atarion Alfredo Acosta

El Kaleco es un merodeador, deambula por el mundo, escondiéndose frente a tus ojos, esperando ser reconocido. En ocasiones es solamente uno, pero también puede ir acompañado de tantos como les plazca, y es en estas ocasiones cuando sus sonidos se hacen más audibles al hombre común, según el viejo, eso lo hacen para acelerar el proceso, pues el Kaleco roba la vida para alimentarse de ella...


Короткий рассказ Всех возростов.

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Короткий рассказ
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El Kaleco.

Me llamo Victor, o eso creo, y te escribo esto, quien quiera que seas y de donde sea que vengas; la verdad nada de eso me importa; ni a mi ni a lo que vendrá por ti tarde o temprano. Si por azares me conoces o has escuchado de mi, se que tampoco darás crédito a mis palabras, pues las historias y la fama de lo que fue mi vida habrán llegado a tus oídos antes que mis letras a tu mirada… pero eso tampoco me interesa; no es un secreto la forma extraña de cómo me volví alcohólico y mucho menos la manera en la que lo abandoné todo. Pero esas tonterías te las puede decir cualquiera. Yo no lo haré. Solo intentaré contar… si es que aún me queda cordura y tiempo, lo que muy pronto vendrá.


Desde niños nos educan a tenerle miedo a ciertas cosas sin explicarnos el porqué. Bichos, insectos, arañas, hombres malos, mujeres extrañas y una serie de cosas sin sentido y es seguramente porque los primeros padres de nuestros ancestros al conocer la verdad, solo buscaban asustar a sus hijos para obligarlos a dormir y no aterrarlos hasta el grado de la locura y ahora nosotros seguimos su ejemplo sin saber porqué. Pero comienzo a desvariar y seguramente no entenderías si sigo la historia desde aquí. Así que comenzaré desde aquella noche.


Había hecho su entrada sigilosa varias horas antes de lo habitual. Era la época gris, donde los árboles mueren y los follajes abandonan sus cálidas moradas para dar lugar a los negros dedos retorcidos de la muerte. Levemente comenzaba el olor astringente del invierno, que poco a poco va penetrando por tus poros; metiéndose como pequeñas arañas de patas afiladas, rasgando felizmente tu piel, abriéndose paso hasta alojarse en tus pulmones y en otras partes más profundas de tu cuerpo.


La fría oscuridad es un ente ancestral. Más antigua que el anciano tiempo; más silenciosa que la muerte, demasiado ávida y hambrienta de vida para dejar escapar cualquier oportunidad de enterrar hasta el hígado sus gélidos y sombríos dientes para absorber la calidez de aquello que aún no le pertenece.


A lo lejos se escuchaba una leve cacofonía; el sonido de antiguas muertes charlando siniestras entre ellas con las lenguas arrebatadas de todos los seres ya marchitos, de los gemidos carcomidos de la tierra y sus antiguos habitantes; camuflajeadas siempre por el siseo de las hojas serpenteantes en el suelo frío; muertas también a causa de un ente informe, ladrón de vida...y es en estas horas que anteceden a la negrura de las noches de Octubre cuando aquello que no es vivo ni muerto decide venir a danzar con su alegría mortuoria y por desgracia, en ocasiones, los Kalecos se quedan entre los vivos… Acechando.


A decir verdad, no existe por escrito nada acerca de una criatura como el Kaleco. Pues nuestros primeros ancestros debieron temerle por sobre todas las cosas y no quisieron perder la cordura ni por error, al intentar relatar con la tinta lo que es característico de éste ser. Sinceramente yo tampoco quisiera hacerlo. Pero ahora ya no importa. Ya no tengo nada que perder y quizá con esto que ahora te cuento pueda alguien evitar que regresen otra vez.


Para empezar te diré que la muerte no existe… y si lo hace, siempre llega tarde a recoger a los muertos. Dicen las canciones que ella es una dama bella y blanca que viene sonriendo hacia ti cantando una nana de tu tierra natal. Y justo momentos antes de tu muerte es cuando puedes verla y morir con esa sonrisa en tu rostro. Pero aún esa dama sigilosa tiene sus propios enemigos. Y no. No somos nosotros. Los que nos quedamos y aun seguimos rehusándonos a dormir abrazados entre sus mantos. Existen seres viles y rastreros. ¡Lo se. Los he visto!


Mis gustos y mis creencias religiosas y en lo esotérico fueron el primer paso hacia mi desgracia, siempre fui una especie de adicto a los amuletos y talismanes que juran salud y buenaventura, las esencias en frascos miniatura que atraen la opulencia y alejan las malas vibras, los atrapasueños que son como telarañas místicas que se dedican atrapar a los malos espíritus como si fueran moscas ectoplásmicas y la gran cantidad de artes adivinatorias. Astrología, tarot, geomancia, teomancia, I Ching, por decir las más comunes. Y como todo adicto, uno siempre busca más y raramente sabe cuando detenerse. Y así fue como, en un impulso de tardía juventud alisté mis cosas dentro de mi vieja mochila y salí rumbo aquel cerro donde cuentan que vive el viejo santero desde hace años.

