Aun en la oscuridad de la posada, podías notar los temblorosos cuerpos apoyados en la pared mientras los dos hombres intercambiaban palabras a la luz de la única vela en la estancia. El olor del puerco asado de la cena llegaba desde el hogar, apagado hace mucho tiempo.
—Estás poniéndonos a todos en riesgo, Francis— dijo el mayor, restregándose el sueño fuera de los ojos. — No debiste venir acá. Ninguno de ustedes debió hacerlo— llevó su mirada a la esposa de su hermano, que mantenía a los gemelos escondidos en sus faldas con la mirada en algún punto de la pared contraria.
— ¿Y qué esperabas que hiciera, Joseph?— apoyó las manos en la mesa con fuerza suficiente para hacer al otro fruncir el ceño—. No tengo otro lugar a donde ir. Me lo prometiste— con mirada desesperada rasgo la manga derecha de su camisa para revelar la delgada línea del juramento que ambos habían hecho a sus inocentes 11 años. Ahora, esa no era más que una cicatriz en sus muñecas que había perdido significado desde el mismo momento en que sanó. — Dijiste que sin importar nada, protegeríamos la vida del otro.
— Es por protegerte que no puedo aceptar esa barbaridad.
— ¡Claro que puedes! Leticia y los niños son mi vida. Necesito que ellos estén a salvo— y como si sospechara que ese arrebato de exigencia no sería suficiente, volvió a intervenir; esta vez con intención de convencerle. — ¿Aun la amas? Sé que lo haces. Y si me amas también a mí, lo harás.
El aludido dejó caer la cabeza en parte por el sueño, y en parte porque el contrario había dado en el punto; habría hecho lo que fuera por su hermano, incluso con los ojos cerrados.
— Et sanguis meus sanguis; dinastia meus es tu— recitó abrazando por última vez a su hermano.
11 марта 2019 г. 2:28:44 0 Отчет Добавить 0Спасибо за чтение!
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