Короткий рассказ
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Aliada inesperada


El reloj aseguraba que era media tarde, aunque la luminosidad era la de un atardecer plomizo. La tormenta que se enseñoreaba del lugar desde hacía varios días causaba la coloración anaranjada, rojiza y violeta de las tumultuosas nubes. Los pocos clientes de la tasca de Tina permanecían sumidos en un sopor apático, insensibles a los aullidos del viento, al polvo que se colaba por los muros rotos y a los crujidos de la estructura, apenas se removían de vez en cuando para espantar una mosca especialmente molesta o beber un sorbo, había pocas conversaciones y estas en voz baja; en un rincón, un par de hombres de mediana edad con mono de trabajo devoraban un guiso grasiento. Casi todos se habían retirado la mascarilla que filtraba el persistente polvo en suspensión, pero el rasgo común a todos los clientes eran las gruesas gafas de realidad virtual, todos permanecían sumergidos en algún paraíso imaginario.

Laura los conocía de vista a todos, eran recolectores y reparadores, gente curtida en la feroz intemperie de Ciudad Mem, aunque esa tarde había un espécimen nuevo acodado en la barra y con la cabeza hundida entre los hombros; destacaba porque tenía rapada media cabeza y le faltaba el ojo y la oreja de ese lado, sustituidos por implantes biónicos, y también tenía una mano mecánica, era además la única que no llevaba gafas de realidad virtual y no se había quitado la mascarilla, sino que de ella partía una pajita metálica con la que sorbía su bebida, pero sobre todo se hacía notar por el gabán raído de tela, no de plástico texturizado ni con apliques de hojalata, sino genuina tela con descosidos y deshilachada en los bajos.

Pese al ambiente deprimente del paisanaje, a Laura le gustaban las vistas que ofrecía la tasca, que Tina se empeñaba en llamar mesón. Tasca o mesón ocupaba el piso 16 de un rascacielos medio derruido, como todos los de Ciudad Mem. Las pandemias, el cambio climático y los conflictos bélicos por los recursos naturales hicieron estragos durante el siglo XXI, y ahora, mediado el XXII, las dos grandes potencias refugiaban a su población en los polos, la Corporación de Estados TransAmericanos había levantado una ciudad flotante en el Ártico, la Unión de Repúblicas Chino Eslavas dominaba la Antártida, y el resto de la humanidad sobrevivía como podía en las inmensas, recalentadas y contaminadas extensiones restantes.

Ciudad Mem no estaba mal. Las tormentas eran frecuentes, el polvo insidioso, pero disponía de pozos de agua limpia, no contaminada por la lluvia ácida. Los edificios estaban ruinosos, pero la vegetación cubría cada vez más el pavimento roto de las viejas calles y se enseñoreaba sobre los restos de cemento y piedra. La población se dedicaba a la recuperación de chatarra, el cultivo de algarrobas y la cría de cabras.

Desde la planta 16 que alojaba la tasca de Tina el paisaje casi era bonito, por todas partes se veían ruinas entre las que crecían cañaverales, palmerales y un sin número de arbustos resistentes al viento y el polvo. No había vehículos terrestres y solo la fuerza de seguridad disponía de deslizadores aéreos, tampoco la electricidad o las cañerías eran usuales. Sacrificios necesarios para salvar la Tierra, decía el gobierno. Laura lo había creído durante años y solo recientemente su habilidad de pirata informática le había permitido descubrir la verdad. O, al menos, otra pieza de la verdad.

Una sombra se cernió sobre ella. El extraño del gabán de tela natural la agarró por la pechera de la chupa de plástico y la puso en pie de un tirón. Su ojo natural era verde, el biónico, que miraba hacia otro lado, brillaba amarillo. Y Laura descubrió que tenía un segundo ojo artificial, situado detrás de la oreja sintética, muy útil para ver por la espalda.

—¡¡Al suelo!! —gritó el tipo con voz retumbante, musical y… femenina, a la vez que empujaba a Laura por un boquete en la pared abierto al vacío.

Los siguientes minutos fueron un torbellino de movimiento, confusión y ruido. De la nada, el espacio aéreo en torno a la torre de la tasca de Tina se llenó de aerodeslizadores y de seguratas imbuidos en la negra armadura que les confería apariencia de cucarachas gigantes, armados con pistolas de dardos o de descargas eléctricas. Hubo gritos, órdenes, carreras, persecuciones y, en medio de todo eso, la extraña del gabán arrastró a Laura por el exterior del edificio, camufladas tras la espesa hojarasca de los arbustos que se enseñoreaban de las vigas renegridas y medio rotas y los muros derruidos. Sin soltarla en ningún momento y sin dejar de descender, su mano mecánica disparó contra un par de agentes seguratas que las descubrieron y dejó sin sentido a un tercero de una brutal patada voladora. En esta ocasión, además, se apoderó del deslizador y huyeron en él.

