¿Tenía acaso eso algo de malo? Poseer el control y la absoluta capacidad de manipular a mi antojo el curso de los pensamientos de otro. A veces aquello me hacía sentir vil.
—No puedo evitarlo —le dije una vez a mi madre, cuando esta entre lágrimas me pedía fin a su sufrimiento, detención en el manejo de los hilos que dirigía su vida como marioneta entre mis manos.
Y era verdad, entre mis dedos todos eran ratas de laboratorio, con los que me gustaba jugar, y descubrir si podía anticipar sus futuras reacciones.
Me causaba cierto placer el comprobar que mi primera impresión era correcta, que los seres humanos no somos tan complejos, que la gran mayoría siguen patrones simples, más aún, que yo conocía y entendía dichos patrones, y que solo con mis preguntas impertinentes ellos se volvían parte de un experimento mucho más complejo y grande para su entendimiento en aquellos momentos.
Y es que la pregunta del millón que aún me hago y cuya respuesta presiento es: ¿Esto me convierte en malo?
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