J
Javier Piña Cruz


Una antigua maldición del siglo XIV, a manos de Einar Collinwood, crea una nueva raza: los llamados Hombres lobo. Sin embargo, cada doscientos años, una Loba Blanca nace con la posibilidad de romper el maleficio. Una muchacha, ajena a todo eso, ve cómo su vida cambia radicalmente al descubrir que es una de ellas, pero sus problemas no terminarán ahí. Los vampiros, otras criaturas de la noche, no permitirán que cumpla su cometido. Natasha tendrá que confiar en su protector y en un chico de su edad para conseguir la liberación. ¿Conseguirá arrancar a su raza de las manos de los Vampiros? ¿O serán estos quienes den fin a la creación del Rey oscuro? Transpórtate a un mundo de Fantasía lleno de criaturas sobrenaturales. ¿Eres Vampiro u ¿Hombre lobo?


Фентези 13+. © Todos los derechos reservados

#Vampiro #Hombre lobo #Fantasía #Juvenil #Paranormal #Sobrenatural #Inglaterra
1
9.4k ПРОСМОТРОВ
Завершено
reading time
AA Поделиться

Capitulo 1 y 2

Prólogo

Hace muchos años, en tiempos de los señores feudales, de los viejos y grandes castillos, de las añoradas tierras vírgenes, había un país llamado Glevón.

La capital del reino era conocida por el nombre de Penuria. Si antes fue llamada por otro nombre, los más ancianos del lugar no lo recordaban.

Era un reino montañoso con hermosos prados y enormes lagos cristalinos. Grandes castillos se levantaron y derribaron en toda su historia, más uno solo quedó en el olvido.

Los aldeanos recuerdan citar y nombrar ese nombre, dado a la miseria, hambre, violencia y falta de honradez de sus gobernantes. Todo cambió con la coronación del rey Eoin. Fue el único gobernante que prefirió mirar por sus gentes antes que por sus arcas.

Black Castle pertenecía a la familia Collinwood desde hacía tres siglos. Fue construido a finales del siglo X y su construcción duró diez años, en los que los aldeanos trabajaban desde el alba hasta el anochecer. Se les pagaba en especias diariamente, más una paga en oro al finalizar la semana, dado que los impuestos debían pagarse en monedas.

El castillo estaba construido sobre una loma de verde pradera. Un bosque se cernía en sus faldas hasta donde llegaba la vista. Dicho bosque, llamado “El hogar de la Madre”, era un lugar de culto que todo aldeano conocía.

Una de las festividades, de las muchas que hacían, era la fiesta de Yule, más conocida como Solsticio de invierno. En ella festejaban la estación de lluvias, en la cual la tierra almacenaba el agua caída para nutrir sus ríos y lagos.

En esa festividad era común utilizar: velas de color del sol, amarillas, naranjas y doradas; ramas de acebo, comúnmente conocida como “la planta mágica de los druidas”; ramas de abeto, uno de los árboles más sagrados que tenían; unas cuantas piñas y una copa para simbolizar el elemento del agua; y, por último, un recipiente de acero lleno de alcohol para simbolizar el elemento del fuego. También participaban muchas devotas para dar a luz a sus hijos, bajo la atenta mirada de Selene.

El bosque también servía como abastecimiento de comida, pues contenía innumerables cantidades de animales, desde los flamantes ciervos, jabalíes, ardillas, faisanes, zorros, osos; hasta los sencillos pero necesarios conejos, liebres y mapaches.

Desde el portón del castillo hasta la villa bajaba un camino de tierra y piedras, las cuales dificultaba el manejo de las carretas de los comerciantes y las pesadas máquinas de asedio.

Las paredes del castillo tenían más de un metro de grosor, luciendo un color negro que despertaba el pavor de muchos, pues se decía que esa tonalidad se daba por la sangre seca de los innumerables habitantes que murieron durante su construcción. Pero solo era una leyenda.

El castillo contaba con cuatro torres, una por cada punto cardinal. Desde ellas, se divisaba toda la capital y las fronteras de esta.

Delante de las torres de vigilancia y rodeados por una gran muralla, yacían las gentes menos agraciadas. Vivían en hogares hechos de madera y paja, y a menudo contaban con pequeños depósitos de agua para controlar los incendios que podían arrasar sus propiedades. Carecían de ganado o cualquier otra forma de ganarse la vida, pues muy pocos eran los elegidos que accedían dentro de la segunda muralla.

La segunda muralla constituía la plebe del reino, tales como artesanos, herreros, curtidores o granjeros, que a menudo salían de la muralla a trabajar sus tierras. También había boticarios, que tenían su humilde tienda donde vender sus artículos.

