oriche Brian Fernández

En un tiempo de guerra, muerte y destrucción, una joven aprendiz de hechicera y un arquero de élite se embarcan en un viaje para poder librarse de sus pecados en una búsqueda de la ya mítica ''Vía Láctea''.


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En Llamas

Ella despertó entre gritos y llanto con un susto que no la dejaba pensar hasta mucho después que se le fuera la sensación, Galak tuvo un mal sueño.

«Una pesadilla», pensó.

Se pasa el reverso de la mano por la frente, recuerda como en sueños su pueblo era incendiado, destruido y arrasado.

«La oscuridad reina aquí», meditó.

Recuerda como, estando en los reinos de Morfeo, su madre la escondía en el sótano mientras ella se encargaba de distraer a los soldados, aquellos carniceros, ese ejército inhumano que causaban los gritos de hombres, mujeres y niños. Sus vecinos, sus amigos, sus profesores, el chico que le gustaba, personas con quienes había compartido, paseado, con quienes pudo llorar o reír, con aquellos que tanto amó, para ser sinceros, los que daban sentido a su universo; todos ellos ahora gritaban al unísono por todos lados, todos hacían un coro de terror, de muerte, de dolor y destrucción.

«¿Qué es esto?», se pregunta a si misma al sentir algo pastoso y sucio mezclarse con el sudor de su frente, luego de quitarse el cabello de la cara se dedica a reflexionar.

En el sueño, Galak recuerda: cómo por un hoyo en la portezuela que va al sótano logra ver, muerta de miedo, el momento en el que los soldados, esos ''perros de guerra'' que tanto le contaba su desaparecido padre, genocidas y herejes; lograban tirar abajo la puerta de su casa. Rememora, con rabia y aguantando el llanto, a su madre sollozar e implorando piedad a esos seres que, con una tabla de madera que formaba parte de su puerta, sentenciaban la vida de su amada madre con un golpe que le hizo un giro a la cabeza muy extraño.

—Mamá— murmura al vacío.

Una gota cae sobre su cabeza.

Ella logra acordarse de oír los golpes que volvían pulpa el resto de su madre, recuerda oírlos reír.

—Mamá...— Murmura muy entrecortado, tratando de no llorar.

Revive la sensación de como el calor de la casa en llamas se colaba de a pocos al sótano, aumentando la temperatura en este lugar.

«Ellos la prendieron en llamas, los vi, los recuerdo. » Se juraba, por si el sueño se hacía borroso, pero así no pasaba.

Luego hubo un gran estruendo, pensó que era un terremoto enviado por Dios para castigar a los infieles, pero sabía que no era más que su casa en llamas desplomándose. El humo se colaba, el espacio era escaso y su vigilia empezaba a vacilar, logró dar con un pequeño hoyo en el suelo, un desagüe que llevaba a una entrada de aire fresco, allí se desmayó antes de que el sueño acabara.

Galak gime y no reprime más su llanto, llora, y lo hace a cantaros, solloza todo lo que le permite su cuerpo cuasi aplastado por las rocas del derrumbe, cubierto de hollín y ceniza, lo hace porque sabe que no fue un sueño, porque son sus recuerdo, lo saca todo por sus muertos. Ella sólo llora.

Luego de una gran cantidad de tiempo usado en ser todo lo frágil que quiso, recobra su compostura y decide escapar de allí. El hoyo por el que lograba respirar era un buen inicio para esto así que, poco a poco logra que su cuerpo se encoja, el vello corporal le crezca a borbotones, las uñas y dedos se transformen en afiladas garras y su rostro empiece a poseer un hocico prominente: se estaba convirtiendo en un topo común. Logra pasar por el hoyo y se abre paso con facilidad a la superficie.

El Sol baña toda la tierra, donde antes había un pueblo ahora sólo son escombros carbonizados y leña desprendida por doquier. Regresa a su forma bípeda y, luego de presenciar el espectáculo grotesco, luego de ver como los cuerpos fueron apilados en una gran fogata de cadáveres que de seguro mantuvo calientes a esos hijos de puta toda la noche, restos humanos hechos ceniza, los restos mortales de todo lo que ella conocía y amaba; Galak no llora, no, eso ya pasó, ahora es momento de prestarles todo el servicio que necesitan para poder cruzar al más allá de manera tranquila al menos, lo que no pudieron tener en vida.

El Sol pasa de estar en la cima de todo a estar en un punto casi oculto tras el bosque, las tumbas ya fueron cavadas y puestas en su lugar, con todos los honores que podía otorgarles en lo que quedaba de sus pertenencias aquí en tierra. Los arboles susurran con fuerza, esta noche será fría y ella aún no ha recogido nada para su supervivencia, el estómago le arde, siente mareos, pero se mantiene firme, sabe que eso es lo de menos, también sabe que no se puede quedar ahí por más que una parte de ella se lo suplique a gritos.

Al cabo de un rato de recolectar bayas y frutos secos en su forma de ardilla, decide ir al río a buscar algo de agua, se regresa al pequeño campamento que montó en una cueva cercana a la aldea, busca un cuenco, que fabricó con una fruta que es similar a un coco en dureza (pero que ella sabe es venenosa), y se dirige al río. De camino a este se fija en una pareja de ciervos que se pasean no muy lejos de donde ella se encuentra, los mira, en otro tiempo hubiese corrido por ellos a abrazarlos, pero ahora se contiene de no llorar, no sabe qué hacer, no sabe a dónde ir, sólo quiere volver a ver la sonrisa de su madre, sólo eso.

La tarde pasa a la hora mágica, esa hora en la que las nubes toman un color rosa bastante intenso, ese momento en que las personas sienten que cosas raras y únicas pueden pasar. Galak recoge agua del río, ve varios salmones saltar, piensa en lo útil que sería convertirse en oso para atrapar algunos, pero logra diferenciar, en la otra orilla del río, una persona tirada en el suelo, probablemente ahogado, Galak se despierta del letargo en el que se encontraba y corre todo lo que puede a socorrerlo.

—¡Señor! ¡Señor! — Le grita mientras avanza hacia el cuerpo. —¿Se encuentra bien?

Al llegar se fija que está desmayado, es un hombre alto, cubierto de harapos, con una capucha que le tapa la mirada. Tanteándole un poco notó que estaba ardiendo en fiebre y que tenía que tratarlo de inmediato, pero por suerte no se había ahogado. Las preocupaciones de Galak empiezan en cómo cruzar sin tener que mojarlo para que no pase mala noche, así que decide arriesgarse y adopta la forma de una osa para poder llevarlo sin que se moje a través de río y directo al campamento. Al dejarlo en la entrada de la cueva esta se dedica a preparar los lugares para dormir, le consigue colocar algo de tela de su ropa como paño mojado sobre su frente. Se siente agotada, la forma de osa la dejó sin energía, no podía usarla aún, sólo le quedaba dormir y esperar tener una mejor mañana, esperaba que él no muriera, lo deseaba, no quería ver a alguien más morir, no quería estar sola.


19 марта 2019 г. 0:43 0 Отчет Добавить Подписаться
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