La música inundaba cada estancia de la casa mientras que las voces de los presentes eran incomprensibles, convirtiéndose así en murmullos indescifrables. Sin embargo, la mayoría de las habitaciones se encontraban vacías. El sonido provenía del gran salón del ala oeste, en el cual se había organizado un baile de disfraces para celebrar el cumpleaños de la señora Galloway. Sin embargo, está había abandonado aquel lugar de la casa. Parecía encontrarse indispuesta y por ello decidió ausentarse durante la última hora de la velada.
Evelyn, subía las escaleras con gran dificultad como si estuviese demasiado cansada como para poder andar con normalidad. A pesar de ello, logró llegar al segundo piso y recorrer el primer pasillo que se encontraba a la izquierda.
A cada paso que daba, colocaba su mano derecha sobre la pared marrón de estilo neoclásico la cual contaba por la parte inferior con molduras decorativas que recorría todos los corredores de aquel lugar remoto.
Finalmente alcanzó el pomo dorado de la puerta de su habitación. Se sentó sobre su cama y comenzó a desvestirse del pesado traje ambientado en la década de 1700. Termino quitándose las enaguas y se dirigió al baño. Abrió el grifo de la bañera y se comenzó a llenar lentamente con agua caliente. Quizás, necesitaba relajarse.
William Galloway decidió quedarse solo media hora más con los invitados y así, finalmente despedirse de ellos, después iría a ver cómo se encontraba su esposa, pero seguro que no sería nada grave.
Cuando no quedaba nadie más en la mansión gótica victoriana recorrió cada estancia del lugar para apagar las luces. Subió las escaleras prácticamente a oscuras, únicamente iluminadas por las bombillas que iluminaba el pasillo que Evelyn había recorrido minutos antes con torpeza. Abrió la puerta de la habitación, que se encontraba entornada y entró en la estancia a oscuras. Sin embargo, la luz del cuarto de baño se encontraba encendida. Fue capaz de intuir debido a que la iluminación de este se filtraba por debajo de la puerta. Se aproximó a la misma y llamó con suavidad.
—Cariño, ¿te encuentras bien?—dijo con la voz más suave que pudo poner para no despertar a sus hijos, los cuales no se encontraba muy lejos de aquella habitación.
No hubo respuesta. Por lo que lo volvió a intentar. En cambio, fue en vano, puesto que su esposa no contestó. Finalmente, abrió lentamente la puerta, dejando ver el cuerpo de su esposa tendido en el agua de la bañera y su cabeza ladeada hacia la salida del baño. Su rostro de absoluto terror, pero no articulaba músculo. También su brazo derecho descansaba en el aire fuera de la bañera y una gran cantidad de sangre brotaba y fluía a través de su brazo, dejando caer cada gota de aquel líquido rojo oscuro y espeso sobre los azulejos del suelo de aquel habitáculo.
El señor Galloway pensó que lo que estaba viendo ante sus propios ojos era una escena de una obra cinematográfica de suspense y terror. Incluso, le llegó a pasar por la cabeza la idea de que estuviese teniendo una pesadilla, y cuando despertarse en su cama, todo seguiría igual que siempre. En cambio, cuando alcanzó el brazo de su mujer, sitió como todo su mundo, el mundo que hasta entonces había conocía, se resquebrajaba y se desvanecía a su alrededor, quedándose solo, en un abismo oscuro, en el que nadie le encontraría para sacarle de allí.
De repente, volvió en sí, y entonces reaccionó. Comenzó a coger el cuerpo de su esposa para sacarla de aquel recipiente alargado, mientras repetía el nombre de su amada innumerables veces, alzando la voz, con la esperanza de que esta le oyera y regresase a la vida. En cambio, los ojos de la señora Galloway seguían fijos en un determinado punto, perdidos en alguna parte de otro mundo que no era el nuestro. Su corazón no latía, como si el cuerpo físico estuviese vació. Como si el alma de la conocida Evelyn Thompson, su apellido de soltera hubiese abandonado aquel recipiente en el que se encontraba prisionera.
—¿Papá?—preguntó una voz femenina, dulce y tímida. Era su hija pequeña Lilith.
La pequeña de diez años observaba la escena desde el umbral de la puerta del baño con cara de preocupación, miedo y tristeza. Tenía los ojos vidriosos, y cada cierto tiempo, desviaba sus grandes ojos miel hacia el gran charco color vino espeso que se encontraba bajo las rodillas de su padre. Desconocía por completo que había sucedido, al igual que todos los residentes de la gran construcción gótica. Nadie había visto nada ni había alertado de que algo tan trágico había sucedido en los aposentos del señor.
De pronto, unos pasos que se aproximaban al lugar de los hechos retumbaban sobre el suelo de madera, provocando en algunas ocasiones crujidos sobre la superficie marrón e imperfecta.Era Nathaniel, su hijo mayor, el cual tenía 18 años. Tras ver lo que había sucedido, cogió a su hermana pequeña en brazos para evitar que siguiese viendo ese espantoso suceso, abandonando, posteriormente, la habitación en la que dormían sus padres. Así, dejó que su padre se despidiese como era debido de su cónyuge.