En la primera muralla se establecía la burguesía, aquellos que gozaban el beneplácito del rey. Ya dentro del castillo, vivían los duques, marqueses, vicarios, condes, y todos los que formaban la corte real.

Para los posibles invasores, el hecho de que la muralla del reino contase con torres tan altas, dificultaba a todas luces un ataque desde tierra. Debido a ello, solo tenían una posibilidad para destruir dicho reino: la sublevación por parte del propio pueblo.

Corría el año 1337. En esa época, Inglaterra había declarado la guerra a Francia, debido a que Eduardo III, heredero legítimo al trono francés, no reconocía a Felipe VI como rey. En Glevón la noticia calló como un jarro de agua fría, pues era conocida la amistad entre el rey Eoin y Eduardo III.

Este último, al estallar el conflicto armado, llamó a filas a todos sus aliados. En Glevón no querían luchar en una guerra que no era suya.

Fue así como el hermano del rey, Leofric, empezó a envenenar sus mentes con embustes. Primero a los más pobres de la capital, diciéndoles que su hermano había tomado ilegítimamente la corona, pues él decía ser el digno sucesor. Prometía tierras, ganado y riquezas a todo aquel que le secundara en el levantamiento, pero, ante todo, prometía romper lazos con Eduardo III, y así quedarse al margen de la guerra que duraría ciento dieciséis años.

Hubo muy pocos que no lo creyeron. Sabían que solo pretendía conseguir el trono a toda costa, y que separarse del rey Eduardo solo les traería miseria. Sin embargo, antes de dar el aviso, fueron asesinados, como muestra de poder a todo el que se negase a apoyar a Leofric. Así pues, comenzó el levantamiento que, dos años más tarde, terminaría con toda la familia real asesinada, bajo la mano del rey impostor.

Pero lo que Leofric no sabía era que Eoin, junto a su esposa Ellie, había confiado la vida de su último hijo, Einar, a su ama de cría, Megan. Una muchacha de no más de quince años, la cual no se separaba nunca del pequeño.

Le enseñaron los pasadizos secretos, que llevaban hasta las fronteras de la capital, al mismo tiempo que le confiaban la vida del pequeño. Le hicieron coger un papiro, que solo debería ser abierto al llegar a Arimar.

Megan abrió el papiro con el niño aún en brazos, en el escrito le decían las instrucciones a seguir:

Deberás irte del reino y tomarás a nuestro hijo como tuyo propio. Nadie, nadie puede saber quién es, o seguirá la misma suerte que posiblemente corramos nosotros.

Al norte de la capital, en Arimar, vive Joel, mi tío. Enséñale este papiro, y él te dará un hogar y un trabajo. Dentro de catorce años, debes decirle la verdad a Einar. En él estará entonces la voluntad de volver a reclamar lo que es suyo, u olvidar a su familia y seguir en el exilio.

Haz que aprenda el arte de las palabras, de la espada, del jinete, así como a ser una persona bondadosa y fiel a sus principios. Háblale de su padre, como si fuera tu marido, de su madre como si fueras tú misma. Doy gracias a la Madre, y la pido que te proteja en esta misión”.

Megan no pudo contener las lágrimas en sus ojos. Esas palabras eran de unos padres que sabían que iban a morir y, aun así, tenían la fuerza de voluntad para entregar a su último hijo a una sirvienta, con la esperanza de que esta le mantuviese a salvo.

Una vez cometida la matanza de la corte real, la vida no fue como Leofric prometía. De la gran ciudad, rica en oro y abundante en agua y comida, pasó a ser una tierra muerta. Los animales huyeron espoleados por una fuerza invisible que los hizo abandonar el reino, y una gran sequía acabó con los grandes lagos y ríos de la región, sumiendo el reino en una oscuridad.

Si Leofric creyese, como su hermano Eoin, en la gran madre, habría pensado que esta le estaba juzgando por la criminal matanza. Pero Leofric solo conocía el culto del acero. Para él, los dioses y diosas que admiraban su hermano y su familia solo servían para perder el tiempo. Así pues, en un arrebato de furia ordenó destruir el altar.

El nuevo rey no tenía esposa, y decidió buscar entre doncellas a la que fuese su reina, y prolongar así su linaje. Ninguna de las quince doncellas que ordenó llevar al castillo cumplieron los intereses del rey, ya que ninguna consiguió darle un varón. La diosa se volvía a vengar de él.

Muerto Leofric a causa de la gripe, el reino no supo qué hacer. Luchaban unos contra otros, buscando su derecho a gobernar sobre los demás, pero carecía de dicho derecho. El único que ostentaba ese privilegio tenía ya catorce años y vivía en Arimar.

