Estaba ahí sentado, rodeado de millones de personas. Todos hablaban en diferentes idiomas. Algunos ni siquiera hablaban. La ciudad no se podía ver porque los cuerpos de aquella multitud borraban la silueta de los edificios. Era el día de reposo y aquel hombre viajaba perdido en un pueblo fantasma y lejano. Su sonrisa era infinita. Muchos pronunciaron su nombre pero él no escuchaba. Era hora de volver a casa. Todos ya cansados de tanto descanso, comenzaron a marcharse. Nuevamente aparecieron las calles y los edificios. Todos se escondieron menos aquel hombre que seguía sentado y había vuelto para disfrutar de su ciudad.
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