Son tus ojos los que se encuentran con los míos, son tus indignadas cejas quienes me exigen respuestas; muy posiblemente me acusen del desastre a tus espaldas, por el horror y el exterminio.
Desearía poder ver el resto de tus facciones. Tu nariz, la que me haría sentir sucia en tu presencia, o tal vez tu boca, juraría que ella también me desprecia, casi puedo oír los gritos malditos y los reproches dolientes, que muy probablemente me dedicarías.
Los minutos pasan y yo solo veo tus ojos; primero curiosa, luego amenazada, paso a la pena y termino en el miedo. Temo enfrentarme a tu pasado, a la realidad inexistente dentro en mi patética burbuja cotidiana.
Ahora miro tus calles, y regreso instantáneamente a tus ojos, lágrimas empapan mi rostro, y una sustancia viscosa y transparente se adormece sobre mi filtrum.
Pedir perdón no sirve, ser empático tampoco, y prometer sería peor que mentir.
En el fondo, sigo siendo una niña viviendo en un mundo ilusorio, con la fantasiosa esperanza de que algún día, vuelva a encontrarme con tu rostro y en tus ojos contemple la absoluta felicidad.
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