seiren Seiren Nemuri

Alana sabe que su madre siempre ha sido una mujer de muchos amantes, sin embargo, cuando sin querer la escucha desesperada, inquieta y temerosa durante una conversación telefónica —y tal vez por primera vez en su vida—, intuye que el amante de turno es especial. Alana deseará conocer al misterioso hombre que le ha arrebatado la seguridad a su madre, sin saber que el pasado de otros puede lastimar demasiado.


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LUNES

Llevaba el cabello amarrado en un moño justo en lo más alto de la cabeza. Lo tenía teñido, un mechón azul oscuro rozaba su frente. Se movió un poco intentando apartarlo, pero al no conseguirlo ---y no sin algo de tedio---, se vio en la necesidad de usar las manos. Llevó ambas hasta el moño para desatarlo y volverlo amarrar con más cuidado. No tenía el cabello tan largo, y se podían apreciar las raíces rubias que se hacían camino entre tanto azul oscuro. Varios piercings adornaban sus orejas, eran pequeños la mayoría salvo por un pendiente largo que le rozaba el hombro izquierdo cada vez que se movía un poco más bruscamente entre trazo y trazo. Vestía una camiseta sin mangas color vino y unos pantalones apenas sujetos por un cinturón negro lleno de tachuelas. Todo él estaba manchado de pintura. Sus mejillas resaltaban más pálidas y sus labios más rojos a través de las salpicaduras de pintura blanca que se habían adherido a su rostro y que a él no parecían importarle.

Lo primero que pensé al verlo fue que me había equivocado, que se trataba de un error. Era obvio que alguien como él jamás llamaría la atención de mamá.

Extraje la agenda de mi bolso para revisar la pequeña anotación que había hecho hacía tan solo dos días atrás. El lugar era el adecuado, pero debía tratarse de otra persona.

¿Thomas Harper? Oh, no puedo darte la dirección de su casa, por razones obvias, ni su teléfono, por lo mismo. Pero no es un secreto que está asistiendo al profesor Greenwich en un mural que está pintando en conmemoración de los 75 años de la Biblioteca Central. Habrás pasado por ahí así que has de imaginar de lo que hablo.

Recordé el tono patéticamente complaciente de la secretaria y se me erizó la piel; si en su momento asentí no fue para darles las gracias sino porque no terminó de cuadrarme. Mamá odia a los artistas: escritores, pintores, músicos, actores. Los detesta. Probablemente se trate de una especie de proyección de sus sueños frustrados que rápidamente terminó convertida en odio. Fuera como fuera, y aunque en ese momento dudé sobre esa posible relación, decidí echar una miradita antes de desistir por completo. Ahora que por fin lo miraba, sin embargo, ya no supe qué pensar.

Volví a levantar la vista en un vago intento por sopesar las posibilidades sólo tomando en cuenta la apariencia física del muchacho. ¿Muchacho? Bueno, joven era, y si en realidad era el Thomas Harper de quien había investigado, sabía que era mayor que yo, y por cuatro años. Apenas cuatro años. Tremenda pasada, madre. Otra cosa que no terminaba de sonarme. Tener como amante a un chico de veintidós podría parecer interesante, pero mamá no solía escogerlos tan jóvenes... Ni tan pobres. Mucho menos con tan pocas perspectivas futuras. ¿Un pintor? No, nunca. No podía sacármelo de la cabeza. Era imposible.

Mi presencia le era completamente ajena. Lo miraba con intensidad, con una curiosidad casi perversa alimentada por intenciones que rozaban el chantaje. No es que me importara que mi madre tuviera amantes, ya había conocido unos cuantos, una cifra que podría enmudecer a cualquiera; me interesaba este en particular por la meticulosidad con la que negaba su existencia. Nunca había sido tan cuidadosa, ¿por qué él era diferente?

