axel-melgarejo1625109491 Axel Melgarejo

Lo que comenzó como una toma de rehenes se convirtió en una misión de venganza por parte del detective de narcóticos Jim O’Toole. Decidido a acabar con el narcotraficante Francisco Montero, Jim acude a una mercenaria muy peligrosa cuya reputación raya con la leyenda urbana: Smiggle. Decidido a cumplir con su deber, Jim hace un trato con el diablo y parten a la isla Celestial, la base de operaciones de Montero. En territorio enemigo, con una mercenaria altamente peligrosa de un lado, oficiales corruptos y secuaces sanguinarios del otro, un peligroso traficante delante y una temible guardaespaldas a sus espaldas, Jim deberá de confiar en sus instintos para sobrevivir en un mundo donde nada es lo que parece y todo podría matarlo. Este es un blues sobre una misión suicida y una mercenaria que ¿Quizás no sea humana? Este es el Blues de Smiggle.


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PROLOGO: LA CONDESA SMIG

El sol se había ocultado en el horizonte dejando que la penumbra cubriera a la ciudad de Miami durante aquel cuatro de Agosto de 1984. Las luces de la ciudad iluminaban la naciente noche dándole un romántico resplandor de neón. Pero si había que hablar de luces resplandecientes, entonces la mansión de Héctor Alvino era la que mas resplandecía aquella bella noche de verano. Siendo una mansión colonial Española de color rosa, esta casa se tenía como la más cara del lugar. Con una piscina que se encontraba cerca del mar y varias estatuas que decoraban el glamoroso edificio e idílica vida de Alvino. Esa noche había una fiesta en especial y Héctor había contratado a varios guardaespaldas para que vigilasen su caro hogar debido a que el invitado a su lujosa casa y costosa fiesta era nadie más ni nadie menos que el presidente electo de los Estados Unidos: Ronald Reagan.

Héctor Alvino era un hombre de baja estatura, escaso cabello negro y siempre vestía de manera elegante. Nunca estaba a favor de los republicanos pero si estaba a favor con la idea de que, en este mundo, las apariencias eran lo que más importaban y obviamente una figura de mayor importancia en la ciudad de Miami no podía dejar pasar la oportunidad de invitar al presidente de la nación cuando este se encontraba de visita al estado de Florida durante esos días.

Mientras la noche se volvía más oscura y las estrellas empezaban a brillar con más fuerza, fue que la fiesta se tornaba más interesante. Como era de esperarse, todas las figuras importantes de la ciudad se habían presentado y felicitaban a Héctor por la hospitalidad que él les ofrecía al incluso tener por esa noche a un muchacho que les estacionase sus coches. Cuando el presidente Reagan llegó a la casa de Héctor, todos los presentes se quedaron mudos de asombro debido a que su anfitrión no solía invitar a figuras tan importantes, aunque ya era sabido que las apariencias lo eran todo para Héctor y tampoco fue algo totalmente inesperado. Aunque porque uno lo esperase no significaba que no asombrara.

Durante aquella noche las personas comían, bebían y hablaban de sus simples vidas sin mayores preocupaciones. Todas las damas llevaban distintos vestidos elegantes y todos los hombres llevaban trajes negros. Las fiestas de Héctor siempre eran muy formales y de una gran etiqueta, siendo esa fiesta la oportunidad que Héctor tuvo para poder hablar con Reagan.

- Señor presidente, muy buenas noches, es un honor tenerlo aquí ¿Qué opina de esta fiesta? – le pregunto Héctor con una sonrisa nerviosa debido a que Héctor poseía una cierta reputación que podía serle un incomodo obstáculo ante ciertos intereses que tenía en ese momento

- Esta fiesta es perfecta señor Alvino – le respondió el mandatario con un tono agradable

- Me alegra que le guste señor presidente ¿Sabía usted que yo veía sus películas cuando era niño?- intentó fraternizar Héctor con el presidente, quien lo vio y arqueando una ceja le preguntó

- ¿En serio? No me diga señor Alvino ¿Y cuál era su preferida?- aquel patético intento de confianza era algo con lo que Reagan estaba acostumbrado a lidiar desde que era actor de filmes Western en el pasado

- “Los llanos de la muerte” con Ronald Reagan y Smith Wesson- le contestó Héctor sin siquiera detenerse a recordar el nombre del filme, aquello impresiono un poco al presidente quien sonrió ante esa astuta movida de informarse del pasado de su huésped antes de hablar con él