La caminata duró más de lo esperado y llegué justamente cuando el sol se estaba poniendo a esa choza que sólo se detenía con el espíritu. Toqué un par de veces aquella tabla desvencijada que amenazaba con caerse a cada golpe, hasta que decidí entrar. Se escuchó el quejumbroso chirrido de aquella puerta añeja y el olor a cera derretida y a claustro cerrado invadió mi olfato, una mezcla de alcanfor, menta, albahaca, humedad y huevos podridos revueltos con el aroma a incienso de mirra, copal y sándalo. Había velas por toda la habitación, algunas con aromas a fruta, otras a corteza, y algunos cirios con olor a musgo. Al centro de la choza se encontraba el viejo santero, sentado en el suelo con sus piernas cruzadas y su mirada de cuervo puesta sobre mis ojos y al verlo ahí, se perdieron entre mis recuerdos las ganas de vomitar.

El hombre era viejo, igual que sus ropas, andrajosas y desgastadas, plastas de tierra, barro y suciedad se enredaban en lo que alguna vez debió ser una limpia y larga cabellera, descalzo y con la suciedad de varios años hospedados entre sus largas uñas. Si lo hubieras visto, seguramente pensarías como yo que el hombre ya había muerto y su cuerpo había quedado en esa posición cuando la hora le llegó, hasta que te detenías a observar con cuidado y notabas que el viejo masticaba algo sin parar. Era un movimiento suave pero rítmico, que al parecer le merecía toda su atención, pues aunque un extraño como yo estaba frente a él, no dejaba de masticar, pero tampoco me quitaba la mirada.


Después de un largo momento que me pareció incómodo, me presenté, le expliqué mi interés en venir a verlo y el incidente que me hizo llegar casi al anochecer, pero aun así rehusó a moverse o invitarme a sentarme a su lado. El viejo no hizo nada, hasta que después de un largo rato, escupió aquello que llevaba masticando una eternidad.Se escuchó tragar saliva y se levantó, se acercó hacia mí con un cuenco de barro y me ofreció una infusión asquerosa de tono pardo y fría, tomé el cuenco y lo observé, al principio me rehúse y le advertí que no había secretos para mi en la teomancia ni en ningún otra superchería que se vende en los mercados. Le dije que venía por algo más. Algo mayor, a lo que el viejo me sonrió y mostró sus hileras de dientes carcomidos y manchados, tomó la mano que sostenía la taza y me obligó a tomarla. La cosa sabia asquerosa, una mezcla de una hierba llamada artemisa, o estafiate con cáscaras de naranja y otras especies que no supe identificar, y aunque el brebaje se observaba diluido, al paso por la garganta se volvía mas y mas espeso, haciendo que el sabor perdurara por mucho tiempo. Cuando terminé de beber aquella sentencia líquida, el anciano me arrojó una manta y sin decir nada comenzó a soplar las velas.


Al día siguiente me levanté, después de una noche tranquila de sueño en aquel cerro, viviendo en la ciudad uno olvida de pronto lo que significa el silencio de la noche para un cuerpo agotado, vi la sombra del viejo fuera de la choza, revisé mis cosas para asegurarme que todo seguía ahí y salí a tomar aire de verdad.


Vete y No regreses. Fue su frase de buenos días. Pero mi terquedad y mi adicción era mayor así que no lo escuché y me quedé. ¡Maldita sea la hora de mi terquedad!

Le insistí durante las horas del día hasta entrada la noche y le amenacé con que no me iría hasta no obtener lo que había ido a buscar. El viejo me dedicó otra de sus sonrisas manchadas y se volvió a buscar otra dosis de aquella penitencia líquida, pero esa noche el viejo la bebió solo. En su lugar, me ofreció una fuerte bebida destilada con la Santa Trinidad, que dejaba sobre el paladar un gusto mucho mejor que el de la noche anterior, salvo quizá la resequedad en la garganta, pero todos sabemos que en esta vida, lo malo llega con lo bueno.


Tomé mi nuevo lugar de descanso con una sonrisa triunfal. Pues el viejo sólo me dio un par de palmadas suaves en el hombro y se recostó sin discutir mi decisión.




Aquella noche no fue como la anterior. Los sonidos en medio de la nada siempre son más extraños de lo normal. El viento tiene más fuerza y los árboles gritan palabras extrañas en su idioma natal. Los animales y los insectos reclaman su territorio sombrío y los astros te vigilan con sus infinitos ojos multicolor.


