wereyes W. E. Reyes

En el momento que la aburrida espera en el aeropuerto terminó con una pistola apuntándome a la cabeza, comprendí que las cosas habían salido mal, muy mal...


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Короткий рассказ
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La maleta de José

Autor: W. E. Reyes

© 2019-2020


Me encontraba sentado, cabizbajo y aburrido en la sala de espera del aeropuerto. No me sentía demasiado motivado ese día. Estaba con la resaca de la “fiesta” de despedida que me había dado mi mujer la noche anterior. No fue una fiesta como tal, más bien una cena: salmón a la mantequilla, puré de papas, café capuchino, helado de chocolate y vino, mucho vino... y, por cierto, su amor, que me hizo transpirar bastante.

―Gorda, ganas de viajar no tengo, si no fuera por el maldito dinero no iría ―le dije con mi mejor cara de hastío.

―Pero, mi amor, es Roma, Italia. Imagina toda la comida rica que hay allá. ¡Es genial! ―decía ella de cincuenta años con alma de niña de cinco.

Roma, Italia. El destino del vuelo que había sellado el mío con sangre.

¿Por qué, yo?

―¡Al suelo, al suelo! ―me gritaba el policía, apuntándome con su pistola nueve milímetros directo a mi cabeza―. ¿Que no me escuchas? ¡Arroja tu arma! Pedro Moya, tírate al suelo, ¡ahora!

Pedro Moya. Sí, ese soy yo. Me sentía confundido, aturdido, mareado... ¡No soy un maldito criminal! ¡Soy periodista y profesor universitario! gritaba dentro de mi cabeza. ¿Cuál arma? Entonces miré mis manos ensangrentadas que sujetaban mi pluma Montblanc, en cuya punta de oro había un ojo... el ojo de José.

Mi vieja y sólida pluma fuente. “La pluma es más poderosa que la espada... claro que sí, claro que sí”.

Recordé que ciertos jueces, políticos, dignatarios, policías, empresarios y algunos otros pertenecientes a la jauría del poder, se ofendieron más de alguna vez... por lo aguzado de las palabras que salían del alma de su tinta. Podía entender las consecuencias de haberle pisado los callos a los poderosos, pero no fue eso, no eran tan tontos.

Hace dos horas atrás, José se acercó a mí.

―Buenos días, tenga usted.

―Buenos días ―respondí, intrigado por este hombre de tez morena y pelo ensortijado.

―Señor, quiero que entienda que esto no es personal. Necesito que me haga un favor.

―¿Cómo…?, no te entiendo. ¿Sabes?, me pones nervioso. Es mejor que te largues, antes de que llame a la policía. ¿Cómo se te ocurre decirme: “no es personal”? Estás medio loco parece. ―Procedí a levantarme del asiento.

―Señor Moya, no se pare, mire esto primero. ―Me acercó un sobre amarillo de tamaño carta.

―Ábralo ―dijo.

Vi las fotos de Ana, mi mujer. Mostraban diferentes escenas: en casa, saliendo, yendo al mercado, comiendo helado por la calle, haciendo trámites y otras veinte más en diferentes lugares.

―¿Por qué me muestras esto?¿Cómo sabes mi nombre? ―respondí con la respiración agitada y con ganas de darle un puñetazo.

―Sabemos todos sus movimientos, señor Pedro Moya. Lo estudiamos a usted y familia una semana. Antes de seguir le aclaro que si no hace lo que le digo, su señora muere. Si alerta a la policía o a los guardias, su señora muere. Si hace contacto con alguien, su señora muere. Con respeto se lo digo.

Quedé estupefacto. Qué mierda quiere este tipo. No tengo tanto dinero para que me extorsionen. ¿Por qué?, no entiendo.

Sacó un móvil barato de esos desechables. Marcó un número y me lo pasó.

―Señor, apenas le contesten pregunte a la persona si ve una camioneta en la calle. ―Me apuntó con un revólver, disimulándolo bajo una manta que llevaba en el brazo―. No se me haga el héroe, papi.

―¿Hola, hola, quién es?

Se me erizó la piel, se secaron mis labios y mis ojos se abrieron al escuchar la voz de Ana en el auricular.

―Hola, mi amor, soy yo, Pedro ―dije sin poder disimular el nerviosismo en mis palabras.

―¿Peter...?, este número no lo conozco. Tu voz se escucha temblorosa... ¿Te pasa algo?