Capítulo I

Habían pasado catorce años desde que Megan cruzase los túneles, escapando de la real matanza. Cambió el apellido “Collinwood” por el de su propio padre, Frydon. Con el tiempo se enamoró de Joel, y unos cuantos años más tarde se casaron. De ese matrimonio nació una niña que se llamó Ishel.

Era primavera cuando Einar cumplió la mayoría de edad. Se había convertido en todo un hombre que ayudaba a su padre con la herrería.

Era feliz, tenía unos padres que lo adoraban y una hermana pequeña de la que cuidar. Había sido instruido tal y como demandó Eoin en el papiro. Según se acercaba su cumpleaños, Einar escuchaba llorar por las noches a Megan, pero no sabía el motivo; cuando la preguntaba a la mañana siguiente, la mujer le daba excusas que el muchacho pocas veces se creía.

Una noche antes de su cumpleaños, como tantas otras noches, Megan y Joel hablaban sobre sus inquietudes.

― Joel, tú sabes mejor que nadie que le quiero como a mi propio hijo. Me lo entregó tu sobrino con pocos meses– decía Megan–. Jamás imaginé que, pasados los años, me iba a resistir a decirle la verdad. No puedo; me corroe el alma que pueda llegar el día que me desprecie y no vuelva a verle.

— Sabes de sobra lo que pienso, mi amor. Si la Diosa quiso que ese niño y no otro se salvase, ¿quiénes somos nosotros para negarle saber quién es?

Joel intentaba aparentar estar impasible ante los dictámenes de las últimas palabras de su sobrino, pero a la vez comprendía muy bien a su mujer.

Él perdió a su primera esposa debido a una larga enfermedad. Cuando Megan llegó con un niño de apenas dos meses, él criaba a dos propios. Una vez más, las fiebres se cebaron con él, arrebatándoselos en un muy corto periodo de tiempo.

Antes de la llegada del ama de cría, Joel no sabía cómo tratar a sus hijos, apenas sabía guisar o cocinar; si no hubiese llegado ella, el poco tiempo que estuvo con sus hijos hubiera sido un infierno peor del que fue.

La muchacha pronto se puso al mando de la casa, fregando, limpiando, cocinando y demás labores. Parecía una bendición de la Diosa el haberse llevado a su primera esposa. Ahora, al ver que su mujer le ardían las dudas, se sentía impotente por no saber ayudarla

Un día de marzo, Megan entró por la puerta de la casa y encontró a Einar jugando con Ishel, mientras que Joel afilaba unos cuchillos. En ese momento, Joel alzó la mirada y supo de inmediato que había llegado el día de decir a Einar la verdad sobre quién era realmente. Dejó a un lado los cuchillos y esperó a que la mujer empezara.

— Ishel, ve a recoger tu habitación; padre y yo tenemos que hablar con tu hermano.

— ¿Por qué me tengo que ir? – se quejaba la niña ante su madre–. Siempre me pierdo todo. – Bufó, mientras fue a su habitación a regañadientes.

Einar miró a su madre sin decir ninguna palabra. Se sentó en la mesa, mirando interrogante a sus padres.

Megan se sentó a su lado. Se apretaba las manos; estaba claro que algo la ponía nerviosa y no sabía cómo empezar la conversación.

— Einar hoy es tu cumpleaños. Hoy, según la ley, eres un hombre. A partir de ahora eres libre de definir tu futuro y de tomar tus propias decisiones– Megan no había empezado a hablarle como hubiese querido; le resultaba muy duro tener que decirle la verdad.

Einar escuchaba atento. Sabía que era así, pero no entendía el nerviosismo de su madre.

— Hace catorce años, yo trabajaba como sirvienta en un castillo en Penuria, y servía a unos reyes benévolos. Apenas tenía tu edad cuando empecé– La emoción traicionó a la mujer y unas cuantas lágrimas empezaron a caer por sus acaloradas y sonrosadas mejillas–.

— El hermano del rey sentía muchos celos de él, y envenenó las mentes del pueblo con mentiras para conseguir derrocar a su hermano, y poder alzarse él como rey. Leofric, así es como se llamaba. No solo consiguió el trono, sino ordenó la vil ejecución de su propio hermano, su mujer y sus descendientes.

Einar estaba intrigado y asombrado al mismo tiempo. Sabía de la maldad de muchos hombres, pero jamás habría pensado que por una corona un hermano llegase a matar a otro y, mucho peor, matar a los hijos de este.

— Lo que Leofric nunca pensó es que Eoin hubiera sacado del castillo al último de sus hijos, el más pequeño, y el que más oportunidades tenía de sobrevivir. Se la entregaron a una niña que lo cuidaba durante el día, y le pidieron que lo criase como suyo... – Megan rompió a llorar. Si antes se intentaba controlar, ahora ya no era capaz de hacerlo.

