juanserranolit Juan •D• Serrano

En Planeta se cuentan muchas leyendas, pero ninguna como la leyenda de Yonem... digo, John M., un vaquero con un brazo metálico y un caballo ciborg, que no tendrá limites para recuperar a Clío, la única mujer que ha jurado amar en el decadente mundo de Planeta. Western, con ciencia ficción, con algo de fantasía, con algo de humor, con algo de bizarro, en un mundo post-apocalíptico. ¿Qué más le pueden pedir a un texto?


#43 in Найучная фантастика #10 in Дистопия 18+.

#western #post-apocalíptico #bizarro #humor #cienciaficción
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I. John M. La leyenda

En Planeta hay pueblos sin nombre donde se vive con cierta tranquilidad: ningún recurso sobra tanto como para atraer o crear caudillos tiranos, no ocurre nada especial que llame la atención de grupos peligrosos, los niños corren por el paisaje medio desértico y hay comida suficiente para que nadie muera de hambre. En pueblos como este, donde en las fogatas los mismos cuentos se cuentan de mil formas, hay leyendas de caballos cadavéricos, de mujeres con cuchillos por manos, de un hombre que mató a siete moscas de un solo latigazo y hasta de un hombre que acabó un barril de ron de un solo trago.


Para ser leyenda en los pueblos perdidos de Planeta no se necesita mucho mérito, ni siquiera se necesita ser real. Pero les aseguro que en este pueblo sin nombre la leyenda más grande es justificada, real y pasará en algún momento a la historia de Planeta: la leyenda de aquel a quien llamaban John M.


Se ha contado en este pueblo todo acerca de John M. Se han dado versiones acerca de su verdadero origen, se han contado miles de sus batallas y se ha especulado acerca de cómo perdió su brazo derecho. La historia que se contará en estas páginas, para la posteridad, y para traer la realidad detrás de las charlas de fogata, es la de su último enfrentamiento: la primera vez, y quizás ultima, que su nombre hizo retumbar Planeta como un terremoto que se fue expandiendo.

Podríamos empezar en una noche en que la lluvia retumbaba en el pueblo y sus alrededores. Algunos que salieron y se alejaron del pueblo para ver y sentir la inusual sana lluvia vieron un caballo rubio trotar contra el viento y el agua. La luz de las lunas se reflejaba en el pelaje y en los trozos metálicos del equino y hacía más o menos visibles a las dos figuras que lo cabalgaban, una más alta que la otra.


El caballo entró a la cabaña prohibida después de destrozar la puerta delantera con sus patas. Disparos retumbaron contra el silencio de la noche por un par de minutos. Después, los curiosos vieron como una figura alta, fornida y con un sombrero del color de la oscuridad salía por la puerta de la cabaña prohibida y con una pequeña llama que salía de su brazo metálico encendía el cigarrillo que reposaba en sus labios.


Desde aquella noche John M. vivió en la destrozada cabaña con su amada y su fiel corcel, rubio casi dorado como la primera luna en aparecer en el atardecer. Con el paso de los meses la cabaña cambió de fachada y fue mejorando, hasta tener, incluso, un pequeño jardín de zanahorias en el frente, que John M. cultivaba él mismo.


La historia que pretendo contar, sin embargo, realmente empieza una mañana en la que John M., como cada siete días, llegó al pueblo caminando al lado de su caballo y entró a la tienda de variedades de Huevo.


— ¿Tabaco? —preguntó Huevo mientras movía su delgado cuerpo para alcanzar el aceite en la parte más alta del estante.

—Clío quiere que lo deje —aclaró John M., Huevo lo miró como preguntándole qué hacer—. Sí, también tabaco.

—No queda mucho… un forastero intentó comprar lo que quedaba, pero guardé un poco para el bueno de Yonem.

—Es John M. —aclaró John M, mientras con una mano llevaba el bulto a la espalda y con la otra empezaba a liar un cigarrillo.


Se acercó a la puerta de salida, pensativo, dándole vueltas en su cabeza a la inusual presencia de un forastero. Después de cruzar la puerta, llevó el cigarrillo a la boca y vació un poco de aceite en la válvula del brazo derecho.


—¿Hace cuánto no había un forastero en este pueblo?

—Un par de semanas, quizás —le respondió Huevo, caminando cerca a John M.

—¿Y cada cuánto es normal ver un forastero acá?

—Cada dos meses, diría yo —respondió Huevo, pasando su mano por su larga cabellera.

—Eso pensé —gruñó John M. mientras encendía el cigarrillo con la flama que salía de su brazo metálico—. ¿Cómo era?

Huevo tenía una inteligencia extraña de encontrar, muy útil para la supervivencia, consistente en tres puntos: reconocer buenos aliados, ser tan útil como le fuera posible y tener una lealtad inquebrantable. Por eso captó que la pregunta de John M. era importante, y por eso la respondió sin dar rodeos y dando una descripción tan completa como pudo, detallando una chaqueta de cuero verde y gastada, una barba de tres días, el cabello corto y hasta la forma en la que sonreía el forastero, con la cicatriz que le cruzaba la cara en diagonal. La fortuna no quiso, por lastima, que esta vez Huevo le fuera útil a John M., porque mientras se alejaba de la tienda, con su caballo a su lado, aquel forastero se le acercó.


—¿Está herido el caballito? —le preguntó a John M., que miró al forastero con desconfianza. Aunque hay que decir, en favor del forastero, que no se debió a la cicatriz que le afeaba el rostro, sino a que esa mirada John M. se le daba a cualquiera que no conociera.