Dentro de aquella vieja choza se escuchaba la apresurada marcha de unas uñas derrapando contra el suelo de madera. Parecía el sonido de cientos de ratas corriendo y bailando al compás de la noche. Noté como comenzaba a darme vueltas la cabeza y de un momento a otro comencé a experimentar los efectos de la ebriedad, pero recostado sobre mi vieja manta, poco me interesó.


La noche siguió silenciosa su camino hasta entrada la madrugada. No recuerdo haber soñado nada extraño, sin embargo, la angustia me acechaba sigilosa, acercándose despacio, con pisada felina… hasta que finalmente llegó a mí. Algo, o alguien comenzaba a trepar por mi cuerpo lentamente, reptando por mis pies, hasta llegar a mis piernas. Me sacudí por reflejo, pero aquella cosa era más pesada que eso, y se negó a huir, siguió reptando hasta llegar a mi pecho. Desesperado, quise derribarlo con el desenfrenado aletear de mis brazos, pero ellos no respondieron, mi miedo crecía a la par que sentía como eso iba avanzando por todo mi cuerpo, y recordé que no estaba solo. Aquel viejo dormía plácidamente muy cerca de mí, así que me dispuse a gritar sin antes averiguar si era producto de mi imaginación o mi embriaguez, sin embargo la voz había abandonado mi cuerpo, aterrada, quizá, ahora lo sé, de aquella cosa que me acechaba esa noche … y se detuvo. No tuve el valor de abrir mis párpados, quizá la única parte de mi cuerpo que si podría responderme en ese momento. Hasta que escuché aquel sonido aberrante demasiado cerca de mis oídos como para seguir considerándolo un sueño. Ese sonido sin sentido ni forma que sólo se hace al chocar la lengua contra los dientes en repetidas ocasiones y a gran una velocidad: kalekalekalekalek. Aterrado, intenté abrir los ojos, uno a la vez… y justo entre mi pupila y las pestañas lo vi. Aunque estaba en casi completa oscuridad. Aquel ente maldito era más negro que la propia oscuridad, pero antes de poder abrir por completo mi ojo derecho, aquella cosa pareció escuchar algo que le suponía más importante que seguir sobre mi tembloroso cuerpo y huyó de mí con una velocidad angustiante.


Y no, no soy tonto, tampoco ignorante, se que la gente supersticiosa relaciona ese evento con la frase idiota de “se te subió el muerto” Como también estoy enterado que según la ciencia dice que eso sucede cuando tu conciencia despierta antes de que tu cerebro mande la señal a tu cuerpo para que pueda moverse nuevamente, pues en ocasiones el cerebro desconecta todas las funciones motoras para asegurar un mayor descanso.


Sin embargo sé lo que vi. Y para darle más veracidad a la noche, al despertar del tercer día, el anciano se volteó hacía mí preguntando si yo también lo había escuchado. Lo vi, le respondí y aquel antiguo santero pareció revelar una mirada llena de una mezcla entre el miedo y la compasión.


Ese día el viejo santero no paró de hablarme de los suyos, de su familia y sus creencias, cubriendo con creces los días anteriores de riguroso silencio. Me contó las historias que le habían transmitido la generación anterior y de ese modo supe lo que había sucedido.


El Kaleco es un merodeador, deambula por el mundo, escondiéndose frente a tus ojos, esperando ser reconocido. En ocasiones es solamente uno, pero también puede ir acompañado de tantos como les plazca, y es en estas ocasiones cuando sus sonidos se hacen más audibles al hombre común, según el viejo, eso lo hacen para acelerar el proceso, pues el Kaleco roba la vida para alimentarse de ella, es el ladrón de la muerte. Los Kalecos propician la muerte trágica y la desesperación en los seres vivos, algunos de ellos se pegan a ti como calcomanía, si ven en ti la debilidad y el miedo y lentamente te llevan hasta la locura para poder succionar lo que te resta de vida. Al principio tan solo ves una sombra, como algo que te sigue por la espalda, se mueve y alcanzas a notarlo por el rabillo del ojo, pero en cuanto centras tu atención, se esfuma como el humo de tu cigarro, sombras más oscuras por las noches, o seres corriendo que desaparecen antes que puedas enfocar tu atención en ellos. Después de las visiones comienzan los sonidos, escuchas el crepitar de las hojas y aunque no sabes explicarlo, su sonido se escucha diferente, más agudo de lo normal y si para tu desgracia eres lo bastante bueno, puedes escuchar camuflajeado el derrapar de aquellas patas de rata con sus uñas largas y afiladas danzando entre el asfalto.


De vez en cuando, el Kaleco degusta tu piel, con su larga y áspera lengua bífida como si fuera una especie de reptil, lamiéndote desde la nuca hasta el final de tu espalda y aunque aún seas incapaz de verlo, eres capaz de sentirlo, en esos escalofríos que recorren tu espalda sin razón alguna cuando te espantas, y sientes que se te eriza la piel.


