—¡¿Cómo pudiste serme infiel?!
El grito violento de Lourdes despabiló a la audiencia, que estaba al borde del aburrimiento. Pero el más sorprendido ante la exclamación era Luis. No porque Lourdes manifestara nuevamente esa vehemencia que creía extinta, sino porque ese no era su dialogo.
—¿Cómo dices, Valeria? —Luis intentó no desprenderse de su papel.
—¡Oh, Dios! ¡Basta de farsas! Quiero que tu respuesta esté dirigida a quien realmente soy: tu esposa.
La rabia de Lourdes se amplificaba. Luis se acercó a ella y la tomó del brazo.
—Ahora no… —le susurro coléricamente.
—¡¿Temes que mis recaídas opaquen de nuevo a tu brillantísimo talento?!
Con un movimiento brusco se desprendió de él, y se aproximó al escritorio de utilería.
—Dijiste que la demencia era la autora de mis cuernos —balbuceó mientras sacaba una pistola del cajón del escritorio.
—Lourdes… —suspiró temerosamente.
—Pero lo que vi ayer fue una prueba tan cruda e irrefutable, que ni siquiera tus mejores líneas podrán rescatarte —aseveró mientras le apuntaba a su objetivo.
—No hagas una tontería.
—Ya soporte tus abusos lo suficiente. Esta vez seré yo quien se robe el espectáculo.
Asentó tres disparos en el torso de su víctima. Luis se desplomó en un segundo e inmediatamente el telón lo imitó. El silencio acaparó el teatro.
Finalmente Lourdes atravesó las cortinas rojas. Su expresión detonaba una mezcla de furia y satisfacción. Se limpio las lágrimas e hizo una reverencia al público. Todos la pintaban de aplausos mientras se preguntaban el porqué no aparecía Luis.
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