- Ya veo – observó Reagan. Tomando una copa de Champagne que el mayordomo de Héctor le estaba ofreciendo, añadió con un tono cínico y burlón- ya había olvidado esa película, no es de mis favoritas ¿Sabe? Aunque todavía siento lastima por el pobre Smith ¡Ah! Cuando oí lo que había hecho no lo podía creer

- ¿eran muy amigos?- le preguntó Héctor mostrando una autentica curiosidad que irritó a Reagan, bebiendo un poco de champagne, le contestó

- No mucho, pero si era alguien admirable dentro del estudio. Fiel a sus principios y bastante fan de su propio trabajo… je, supongo que no es difícil imaginar el por qué perdió la razón cuando supo que los westerns habían pasado de moda- le contó Reagan tratando de mantener su serenidad

- Se rumorea que estaban pensando en él para que interpretasen la serie de los Exploradores como el personaje de John Rumble- observó Héctor- ya sabe, para borrar su penosa participación, cuando niño, en el filme de Linnet del cincuenta y ocho en su historial

- A menos que John Rumble fuese un Cowboy, dudo que Smith hubiese aceptado. De todos modos señor Alvino, también mis épocas de actor quedaron en el pasado. Uno de los temas más importantes es la política y créame que en estos momentos tengo muchos problemas con el señor Anderson, supongo que ya lo conoce, el jefe de la empresa fuego del mañana- cambió de tema Reagan mostrándole una obvia irritación debido a los rumores en torno a Héctor y el trafico de drogas

- Si, lo conocí no hace mucho. En realidad él vino a verme, ese sujeto me puso los pocos pelos que tengo de punta. Tendrá que disculparme por mi atrevimiento pero ¿Por qué hace negocios con ese sujeto? Se puede ver a distancia que hay algo que no funciona dentro de su cabeza… es decir ese traje negro y esa mascara le crispan los nervios a cualquiera- intentó defenderse Héctor queriendo mostrarse indignado con la sola idea de estar con ese sujeto tan excéntricamente desagradable

- Le entiendo y no se preocupe, a cualquiera le desagrada tratar con él, pero al menos no estoy en ese extravagante videoclip con ese conjunto de los Riptors, esos sí que me alteran los nervios- sonrió Reagan, largando una risa despectiva que mostraba cuan molesto se encontraba de estar con Héctor

Antes de poder continuar con la conversación, un hombre calvo vestido con camisa blanca y pantalones negros sujetados por una faja Bordo se acercó a Héctor y le susurró al oído:

- Le ruego me disculpe señor Alvino, pero hay alguien que desea verle- Héctor se molestó ante tal imprudente acto de su trabajador y le contestó

- Sea quien sea dígale que en este momento estoy ocupado hablando con el presidente, creo que puede esperar- su trabajador le susurró en respuesta

- Sí señor, le diré a la condesa que en este momento no puede hablarle- los ojos de Héctor se abrieron por la sorpresa y exclamó

- ¡Espera! ¿Acaso dijiste condesa?- le preguntó Héctor disimulando pobremente su misteriosa inquietud que se acrecentó al preguntar- ¿No será acaso la condesa Smig?

- En efecto señor Alvino, se trata de ella- asintió su sirviente bajando su cabeza en señal de saludo y retirándose a continuar con su labor. El sudor comenzó a correr por la calva frente de Héctor quien se dio vuelta y se disculpó con su invitado de honor quien se veía un poco curioso ante tal reacción

- Señor presidente, lamento tener que interrumpir esta conversación pero había quedado en algo muy importante con la condesa Smig. Creo que tendremos que continuar con nuestra conversación en otro momento, ahora si me disculpa- le pidió Héctor mostrándose aun más nervioso que haría unos segundos atrás

- No hay problema señor Alvino, las responsabilidades siempre estarán en un primer lugar, que tenga una buena noche- se despidió Reagan sintiéndose aliviado de no tener que seguir aguantando a ese pequeño hombrecito a cuya fiesta había ido solo porque tenía interés en hablar con otro invitado con quien apenas tenía tiempo de ver debido a su ajustada agenda

- Gracias señor presidente, por favor diviértase

Tras saludar a Reagan, Héctor se retiró a donde se encontraba su inesperada invitada y no tardó en encontrarse con la condesa Smig.

