en el patio y que cada año mi padre vuelve a pintar, con el deseo de que nunca se pierdan de la memoria de mi hermana y la mía.

Hasta que llegan los ruidos del fútbol, de la señora que vende jugo de naranja en la misma esquina desde hace meses, del barrendero que arrastra su escoba vieja, y yo recojo mis recuerdos y me despido del aviador con mis ojos esperando verlo otra vez, cuando vuelva a despejarse el cielo.

9 апреля 2019 г. 22:26 0 Отчет Добавить Подписаться
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Carla González Journalist that can blog, photograph, and broadcast (Maybe fly drones next)

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