La persecución fue delirante. Laura jamás había visto a nadie gobernar un deslizador como a aquella mujer de aspecto andrógino, se arrimaba tanto a los edificios que hubiese podido tocarlos sin estirar mucho el brazo, hacía quiebros y piruetas imposibles y parecía que el sobrepeso jugase a su favor en lugar de ser un lastre. Más de media docena de seguratas se estrellaron en el intento de atraparlas, otros fueron alcanzados por los dados que disparaba la mano mecánica, otros, en fin, quedaron rezagados y se despistaron. De los drones de vigilancia y rastreo se ocupó Laura; cambiar sus instrucciones y enviarlo de regreso a su base fue pan comido.

Cuando la extraña se detuvo en un semisótano sin techo de una zona de Ciudad Mem desconocida, Laura se apartó de ella con aprensión. La mujer del gabán no era mucho más alta, ni fornida, sus músculos no estaban inflados, aunque había demostrado ser fuerte, pero irradiaba la tranquila seguridad de una consumada experta en artes marciales.

—¡De nada! —dijo la mujer con ironía. Sus ojos biónicos relucían y giraban en todas direcciones, en busca de amenazas, el ojo verde era el único que prestaba atención a Laura—. ¿Crees que habrías escapado de ese comando sin mi ayuda?

—¡Iban a por ti!

Su interlocutora se quitó el desgastado gabán y lo sacudió. Varios dardos se desprendieron de la agujereada espalda y cayeron al suelo. De alguna manera, el material del forro atraía los dardos y evitaban que impactasen en la cabeza o cualquier otra parte de la extraña.

—No, niña, yo no existo para ellos, a quien quieren es a la pirata que se introduce en los sistemas y bloquea la programación mediática de los trabajadores.

Laura abrió mucho los ojos, sentía las piernas como gelatina y no logró articular una palabra. Nadie tendría que haber sabido que ella se colaba en la base de datos de la poderosa Tecnored Global y alteraba la programación implantada en sus empleados para liberarlos del condicionamiento que los inducía a trabajar en lugares contaminados por la radiactividad o los gérmenes artificiales.

—¿Esperabas que no te descubriesen? —inquirió la extraña, esta vez con amabilidad.

—Sí —musitó Laura, al borde de las lágrimas.

La mujer le tendió su mano humana.

—Pamela Lian Tsu, exagente secreto del gobierno austral. Me… licenciaron tras el accidente que me privó de algunos órganos naturales. —Se encogió de hombros—. Ahora dedico mi tiempo a vengarme de quien provocó mi mutilación, como Tecnored. Has tenido la suerte de que mi oído biónico esté sintonizado con la frecuencia de los guardias de seguridad, les oí hablar de ti y pude adelantarme a ellos. No me esperaba que fueses tan joven, pero soy tu mejor aliada, niña. Juntas destruiremos a esa corporación corrupta.

Absurdo, pensó Laura al escucharla, y lo seguía pensando varios meses después, pese a que el absurdo se había vuelto realidad. Ella fue la encargada de engañar a los antivirus y cortafuegos para colarse en las tripas informáticas de Tecnored, pero fue Pamela la que practicó los sabotajes, ella, que de algún modo estaba al tanto de la personalidad secreta de los dueños de la corporación, fue quien dio las instrucciones para manipular los implantes biónicos de esa gente, de los jefazos; les llevó varios meses de trabajo, de huidas locas y de no poder dormir dos días seguidos en el mismo sitio, pero aquella mañana todas las redes sociales de Tecnored proyectaron una declaración de los amos, y todos cuantos vivían a través de las gafas de realidad virtual, que eran la inmensa mayoría de la población, vieron y escucharon en directo a los dueños de Tecnored reconocer que habían manipulado a la población mundial durante más de una década a través de los implantes biónicos, del mismo modo que ahora ellos estaban siendo manipulados para reconocer su delito.

El gran jefe sufrió un infarto en directo, su hermano trató de abrirse las venas y sus dos hijos intentaron huir. Sus propios empleados lo impidieron.

La revolución contra las corporaciones había empezado. Y fueron dos mujeres anónimas quienes la desataron.

11 июля 2023 г. 14:14 0 Отчет Добавить Подписаться
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Об авторе

Mavi Govoy Estudiante universitaria, defensora a ultranza de los animales, líder indiscutible de “Las germanas” (sociedad supersecreta sin ánimo de lucro formada por Mavi y sus inimitables hermanas), dicharachera, optimista y algo cuentista.

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