Al salir a nueva luz, observo el entalle de tu ser
y me pierdo en ese vaivén de la existencia
que ennoblece lo que portas, sin asomo
de sorpresa y batiente haz de tu acabado de mujer.
En el peso del rosario de lamentos que agazapas
se atropella toda dicha estrujada, anegada en dolores
del recuerdo que guarece el sinuoso paso sin la vista
adormecida que se cimbra en el solar de tu regazo.
Huye al viento mi animalidad recóndita
sin descanso y con toda la molestia de la herida
donde mana el maná de años fugaces
cuando ambos lo bebíamos sin sortilegio.
Sean milenios, sean los años sin fracasos
de un total de calendarios que se ajan desde
un sólo paso de los tiempos, que indolentes
más conduelen que pacerse en rencores soterrados.
Se comprende en total incomprensión de no amarse
cuando priva el recelo de otros labios que musitan,
mordisquean y maldicen más amores satisfechos,
enterrados en suspiros, envidiados
en alientos sometidos.
Dónde queda el atropello de lisonjas, de lamentos
y penares, abultados en el cuerpo del insomnio, aterido
por el frío vano de ese cuerpo ya no sacralizado
en conjuros ayuntados del pasado yerto y vaciado.
Corro en vida dentro de esta hora de llanura solitaria
y procuro acabar con lenta carga de penares más ajenos,
que convierta piedra a piedra su rosario, en zarzales
sin suma de caminos de angustias espinales merecidas.
¿Sabe Dios cuánto hemos amado sin la guarda
de sus días?
¿Sin reparos de justeza ante un sollozar como pareja?
¿Sabe Él lo que queremos de uno a otra y viceversa?
¿Sabe entonces lo que fue mejor amado y ahora
ya está por entero olvidado?
CONTINUACIÓN
RECIPIENTES
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