Volví a centrar la atención en la agenda. En medio de las páginas había varios papeles doblados, copias en su mayoría. Me hice con uno y revisé la fotografía en la parte superior derecha. No llevaba el cabello azul, sino rubio, y aunque mostraba las orejas perforadas, apenas podía compararse. La fotografía era de cuando tenía dieciséis, el documento lo había obtenido chantajeando a una de las secretarias de su alma mater. A punto de egresar de la facultad de Artes, parecía que a diferencia de otros, ya vivía de lo que le apasionaba o al menos se esforzaba porque así fuera. Toda la demás información, por desgracia, estaba desactualizada.

Retiré la vista del papel, lo doblé y lo regresé a la agenda, la que a su vez devolví al bolso al bolso con cuidado, sudorosas como tenía las manos por el nerviosismo. Revisé la hora en mi reloj: faltaba poco para las cuatro de la tarde. Medio me acomodé la ropa y me pellizqué las mejillas. Tenía que comprobarlo. Aunque había planificado presentarme como una joven tímida, la verdad es que la timidez que experimentaba en ese momento era real.

—¿Disculpa?

Me ignoró, no supe si por su grado de concentración o porque mi propia voz me había traicionado, en todo caso, lo intenté una vez más:

—¡Disculpa!

—¿Dime? —dijo, y lo hizo de forma cortante, alzando una ceja casi con desprecio. No dejé que su reacción me afectara, así que continúe.

—Me preguntaba si las fotografías están permitidas —le dije.

—Haz como los demás: tómala y ya —respondió. En ese momento una gota de pintura cayó sobre el plástico que protegía la acera. El plop que provocó al impactarse hizo que me distrajera un momento.

—Quiero una foto de la obra, no del pintor —aclaré. El supuesto Thomas volvió a alzar una ceja y luego ladeó una sonrisa sarcástica en su silencio.

—Entonces regresa cuando esté terminada —dijo.

—Por eso los pintores resultan tan insufribles —comenté. De pronto sentí que comprendía más a mi madre. No, claro que no, no habría manera de entenderla, de ser así no habría llegado tan lejos—. No lo hago por interés personal, formo parte del periódico de la universidad T. Colaboro como fotógrafa. Ya vas captando por donde va la cosa, ¿verdad?

—Nadie me dijo nada.

—Pues no es un secreto que el señor Greenwich es algo despistado —continúe—. Mira, el artículo intenta plantear un antes y un después. Irá adornado de una secuencia de fotografías y el concepto que tengo planeado necesita precisamente esta luz —dije, señalando hacia arriba—. Así que disculpa la interrupción pero en serio necesito comenzar con esto. Lo quieras o no me verás aquí hasta que termines.

No había mentido del todo, ese año había ingresado en la facultad de periodismo; obviamente era demasiado pronto para optar a un puesto en el periódico pero como él no tenía manera, esperaba, de descubrirlo, dije que así era. El artículo de todas formas tampoco era mentira, así que si decidía corroborar la información se encontraría con lo mismo que ya le había dicho. Con el rol de fotógrafa sí me la había jugado. No tenía idea de qué tanto sabía él sobre el tema. Una torpeza de mi parte podía arruinarlo todo.

—¡Perfecto! —renegó. Colocó el pincel entre sus dientes para luego enterrar los dedos en su cabello. Con un último suspiro descendió de la escalerilla dejando todo arriba tal y como estaba, paleta incluida. Ya teniéndolo abajo, noté que era un poco más alto que yo, y no tan delgado como había estimado.

—Soy Alana —me presenté.

—Thomas —sonrió, para luego extender la mano manchada de pintura fresca. Así que sí se trataba de él—. Un placer —agregó. Rápidamente se alejó, aunque sólo por un momento, a los pocos segundos regresó con un cigarrillo entre los labios. Se sentó en la acera y guardó silencio.