El viejo santero asegura que la leyenda del Kaleco fue sepultada de las tradiciones y exiliada de los textos y pinturas antiguas desde sus orígenes y que el conocimiento de aquel ser y sus costumbres sólo se pasan de viva voz a los desgraciados seres como yo, que llegan a tener contacto consciente con él, o que de alguna forma, se enteran de su existir. Pues a diferencia de los demás cuentos, esta bestia ronda durante toda tu vida a la par tuyo, una vez que un Kaleco te marca, te acompaña por siempre, saboreando tus descuidos, susurrando dulces palabras de muerte a tu inconsciente, sugiriendo atrocidades infinitas, que van desde el simple suicidio hasta el horripilante genocidio. Para poder alimentarse de la muerte y la agonía de los cuerpos en sufrimiento, ese es su deleite. Pero esa no es la verdadera razón, la verdad es que el Kaleco es capaz de ver y escuchar a quien ya lo ha visto, incluso asegura el viejo que puede leer tus pensamientos una vez que sabe que lo has visto, y lo realmente terrible es que no necesitas conocerlo en persona, los ojos del Kaleco, con sus pupilas serpenteantes y ondulantes son capaces de verte incluso a través de su imagen plasmada en papel, piedra, lienzo o cualquier otra cosa, y por si eso no fuera suficiente, quien ha visto la imagen de un Kaleco, es perceptible a verlos a todos, y eso fue lo que llevó al abuelo del viejo santero hasta la locura, quien influenciado por ellos, desolló a todos sus nietos en vida y colgó sus pieles en esa misma choza como trofeos, para cuando el padre de aquellas jóvenes víctimas llegó junto con el ahora viejo santero, observaron a su padre, sentado en aquella vieja choza con sus piernas cruzadas, chasqueando, masticando un trozo de carne de aquellos niños, delirando…


Las historias del viejo santero aseguran que los Kalecos son nuestro castigo, los hijos vengativos y defectuosos de nuestra gran madre Coatlicue, madre de todos los dioses, por haberles dado la espalda y haber adorado al dios de los blancos que sólo nos ha traído desgracia y muerte. Dejándolos en el olvido, padeciendo eternamente la indiferencia y el rechazo, quizá nuestra raza piense que aquellos dioses murieron hace siglos, y ese mismo pensamiento provocó la ira de nuestra madre original y ha decidido mandar a sus vástagos más sanguinarios para escarmentarnos a nosotros, sus hijos, y a todo aquel ser en este mundo, pues aunque el Kaleco tiene predilección por nuestras lineas de sangre, es indiferente, su meta es arrebatarle tantas almas como pueda a la dama blanca para evitar que lleguen con el dios asesino y usurpador.


El Kaleco utiliza a las mujeres para poder reproducirse. Deposita sus huevecillos dentro de la matriz de su joven víctima en los meses de octubre y noviembre, todo aparenta un embarazo común, hasta el momento de parir. Pues las crías no pueden verse con ojos humanos y los hombres creen que se debe a una rara enfermedad mental. Pero las crías no abandonan a su desafortunada madre, se quedan adheridas a ella, susurrando tiernas palabras de muerte, incitándola a devorar su cordura bocado a bocado, hasta que los Kalecos crecen y obligan a deambular a su incauta madre por el callejón de la locura, para entrar al lugar donde los enfermos mentales abundan y así poder convertirse en aquella voz placentera que te obliga y te seduce a matar sin razon alguna y de ese modo alimentarse hasta el hartazgo.


Aun así, hay maneras de distraer momentáneamente al Kaleco, una de ellas se encuentra en la absenta o el licor de ajenjo, pues ésta bebida es una especie de alucinógeno que entorpece la visión del Kaleco al igual que la tuya, y de este modo puedes tener unos momentos de alivio después de la incesante lluvia de ideas delirantes y los chasquidos en tus orejas: kalekalekalekalek. Sin embargo uno va adquiriendo cierta inmunidad a casi cualquier cosa con los años, y en estos últimos de mi vida la absenta ya no surte efecto en mí. Y cuando descubrí eso entendí al viejo santero cuando lo vi por vez primera, abstraído por completo masticando algún tipo de raíz alucinante para distraer a su propio demonio personal.


Y ahora que los últimos rastros del ajenjo me abandonan yo también he de dejarte, no sin antes ofrecerte lo último que me queda en este momento de cordura. Te ofrezco mi última disculpa por hacerte conocedor de su existencia, tan sólo espero que estas letras que en breves momentos habrán de terminar las hayas leído en voz baja y solo para ti, pues la condena se extiende a cada ser que los conoce, los ve o escucha algo sobre su existir.

20 октября 2021 г. 4:49 0 Отчет Добавить Подписаться
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