Las volutas de humo crean imágenes caprichosas de seres imposibles antes de deformarse y desvanecerse, arrastradas por la brisa de una tarde reposada en lo más profundo del bosque Milenario.
El silencio se prolonga. Inmóvil, el rey Aeld contempla las etéreas criaturas de humo con ojos intrigados. Hay algo reptiliano en ellas, al principio pensó que eran figuras de salamandras, pero en algunas cree adivinar alas y en otras pinchos, muchos pinchos… Al otro lado de la mesita de terraza, recostado en una butaquita de esparto abarrotada de cojines blancos, Yises da otra larga calada a su pipa y su boca esculpe nuevas sombras de humo. Espinas, cuerpos cubiertos de pinchos, ojos de reptil, colas erizadas…
Aeld gira un poco la cabeza y mira a los ojos a su consejero. Yises es cuarenta años mayor que él, por lo menos, y lo asombroso es que parece aún más viejo. Su pelo, en otro tiempo rojizo, es gris y blanco, también su piel ha empalidecido y perdido color con los años, aunque no tiene arrugas, solo sus ojos no han cambiado en absoluto. Los ojos de Yises son oscuros e insondables, el rey tiene la impresión de que son ojos que ocultan un secreto dolor, una pérdida, una derrota, pero Yises jamás habla de sí mismo. Pese a que se tratan desde hace más de medio siglo, Yises es un desconocido para el monarca; un desconocido cumplidor, leal, ejemplar y muy valioso, pero desconocido al fin y al cabo.
Y ahora su indescifrable consejero espera, paciente, su respuesta mientras juega con el humo. Ha sido Aeld quien le ha convocado a una reunión informal en una de las agradables terracitas de sus estancias privadas, ha sido Aeld quien le ha pedido consejo. Y Yises se lo ha dado. Un consejo inesperado, desconcertante, impropio de un individuo tan sensato, tan científico, tan enemigo de supersticiones y credulidades.
–El cañón de la Salamandra… –musita el rey Aeld–. Pensaba que era una leyenda, un lugar mítico, como Oleada, la ciudad sumergida.
Yises aparta la pipa de sus labios. También él mira de frente antes de contestar mientras, con gesto maquinal, se alisa los faldones del jubón sobre los muslos. Como de costumbre viste de oscuro. Dado que es el brujo de mayor rango del reino Perdido de Milenario, podría reclamar el derecho a usar el color blanco, pero a Yises no le gustan los colores claros, ni siquiera para las camisas, la que asoma bajo su jubón es tan oscura como el resto de su ropa.
–El lugar existe –asegura con su característica voz profunda–. Un lugar donde pervive una magia primigenia y poderosa que lo protege, por eso es difícil de localizar y aún más difícil de alcanzar, pero no imposible. Y los seres que viven allí son tan mágicos como la tierra que los ha producido.
–Un yacimiento de magia primitiva…
–Puede decirse así. Aunque a mí me gusta más imaginarlo como un manantial.
–Pero lo que yo necesito es un heredero, no un tesoro mágico, por poderosa que sea esa magia.
–Queréis un buen sucesor, el mejor posible –corrige Yises–. Cualquiera que entrase en un manantial de magia primigenia sería aceptable: la magia lo traspasaría, le otorgaría poder y carisma; no sé en qué forma, tal vez como sabiduría o como ingenio, pero lo transformaría en función de las necesidades de su destino. La magia poderosa es así, se mimetiza y se acomoda para servir a quien la posee.
El rey Aeld vuelve a quedar meditabundo, se rasca distraído el dorso de una mano enflaquecida. Ha solicitado la opinión de Yises después de conocer las preferencias de cada miembro de su consejo consultivo. La mayoría apoya su propuesta de establecer un triunvirato, el problema son los candidatos.
Aeld no fue educado para reinar, el príncipe heredero era su hermano mayor, Osz, pero Osz murió a la prematura edad de setenta y tres años, y todavía antes que él falleció su única hija, que dejó tras de sí a un saludable bastardo de padre desconocido. La ignominia de su nacimiento hizo que nadie tuviese en cuenta al nieto de Osz como posible heredero del trono del Reino Perdido de Milenario. También su hermana Yianililaira, la segunda en orden de nacimiento, quedó descartada mucho antes de la muerte de Osz. A ella se la obligó a renunciar a sus derechos dinásticos, en su propio nombre y en el de su posible descendencia, cuando se encaprichó de un mestizo, un semihumano o algo por el estilo. Yiani tenía un carácter fuerte, prefirió abandonar Milenario antes que renunciar a su amor. No ha vuelto a verla desde entonces.
Así fue como la corona de hojas de oro y flores de rubí acabó ciñendo la morena cabeza de Aeld.
Pero Aeld no tiene hijos.
Por supuesto, todavía deambula por el mundo su hermano menor, el príncipe Ihus, pero por fortuna hace años que nadie sabe de su paradero y parece que tampoco hay muchas ganas de llamarlo de regreso a gran bosque Milenario para que sea él quien rija el reino de los elfos. Y también están las hijas de Ihus, dos muchachas hermosas y formales, pero muy jóvenes. Jóvenes e influenciables.
Eso le lleva a considerar a sus primos y a los hijos de sus primos. No es una decisión fácil. Aeld no quiere dejarse llevar por simpatías ni por antipatías personales, quiere designar como sucesor a alguien que lo merezca. Por ello ha convocado a Yises, para que el hechicero Yises, con su sabiduría, sus conocimientos y su forma práctica de afrontar las dificultades le dé su opinión. Esperaba de Yises motivos para tener en cuenta a tal persona concreta y razones para descartar a tal otra, lo que jamás hubiese esperado es que, ante un asunto tan trascendental para el futuro del reino Perdido de Milenario, Yises le contase una leyenda, la leyenda de unos seres que producen anillos de niebla y de humo, unos seres que viven en rincones míticos que ningún mapa refleja.
Porque lo que Yises propone es que para optar al trono del reino Perdido de los elfos se exija como requisito presentar una prueba que acredite haber pisado un lugar mítico. Dos son los lugares que Yises ha señalado como manantiales de magia primigenia: la cima de la montaña del Garfio y las simas del cañón de la Salamandra, y en ambos casos lo que demostraría haber estado allí sería la posesión de unos anillos de niebla o de humo que sólo producen los seres que pueblan semejantes lugares.
* * *
Así dio comienzo una aventura inesperada que conmocionó, por sus consecuencias, a todo el Reino Perdido.
Este relato es una fiel reconstrucción de los hechos llevada a cabo por un testigo de excepción, un enano rojo a quien su amistad con una desterrada princesa élfica arrastró a participar en la búsqueda de unos anillos inverosímiles. De su pluma procede la narración de las ambiciones y anhelos de los elfos que cumplieron la condición impuesta por el rey, un relato en el que se inmiscuyen las travesuras de un hada verde, las maquinaciones de un misterioso enemigo, la destreza de un humano y el reencuentro con unos seres casi perdidos y medio olvidados... Ellos son los protagonistas de esta historia.
Mundo imaginario donde transcurren muchas de las historias que cuento. Узнайте больше о Legendaria.
Спасибо за чтение!
Un comienzo interesante, te deja con ganas de seguir la historia y eso es lo que haré. Promete bastante la historia y si cumple con lo que promete se ganará mis 5 estrellas en todos los capítulos.
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