Nunca había superado ese día. Nunca había sentido el dolor que tuvo que sentir la reina Ellie al separarse de su pequeño. Cuando se hubo repuesto, prosiguió su relato.

— Esa niña– cogió las manos de Einar y las apretó fuertemente contra las suyas–. Era yo, y el recién nacido eras tú, Einar.

Einar alzó las cejas asombrado. No entendía muy bien la situación, ¿la noche anterior eran sus padres y ahora no lo eran?

— No entiendo lo que me estáis diciendo, madre, ¿no soy vuestro hijo? Y si no soy vuestro hijo, ¿mis padres están muertos? – Era mucha información, y muy de golpe para que Einar lo asimilara en ese momento.

Se levantó y empezó a caminar de un lado a otro del salón, frotándose las manos una contra la otra. Megan se levantó y fue hacia él con la intención de tranquilizarle.

— Einar, por favor, siéntate; así lo único que vas a hacer es marearnos a tu padre y a mí.

— ¿A mi padre y a vos? ¿Cómo que a mi padre y a vos? ¿No acabáis de decir que mis padres están muertos, así como mis hermanos?

— Sí, lo he dicho; no pretendía...

— No pretendíais ¿qué? ¿Haceros pasar nuevamente por mi madre?

— ¡Einar! – Joel se levantó de golpe e hizo ademán de abofetearlo, pero se detuvo al escuchar a su mujer.

— No, Joel, no lo hagas. Él no ha querido decir lo que ha dicho, estoy segura.

Einar había abierto del todo los ojos, asustado. Nunca le había levantado la mano, y mucho menos lo había visto así de furioso. Joel bajó la mano, pero se mantuvo firme.

— No te atrevas a hablarle así. Ella ha arriesgado su vida para que tú tengas una que vivir. No es tu madre, yo tampoco soy tu padre; pero no por eso nos tienes que perder el respeto. Ambos hemos corrido mucho peligro para que tú pudieras vivir. Si Leofric o sus fieles hubieran sabido que su otro hermano acogió al único heredero vivo que quedaba, ¿qué crees que hubieran hecho?

Einar retenía las lágrimas. Se sentó en la silla y bajó la mirada, avergonzado. Por lo que Megan le había contado, si alguien supiera que estaba vivo, los habrían matado a ellos y a Ishel. Era verdad que se habían arriesgado mucho, pero él no tenía la culpa de aquello.

Megan se arrodilló a su lado y le acarició el cabello atrayendo su cuerpo contra el suyo.

— Einar, mi chiquillo, nunca seré tu madre, ni Joel tu padre; pero lo que estoy segura es que nadie te ha amado como te hemos amado nosotros. Tampoco fue fácil para mí, yo tenía quince años cuando te entregaron con una serie de condiciones. Mas tarde te enseñaré el papiro que aún guardo, para que puedas verlas tú mismo. No te pido que me perdones, pues no te he hecho ningún mal; al contrario, te he criado y te he dado lo mejor que he podido y todo lo que estaba en mi mano. Sé que ahora estás muy sorprendido, enojado. Pero por un momento piensa en el dolor que tengo dentro de mí, al confesarte la verdad que llevo guardando catorce años en mi interior.

Einar se separó de ella y la miró a los ojos, lleno de lágrimas que no pudo resistir más a que saliesen.

— No he querido faltarte el respeto, y perdóname por decirte que no eras mi madre. Ahora mismo estaría muerto si no llega a ser por ti.

Joel se dio la vuelta y dejó a los dos hablando; mientras, él preparaba un par de tisanas, sabía que la noche sería larga.

Efectivamente, se pasaron toda la noche hablando. Megan enseñó el papiro que sus verdaderos padres le entregaron esa fatídica noche. Al amanecer, Einar estaba al corriente de quién era, y de la posibilidad de recuperar un reino que le fue arrebatado. Acordaron dormir unas horas y más tarde volver a hablar.

Era medio día cuando Einar bajó de su habitación, le había despertado Ishel con su risa. Debía de estar jugando con los animales, le encantaba perseguir las gallinas.

Cuando entró en el salón, saludó con dos besos a sus padres y se sentó a desayunar. Reinaba el silencio entre los tres, solo las carcajadas de Ishel y el ruido de las gallinas huyendo de la niña lo rompían. Fue el propio muchacho quien empezó a hablar.

— Padre, madre, ¿qué se supone que debo hacer?

Megan dejó un cuenco de leche de cabra y una hogaza de pan en la mesa; luego, se sentó a su lado.

— Tienes que hacer lo que te dicte tu corazón, hijo mío. Nosotros no podemos decirte que te quedes o que te vayas, pero quiero que sepas que hagas lo que hagas, decidas lo que decidas, te apoyaremos siempre– se acercó a él y le besó en la frente, como tantas y tantas veces había hecho en cualquier ocasión; pero esa no era cualquier ocasión, y ella lo sabía–.