―Dígale que a su teléfono se le agotó la batería y está usando uno que le prestaron ―susurró el maleante.

―No pasa nada. Se me acabó la batería y estoy ocupando uno prestado. ¿Cómo estás tú? Necesito que me hagas un favor y mires por la ventana de la entrada y me digas si ves algún vehículo afuera.

―Qué misterioso. ¿Estás en problemas? ―dijo con una voz preocupada.

El delincuente me hizo un gesto con la mano, como revolviendo un rollo de papel imaginario, en señal de que me apurara con la respuesta.

―No debe sospechar, por el bien de su propia vida… invente algo ―murmuró, mientras mantenía su oreja pegada al móvil.

―¿De quién es esa voz? ¡Peter, de quién es esa voz!

―Tranquila, mujer, no pasa nada. Es la persona que me prestó el móvil… Sabes cómo me encanta estudiar… Me acordé de que estaba esperando unos libros, un encargo de Inglaterra. Debiera haber llegado ya. Estaba siguiendo el tracking number del servicio de envíos. Ve si la camioneta del courier está afuera... es de Shipment express.

―¿No lo pudiste coordinar antes?...

―Tú sabes como soy a veces ―dije con una risa nerviosa―: espontáneo. Va a salir luego el vuelo, así que necesito que me digas, para ver si puedo reclamar; por favor, mi amor, que se me va el avión.

―Está bien voy, voy.

Escuché cómo sus pasos se dirigían a la entrada, y descorría el visillo de la cortina ―el familiar sonido de la argolla trabada me hizo sonreír― y luego volvía a tomar el auricular.

―Acá afuera no se ve nada… excepto una camioneta con una graciosa figura de una salchicha dentro de un pan de hot-dog... bailando.

―Ah, gracias… no te preocupes, voy a verlo por Internet mejor.

Si hubiese sabido lo que iba a pasar hubiera dado mi cabeza por poder decírselo...

―Creo que es más cuerdo, gordo.

―Bien, disculpa por la molestia. Te amo, pero tengo que continuar con el papeleo del abordaje.

―Yo también te amo. Matilda también te saluda.

―Muy bien, es difícil que la gata hable en todo caso.

Matilda, la gata gris de pelo atigrado. Siempre me pareció que su cabeza era demasiado grande en relación a su cuerpo; además, tenía una extraña expresión. Para mi gusto se parecía más al gato de Alicia en el país de las pesadillas que a un gato amoroso. Pero así era Ana: Matilda era un gato, así que según su lógica tenía que ser tierno. Mi amada esposa, tan infantil e ingenua, pero la amaba más que a mi vida.

―Oye, los animales también tienen sentimientos. Estoy segura de que te echa de menos.

―No voy a andar ese camino, mi amor, no quiero discutir. Un beso.

―Un beso, mi amor, recuerda traerme souvenirs de Roma ―dijo esta última palabra cantando, mientras me enviaba un beso por el celular, que hizo sonar tan fuerte que casi me dejó sordo.

José hizo un gesto con un dedo en el oído.

―¿Una salchicha dentro de un pan bailando?, ¿en serio?, qué sutileza... ―dije mirando al cielo.

Me miró encogiendo los hombros y me dio un palmetazo en la espalda.

―Sí, sí, caribe ―dio unos pasos de baile―. Nosotros somos personas alegres, nos gusta lo gracioso, papi. ―Me lanzó una mirada torva con una sonrisa forzada y continuó ―: En realidad, ella lo quiere, ¿verdad? Esa camioneta la está vigilando, es nuestra.

―¿Qué quiere de mí?

―Bien, ya nos entendemos, señor.

―Entrégueme su teléfono, ahora. ―Movió la pistola bajo la manta.

Le pasé mi móvil.

Permanecía engrillado de pies y manos, vestido con un ridículo overol naranja. Un momento después entró el detective Reyes, Luis Reyes.

—Señor Moya, ¿por qué lo hizo? ¿Por qué lo mató? La situación estaba controlada.

—Me gustaría saber cuál es su definición de control. Lo que menos ocurrió es que hubiera algún tipo de control. ¡Por Dios!

—Debería haber esperado, estábamos al tanto de su mensaje de ayuda. Tan solo debía esperar, señor Moya, solo esperar.