Sin esperar más extraje la cámara fotográfica de su estuche. Estaba nerviosa. Thomas parecía ido en su mundo; el humo del cigarrillo se escapaba de sus labios con prisa, el olor era penetrante y francamente ofensivo y casi podía sentir como si me acariciara la nuca, incitándome. Agité la cabeza y me puse manos a la obra. Enfocaba con la cámara fingiendo una profesionalidad que no tenía y más bien resultaba infantil. Intenté recomponerme, pero ¿cómo? Todo parecía improvisado. Y de todas formas, el interés hacia él me resultaba más magnético: la velocidad con que fumaba y en esa postura casi adolescente en la que yacía sentado. Lo vi entonces tirar la colilla al suelo para luego pisotearla, todo sin ponerse de pie. Luego soltó su cabello para volver a atarlo. Se mordió los labios, seguro echando de falta el cigarrillo, y se recostó. El plástico que revestía la acera se quejó. Thomas fijó su vista en algo, no supe en qué, me obligué a contener un poco la curiosidad por temor a esta me delatara por completo.

—No pasan muchas personas por aquí, ¿verdad? —comenté. Mis palabras quedaron en el aire un par de minutos hasta que él por fin se hizo con ellas.

—Y no es sólo por el mural —respondió, ausente—. Generalmente pocos pasan por aquí. Já —rió sarcástico—, de no ser así el maldito de Greenwich jamás me habría encargado este estúpido mural.

Bajé la cámara a la altura de mi cintura y lo quedé viendo. A pesar de su aspecto desordenado, era atractivo, más que atractivo sin duda, incitante, presto a una quietud salvaje que en cualquier momento puede ponerse en marcha, precisamente del tipo de mi madre. Suspiré. A pesar de que ahora la posibilidad me resultaba más creíble, no podía imaginar a ese joven con una amante mayor. Con una muy rica amante mayor que para colmo detestaba a los artistas. Él no la soportaría. A menos que estuviera haciéndolo por lo mismo que parecía soportar al mentado señor Greenwich.

Fingí volver a lo mío.

No tenía ni la menor idea de cómo funcionaba la creación de murales. ¿No tendrían que bosquejar primero sobre la pared? Un primer intento, ¿tal vez?, para visualizar el probable trabajo terminado. No lo sabía. La mayoría de la pared seguía en blanco, salvo por la sección en la que encontré a Thomas antes de interrumpirlo. Los colores eran fuertes, difuminados en ciertas secciones, cortados abruptamente en otras. Por más que intenté no conseguí darle forma a aquello, pero incluso así sentí que era algo imponente. Sólo le aprecié, de la misma forma en que de pronto sentí que Thomas me resultaba igual de incompleto, pero no tan peligroso, al menos no del todo. Entreví algo de frustración, algo de decepción. No me fue difícil, yo misma estaba familiarizada con los sentimientos, con el rumbo constante que parecer guiarte sin muchas opciones, sin intervenciones, hasta que tu propia vida deja de ser lo que querías. Y si de verdad había decidido soportar a mi madre como una especie de inversión, no podía culparlo.

Cuando terminé de fingir que tomaba fotografías con seriedad, me acerqué a él. Me senté justo a su lado. El plástico estaba ligeramente caliente, así que volví a ponerme de pie para colocar el bolso y sentarme sobre él.

—¿Tienes todavía? —pregunté, tendiéndole la mano.

—Intento dejarlo, ¿sabes?

—Y una mierda —sonreí.

Entonces sacó una cajetilla bastante maltratada de sus bolsillos, extrajo dos cigarrillos y antes de tenderme el mío colocó el suyo entre sus labios. Enseguida lo encendió, con un encendedor barato y bastante sucio y manchado de pintura, y después de darle la primera calada, lo retiró de su boca.

Me humedecí los labios cuando se inclinó hacia mí, él mordía los suyos, esa ausencia otra vez, la ausencia del hábito y la lucha por deshacerse de él. Abrí la boca ligeramente y permití que dejara el cigarrillo ahí. Cuando yo le di la primera calada, él deshizo el segundo cigarrillo, sin encender, y lo tiró al suelo. Estrujó la cajetilla aun en su bolsillo y cerró los ojos, disfrutando el humo que yo dejaba escapar.

Hablamos hasta que se nos secó la garganta. No dijo la gran cosa, pero aún así me convencí de que no sería tan difícil llegar a conocerlo.

28 августа 2018 г. 1:12 0 Отчет Добавить Подписаться
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