Joel también se acercó al lado del muchacho. No era muy dado a dar discursos, pero intentó ofrecerle la ayuda que sentía que necesitaba en ese momento.

— Nadie puede decidir sobre tu futuro salvo tú, Einar. Te he enseñado cuanto sé y te he dado un oficio del que valerte. Estoy seguro de que sabrás elegir la mejor decisión por ti mismo.

Ishel entró corriendo a la casa. Fue hacia Einar y se tiró sobre él, adoraba a su hermano.

— Einar, ¿me ayudas a coger las gallinas? Se han escapado del gallinero y no soy capaz yo sola– la voz de la niña le hizo sonreír de ternura, sabía cómo hablarle para conseguir salirse siempre con la suya; pero la niña no contaba con que su padre interviniera.

— Ahora no puede Ishel, estamos tratando un asunto muy importante. Inténtalo otra vez, no te he enseñado a rendirte tan rápido.

— Sí padre– la niña se despegó del hermano y se fue corriendo mientras gritaba –. ¡Esta vez no os escaparéis!

Los tres rieron por un momento. Un poco de alegría en esa mañana tan tensa y crucial no venía nada mal.

— Antes que decidas, Einar, hay una cosa que Megan trajo consigo y que hemos guardado todo este tiempo. Como sabrás, o llegaras a saber, todos los linajes de reyes portan un escudo de armas. Nuestra familia también tiene el suyo– Joel se arrodilló y, con una navaja que sacó del bolsillo, levantó una tabla del suelo. Debajo de esta, había un paquete alargado envuelto en unos trapos viejos. Lentamente, fue quitándolos hasta dejar salir el brillo del metal de la espada de su padre–. Tu abuelo hizo forjar esta espada para la coronación de tu padre. Mandó ensamblar el escudo familiar en el mango, un pequeño sol llameante y dos espadas en cruz.

Einar cogió la espada y la blandió como tantas veces había hecho en los entrenamientos con su padre. La miró de arriba a abajo, estaba maravillado al ver el único recuerdo que tenía de sus verdaderos padres, la única muestra que serviría para demostrar que era hijo de Eoin Collinwood.

Joel sacó también una caja, soplando para quitarle el polvo, y abriéndola después. De ella sacó un papiro que le tendió al muchacho.

— Tus padres no solo dejaron unas palabras para Megan, también tuvieron tiempo para escribirte a ti también– Einar dejó la espada sobre la mesa y le arrebató el papiro de las manos, sentándose para leerlo.

Einar, tanto tu madre como yo sentimos no poder ver cómo has crecido. Por unas mentiras, nos hemos visto obligados a cederte a Megan para ponerte a salvo. Hemos confiado en la Diosa para que así sucediera. Si estás leyendo estas palabras, agradécele su bendición. Imagino que Megan y Joel te habrán dicho quién eres de verdad.

No los juzgues, pues si para nosotros, siendo tú un recién nacido, nos parte el corazón cederte; no consigo que mi mente imagine el dolor de ellos al confiarte que no eres suyo. Intenta comprender la situación, siempre se ha buscado lo mejor para ti.

Ahora, como futuro rey, tu vida va a cambiar. Si has de dirigir un reino, tienes que aprender a manejarlo y ahí, hijo mío, es donde de nuevo tenemos que confiar en la Diosa pues no sé si donde te voy a mandar aún seguirán los señores.

Tienes que dirigirte al reino de Cameliard. El rey Sagrad empezará tu adiestramiento. Es un viejo amigo mío, enséñale tu espada y este papiro. Él comprenderá lo que ha de hacer. Ten mucho cuidado, hijo mío. Hay gente que te tiene por muerto, y muerto tienes que estar hasta que decidas darte a conocer.

Hijo mío, ojalá tu madre y yo pudiéramos verte ahora mismo. Daríamos de nuevo nuestras vidas por estar solo un minuto a tu lado. Te estamos acariciando mientras ponemos estas palabras. Nunca espero que tengas que sentir el dolor que sentimos ambos. Eres mi hijo y, por lo tanto, estás destinado a ser rey. Lleva siempre la cabeza muy alta, como la llevamos tu madre y yo en estos últimos minutos de nuestra vida”.

Einar no pudo contener las lágrimas. Un nudo en la garganta no le dejaba casi respirar, y otro en el estómago que sentía cómo le atenazaba el corazón. Dobló de nuevo el papiro y respiró profundamente. Se secó las lágrimas y bebió un poco de leche para aclararse la garganta.