—Era una basura humana, ¿por qué debía haberme constreñido a actuar? Además, no me importaba más.

—Detective, ¿tiene esposa?

Me miró sorprendido por la pregunta.

—Sí, tengo.

—¿Es una buena mujer?¿Cómo lo hace para tener paciencia con sus largos turnos? ¿Cómo soporta su trabajo con tantos riesgos?

Reflexionó un momento, alzó la vista meditando y me miró.

—Siendo sincero con usted, no lo tengo del todo claro, pero le puedo decir algo: estamos juntos por más de veinte años..., con altos y bajos. Hay otra ventaja: ella fue policía y viene de una familia de policías. Me imagino que se acostumbró a lidiar con esta profesión.

—¿Hijos?

—Sí, un hijo y una hija. Ambos de más de veinticinco años, son profesionales; hicieron su vida fuera de esta ciudad.

—No sabe lo afortunado que es. Intentamos con Ana por más de veinte años tener hijos y no pudimos. Al final solo nos teníamos el uno al otro y nuestra Matilda.

—¿Matilda?... ah sí, leí su expediente, es su gata, no se preocupe por ella, la está cuidando su vecina Dolores Malone.

—La señora Malone siempre fue buena con nosotros. A pesar de tener más de setenta y cinco años, nos ofrecía ayuda en todo lo que podía. La queríamos mucho con Ana… Ana, mi amor, mi amor...

Agaché la cabeza mirando al piso y me la tomé con las manos.

—¿Por qué...? ¿Por qué puta madre...? ¿Por qué yo? —lloré gritando mientras golpeaba la mesa con mis puños.

Me miró con un extraño brillo en sus ojos, hundidos y oscuros, sobre esa cara gris endurecida por la vileza humana que ha tenido que presenciar. Puso su mano sobre mi hombro.

—Pedro, cálmese... no sé a dónde va con esto. Entienda que quiero ayudarle, me parece demasiado injusto por lo que pasó. Ayúdeme y ayúdese, usted no merece estar en esta situación. ¿Por qué no esperó?

—¿Sabe lo que me dijo ese maldito infeliz para intimidarme y lograr que hiciera todo lo que quisiera? Por supuesto que no lo sabe, porque no estaba usted ahí…

José me pasó una maleta igual a la mía.

—Esta maleta, señor Moya, tiene el peso de veintitrés kilos, el peso máximo para llevar en la bodega de equipaje del avión. La voy a cambiar por la suya ahora. Debe pasar el check-in primero y luego donde están los oficiales de control, en las puertas, con los detectores. También hay personal especial antidrogas junto con sus perros. No debe levantar usted ninguna sospecha.

—¿Cómo se supone que haré eso? No sé qué hay en la maleta, no puedes culparme si ellos pillan quién sabe qué diablos haya dentro —dije enérgico.

—Para que le quede claro: en la camioneta tenemos todo tipo de herramientas para nuestro trabajo. En caso de que algo salga mal, vamos a destripar a su señora viva, mientras le cortamos los brazos y piernas con sierras. Sus restos se los daremos a los perros callejeros de los suburbios. Después quemaremos a los perros y los echaremos al río.

»No somos novatos… papi, hemos hecho esto varias veces. Incluso, una vez me tocó estar en la camioneta con un obeso sudoroso que no podía aguantarse los pedos y que no fue capaz de cumplir con lo que le pedimos... le atravesé la garganta con la sierra y le di a beber vino. Era gracioso ver cómo se le salía por la garganta mientras trataba de hablar. Así que ahí nació el método del vino hablado… Ja, ja, ja —reía la estúpida bestia.

Maldito hijo de puta, pensé mientras sentía un profundo deseo de estrangularlo.

—No estará solo. Póngase esto.

—¿Un audífono para sordos?

—En realidad es un radiotransmisor. Nos comunicaremos a través de él.

—Yo también tengo uno, ¿ve? —Me lo mostró girando un poco su cabeza. Con un gesto casi infantil subió sus cejas.

—Estaremos en el mismo canal, solo le basta hablar para comunicarse.

—Señor Moya, ¿entendió?

Asentí con la cabeza.

―El cartel de la Santa Patrona, si sale todo bien, quedará muy agradecido. No tendrá que trabajar un día más. Nuestro patrón, el señor Alejandro César Guerrero Zamacona, es muy generoso. Será un hombre rico.