Trascurrieron varios minutos que se hicieron eternos, en los cuales los chicos estuvieron esperando en el pasillo junto con Emily, la sirvienta e institutriz. Esta, había sido avisada por el joven, ya que necesitaba que algún adulto estuviese consolándolos por el maltrecho por el que estaba pasando la familia. Finalmente, la puerta del dormitorio se abrió, dejando ver el rostro demacrado de su padre. Este, sin articular palabra alguna, abrazó a sus dos hijos.
—Se ha ido—susurró al oído de su hijo.
Los ojos del joven comenzaron a llenarse de lagrima y su nariz comenzó a moquear tras recibir la triste noticia de que su madre había fallecido. Sin embargo, necesitaba saber más acerca de lo que hubiese pasado. Le atormentaba la idea de que su madre hubiese sufrido o que la hubiese asesinado.
William, volvió a entrar en la habitación la cual estaba completamente a oscuras y volvió a cerrar la puerta tras de sí.
—Bueno, jovencitos—dijo la sirvienta con voz dulce—volver a la cama es tarde.
Emily, no sabía cómo sobrellevar aquella dura situación. En sus cuarenta años de servicios no había pasado nada parecido en ninguna de las otras familias para las que trabajó antes de los Galloway.
En plena noche, se desató una tormenta y los truenos que resonaban tras los luminosos relámpagos iluminaban cada rincón de la edificación. Todo parecía estar en absoluto silencio, como si nada ni nadie viviese en aquel lugar. En cambio, la madera volvía a rechinar y alguien llamó a la puerta de la habitación del Señor Galloway.Volvió a abrir la puerta cuidadosamente. Era su hijo, que lo miraba con preocupación y con algo de confusión en sus ojos.
—Hijo—dijo algo confuso y sorprendido tras verlo allí en plena noche.
Sabía, que su hijo necesitaba explicaciones y, además, creía que era lo bastante maduro para tener una conversación sobre lo que había pasado aquella noche. Finalmente, le dejó pasar sin articular palabra.
Este, entró temeroso por conocer a la “muerte”, aunque tarde o temprano tendría que enfrentarse a ella. Sus ojos se desviaban hacia al suelo con miedo a mirar a las oscuras cuencas que aquella entidad tenía en lugar de ojos. Tras alzar la mirada, no vio nada que le provocase absoluto terror, simplemente un bulto yacía sobre la cama, la cual estaba a mano derecha pegada a la pared. No necesitó ninguna explicación por parte de su padre, sabía que la se encontraba tendida en la cama, completamente tapada, era su madre.
Aligeró el paso y se sentó en un butacón que se encontraba al lado derecho de la cama, donde la mano izquierda se encontraba en frente de aquel asiento. Nathaniel tomó la mano de su madre y la comenzó a acariciar con delicadeza. Su padre, se sentó a su lado en una silla que se encontraba solitaria en un rincón. Parecía que estaba buscando las palabras adecuadas para decir a su hijo como había perdido la vida su madre, pero este se anticipó a su padre.
—¿Ha sufrido? — le preguntó con un nudo en la garganta
William dudó unos instantes antes de contestar.
—Creo que no...Se ha desangrado así que habrá ido quedándose dormida hasta que se ha ido.
Temía decirle a su hijo que pudo haberse suicidado, puesto que su propia consciencia no estaba tranquila y no iba a permitir que su hijo sintiera ningún tipo de culpabilidad, como le estaba sucediendo a él. Se había llevado todo ese tiempo despierto, planteándose que errores pudo haber cometido para que su mujer tomase esa horrible decisión.
Nathaniel sabía que su madre pudo haberse suicidado tras ver aquella escena tan espantosa, aunque su padre no dijese nada de aquello, pero sabía que aquello era imposible, su madre era una persona optimista que sabía gestionar sus problemas. Además, sabía que había sido feliz porque durante su infancia, antes de que su hermana naciera, él mismo le había hecho la pregunta:
—¿Eres feliz? — le preguntó una noche antes de acostarse.
Ella no dudo su respuesta.
—Soy la persona más feliz del mundo—le contesto sonriente.
—Si
—Es un secreto, pero vivo con el amor de mi vida, tu padre y luego he tenido un hijo maravilloso que no todos pueden llegar a tener.
Aquella conversación se le había quedado grabada en su memoria y jamás se le olvidaría. Por ello, aquella le pareció algo extraño.
—Papá
—Si, ¿hijo?
—Se que a lo mejor te parece una estupidez, pero Emily tiene una tarjeta en su mesita de noche con el número de teléfono de un detective privado. Por si te sirve de ayuda
Le pareció algo extraño que su hijo supiese aquello, pero tenía razón, podría ayudarles a saber si realmente se había tratado de un suicidio.
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