Después miró a Megan y a Joel y, con voz entrecortada todavía, les preguntó:

— ¿Qué les pasó a mis hermanos? ¿Por qué no pudiste llevártelos a ellos también?

A Megan, esa pregunta le partió el corazón como un rayo cuando cae sobre un árbol y lo abre en dos.

— No había tiempo, tus hermanos estaban en varias habitaciones y yo en la de tus padres. Únicamente había ese pasadizo secreto, y los hombres de Leofric avanzaban tan rápido que no nos dieron tiempo.

— Entiendo–. fueron las últimas palabras de Einar, dando por finalizada la conversación.

Se levantó y fue a coger la ropa de montar. Cuando volvió a salir, Megan y Joel estaban hablando. La mujer había comenzado a llorar tras la última pregunta del muchacho.

— Voy a montar a Yersi–. Así se llamaba la yegua que pertenecía a Joel.

Megan trató de levantarse y pedirle perdón nuevamente, pero Joel se lo impidió— Déjale, mujer, tiene que asimilar todo lo que ha escuchado; no puedes protegerlo eternamente–.

— No, no podré, pero nada ni nadie me va a impedir jamás intentarlo. Pero tienes razón, será mejor que se despeje– dijo, volviéndose a sentar. Tras ello, el muchacho salió por la puerta, directamente hacia la cuadra.

Estuvo cabalgando un par de horas, hasta llegar a un claro no muy alejado de los límites que conocía. Bajó del animal y se tumbó en la hierba, cerrando los ojos y los puños al mismo tiempo.

Se sentía impotente y enfadado, como si le hubieran arrancado de raíz un trozo de su alma para lanzarla al fuego del infierno. En su mente, trataba de recuperar algún recuerdo de sus padres, pero era inútil; era demasiado pequeño para que sus caras se reflejasen en su cabeza.

Lloró. Lloró desconsolado aprovechando que nadie le veía y gritó al viento, maldiciendo a Leofric, que no era otro que su propio tío. Solo había una cosa que le daba más miedo que toda la información nueva sobre él y su familia. Ese temor radicaba en que no sabía qué esperaría de él la gente. Jamás ambicionó ser rey; a él le bastaba con vivir con los que creía sus padres y su hermana, y trabajar en la herrería.

De repente, sin saber de dónde, comenzó a escuchar una voz susurrante:

— Tienes que vengar a tu familia, tienes que luchar por lo que es tuyo.

Einar se levantó sobresaltado. Allí no había nadie, pero estaba seguro de haber escuchado una voz, o quizá fuese simplemente la rabia que sentía y bullía de su colérico corazón.

En ese mismo momento, tomó la decisión de reclamar lo que era suyo. Una decisión que, con el tiempo, acabaría siendo su perdición.

Una vez se hubo ido, una figura femenina salió entre los árboles. La muchacha medía alrededor de un metro y medio, e iba ataviada con un vestido de seda oscura y una capa sobre los hombros de terciopelo negro.

Su rostro sonriente era sonrosado y sus ojos color marrón verdoso, no quitaban ojo al joven rey. La mujer poseía un largo cabello rubio, llegándole hacia la cintura, moviéndose al son de la suave brisa del ocaso.

Detrás de ella, una fina capa de niebla se fundía con el entorno.

— Eso es, mi rey, comienza tu venganza. Esperaré lo que sea necesario para que seas mío.

Tras esas palabras, y una vez perdido de vista el jinete, se dirigió hacia los árboles con paso lento pero decidido.

Capítulo II

Einar empezó a cumplir su promesa a la semana de leer esa carta. Se despidió de sus padres y de su hermana, y marchó hacia Cameliard, esperando, como Eoin, que el rey Sagrad aún estuviera vivo.

No le fue fácil la empresa. Tardó dos meses en llegar a Cameliard, y un año en obtener audiencia con el rey.

Mientras esperó ese tiempo, trabajó en la herrería arreglando armaduras y en la fragua. Eran todo cosas comunes que el herrero le dejaba hacer, pues al principio no se fiaba del forastero. Fue a partir de los seis meses cuando el herrero, al ver su valía, le dejó encargarse de las armas.

Los clientes quedaban contentos, y el herrero, al ver que prosperaba, quiso que se quedara con él a trabajar, pero Einar sabía muy bien a qué había venido.

Un día por la mañana, unos guardias del rey fueron a llamarle.

— El rey quiere hablar con vos. Por favor, seguidnos.

Einar se aseó, se quitó el protector y se vistió. Luego, siguió a los guardias hasta el castillo y, una vez dentro, le dirigieron a la sala del trono.

El castillo le parecía una obra de arte. Grandes almenaras, con los pendones moviéndose según soplaba el aire; un patio de armas que le parecía inmenso; así como unas caballerizas que tenían unos dignos equinos.