—La amenaza estaba muy clara, ¿por qué entonces...?

—¿Por qué escribí el mensaje? ¡Porque eran unos hijos de la puta más mal parida de la tierra! Había que detenerlos. Por mis investigaciones periodísticas, sabía lo que hacía ese cartel. Usted también debería, un detective con su experiencia...

—Para mi desgracia sí, señor Moya. Estuve trabajando un tiempo en el borde, la tierra de nadie, donde lo único que importaba era el negocio. Los grandes señores de la droga se peleaban esos territorios a muerte todos los días.

»Cuando estuve en la frontera del olvido, como la llamábamos, sucedió una vez que una joven madre llevaba su bebé en brazos y se lo arrebataron. Nos llamó y lo buscamos por todas partes. Una mujer dijo que lo había encontrado y se lo devolvió. Ella estaba cruzando el borde; en ese momento, los perros antidrogas se pusieron nerviosos y comenzaron a ladrar. La joven no sabía por qué su bebé no se movía y estaba tan fría. Los oficiales fronterizos la entrevistaron y ella llorando dijo que vieran a su hija…

»Me tocó observar la escena: la niña estaba rajada de arriba abajo y cosida —de manera burda— luego. Le habían vaciado las entrañas y rellenado con un bolsa llena de cocaína. Supimos después que la madre se había cambiado de fila y los narcotraficantes la confundieron con una de sus burreras.

—Así opera el cartel. Ese es su sello, la extrema violencia, ya lo había investigado —dije —. ¡No!¡No! No podía dejar que se salieran con la suya. Nadie garantizaba que después que hiciera su trabajo sucio, seguiríamos vivos mi señora y yo.

—Todavía no me contesta por qué lo mató... ya no había nada que hacer, la situación estaba en un punto muerto.

—Exacto, el punto donde esa mierda de persona tenía que estar —respondí.

—Señor, señor Moya, ¿me recibe usted?

—Fuerte y claro.

—Vaya directo al check-in, debe entregar la maleta para que se la pesen y la envíen a la bodega de almacenaje del avión.

Hablé con la recepcionista de la línea aérea. Chequeó mis datos. Saqué un papel de mi chaqueta y mi pluma. Me puse a escribir, ocultando mi acción con el cuerpo.

―Señor Moya, ¿qué pasa con usted? ¿Por qué escribe? ―le escuché decir por el auricular.

De reojo me di cuenta de que el bastardo no me despegaba la vista de encima.

Sonreí a la recepcionista y le pasé el papel con disimulo. Me volteé hacia atrás y hablé con la mano puesta en el oído.

―Me solicitaron firmar un comprobante.

―Está bien, dese prisa.

La señorita hizo un ademán con la mano y se comunicó por teléfono con alguien. En un minuto aparecieron los oficiales de control antidrogas en el check-in y requisaron la maleta.

―Señor, acompáñenos, por favor, tendremos que hacerle una revisión.

―¿Por qué quieren que los acompañe?¿Hay algún problema?

Me miraron extrañados, me tomaron del brazo y fuimos a la oficina donde tienen los aparatos de control y análisis.

―Tome asiento ―me indicó la oficial.

―¿Esta maleta es suya, verdad?

―Sí, señorita.

―A través de las cámaras lo observamos y su actitud nos pareció sospechosa.

―No veo el motivo. ―Encogí los hombros.

―Voy a hacer un test con un bastoncillo de algodón y un químico en su maleta; la vamos a abrir y revisar por completo. En el caso de salir positivo, el algodón se pondrá azul. Le recuerdo que la condena por tráfico de estupefacientes puede llegar hasta los veinte años de cárcel.

Ella procedió a abrir la maleta, sacando toda la ropa y probando en cada prenda. También rasgaron el forro de la maleta, analizaron dentro y buscaron por un posible doble fondo.

Hice el gesto de ajustarme el aparato en la oreja.

―¿Qué hago? ―murmuré.

―Mantenga la calma, no encontrarán nada ―respondió riendo José―. Vamos bien, vamos bien ―decía y siguió riendo—. Sin embargo, tenemos un problema.

Puse la mano en cuenco sobre el oído y sonreí a la agente.

―Me cuesta escuchar ―le digo.

Me tapé la boca con la mano.

―¿Problema?, ¿cuál problema?

―Su señora está saliendo en su automóvil…

―Dijiste que nos habías investigado. Ella volvió a sus clases de canto después de un mes de ausencia. Va a una clase ahora.

