jogamaba14 Gabriel Martínez Barre

Una madre con afición por la escritura se resiste a convivir con la tecnología. Su hija le obsequia algo que le ayudará a trabajar y acaba estresándose más.


Короткий рассказ Всех возростов.

#tecnología #345 #cuento #relato-corto #madre #familia #escritura #ficción #futuro
Короткий рассказ
1
1.6k ПРОСМОТРОВ
Завершено
reading time
AA Поделиться

La resistencia del viejo mundo

Vivir se había vuelto un problema. Hace tiempo, mis hijos abrazaron la tecnología como un miembro más de la familia, y al crecer, se mudaron dejándome con una serie de máquinas inservibles para mis viejas manos.

El teléfono móvil y mi laptop son la únicas máquinas que, a regañadientes, aprendí a usar.

Mi hija Sara me visitaba con regularidad. Cada vez, apenas cruzaba el umbral de la puerta, anunciaba: «Mamá, te tengo una sorpresa», y yo hacía una mueca falsa de entusiasmo. En el último semestre, me ha dado una máquina que preparaba sola los desayunos, pero el café le quedaba asqueroso; otra que enceraba los pisos sin notificarme: varias veces resbalé; y un brazo robótico que estuvo a punto de ahorcarme por un error de programación. Luego de darles una oportunidad a los regalos, terminaba apilándolos en la cochera, formando una montaña de metal brillante.

A pesar de lo dicho, el último obsequio de Sara sí me gustó al principio. Una caja pequeña envuelta en papel llegó por el tubo que conecta la oficina postal con mi departamento. Dentro había un bolígrafo. El manual de instrucciones indicaba que llevaba muchos circuitos internos, no le presté atención. Intenté escribir, pero no tenía punta.

Llamé a mi hija. ¡Tu regalo no sirve!, le dije. «¿No leíste el manual, madre?», preguntó. Contesté que no. Soltó un bufido antes de continuar: «La punta está en alguna parte de la caja. Tienes que enroscársela en el extremo inferior». ¿Y en qué tienda le recargo la tinta?, quise saber. «En ninguna, madre. Es un artefacto inteligente: utiliza la tinta de manera tan eficiente que durará cien años aunque escribas treinta mil palabras diarias. Debes usarlo como uno cualquiera hasta alcanzar cinco mil palabras. A partir de ese momento, el boli habrá asimilado cómo escribes: podrás dictarle y te irá corrigiendo o terminará lo que empieces», dijo. ¿O sea que esta pluma puede leer mis pensamientos?, pregunté. «No exactamente, es parecido. ¿No es increíble, mamá? Te ayudará en tu oficio de escritora», respondió antes de despedirse.

Después de completar las cinco mil palabras. Hice un experimento con el fin de comprobar si el bolígrafo era capaz de hacer lo que mi hija afirmó. Escribí lo siguiente: Soy la resistencia del viejo mundo: la flor que esquivó las retroexcavadoras del parque. Quería añadir una frase que relacionara un animal y un sitio cotidiano. ¡Boli, concluye lo que he empezado!, ordené. El aparato se elevó, se acomodó sobre el papel y completó: la tierra que se salvó de la dinamita de la represa y el cóndor que huyó del zoológico.

Me gustó el trabajo del bolígrafo: no solo había cumplido mi orden, sino que antepuso una frase a mi idea mejorándolo todo; aunque me enojó no haberlo pensado yo.

Puse al bolígrafo a revisar mis anteriores escritos. Me hizo caer en cuenta de tantos errores: cambió palabras que repetía mucho, ordenó ideas para que se entiendan mejor y tachó oraciones inútiles. Me molesté. ¡A ver, pedazo de basura, te reto a que hagas un relato sobre tu y yo. Yo haré lo mismo y veremos si pensamos igual!, exclamé.

El boli volvió a moverse encima de la mesa. Yo me instalé frente a mi laptop.

Me tomó alrededor de una hora culminar el relato, y a mi contrincante, cuatro minutos. Se me ocurrió que, para asegurar la diferencia entre su texto y el mío, debía hacer algo inesperado. Cerré los ojos y le di un cabezazo al teclado, quedó escrito al final: #fj5e-14$%.

Me puse de pie y caminé hacia la mesa en la que estaba el bolígrafo. Agarré la hoja y leí las primeras líneas. Mis piernas flaquearon. Salté directamente al final del relato: sonreí. Arrugué la hoja y la eché al bote de basura. Abrí la ventana y lancé el bolígrafo tan lejos como me lo permitió la vejez. Vi a un robot acercarse al boli y llevárselo quién sabe a dónde. Cerré la ventana y fui al sofá. Gané por astuta, me dije, y me dormí en la sala.




Este texto aparece en la REVISTA ACCESO DIDASKO edición número 6.

27 марта 2022 г. 13:47 0 Отчет Добавить Подписаться
0
Конец

Об авторе

Gabriel Martínez Barre Soy un ingeniero al que le gusta mucho escribir. Fui uno de los ganadores del IV Certamen Literario “Orellana lee” organizado por MACCO-EP del Ecuador. Fui uno de los ganadores del Concurso “Derivas Urbanas” organizado por el Festival de Narrativa de Bahía Blanca de Argentina. Mi trabajo ha aparecido en distintas antologías y revistas de Estados Unidos, Sudamérica y Europa.

Прокомментируйте

Отправить!
Нет комментариев. Будьте первым!
~