Ya en el interior, la cosa aún era mejor. Escudos de armas cubriendo los muros, y unas armaduras completas que, con sus espadas, parecían hacer guardia por los pasillos, fue lo primero que llamó su atención. Las puertas eran de roble macizo, y parecían hechas para gigantes, debido a su gran tamaño.

La sala del trono le impactó. Nunca en su vida había estado en una. Si la congregación de gente de su aldea le parecía bárbara, aquí se quedaba pequeña; habría un centenar de personas. Hombres y mujeres, ataviados con sus cuidados ropajes, los cuales valdrían para alimentar a una familia durante un año entero. Cuando se anunció su entrada y escuchó por primera vez su nombre completo – Einar Frydon –, se le encogió el corazón y el estómago se hizo un nudo.

Avanzó sereno y con la cabeza alta. Antes de partir, le dio tiempo a coger la espada de la habitación de la posada y la carta de sus padres. Mientras avanzaba hasta donde había visto a las demás personas arrodillarse, sus ojos no podían quitar la vista de la estampa tan magnífica que producía el viejo rey.

Tenía un porte gallardo. Una barba bien espesa pero recortada; unos ojos azules como el mar, pero viejos como las montañas; y una corona encima de su cabeza que parecía brillar con luz propia. Con la espada en el cinturón, hizo una escueta pero horrible reverencia. Nunca le habían enseñado, mas hasta hace poco nunca pensó que le haría falta aprender. Aun impactado por la imagen del rey Sagrad intento contener los nervios.

— Saludos, mi rey, me llamo Einar Frydon. Sé que no me conocéis, pero es vital que hable con vos.

De inmediato Einar escuchó un revuelo entre la multitud. No llegó a saber qué decían, pero estaba seguro de que nadie se creía lo que decía.

— Bien, Einar Frydon, tenéis razón, nunca he oído hablar de vos. ¿Qué es eso tan urgente que tenéis que hablar conmigo?

— Mi rey, me gustaría poder hablar solo con vos, pues, con todos mis respetos, no he hecho un viaje tan largo para que estas personas– hizo un ademán con los brazos, señalando al conjunto de la corte– se enteren de lo que no deberían.

— ¿Cómo osas despreciar a mi corte de esa manera? ¿Acaso buscas que te encierre? – el gesto del rey era duro, le recordaba al de Joel, pero este tenía menos carisma que la persona que tenía de frente. Le daba la sensación de que podría parar a toda una caballería solo poniéndose delante de ella.

— Mi señor, os lo ruego, dejad que vuestros guardias os acerquen mi espada. Juro por la Diosa que nada os ha de preocupar, mas, aunque no lo creáis, pretendo ser amigo, no enemigo.

Al rey le costó unos minutos reaccionar ante tal proposición. La reina Shelah hablaba con él mediante susurros, los cuales parecieron convencerle.

— Está bien. Claint, acércame la espada del muchacho; veremos a ver qué hay tan importante en una simple espada.

Einar desenvainó la espada, y como los amantes del acero, colocó el filo sobre las dos palmas de las manos, mientras bajaba la cabeza en forma de agradecimiento. Claint la cogió con una mano, despreciando así el gesto del joven, se dirigió hacia el rey y esta vez imitó el gesto del desconocido.

El rey cogió la espada. No media más de 85 cm. y parecía pesar alrededor de un kg. La guardia hacía una perfecta cruz; el mango, en forma de disco, tenía grabado un pequeño sol ardiente, el escudo familiar que tantas veces había visto a su mejor amigo portar.

Al contemplarla, alzó ambas cejas y miró a su esposa. Parecía no creerse lo que veían sus ojos.

— Dejadnos solos– ordenó el rey–.

— Pero, alteza– quiso contrariarle Claint, pareciendo ser el comandante de la guardia.

El rey se puso de pie. Einar alzó la vista solo un segundo. Esa imagen del rey encolerizado se le grabaría para siempre en su mente.

— ¿Desde cuándo tengo que repetiros las órdenes, Claint? Dejadnos solos– repitió el rey–. Al próximo que se le ocurra desafiar mis palabras, le azotaré yo mismo en la plaza.

Poco a poco el salón se fue vaciando, ante la incredulidad de la guardia y la corte. Una vez estuvieron solos, el rey se volvió a sentar y miró a Einar.

— Bien, amigo mío, veo que tenéis la espada de un hombre magnífico, pero eso no os hace ser su heredero. ¿Tenéis más pruebas que me hagan creer que sois quien decís que sois?

— Sí, mi señor; traigo esta misiva que escribieron a puño y letra mis padres, momentos antes de que me sacaran del reino– dijo, al mismo tiempo que metía su mano en la ropa y sacaba el papiro enrollado–.