Imbécil, púdrete, pensé.

―Señor, no murmure, quédese tranquilo.

―Agente, entienda, por favor, necesito hablar para ajustar el tono del aparato; con el estrés de la revisión, me pongo nervioso y no puedo calibrar bien el audífono.

―No tendría por qué ponerse nervioso. Los resultados salieron negativos, así que podrá continuar su viaje.

―Señor, señor Moya, lo hizo muy bien usted. El señor Antonio estará muy feliz de saber estos resultados ―reía y aplaudía el muy idiota.

―Todavía estoy retenido... no sé qué tan bien está eso ―dije en voz baja.

―Señor, tenemos que hacer unos papeleos, así que nos tendrá que esperar unos minutos ―informó la mujer policía.

―¿José, escuchaste?

―No se preocupe, eso va de acuerdo al plan. Le advierto que nuestra camioneta está siguiendo a su mujer, en caso de que se le ocurra algo estúpido.

Entonces ahí… frente a mis ojos, ...se selló mi suerte.

En el televisor de la sala se transmitía una noticia de última hora: un choque múltiple. La periodista relataba en vivo, dando los detalles. Un camión con remolque trató de evitar una camioneta que se atravesó de improviso por el camino. El camión, entonces, impactó a un automóvil y se produjo un choque en cadena, por la cercanía en la carretera de los otros vehículos. La camioneta también habría perdido el control; según el relato de testigos, dio varias vueltas de campana.

Me acerqué a la pantalla y se veía el logotipo de la camioneta: una salchicha dentro de un pan… sentí que el piso desaparecía bajo mis pies. Se informaba que había muertos y múltiples heridos graves. Uno de los muertos era la señora del automóvil, al que había colisionado primero el camión. Alcancé a ver la imagen borrosa que estaba transmitida en FaceDate Live, que en la emisión parecía pixelada.

―Agente, ¿me presta su teléfono, por favor?

―Por protocolo no puedo hacer eso ―respondió.

―Pero usted está enterada de que son circunstancias especiales, ¿verdad?

Asintió con la cabeza y me pasó el aparato.

―Señor Moya, ¿qué hace usted? Escuché que por el audífono que está solicitando el teléfono de la policía.

Me quedé en silencio y no le respondí.

Entré a la red y vi la transmisión en vivo del accidente por FaceDate Live sin censura. La cámara se acercó, primero a la camioneta con la imagen del estúpido hot-dog. Se veían dos cuerpos tirados alrededor, vestidos con overoles con la misma ridícula imagen de la camioneta. Los dos tenían sus cabezas aplastadas.

Luego mostró un automóvil Ford rojo. En la pantalla pude observar a mi amada Ana, degollada en el choque… El vehículo había quedado reducido a un tercio de su tamaño, el metal del parabrisas le había cortado el cuello y estaba aplastada en su asiento. Tenía su cinturón puesto y el golpe frontal del metal rompió el airbag.

Me sentí desfallecer, y me puse blanco como papel, las piernas me temblaban, mi cuerpo se sacudía en forma involuntaria y mis manos tiritaban. Tuve que sentarme. Me quedé mirando al vacío por un momento. La oficial me hablaba, pero no le escuchaba; veía sus gestos como en stop-motion...

―¿Señor, se siente bien? ¿Está bien?

―Deme un capuchino con azúcar ―dije con voz trémula y débil.

Me tomé el café. Respiré profundamente unos momentos, miré el techo y supe lo que debía hacer.

―José, dame un momento, me bajó el azúcar. Sufro de hipoglucemia ―mentí.

―¿Hipo que...?

Una furia incontrolable se apoderó de mí. Mi cuerpo recordó el entrenamiento militar que tuve por dos años, cuando fui a hacer los reportajes a las guerrillas centroamericanas. Hice estiramiento de mis piernas y brazos. Mi mente se centró de nuevo.

―¿Qué pasa con usted, mi parcero? ¡Responda, carajo! ¡Estoy escuchando sirenas de la policía afuera del aeropuerto!

―José, necesito que nos juntemos en el pasillo.

Este idiota aún no se da cuenta de que sus amigos murieron.

Le devolví el teléfono a la agente.

―Quédese aquí, ya vienen ―me dijo ella.