Allí, sentada en una silla blanca delante de una mesa con mantel del mismo color y con la vista de la playa junto con el mar y las estrellas detrás suyo, se encontraba una mujer alta de largo cabello rojizo con un mechón grueso tapando uno de sus ojos azules, tirando a verdes, con una sombra violeta en sus parpados. Su boca tenía un rímel rojo muy fuertemente marcado y su vestido negro dejaba ver su pierna cuyos músculos estaban bien definidos. Su pie se encontraba cubierto por un elegante zapato femenino con tacones de color negro. Su bella cabellera rojiza estaba también tapada por un sombrero de ala ancha cuyo color hacia juego con toda su vestimenta, al igual que sus guantes que le llegaban hasta el codo.

- Espero no estar interrumpiendo algo- se disculpó la condesa Smig dedicándole una sonrisa sugerente al ver a Héctor. su voz era suave y seductora, demasiado bella para los oídos de Héctor

- Para nada condesa- le mintió Héctor acercándose a ella y sentándose en la silla que estaba del otro lado – me alegra que haya venido, si usted se encuentra aquí entonces eso significa que su gente ya terminó con mi pequeño inconveniente

- Precisamente de eso deseaba hablarle señor Alvino. Temo decirle que su inconveniente logró escapar pero, por suerte, no volverá a saber de ella ni lo volverá a molestar de nuevo. Tiene mi palabra querido- le aseguró la Condesa Smig mirando hacia otro lado, centrando su atención en el oscuro océano atlántico donde se reflejaba la luna en el horizonte como si fuese una bella pintura

- De acuerdo, lo que me interesaba era que no volvieran a molestarme por problemas legales- le contestó Héctor sintiéndose aliviado por haberse sacado aquel peso de encima

La condesa Smig continuó mirando aquel hermoso paisaje y largó una pequeña risa que tuvo que tapar con sus dedos. Dirigiendo la mirada hacia Héctor de nuevo, le preguntó en voz baja:

- ¿Te gustaría bañarte conmigo en el mar de la playa, querido?

Esto sorprendió bastante a Héctor, quien no esperaba semejante declaración por parte de la condesa

- Yo… este… no lo sé condesa, es decir tengo una fiesta que atender- se negó mostrando su clara sorpresa

- No te preocupes, solo serán unos minutos y luego volveremos sin que hayan notado nuestra ausencia- lo tentó nuevamente la Condesa Smig, guiñándole el ojo visible, aquel tono juguetón y atrevido terminó por romper la poca resistencia de Héctor quien le sonrió de forma incomoda, respondiéndole

- Si tú insistes, querida

Ambos se escabulleron por la puerta trasera de la mansión y bajaron a la oscura playa que solo era iluminada por la pálida luz de la luna. Smig era muy rápida a pesar de llevar tacones mientras que Héctor tenía que seguirle el paso con mucha dificultad.

- ¡Condesa espere, por favor!- le pedía Héctor largando sonoros jadeos mientras corría lo más rápido que podía

- Vamos al mar querido- le pidió Smig riendo, adentrándose al agua sin siquiera quitarse el vestido o los zapatos de tacón

Héctor se detuvo cerca del oleaje y se fue quitando la ropa, al alzar la mirada pudo contemplar que la condesa ya se había sacado toda su húmeda ropa, dejándola a un lado de la orilla. Sin embargo Smig no se encontraba cerca por ningún lado.

El anfitrión de la fiesta se encontraba con sus calzones puestos y, sin dudarlo, se metió dentro del agua. Buscó a la condesa en la oscura noche, pero no la encontraba ¿En dónde podría estar? Se preguntaba Héctor cuando la vio salir del agua… solo que no era la condesa sino una criatura gigantesca que tenía la silueta de un zorro con aspecto humanoide y cuyos ojos plateados brillaban en plena oscuridad de la noche.

- Oh dios mío- murmuró casi sin voz Héctor al ver a aquella criatura que lo tomó de los hombros con sus patas ¿O manos? Y sin decir palabra alguna, lo hundió en el mar

Intentó resistirse, pero la fuerza de aquel ser era sorprendente. Después de unos dolorosos minutos en donde los pulmones le pedían a gritos oxigeno, aquel magnate y corrupto traficante se retorció y murió ahogado. Su cuerpo flotó por el agua solo para ser encontrado unos minutos después por algunos invitados que largaron gritos junto a exclamaciones de horror. Nadie durante ese tiempo y después de llamar a la policía, notó la ausencia de la condesa Smig.

24 февраля 2022 г. 4:56 0 Отчет Добавить Подписаться
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