— Bien, acercaos; me gustaría leer esas palabras con mis propios ojos– hizo un ademán para que se acercase–.

Einar se levantó y, con la cabeza alta, se acercó al trono. Subió un par de escalones y entregó el papiro. Al instante siguiente, los volvió a bajar y se mantuvo arrodillado, esperando el dictamen.

El rey cogió el pergamino del muchacho. Había en él muchas cosas que le recordaban a Eoin, tales como el pelo, los ojos y la forma del rostro. Casi no dudaba de que fuera verdad, que fuese hijo suyo, pero ¿cómo era posible? ¿Cómo podía Leofric haber errado hasta ese punto?

Leyó el papiro. Estuvo varios minutos con sus ojos puesto en las letras, hasta que finalmente lo enrolló y, sin decir nada, se levantó y avanzó hacia él. La reina lo miraba también sorprendida.

Una vez delante del muchacho, el rey le devolvió el papiro y le invitó a levantarse. Aún no se lo podía creer, tenía delante al heredero de su mejor amigo, un hombre de no más de quince años, pero decidido a todo.

— Muy bien, digamos que os creo. ¿Qué queréis de mí? ¿Qué pretendéis viniendo a mi reino?

— Mi señor, tan solo lo que vos habéis leído. Las últimas letras de mi padre fueron “ve a ver al rey Sagrad, él te instruirá en todo lo que necesites para gobernar”. Por eso estoy aquí.

— Veo la misma arrogancia que tenía vuestro padre, y me llena de gozo poder comprobar que estáis vivo. Por supuesto que haré lo que esté en mi mano para enseñaros a gobernar, pero me gustaría saber una cosa. ¿Qué es lo que vais a gobernar? ¿A caso tenéis un reino? ¿Un condado? ¿Una villa?

Einar no comprendía las palabras del rey. Primero le decía que le enseñará, y después parece que se riera de él.

— No, mi señor, no tengo un condado y tampoco una villa; pero tengo un reino que reconquistar y estoy decidido a hacerlo– su voz sonaba como una queja ante el comentario del monarca–.

— Bien, no os enojéis conmigo; solo trato de haceros ver que, por muchos conocimientos que tengáis, sin un ejército que os respalde en la lucha, seréis como un ratón para un gato. Hagamos una cosa: os enseñaré todo lo que sé. Ordenaré que os instruyan en economía básica para dirigir un reino; geografía, pues deberéis saber dónde están los reinos y sus fronteras; y educación militar, pues tenéis que aprender a montar a caballo, combatir en él y usar todo tipo de armas. Un rey lucha en sus guerras, no manda luchar a sus ejércitos. El rey es parte fundamental del ejército. Y, por último, os instruiré en idiomas, ya que os serán muy necesarios para comunicaros y crear alianzas. El pacto que hago con vos es el siguiente: demostradme que sois digno hijo de vuestro padre, y yo mismo combatiré a vuestro lado para devolveros lo que es vuestro.

Einar no podía dar crédito a lo que estaba escuchando. El rey, en persona, se ofrecía a luchar junto a él.

— Mi señor, os agradezco mucho vuestras palabras y no dudéis que seré digno hijo de mi padre–.

La reina miraba y escuchaba la conversación con una ligera sonrisa, muy sorprendida. Hacía mucho tiempo que no veía a su marido con tanta energía. Lo peor que le puede pasar a un guerrero es quedarse sin guerras, y eso es lo que le pasaba al rey.

Tanto tiempo sin un enemigo, sin un reto que cumplir, le estaba consumiendo poco a poco, pero a la vez temía que cumpliese su promesa. Ya era mayor para combatir, pero sabía que, si él se lo proponía, nada podría hacer para cambiar de opinión.

El rey sonrió y asintió con la cabeza. Volvió a su trono y, con el bastón, dio dos golpes al suelo. La puerta central se abrió y un sirviente entro presto. — ¿Mi señor?

— Tengo un nuevo invitado, así que disponle unos aposentos, ropas y todo lo que sea menester. Comunica a los eruditos de cada materia que quiero hablar con ellos, y avisa en la cocina que pongan un plato más en la mesa.

— Así se hará, alteza– miró al forastero y, con un gesto, lo invitó a seguirle.

Einar hizo de nuevo la horrorosa reverencia, y siguió al sirviente a sus nuevas dependencias.


Si quereis seguir leyendo la historia, podeis conseguirla en Amazon https://www.amazon.es/dp/1976885604

18 января 2018 г. 0:13 0 Отчет Добавить Подписаться
0
Конец

Об авторе

Прокомментируйте

Отправить!
Нет комментариев. Будьте первым!
~