―Tengo que sacar la basura, vuelvo luego. ―Moví mi cuello hacia los lados, crujió un poco. Bien, estoy listo.

Ella me miró con sorpresa cuando salí y comunicó por su radio lo que yo estaba haciendo.

Nos juntamos con José en el pasillo frente a los barandales de las escaleras eléctricas. Me miraba con desconfianza, apuntándome con la pistola bajo la manta.

―¡Dígame, marica!, ¿por qué está la policía llegando acá? Una orden mía y su mujer muere.

―José, veo que no te has dado cuenta, ¿verdad? ―Me acerqué a él.

―¡Párese ahí mismo! Su marica hijoputa o me lo despacho aquí mismo, ¡me oyó su huevón!

Una pasajera que se aprestaba a bajar la escala asustada por los gritos perdió el equilibrio y alcanzó a aferrarse al barandal, pero su maleta rodó escaleras abajo de manera estruendosa.

José se distrajo un momento, le arrebaté el arma y la tiré lejos. Lo agarré por la garganta con mi mano izquierda.

―Tus imbéciles amigos ya la mataron, idiota, en un estúpido accidente ocasionado por ellos mismos.

Miró hacia un lado en dirección a un hombre rubio vestido con una especie de guayabera, lentes oscuros, pantalones blancos acampanados y botas blancas. A la usanza de los años setenta.

―¡John, ayúdame! ―gritó.

El hombre rubio se llevó la mano al oído, corrió y se escapó.

Mi cara se reflejaba en un lustroso anuncio al lado de la escala. Estaba enrojecida, con la mandíbula desencajada y mis ojos inyectados en sangre. Bullía de rabia y odio. Volví a dirigir la mirada a mi presa.

―Voy a escribir una carta de cuanto amaba a Ana. ―Saqué mi pluma―. Tú serás mi esquela ―le dije al infeliz.

Lo agarré por la nuca.

―Ana, te hecho mucho de menos, punto ―le clavé la pluma en la garganta―. Me hubiese gustado poder decirte cuánto te amo, punto ―se la enterré en la carótida, la sangre salía a chorros.

Su atónita mirada se perdía.

―No es personal, mi parcero… ―decía en sus últimos momentos.

―Echo de menos ver tus hermosos ojos azules, punto. ―Le saqué los ojos con la pluma―. Jamás sentiré, otra vez, tu tibia piel. Punto ―se la incrusté en sus cuencas vacías―. Calentando la frialdad de mi alma solitaria. Dos puntos ―se la clavé en los oídos―. El ojo que todo lo ve será mi testigo. Punto.

Dejé incrustado uno de sus ojos en la pluma. Tomé su cabeza y lo desnuqué contra el barandal.

—Maldito, John, sé que me escuchas, también iré por ti y te haré pagar, ¡hijo de puta!

—Buena suerte con eso, Pedrou —lo escuché decir al final con un mal acento forzado.

―¡Alto, es la policía!

―¡Al suelo, al suelo! ―me gritaba el policía, apuntándome con su pistola nueve milímetros directo a mi cabeza.

―¿Que no me escuchas? ¡Arroja tu arma! Pedro Moya, tírate al suelo, ¡ahora!

Sentí cómo un policía me arrojaba al piso y esposaba mis manos por detrás. Comenzó a leerme mis derechos...

Y los derechos de mi amada Ana, ¿su derecho a vivir?

Una profunda pena me invadió y no supe nada más. Vi cómo la oscuridad vacía de mi soledad, dejaba negra mi conciencia, cerrando mis ojos cansados.

—¿Quiere saber por qué lo maté, detective Reyes? ¡Por venganza! Porque él tenía que pagar. Cuando salga de aquí iré tras el tal patrón y le haré lo mismo con lo que amenazaron hacerle a mi Ana.

»¿Qué me dice de sus protocolos policiales?, ¿no creen que fueron un poco lentos? En la nota que le hice llegar estaba toda la historia: que el narco me tenía amenazado, que nos escuchaba a través del audífono, le di la dirección y el número de teléfono de ella para que le advirtieran.

―Llamamos a su señora, pero no contestó. Descubrimos, después, que había dejado su móvil en casa. Cuando llegamos a buscarla, ya había salido hacía cinco minutos.

―¡Qué mala suerte!, ¿no? ―apreté mis labios―. Por cinco minutos no pudieron salvarla y además... ―se me salieron las lágrimas de manera espontánea― era olvidadiza, se le quedó el teléfono por el apuro, lo más seguro es que iba atrasada a la clase.