— Nunca ha estado mejor —le respondió John M., casi ofendido.

—¿Por qué no lo cabalga entonces?

—Solo lo cabalgo si hay necesidad.

—Al menos póngale ese bulto en la espalda, así no le pesa, ¿no? —le dijo sonriendo.

—No es una carreta, es mi amigo —aclaró John M. El forastero empezó a caminar más despacio, como si esperara que lo imitara. John M. tiró su cigarrillo para tener una excusa para prender otro en caso de necesidad.

—¿Cómo se llama? —preguntó el forastero al detenerse a acariciar al caballo, que le resopló con violencia y lanzó a morder, haciendo que el forastero se guardara su mano. John M. aumentó la mirada de desconfianza.

—Chédar.

—¿Como el queso?

—Como Chédar.

El forastero insistió en intentar acariciar el pelaje rubio, entre las partes metálicas, John M. le tomó el brazo antes de que hiciera contacto, el ojo de Chédar brillaba en rojo. John M. aprovechó el movimiento para remangar al forastero y buscar un símbolo especifico en su brazo, sin resultado.


—Si a Chédar le gusta el que lo toca, ataca y si no le gusta el que lo toca, ataca a matar —explicó John M. y le soltó el brazo.

—Entiendo —dijo el forastero mirando el rojo en el ojo del caballo, que se apagó y volvió a ser un ojo normal.

—Tengo prisa —le dijo John M. y siguió su camino. El forastero se quedó atrás, sin muchas ganas de hacerlo, casi angustiado. Después de unos pasos se decidió a hacer regresar a John M.— ¡Oiga! —gritó— Necesito solo un… —empezó a decir, pero se detuvo con violencia. Cuando notó que John M- había dejado de caminar agregó, casi entre risas —: Nada, no es nada, siga su camino.


John M. apuró el liado del cigarrillo, lo lamió y lo mandó a su boca, alzó su brazo metálico para encenderlo, lo alzó unos centímetros más, haciendo que la caja metálica que equivalía a su antebrazo le sirviera de espejo. Vio en el reflejo al forastero mirar hacia atrás, sonriendo, y después lo vio mover la boca, hablando con alguien.


John M. notó el comunicador en una mano del forastero, aunque estaba borroso por el polvo en su brazo y aunque estaba a cierta distancia, era imposible que John M. no reconociera el símbolo del pez con dientes, la piraña, en el aparato con el que el forastero hablaba.


En lo que pareció un solo movimiento, John M. desenfundó su revolver, lo martilló contra su brazo metálico, hizo girar sus botas y jaló el gatillo, haciendo que el tambor se moviera una sola posición. La bala le atravesó el cráneo al forastero, que dio un grito de sorpresa como último sonido que emitiría su garganta en este mundo.


—Estaba intentando retenerme —le explicó a Chédar al montarlo, Chédar respondió con un relincho.


John M. abandonó el pueblo con todo el galope del que Chédar era capaz, levantando el polvo mientras los curiosos se alternaban entre mirarlo partir y explorar el ahora cadáver del forastero.


—Lo merecía —explicó Huevo a los presentes y entró a su tienda, a buscar las provisiones que John M. podría necesitar.

10 ноября 2022 г. 23:41 5 Отчет Добавить Подписаться
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Прочтите следующую главу Confrontación en la cabaña antes prohibida.

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Alejandro Aquino Alejandro Aquino
Quizá un consejo que pueda brindarte consiste en dedicar un mayor empeño a la ambientación de tus narrativas, así como a cultivar un lenguaje más refinado. Sin embargo, más allá de tales consideraciones, tus relatos resultan intrigantes, manteniendo a la audiencia inmersa y proporcionando deleite, que es, en última instancia, la razón de ser de quienes nos entregamos a la pluma. Te felicito y te insto a perseverar en este noble camino. Permíteme ofrecerte un ejemplo más preciso que pudiera ilustrarte. Cuando decides enmarcar un escenario, como un jardín, ¿Qué elementos lo componen? No insistiré en la necesidad de describir el verde del césped, mas tal vez se deba prestar atención a ciertos detalles, como una maceta de tonalidad terrosa, un pino añejo o el césped sin segar, donde uno podría tropezar. Los aromas, ya sea la tierra húmeda o reseca, y las sensaciones, aunque triviales, enriquecen nuestra facultad de imaginar. Asimismo, no subestimes la importancia de los olores. Son estas minucias las que, aunque insignificantes en apariencia, enriquecen nuestro mundo imaginario. Continúa así; tu estilo me agrada de sobremanera. Dentro de mi obra principal, quizá halles algún ejemplo que pudiere servirte de guía, siempre y cuando decidas incorporarlos, por supuesto. Es una obra de densa envergadura, no me aventuraré a solicitarte que la leas, jajaja, pero tal vez puedas echar un vistazo ocasional, pues mi pericia se centra en este aspecto. Te envío un cordial saludo, de dimensiones considerables.
Erendi Demonai Erendi Demonai
Pregunta: desde "El caballo entró por la cabaña..." ¿era un cambio de narración en tiempo a propósito? Por qué pasamos de las terminaciones: ía,aba, a contó, entró, salió.
Juan •D• Serrano Juan •D• Serrano
Gracias por leer. Se aprecian comentarios, críticas, saludos, lo que quieran.
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