Una vez más el destino…, pensé.

―¡Si tuviera que matar de nuevo a ese maldito lo haría de nuevo otras cien veces más!

―No le servirá eso con el jurado. Creo que es mejor que lo vea un siquiatra. Va a ser casi imposible que usted en solitario pueda destruir al patrón. Además, tendría que deshacerse de Antonio Spaglieri; él tiene más poder que Alejandro Guerrero ―hizo un pausa.

»Pedro, su elección fue hecha casi al azar. Necesitaban probar un nuevo sistema de transporte de droga, tal vez lo escogieron por su bajo perfil, que no levantaba sospechas. Y lo que de seguro inclinó la balanza hacia usted: su destino, ya que en Roma se encontraría don Antonio, el día en que usted arribaría.

»Le agradecemos su intervención. Encontramos el remanente de una sustancia, una enzima, en las ropas de José. Fue analizada por los laboratorios gubernamentales y descubrimos que en este cartel, por la tecnología facilitada por Spaglieri, lograron incorporar la droga en la maleta misma y en las ropas.

»Los muchachos del laboratorio lograron disolver todo en una preparación ácida y pudieron extraer por completo la cocaína. Con esta información se desarrollaron nuevos kits de detección.

»El gobierno quiere felicitarlo; gracias a usted se desarticuló este nuevo método de tráfico. Esto le ha hecho perder miles de millones de dólares al cartel y a Tony, el siciliano.

―Ya veo, miles de millones.... que significan menos que el polvo de mis zapatos... nadie me la puede devolver ahora ―suspiré.

―¿El rubio... John? ¿Qué hay de él?

―Tenemos grabada su imagen. La buscamos en nuestra red... Y algo que no le debiera decir: no podemos acceder a sus datos. Son clasificados.

―¿Clasificados? No tiene sentido a no ser que...

―Pertenezca a alguna agencia del Gobierno, pero... eso no lo escuchó de mí. Le insisto, estamos agradecidos de usted.

Negué con la cabeza e hice un gesto de incredulidad.

―Claro… tan agradecidos están que me tienen encerrado y engrillado.

―Ninguna persona está por sobre la ley. Usted está acá por cargos de homicidio calificado agravado. Creo que la mejor estrategia que puede ocupar con su abogado es declarar que tuvo un estado de locura temporal.

―Ninguna persona corriente está por sobre la ley, querrá decir...

El detective me miró con desconcierto.

―Ya no me importa nada, no tengo nada que perder. Pero si sirve declararme loco, lo haré. Voy a acabar con los malditos que me quitaron la compañía, el amor, el alma y la vida que me daba Ana.

¿Por qué yo?, ¿por qué yo? ¿Por qué no fui yo, en vez de ella?...

El llanto ahogó mi garganta.

23 марта 2019 г. 5:24 6 Отчет Добавить Подписаться
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Об авторе

W. E. Reyes Cuentacuentos compulsivo y escritor lavario. Destilando sueños para luego condensarlos en historias que valgan la pena ser escritas y así dar vida a los personajes que pueblan sus páginas al ser leídas. Fanático de la ciencia ficción - el chocolate, las aceitunas y el queso-, el Universo y sus secretos. Curioso por temas de: fantasía, humor, horror, romance sufrido... y admirador de los buenos cuentos. Con extraños desvaríos poéticos.

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Hazo Hazo
Me gustó la trama en general. Hay un par de cosillas ortográficas y de dicción pero no impiden disfrutar el trabajo en general. Muy bueno.
Francisco Rivera Francisco Rivera
Historia intensa, en regresión acción. Me gustó. Ambiente logrado y narración fluida, sostenida con datos de solvencia de información, dosificados y oportunos. Felicidades.
Ivan Ramirez Ivan Ramirez
Buen trabajo.

MariaL Pardos MariaL Pardos
Estupenda historia, Waldo! Muy cruda e inquietante, pero elegantemente estructurada y escrita. Enhorabuena! 😊

  • W. E. Reyes W. E. Reyes
    Gracias, María por darte el tiempo de leer.... Sí, mi respuesta es un poco tarde -un año y algo- Pero el tiempo en este sitio se me pasa volando. Saludos. May 08, 2020, 18:10
~